LA SONRISA DEL LADRÓN SIN NOMBRE

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9 years 9 months ago - 8 years 4 months ago #2756 por Percov


LA SONRISA DEL LADRÓN SIN NOMBRE

CAPÍTULO UNO

A empujones y golpes, con la punta de su espada en mi espalda, me metió en esa fría y mugrienta celda que olía a heces. Todo por querer comer.
Allí no estaba solo. Había un hombre delgado pero fuerte, con la piel castigada por el sol y el pelo negro. Estaba tumbado en su lecho de heno de los que acostumbran a tener en esos lugares.
El guardia cerró la puerta de un portazo y dio un par de vueltas a la cerradura con su llave.
No había nada que hacer, al día siguiente todos seríamos castigados por nuestros crímenes.
Prefería pasar mis últimas horas con amigos y familiares, pero solo estaba ese silencioso hombre con una sonrisa en su cara y grandes ojos azabaches que miraban a la nada.
A parte de las ratas, él era mi único compañero en aquella apestosa celda, poco iluminada y llena de sangre seca de los que antes habitaron esa jaula.
Nunca me habían encarcelado. Estaba nervioso y triste. Sabía cómo el reino de Valra castigaba a los presos y ahora debía pasar mi condena al lado de ese misterioso hombre.
Al cabo de un rato me presenté.
―Hola, soy Thomas Fallon, ¿cuál es tu nombre? ―Pregunté para iniciar una conversación y caldear el ambiente.
―Tengo muchos nombres, uno por cada vez que he muerto ―dijo con seriedad, sin mirarme a la cara, cosa que llamó mi atención.
―¿Qué has hecho para estar aquí? ―Seguí preguntando con curiosidad.
―Robar al rey de reyes ―contestó con una sonrisa pícara, agudizando sus grandes ojos que tenían un brillo metálico.
―Vaya... Yo solo robé comida en el mercado ―dije sorprendido.
―Tranquilo, por eso no te ahorcan, solo te cortan una mano. Debes responder a una simple pregunta: ¿izquierda o derecha? Muchos hombres fuertes y valientes tardan años en responder, pero al final todos responden ―afirmó, mirándome fijamente con sus saltones ojos y manteniendo una sonrisa que nunca he olvidado.
―¿Llevas mucho tiempo aquí ―Pregunté, intentando quitar de mi mente la imagen que se había formado con sus palabras.
―El suficiente como para querer salir… ―Respondió seguido de un largo silencio.
Me pareció que le molestaban mis preguntas. Ya me había metido en suficientes problemas, así que dejé de hablar y me asomé por la pequeña ventana con gruesos barrotes de la celda. Apenas dejaba entrar la cálida luz del atardecer a esa asqueroso lugar.






