Versión 1.0. Definitiva (que quiere decir que no la revisaré más, porque si lo hago cambio cosas seguro)
BAILE DE CALABAZAS
Érase una vez una hermosa joven cuyo mayor deseo era asistir al baile que cada año se celebraba en el ático del hotel más elegante de la ciudad. Durante todo el año trabajó duro y logró ahorrar lo suficiente para adquirir un vestido de fiesta. Durante todo el año sonrió a los clientes y fue respetuosa con su familia. Sin embargo, cuando llegó la noche del baile, su madrastra le prohibió asistir.
—Tú te quedarás aquí limpiando la casa, desagradecida –le dijo, y cerró la puerta tras ella al salir.
En la puerta de la casa estaba el taxi, que había amenizado la espera haciendo sonar el claxon sin pudor. Durante todos y cada uno de los bocinazos la joven había confiado en poder acudir al baile. Durante todos y cada uno de ellos había suplicado en silencio que, en esta ocasión, su familia adoptiva fuese magnánima con ella.
No lo había sido.
Antes de salir sus hermanastras, entre carcajadas de hienas hambrientas, habían hecho pedazos con sus propias manos el vestido, ese que ella había comprado gracias a las propinas que recibía en el bar de alterne. No contentas con ello, su madrastra le había tiznado el rostro con las cenizas de la chimenea. Y la joven había llorado, había llorado tanto mientras ellas se arreglaban y salían y el taxi las llevaba al baile que su rostro se había tornado una máscara patética, un bufón de película barata en blanco y negro.
Quizá por eso, por la desesperación que la embargaba, no reaccionó cuando el hada se materializó a su espalda.
—Hola, querida —le dijo el hada con voz metálica.
La joven, a pesar de tener la boca muy abierta, no habló. Se limitó a escuchar lo que aquella aparición, aquella holografía pixelada que brillaba y se apagaba y volvía a recuperar consistencia, le dijo. Que todo estaba arreglado. Que todo iba a salir bien. Que en la calle le esperaba su transporte: una enorme calabaza transfigurada en carroza por la magia de las hadas.
La joven dejó que el hada mal sintonizada la llevara al exterior y la condujera hasta la enorme calabaza que, sonriente, abría su portezuela y la invitaba a entrar.
Sí, tuvo tiempo de gritar cuando comprobó que bajo aquella cosa no había ruedas, que delante no había ningún caballo de tiro y que lo que su mente perturbada deseaba ver como una portezuela no era más que la boca enorme de una calabaza desproporcionada. Los gritos duraron poco, interrumpidos por los ruidos de masticación y el inevitable eructo que dejó escapar la criatura.
Venida del espacio exterior.
La invasión de las calabazas gigantes había comenzado, y fueron felices y comieron… todo tipo de seres humanos.