¡Saludos a todos! Aquí os dejo un relatillo corto (de unas 1200 palabras) que escribí hace unos meses. Como ya le dije a Emilio, no es pulp... diría que es
weird. Vosotros decidís si encaja para una noche de difuntos, yo creo que sí
Actualización del 18/10/2013: Añadidos en azul.
Prima Donna
por Misne
Esperaba ante el portal, soportando el frío nocturno que se colaba entre mi ropa. A esas horas, la calle estaba desierta, salvo por el reducido pero apiñado grupo que formábamos frente a su casa. Y aunque no estábamos todos, los presentes compartíamos el privilegio de haber trabajado a su lado en su última interpretación. Mitad de temporada y el telón había caído definitivamente para ella.
En cierto modo, y siendo egoísta, para mí podía ser una gran oportunidad puesto que era su sustituta... y ella siempre había sido una
prima donna muy carismática
, de gran personalidad escénica. Recordé su juventud y su belleza, y me sentí terriblemente incómoda ante mis malsanos e interesados pensamientos. En ese momento se abrió la puerta y una mujer de mediana edad, esbelta y de semblante circunspecto nos invitó a pasar. Citados en casa de la diva difunta.
—Veo que han recibido mi nota —constató, mientras examinaba nuestros rostros—. Les agradezco que hayan venido, ustedes cinco eran sus más allegados.
Me henchí de orgullo, al sentirme incluida entre aquella pequeña elite de artistas veteranos y afianzados papeles; mientras que al resto de secundarios ni los había convocado.
A pesar de su notable éxito, la soprano no tenía una casa grande. El vestíbulo era caprichosamente circular, de paredes nacaradas que apenas destellaban ante la escasa iluminación. Incontables y rocambolescos adornos salpicaban el mobiliario. Frente a la puerta principal se abría un estrecho e interminable pasillo que se hubiera perdido por completo en la oscuridad de no ser por una difusa luz blancuzca a lo lejos, tras lo que parecía una puerta con un pequeño marco de cristales velados.
La mujer intentó sonreír y nos ofreció pasar a la cocina, donde nos esperaban unos canapés y estaríamos más cómodos. Desfilamos por el sombrío corredor sin encender más luces, la cocina quedaba a la izquierda. No pude evitar fijar la mirada en esa habitación del fondo, iluminada tras la última puerta que sellaba el pasillo. Todo olía a cerrado.
Los canapés estaban algo resecos, y nos ofreció un vino rancio. Posiblemente llevaban días preparados. La mujer, sospechaba que su madre, no había querido llevarla al tanatorio. Quizás un capricho de ricos, o de artistas... y su cuerpo estaba todavía en aquella habitación apartada. En un fantasioso arrebato de veneración hacia ella, lo imaginé incorrupto, como el de una santa… Sentí escalofríos.
Tras intercambiar unas palabras de cortesía, unos cuantos pésames más o menos sinceros, nos enteramos de que no había querido avisar todavía a la prensa. Nos invitó a verla, un último adiós. No atisbé duda alguna en mis compañeros, se suponía que para eso habíamos venido. Mis reservas claudicaron ante lo morboso de la situación y, en fila de a uno, la comitiva del velatorio inició la marcha hasta lo que parecía la luz al final del túnel.
Cuando la mujer abrió la puerta (imagino que fue ella porque yo iba la última), una intensa iluminación blanca nos deslumbró. Siempre había pensado que en casos como ése lo normal sería tener unas velas encendidas y poco más, quizás unas lamparitas de noche suaves. Aunque lo cierto es que no tenía ni idea de lo que debía de ser habitual.
Mis compañeros entraron y uno a uno fueron saliendo compungidos. Cuando me tocó a mí todavía estaba con ella el primer actor. Y la mujer, que aguantaba la puerta para que no se cerrara tras nosotros.
El cadáver reposaba en blancas sábanas, en el contexto de igual color de una habitación inmaculada, aséptica. Un enorme foco alargado instalado en la esquina opuesta a la cama colgaba del techo. Y bajo una maraña de cables conectados, numerosos crisoles repletos de líquidos incoloros distribuidos uniformemente sobre un mueble alargado, bajo la potente iluminación. El gélido vapor de unos humidificadores invisibles envolvía el ambiente, fuertemente cargado de una mezcla de perfume y olor a lejía.