CAPÍTULO DOS

Eché un vistazo a ese gran reino del exterior que lo habitaban diferentes razas: cíclopes, enanos y también gigantes, como enseguida pude ver.
Pude ver las torres y muros de piedra gris, sacadas de la gran cantera del oeste, tan bien construidos que pudieron aguantar la ira de los dioses cuando estalló la Guerra Divina.
En ese momento, dentro de los muros se inició un revuelo y empezaron a sonar las campanas.
Llegaban los caballeros que habían partido tiempo atrás para acabar con los Teazka en su propio hogar.
Iban montados en sus robustos caballos, con una armadura brillante que reflejaba los rayos de sol.
Delante de todos los caballeros iba el general Areus: era corpulento, con la cabeza en alto y equipado con una gran armadura completa, un espadón a la espalda de acero Valrati.
En una mano llevaba una lanza con el estandarte del reino de Valra. En su otra mano cargaba un pequeño cofre de madera.
La gente se amontonaba para aplaudirles por su labor exitosa de vencer a la tribu Teazka.
Había escuchado muchas historias sobre esa gente, historias que me quitaban el sueño por las noches.
Historias sobre la magia del Dios de la Muerte que usaba para controlar a los caídos, devolviéndoles la vida para ser manejados por los hilos del dios del Averno.
Los caballeros se llevaron todo lo que había en el hogar de aquella tribu. Traían carros llenos de oro, plata y piedras preciosas que los soldados del dios de la muerte habían acumulado en sus continuos saqueos a las aldeas y ciudades que estaban bajo la protección del reino de Valra.
Me quedé asombrado con el brillo de las valiosas joyas y la cantidad de oro que traían. Nunca había visto tanto oro junto, era algo increíble.
Los caballeros entraban al castillo para entregar el botín al rey Diciaco y ser bendecidos con sus palabras de agradecimiento.
La verdad es que cuando era pequeño soñaba con ser caballero y servir al reino. Pero solo eran sueños, en realidad no soportaba ver la sangre y mucho menos soportaba ver este reino gobernado por un malvado rey, tan codicioso, que fue capaz de saquear todos los tesoros de los supervivientes de la Guerra Divina a aquellos que solo pedían un hogar en el que refugiarse, ya que sus reinos habían sido destruidos por la ira de los dioses.
Mi compañero de celda, vestido con un chaleco negro, una camiseta blanca de manga corta y unos pantalones marrones con varias roturas, se levantó lentamente de su lecho y se acercó a mí, andando despacio con unas viejas botas que habían caminado demasiado.
Me aparté para que pudiera asomar la cabeza por la pequeña ventana. Pude ver que mantenía esa sonrisa que tenía desde que le conocí.
Volvió a tumbarse y me preguntó:
―Si pudieses tener todo lo que quisieras ¿qué tendrías?
Por mi mente pasaron fugaces montones de respuestas: un hogar, amor, familia, trabajo, comida todos los días.
Tras unos segundos, respondí lo mejor que pude:
―Una vida digna.
Por curiosidad le hice la misma pregunta.
Él respondió más rápido que yo.
―Oro, montones de oro. Con el oro puedes conseguirlo todo y esos caballeros lo han traído para mí, tan solo tengo que cogerlo ―dijo con una amplia sonrisa y un brillo especial en sus saltones ojos.
Extrañado, le pregunté:
―¿Cómo piensas coger todo ese tesoro estando en esta celda?
Sin borrar de su rostro esa sonrisa que se ha quedado grabada a fuego en mi mente, respondió.
―En esta vida hay que tener amigos hasta en el infierno. Todo el mundo tiene un precio. Ahora duerme, necesito que descanses; yo solo no puedo cargar todo ese oro.
Él tenía un plan, entendí su sonrisa y yo también sonreí como nunca lo había hecho.
Senté mi trasero en el lecho de heno y estiré mis piernas todo lo que pude para dormir pensando que pronto sería rico.
Ese ladrón parecía interesante y haría cualquier cosa para salir de esa celda, incluso robar al rey de reyes.






