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La Tormenta
Samuel Clemens encendió su pipa de mazorca y miró el cielo. Destellos estáticos iluminaban los rebaños de nubes negras que cubrían el paisaje. La tormenta había llegado según los cálculos de su amigo Nikola, justo a la hora que predijo.
El primer rayo impactó contra la Torre Wardenclyffe haciéndola temblar. La estructura en forma de antena metálica absorbió la descarga como una esponja. Dentro, en el laboratorio, el esquema de oscilaciones magnéticas se puso en marcha. Las agujas del cohesor rotativo dibujaron una línea sobre la bobina de papel que giraba dejando su mapa impreso a la altura de Samuel.
—¡Nikola, date prisa, será mejor que bajes inmediatamente!
—¿Ya ha empezado? Maldita puntualidad, enciende las bobinas y ajusta las revoluciones de la dinamo.
—¿Que ajuste qué?
El intrépido ingeniero bajó de un salto las escaleras que daban a la zona de trabajo y se precipitó sobre el panel de control. De repente, dos esferas suspendidas sus cabezas lanzaron enormes arcos eléctricos que impactaron a tres metros de distancia. La corriente del trueno recorrió la espiral de cobre y bajó hasta las baterías colocadas en cascada. Todo había salido según lo previsto, aunque Tesla no parecía sorprendido para nada de su éxito.
—Bien, ya lo tenemos controlado. Señor Samuel, creo que puede escribir sobre esto, somos los primeros seres humanos en la historia que atrapan un trueno sin sufrir quemaduras.
—Parece impresionante, ¿pero no es demasiado peligroso estando rodeados de agua?
—Naturalmente, aunque no tiene porqué preocuparse, lo tengo todo previsto —dijo Nikola y tras unos segundos en silencio añadió señalando el rollo de papel—. ¿Qué ha pasado con las ondas electromagnéticas?
—No sé de qué me habla —dijo Samuel soltando una bocanada de humo—, esa aguja de ahí comenzó a dar bandazos como un irlandés borracho antes de recibir la descarga.
—Es increíble, tiene que haber un error. Parece que las ondas marcan un patrón continuo.
El dibujo de líneas era una silueta montañosa que se repetía una y otra vez como la partitura de un disco rayado.
—¿Y qué tiene de increíble?
—Pues verá —respondió Nikola algo molesto—, las ondas electromagnéticas están en continuo movimiento, su recorrido depende de muchos factores: la humedad, la temperatura, la velocidad del aire… En fin, que es imposible que un rayo cruce en línea recta el espacio o que mantenga un movimiento uniforme hasta que descarga, por eso dibujan grietas en el cielo.
Samuel echó un vistazo al papel y arrugó la nariz intentando encontrar una explicación.
—Pues esto me recuerda la lectura de un sismógrafo antes de un terremoto, no veo la diferencia.
En ese instante, las enormes bobinas iluminaron las afiladas facciones del ingeniero aturdido por el comentario de su colega.
—¡Samuel Langhorne Clemens, tiene toda la razón! Es un aviso. Una señal que se repite como un mensaje de alarma.
—Pues vaya, sí que es curioso. Y… ¿qué dice el mensaje?
Nikola Tesla miró a su amigo con una sonrisa.
—¿Pero qué importa lo que diga el mensaje? Eso es secundario, lo realmente maravillosos es de dónde viene.
—¿Y de dónde se supone que viene?
—De donde vienen los rayos, mi querido colega —respondió Nikola señalando con el dedo—. De allí arriba.
Samuel se quedó con la boca abierta y contuvo la respiración, luego miró el tormentoso cielo y sacudió la cabeza sin poder creerlo.
—De…
—Exacto, alguien nos está mandando una señal desde el espacio exterior.
Samuel Clemens encendió su pipa de mazorca y miró el cielo. Destellos estáticos iluminaban los rebaños de nubes negras que cubrían el paisaje. La tormenta había llegado según los cálculos de su amigo Nikola, justo a la hora que predijo.
El primer rayo impactó contra la Torre Wardenclyffe haciéndola temblar. La estructura en forma de antena metálica absorbió la descarga como una esponja. Dentro, en el laboratorio, el esquema de oscilaciones magnéticas se puso en marcha. Las agujas del cohesor rotativo dibujaron una línea sobre la bobina de papel que giraba dejando su mapa impreso a la altura de Samuel.
—¡Nikola, date prisa, será mejor que bajes inmediatamente!
—¿Ya ha empezado? Maldita puntualidad, enciende las bobinas y ajusta las revoluciones de la dinamo.
—¿Que ajuste qué?
El intrépido ingeniero bajó de un salto las escaleras que daban a la zona de trabajo y se precipitó sobre el panel de control. De repente, dos esferas suspendidas sus cabezas lanzaron enormes arcos eléctricos que impactaron a tres metros de distancia. La corriente del trueno recorrió la espiral de cobre y bajó hasta las baterías colocadas en cascada. Todo había salido según lo previsto, aunque Tesla no parecía sorprendido para nada de su éxito.
—Bien, ya lo tenemos controlado. Señor Samuel, creo que puede escribir sobre esto, somos los primeros seres humanos en la historia que atrapan un trueno sin sufrir quemaduras.
—Parece impresionante, ¿pero no es demasiado peligroso estando rodeados de agua?
—Naturalmente, aunque no tiene porqué preocuparse, lo tengo todo previsto —dijo Nikola y tras unos segundos en silencio añadió señalando el rollo de papel—. ¿Qué ha pasado con las ondas electromagnéticas?
—No sé de qué me habla —dijo Samuel soltando una bocanada de humo—, esa aguja de ahí comenzó a dar bandazos como un irlandés borracho antes de recibir la descarga.
—Es increíble, tiene que haber un error. Parece que las ondas marcan un patrón continuo.
El dibujo de líneas era una silueta montañosa que se repetía una y otra vez como la partitura de un disco rayado.
—¿Y qué tiene de increíble?
—Pues verá —respondió Nikola algo molesto—, las ondas electromagnéticas están en continuo movimiento, su recorrido depende de muchos factores: la humedad, la temperatura, la velocidad del aire… En fin, que es imposible que un rayo cruce en línea recta el espacio o que mantenga un movimiento uniforme hasta que descarga, por eso dibujan grietas en el cielo.
Samuel echó un vistazo al papel y arrugó la nariz intentando encontrar una explicación.
—Pues esto me recuerda la lectura de un sismógrafo antes de un terremoto, no veo la diferencia.
En ese instante, las enormes bobinas iluminaron las afiladas facciones del ingeniero aturdido por el comentario de su colega.
—¡Samuel Langhorne Clemens, tiene toda la razón! Es un aviso. Una señal que se repite como un mensaje de alarma.
—Pues vaya, sí que es curioso. Y… ¿qué dice el mensaje?
Nikola Tesla miró a su amigo con una sonrisa.
—¿Pero qué importa lo que diga el mensaje? Eso es secundario, lo realmente maravillosos es de dónde viene.
—¿Y de dónde se supone que viene?
—De donde vienen los rayos, mi querido colega —respondió Nikola señalando con el dedo—. De allí arriba.
Samuel se quedó con la boca abierta y contuvo la respiración, luego miró el tormentoso cielo y sacudió la cabeza sin poder creerlo.
—De…
—Exacto, alguien nos está mandando una señal desde el espacio exterior.