Bueno, ya estoy aquí.
Antes de nada mis disculpas por haber tardado tanto en corregir el texto. He estado dándole vueltas y me ha costado horrores sacar algo que me pareciera medianamente decente. Pero ya está aquí la segunda versión.
Finalmente veréis que he aparcado el final y también lo he despojado de humor para hacerlo más terrorífico. Espero haberlo conseguido.
Le estuve dando muchas vueltas a vuestros consejos. Muchas gracias, por cierto, en especial a Salino que tantas cosas propuso para la trama. Verás que he cogido algunas e ellas, aunque no todas, porque no me convencía cómo quedaba. A ver qué os parece.
Ah!!! Y le he cambiado el título. Ya me diréis también si os gusta más. ¿Debería actualizar el título del post?
Aquí el enlace a dropbox para los que no quieran leerlo directamente (queda mejor maquetado):
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Mensajeros de Samhain
El agua le cae caliente sobre la cabeza y se lleva por el desagüe el olor a otro. Durante un rato le gusta, pero se cansa rápido de apestar a seres humanos que no son él mismo. Cuando sale de la ducha se siente reanimado, con energías. Se seca y se viste, dejando el peinarse para lo último, su pequeño ritual. Se despide de Mary y de Louise con sendos besos y mete sus cabezas en la nevera, que empieza a estar llena. Hace ya unos días que debería de haber hecho limpieza, pero en el fondo no deja de ser un sentimental.
Nigel camina en dirección al supermercado e inspira el aire fresco del otoño, su estación favorita. La decadencia de la naturaleza le recuerda a la agonía de sus amigos especiales. Se niega a llamarlos "víctimas" como harían en las películas, pues sabe que su vida sería digna de llevarse a la gran pantalla. El otoño está lleno de promesas de invierno, presagios en forma de hojas que caen. Le gusta pensar que es como su proceso de creación y sus esculturas óseas son como los árboles desnudos. Él siente que despojar a los huesos de todo lo accesorio es un proceso para llegar a mostrar su verdadera esencia, el por qué de su existencia. Todos sus amigos especiales tienen la suerte de pasar de tener una vida efímera y de mierda a formar parte de su obra inmortal. Un regalo que quisiera para sí mismo, pero nadie está a su altura y no dejaría que un inútil tocara sus restos.
Elige varias cajas diferentes de bombones con corazón de licor, ya que son los que mejor enmascaran el sabor del cianuro. Esta noche es la inauguración de su última exposición y quiere que todos los asistentes se le unan en un acto de creación. Al agonizar entre sus esculturas, como cisnes cantando a la muerte, estarán formando parte de una obra sobre la levedad de la existencia, la futilidad de una vida malgastada en tonterías cotidianas. ¿Y qué mejor noche para morir que la de Samhain? Siente en su interior el poder de su proceso creativo, la fuerza divina del arte ardiendo en sus venas. Se sabe fuerte. Único. Elegido.
Pero por un momento reacciona y se da cuenta de que no está en el mejor escenario para sentirse de esa manera y prefiere no desperdiciar sus energías en un sitio tan prosaico como los pasillos de un supermercado. A veces le cuesta aceptar que el mundo es un lugar insulso. Respira hondo y se dirige a la sección de licorería con la esperanza de encontrar alguna botella de Macallan para celebrar después su éxito.
Al doblar la esquina con el carro, la ve. Vicky lo observa desde el final del pasillo y él se sobresalta al verla de una pieza. ¿Cómo puede ser que esté entera si él mismo integró sus costillas en Madonna nº303 después de follársela? De hecho, si mal no recuerda, su cabeza sigue en la nevera. Pero sale de su ensimismamiento cuando una señora mayor, entrada en carnes, la atraviesa cargada con varias botellas y Vicky desaparece. Nigel se estremece al pensar que pueda haber algo más allá de la muerte. Eso significaría que ésta no es definitiva y que las miserables vidas de la gente tendrían una continuación en el Más Allá, lo que socavaría todo su trabajo. Lo encuentra tan asqueroso que le entran ganas de vomitar: esas vidas anodinas seguirían existiendo por toda la eternidad. Se siente turbado, pero tiene que tranquilizarse. Quizá no ha sido más que su mente de artista jugándole una mala pasada.