El actor no lo resistió más y se apartó lloroso.
Y entonces la vi.
El recuerdo de su nívea y tersa tez chocó con las pústulas verdosas sobre un cutis ahora lechoso, amarillento y abotargado.
Contuve el vómito. Por lo demás estaba estupenda, su cuerpo yacía relajado, sin ceder a la rigidez propia de la muerte, y su oscuro y lacio cabello recién cepillado ondeaba perfecto sobre la curva de la almohada.
—Es tan bonita… —me comentó la voz desde la puerta.
Me encontré preguntando sin querer qué era todo aquello.
Siguió hablando, sin prestarme demasiada atención, su mirada fija en el cadáver. La cepillaba a diario, varias veces. Esos aparatos y tubos mantenían la hidratación de su cuerpo, al igual que la temperatura de la habitación, la humedad adecuada… no iba a dejar que se la llevaran.
Recorrí de nuevo la habitación con la mirada, alucinada. Toda una suerte de artilugios en perfecta armonía, funcionando sólo para ella. Avancé unos pasos. Al otro lado del cuarto distinguí una puerta cerrada, blanca y metálica, que apenas destacaba en la pared. Bajo la rendija inferior ascendían lentamente arremolinados hilillos de un supuesto vapor de agua. Todo el suelo más allá del lecho estaba cubierto de finos conductos de plástico transparente que, camuflados entre esa neblina, trepaban hasta la cama y se perdían bajo las sábanas.
Había visto suficiente, era hora de marcharse de allí. Regresé hacia la puerta del dormitorio, que permanecía entreabierta, mareada por los vapores fríos y perfumados. Incluso muerta la presencia de la actriz ocupaba el centro de atención. La muy puta. Hasta me pareció que me miraba de pronto.
Un último vistazo a la cama, a su rostro. Los ojos cerrados, el cuerpo flácido. Quería salir de ahí. Pero me miró, abrió los ojos como platos y los clavó en mí. Fijos. Salté hacia atrás de un brinco y tropecé con un palo metálico a mi espalda, aunque sin llegar a caerme. Intenté calmarme, ¿no se dice que a veces los cadáveres tienen actos reflejos y se mueven?
Desorientados, esos ojos oscuros tantearon la distancia y no tardaron en volver a enfocarme. No, eso no había sido ningún acto reflejo de un cuerpo muerto. Me había buscado.
—Te aprecia tanto… te ha reconocido. Sólo tú puedes ayudarnos. —Sonaba lejos, los latidos de mi corazón atenuaban la voz de aquella mujer que me hablaba desde casi el pasillo. Entró de nuevo y alcanzó el portasueros que quedaba tras de mí.
—Toma, ayúdala a levantarse, casi lo tiras.
Y lo hice. Obedecí sin cuestionármelo,
cada vez más aturdida. Avanzamos lentamente por el corredor, la muerta agarrada de mi brazo, con la mirada perdida al frente, arrastrando los pies y apoyando su peso en mí. Sus manos frías y purulentas sobre mi piel desataron en mi cabeza todo tipo de dudas y miedos sobre un posible contagio. No me atreví a preguntar,
y tampoco estaba segura de poder articular palabra, pero mi cara debía mostrar lo suficiente. Sin darle la mayor importancia, la mujer mayor nos adelantó presta y jubilosa hacia el vestíbulo, al otro lado del pasillo.
Alcanzamos a duras penas la altura de la cocina, mi carga se atascaba con el vuelo del largo camisón blanco, del que apenas sobresalían esos dedos pálidos al andar. En el hall parecían despedirse ya los demás miembros de la compañía. Se iban a quedar estupefactos si nos veían. Aminoré todavía más la marcha, haciendo tiempo para que se marcharan.
Pero no lo hicieron. Giraron sus rostros hacia mí. No, hacia Ella. Sonrientes. Cómplices.
Lo había comprendido demasiado tarde. Yo era su sustituta. El único papel protagonista que se me iba a permitir cubrir me clavaba las uñas.
Esa noche, en su lecho de muerte, sería yo quien interpretara ese último acto que por naturaleza no me correspondía. Para eso me habían traído. Se me nubló la vista, y sus voces se mezclaron en un macabro y privado finale, entonado a coro.
FIN