Hola, llevo algunos días documentándome sobre este tema. Me parece que, debido a la próxima fecha del Día de Difuntos, puede ser divertido jugar a este antiguo juego del país nipón.
Aún se juega en Japón durante el Obon, momento en el cual se unen ambos mundos: el de los vivos y el de los muertos.
Hyakumonogatari Kaidankai (百物語怪談会), o Reunión de 100 Cuentos Extraños, es un juego inventado para probar la valentía de los jóvenes samurai. Las reglas eran simples y a la vez bastante espeluznantes:
Un grupo de samurais se encerraba esa noche tan señalada en una casa abandonada, un escenario que ayudaría a conseguir el mejor de los resultados del juego. La sala central, donde pasarían la noche, la iluminaban con la titilante luz de cien velas encendidas.
Uno a uno, por rondas, los valientes contarían sucesos macabros, historias de fantasmas y demonios, cuentos de terror. Por cada cuento que se contaba, su orador apagaba una vela.
Una leyenda dice que en el trascurso de un Hyakumonogatari y en el último de los Kaidan, la casa quedó en penumbra.
Según su creencia, si se nombraba a los espíritus, una luz como la de un faro iluminaba el camino de las almas perdidas hacia el lugar. Imaginaos contar cien historias macabras llenas de fantasmas que pondrían la piel de gallina a avezados guerreros, sería como una feria de luces con pista de aterrizaje señalando la reunión. Estarían a oscuras y a manos de los demonios invocados.
En esa noche, al quedar la última vela, los cuentistas, apelotonados en el círculo de luz, escucharon el último relato.
Al final, con las últimas palabras que daban el giro terrorífico de la historia, una mano etérea y gigantesca bajó desde el cielo como un golpe certero de katana. Y la llama de la vela se apagó.
Los gritos y carreras dentro de la casa se mezclaron con el sonido de las espadas. Aullidos de muerte salían de entre sus ventanas de cristales rotos.
Pero aquí no termina la leyenda, cuando los vecinos entraron a la casa, iluminando con sus antorchas la escena, encontraron a los samurais. Sus cuerpos desmenbrados, muertos, parecían flotar sobre un lago de sangre, que salpicaba las paredes como colas erizadas de gato.
Solo uno, el último de los valientes, quedaba en pie.
El joven samurai estaba postrado en el suelo con las piernas cruzadas frente a la vela aún humeante. Del joven salía una risa demente, quebrada por la locura, y su cuerpo se mecía como un bebé acunado sobre el tatami. Los vecinos, horrorizados le gritaron ¿qué había pasado?
Pero de sus labios solo salió una palabra:
アラー
Araña, dijo el loco.
Una araña, o mejor dicho la sombra de sus patas. Su alargada forma recortada por la luz de la vela bien se asemejaba a las garras de una mano. Una mano gigante y etérea que hizo perder la razón a todos los participantes. El terror hizo lo demás.