Baja por Regent Street en dirección a la galería en Oxford con Holles. Podría coger un taxi pero prefiere que le de el aire aunque la calle esté atestada de gente. Ya se pueden ver los primeros niños disfrazados, preparados para la fiesta de esa noche. A Nigel no deja de hacerle una cierta gracia, pese a haber perdido su encanto original, que niños tan pequeños dediquen una noche a celebrar el final de unas vidas que ellos apenas han empezado a vivir. Está bien que se vayan preparando. Ser conscientes de su final les hará apreciar lo que tienen y quién sabe si algunos de ellos intentarán sobresalir por encima de la devaluada media.
Mientras cruza en un semáforo, se ve obligado a sortear a un tipo gordo que se ha quedado parado en medio del paso de peatones. Ante la mala educación del tipo opta por empujarle levemente con el hombro, para hacerle saber que está siendo un cretino. Pero no le toca. En lugar de eso nota un frío intenso cuando atraviesa el brazo del tipo además de un enorme pesar por no haber podido acabar la dieta que tanto le había costado seguir. Nigel se gira sobresaltado y se encuentra mirando a los ojos a Henry, un amigo especial del que estuvo comiendo varios meses. Otro fantasma. ¿Es eso posible?
Los pitidos del 453 lo hacen salir de su ensimismamiento y apenas tiene tiempo de alcanzar la acera antes de que la mole roja del autobús se lo lleve por delante. Nigel está sin aliento, pero no por haber estado apunto de ser arrollado. Por suerte, Henry parece haber desaparecido del centro de la calzada.
—Hola —. Le sobresalta alguien a su espalda. Nigel se gira de golpe y se encuentra boqueando delante de una chica joven, una cabeza más baja que él, que lo mira atento con unos enormes ojos azules. Los reconoce. Son los ojos que utilizó para Puella Brevis nº 15, la escultura efímera que se pudre en su buhardilla. Y ahora le están mirando fijamente en medio de la calle.
—Tengo algo que decirte —. Pero él decide que no quiere saber lo que le tenga que decir otro de esos fantasmas y le da la espalda, siguiendo su camino en pos de la galería intentando aparentar tranquilidad. Ella le sigue.
—Has matado a mucha gente, ¿eh?
Nigel se detiene y mira a su alrededor. Nadie parece haber oído las palabras de la muchacha. De hecho, ningún otro transeúnte parece verla excepto él mismo. Para no parecer un loco, sigue andando y le responde tapándose la boca con una mano temblorosa:
—Deberíais estarme agradecidos. Os he convertido en algo mejor de lo que erais. Y si ahora me disculpas, tengo una inauguración a la que atender.
Sigue su camino, envarado y con paso errático, intentando guardar una dignidad que se le escapa con la sudoración.
Llega a la galería resollando. Se gira y descubre para su satisfacción que su perseguidora de los ojos azules ha desaparecido. Respira hondo, se arregla el pelo y entra.
El lugar está atestado. Todavía falta más de una hora para la inauguración de su exposición y ya hay un lleno absoluto. Cabía esperar un éxito rotundo pues sus obras cada vez causan más furor, pero incluso él está sorprendido. Sea como sea, su aparición está anunciada para el anochecer y no piensa ser él quien estropee el gran momento. Tiene que ir arriba a rellenar los bombones con cianuro y vestirse con una de sus esculturas, especialmente creada para la ocasión en forma de exoesqueleto. Así pues, intentando pasar lo más desapercibido posible, se dirige a las escaleras.
Éstas están a apenas unos pasos de la puerta de entrada, flanqueadas por dos de sus obras, todavía tapadas. Al mirar hacia allá y sopesar a cuánta gente tendrá que esquivar se da cuenta de que los que se interponen en su camino le están mirando. Los reconoce. Allí está Mildred, una ancianita a la que invitó a tomar el té antes de despellejarla; Marnie, la telefonista a la que mató por pesada, sin darle si quiera la oportunidad de formar parte de sus esculturas; Tony, Bettie, Charles... Tiene que sobreponerse a la mezcla de repugnancia y miedo que siente al verles. Es un día importante, la sala está llena. No puede dar un espectáculo, por lo que decide ignorarlos, hacer como si no estuvieran y atravesarles sin más.