CAPÍTULO TRES

En aquellos días en que yo tenía diez años, era un niño débil y cobarde. No tenía daelírios para comprar comida y pedía unas pocas monedas en las atestadas calles del reino de Valra para poder comprar algo que llevarme a la boca.
No era el único que lo hacía, demasiada competencia. Así que se me ocurrió la idea de robar comida para poder seguir viviendo. Los caballeros habían ido a la guerra, era el momento perfecto. Como se suele decir: oportunidad y necesidad.
Durante unos días me fue bien, pude alimentarme. Pero un día me pillaron y me pusieron unos gigantescos grilletes que bailaban en mis finas y débiles muñecas para encerrarme en esa asquerosa celda.
Cuando desperté de aquel sueño, en el que brillaban infinidad de relucientes riquezas, ya era de noche. Seguía tumbado en mi lecho, en esa fría celda, aguantando como podía aquel olor junto a ese ladrón sin nombre que, pese a la falta de luz, sabía que mantenía su sonrisa en el rostro.
Al darse cuenta que estaba despierto, dijo:
―Ya falta poco, pronto estará aquí. ―Me incorporé y estiré mi cuerpo, soltando un largo bostezo. Él también bostezó, es algo contagioso.
Procedente de la escalera escuchamos unos pasos y el tintineo de unas llaves: era un guardia, uno distinto al que me había metido en ese agujero.
Nos iluminó con su antorcha, abrió la celda y se dirigió al ladrón.
―Me juego mucho con esto. Mañana quiero mi parte en el lugar acordado ―dijo con brusquedad, cabreado y con el ceño fruncido, como si no se fiara de mi nuevo amigo.
El ladrón, sin borrar su sonrisa, le respondió:
―Un trato es un trato, pero es mucho oro para cargarlo yo solo. Este niño flacucho me ayudará. Y tranquilo, seré puntual.
El guardia entregó a mi amigo un cinturón con dos dagas. Era lo único que llevaba cuando le capturaron, se abrochó el cinto y salimos de nuestra jaula.
Eché una última mirada a aquella celda y pude ver a través de la pequeña ventana que estaba empezando a llover. Cuando llueve en el norte, llueve con fuerza. Se avecinaba tormenta.
Acompañé al ladrón y a ese guardia por los pasillos. El guardia iba delante, iluminando los estrechos pasillos de los calabozos con su antorcha, equipado con una coraza, un casco reglamentario y una espada guardada en la vaina de su cinturón.
Las ratas fueron las únicas que se quedaron en ese agujero.
Solo estábamos nosotros tres; los castigos a los presos eran muy severos.
Subimos la empinada escalera de los calabozos.
Escuchamos el grito de una mujer, un chillido alto y agudo pidiendo ayuda.
―¿Qué es eso? ¡Vamos! ―Dijo el guardia que desenvainó su espada y avanzó veloz por la escalera.
A cada escalón que subíamos el sonido se hacía más fuerte, se repetía una y otra vez.
La mujer siguió chillando hasta que se quedó sin voz.
El ladrón puso sus manos en el mango de sus dagas.
No parecía ser parte del plan. Empezaron a temblarme las piernas, pero seguimos nuestro camino hacia la libertad.
Al atravesar la puerta de los calabozos nos sorprendió el horror que teníamos delante: vimos que el suelo estaba lleno de sangre y vísceras.
Había un caballero agachado en el suelo, dándonos la espalda.
Estaba devorando el cadáver de una sirvienta del reino. Su armadura no brillaba como la de los caballeros que había visto esa tarde.
Al darse cuenta de nuestra presencia, aquel caníbal giró lentamente su cabeza.
Estaba desfigurado y lleno sangre, su piel era pálida como la muerte y le colgaban trozos de carne putrefacta que se desprendían de sus huesos.
Sus ojos eran dos destellos llameantes en los que se podía ver el infierno.
Se abalanzó hacia el guardia, forcejearon, pero el caballero podrido mordió su cuello; el pobre hombre no pudo esquivarlo y todo se llenó de ese color que yo no podía soportar. Su acero le fue inútil.
Me mareé, pero pude apoyarme en la áspera pared de piedra del castillo de Valra para observar como el ladrón, con sus dagas y un simple movimiento, atravesó el cráneo de ese horror, manchando el suelo con los restos de sus recuerdos.
Acabó con el caballero putrefacto que apestaba a muerte, tumbándolo junto con el cadáver de la sirvienta y el guardia, que se quemaba con su propia antorcha.
El ladrón, con gesto de preocupación en el rostro, puso su mano en mi hombro y me preguntó:
― ¿Tienes miedo?
―Sí… ―respondí tembloroso por el temor de aquel suceso del que fui testigo.
―Bien, el miedo solo sirve para ser valiente. Coge su espada, él ya no la va a necesitar. Espero que sepas utilizarla mejor que él. Esta será una noche tenebrosa…
Me agaché para coger la espada con mis manos temblorosas, sintiendo el frío acero y el peso del arma que dejó caer el guardia que nos liberó.


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Gracias a vuestros comentarios, me motivé para escribir esta novela, gracias.
Última Edición: 8 years 4 months ago por Percov.

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9 years 9 months ago #2757 por Daniel L
Respuesta de Daniel L sobre el tema LA SONRISA DEL LADRÓN SIN NOMBRE
:)

HT2014:Escritor

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9 years 5 months ago - 9 years 3 months ago #2797 por Percov
Respuesta de Percov sobre el tema LA SONRISA DEL LADRÓN SIN NOMBRE
Gracias por vuestros comentarios. Me han animado mucho.

Le he estado dando vueltas a lo de la novela durante un tiempo, he decidido hacer relatos más largos para ofrecer más detalles sobre mis historias, sobre el mundo de Val´ra. Estoy haciendo un fanzine de relatos cortos, este es el blog:

relatosseried.blogspot.com.es/
Última Edición: 9 years 3 months ago por Percov.

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8 years 4 months ago #2877 por Percov
Respuesta de Percov sobre el tema LA SONRISA DEL LADRÓN SIN NOMBRE
He puesto los tres primeros capiítulos de mi novela corta
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La sonrisa del ladrón sin nombre
www.amazon.es/dp/B01I5KLW94
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Gracias.

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