Una ola de frío le cala hasta la médula, congelándole por dentro, cada vez que atraviesa a un fantasma. Con cada uno de ellos siente también la indignación y el dolor que les supuso el ver su vida acabada bruscamente antes de tiempo. Mildred está muy enfadada con él por haber truncado su sueño de llegar a los cien años y conocer a sus tataranietos. También atraviesa a Marnie, que ya no verá a su hijo crecer y a Tony, que nunca acabará la versión de la abadía de Westminster hecha con mondadientes. Entre el frío y el estupor Nigel piensa que los motivos para vivir de cada persona son asquerosamente mundanos, insulsos. Ya solo le quedan unos pasos hasta las escaleras, pero en su camino se interpone la chica de los ojos azules. No sabe si podrá aguantar otra de esas oleadas de frío, pero decide atravesarla igualmente. Cuando está a un centímetro de su cara, la chica se hace a un lado para dejarle pasar y acompañarle en su ascenso.
—Tengo un mensaje para ti.
—Ya te he dicho que no quiero oírlo.
—Pues es un problema porque los demás también tienen algo que decirte.
Estas palabras hacen que Nigel se detenga en lo alto de las escaleras. Ojos azules sigue hablando:
—La brecha que separa tu mundo del nuestro ha sido especialmente ancha este Samhain y todas tus víctimas hemos venido a verte. Cada uno traemos un mensaje para ti.
Nigel está completamente aterrado. Siente que su vejiga está a punto de soltarse pero un pequeño atisbo de dignidad evita que se orine encima. Se gira hacia la concurrencia. Desde arriba los ve volverse hacia él. Todas esas caras le resultan familiares. Fijan su mirada en él al mismo tiempo. Un frío intenso parece alzarse desde ellos, congelándole aún más por dentro. A su lado, la chica sonríe.
—¿Truco o trato?
Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, Nigel entra en el almacén del primer piso de la galería y cierra la puerta tras él. Busca un sitio donde esconderse, algún lugar al que huir, pero lo único que ve son caballetes desnudos, cuadros apilados contra las paredes y unos grandes ventanales que dan a Oxford Street. En ese momento se encienden las farolas de la calle iluminando la estancia con una luz amarillenta. Fuera está ya anocheciendo.
Ojos azules no se molesta en abrir la puerta, la atraviesa sin más. Tras ella entran Marnie, Henry, Tony y progresivamente van entrando todos los que poblaban la sala de abajo unos minutos antes.
—Tenemos algo que decirte, Nigel.
Él recula ante la presencia de sus materias primas. Nota cómo algo entre sus piernas empieza a enfriarse. No sabe en qué momento se ha orinado finalmente encima. No tiene escapatoria y cada vez entran más fantasmas en la estancia. Su única salida parece ser a través de los ventanales, es incapaz de encontrar otra solución. Está un poco alto para ser un primer piso, pero si alcanza la farola que hay delante podría deslizarse hasta la acera sin problema. Coge impulso y salta a través de la ventana.
Cientos de cristales le cortan por todo el cuerpo pero el dolor no es para nada comparable al del impacto del autobús de dos pisos que le arrolla antes de alcanzar el suelo. El tener que protegerse de los cristales le ha hecho fallar al intentar asirse a la farola. Pero eso ya no importa.
Nigel se contempla en el suelo, convertido en una pulpa sanguinolenta. No siente dolor. Su vida ha acabado de esa forma tan poco propia de un artista como él, pero apenas le entristece. El frío que sentía al atravesar a los fantasmas es lo que configura ahora a su ser etéreo. Ojos azules está a su lado y tras ella, todos los demás.
—Ahora escucharás lo que he venido a decirte: Ya puedes correr, hijo de puta, porque vamos a perseguirte por el resto de la eternidad.