Versión definitiva:
EL SUSURRADOR: EXORCISMO
La luz pareció replegarse evitando tocar los contornos de la figura alta y poderosa que se adueñó de la estancia. Era un lugar cómodo, cálido, que reflejaba la buena situación de la familia.
– ¿Dónde se encuentra?
El hombre que a su pesar lo recibió no levantó la vista y contestó con un tono que apenas contenía el temor ancestral que el visitante imponía. De no haberse encontrado en tan desesperada situación, la que ni siquiera los sabios de su culto habían podido resolver, jamás habría recurrido a aquel hombre terrible. Hasta el valor de sus servicios podía ser en ocasiones siniestro.
– En su cuarto. Lleva días de gritos y ruidos espeluznantes. Ya no soportamos más.
El susurrador sabía que el hombre estaba a un paso de echarse a llorar, y sintió (en su peculiar modo) una extraña mezcla de compasión y desprecio.
– Llévame allí. No perdamos tiempo.
La pieza era oscura, maloliente. La discreta elegancia desaparecía atrapada por los vapores de la corrupción reinante. Sobre la cama, el cuerpo consumido de una mujer se retorció bufando al advertir su presencia.
– El susurrador... al fin.
Observó con curiosidad a su convocante. Jadeaba y hablar parecía serle un doloroso proceso.
– Entonces, quieres deshacerte de este..."ser".
– Me está...consumiendo.
– Pero fue un pacto de común acuerdo.
– Lo sé. Sin embargo...no ha respetado...lo escrito con sangre. Apenas puedo...contener su voluntad insaciable. Quiere... adueñarse de mí por... completo.
– Romper un pacto tiene un precio...
– Cualquier cosa es mejor que... ser consumido por esta criatura...despreciable.
– Entonces das tu consentimiento para el exorcismo.
– Solo hazlo...sacerdote, termina...esta lucha. No podré contenerla...por mucho tiempo.
– Bien. Conoces las consecuencias y las aceptas. Comenzaremos en un momento. Debo preparar todo.
Salió de la estancia y llamó al dueño de la casa.
– Entiendo que el hermano de la mujer pertenece al Culto Eclesiástico del Crepúsculo.
– Correcto, pero es solo un novicio.
– No importa. Quiero que esté presente.
– Pero señor...
– Sin peros. Tráigalo ahora. Procure también conseguir las cosas de este listado.
– Bien señor.
El muchacho miró al susurrador con respetuoso asombro. Los viejos maestros de la Abadía solían hablar con hostilidad y temor del renegado. Dominaba tan bien como ellos la Vieja Sabiduría, pero además su búsqueda incansable lo había llevado al corazón de las Artes Inversas, aquellas que no sabían de tiempo ni espacio. Si alguien en la tierra era capaz de mirar de frente al abismo y abofetearlo con un murmullo era aquel sacerdote. A pesar de su condición de apóstata, nadie dudaba en acudir a él cuando lo necesitaba, ni cuestionaba sus decisiones o requerimientos.
– Escucha. Esto llevará algún tiempo. Necesito un ayudante y lo mejor es que sea alguien joven y pariente sanguíneo. ¿Crees poder hacerlo?
– Sí, señor. Es mi deber.
– Te advierto desde ya que no será agradable. Serás la principal víctima de los ataques, aunque claro, no puede causarte un daño real. Además, sabes que esto no terminará bien para tu hermana, y tú también sacrificarás ciertas cosas.
– Lo sé señor. La quería, pero tiene que purgar su atrevimiento. Nuestros caminos se han separado a tal punto que ya no la reconozco. Si existe un precio, tendrá que pagarlo. El libro...
– Conozco lo que dicen las escrituras de tu orden y los preceptos de tu fe. No son importantes para lo que haremos.
– Lo entiendo, señor. – Comprendía que para aquel hombre los conceptos de bien y mal eran muy relativos.
– En cuanto lleguen los insumos, comenzaremos.
El muchacho se estremeció observando el despojo de ser humano en que se había convertido su hermana. Al verlo, algo cambió en la faz de la mujer y, dejando de retorcerse, escupió su nombre como si le quemara en la boca.
– Daniel, el asqueroso santón de la familia. No esperaba verte por aquí. ¿Quieres besar la vagina de tu hermanita?
– ¡Cállate basura del infierno! Eres...
– ¡Basta de palabras! ¡No te dirigirás de nuevo a esta criatura ni harás caso de lo que diga, hijo! ¿Me entiendes? – terció con su imponente voz el susurrador.
– Está bien.
– Y tú, escúchame ahora, iniciaré el ritual.
El rostro demacrado volvió ensombrecerse y los temblores y espasmos recorrieron de nuevo el cuerpo desnutrido de la mujer. Un sonido gutural surgió de su garganta.
– Hazlo. Apresúrate... sacerdote.
Fue un proceso doloroso que se prolongó por largas horas. El horror robó parte del alma de quienes rondaron cerca del lugar. Cada sonido que escapaba del cuarto negaba la convicción de que lo execrable se encontraba lejos de la cotidianidad. Nadie, empero, llegó a vislumbrar lo ocurrido dentro de la habitación.
Cerca del amanecer, Daniel salió presuroso del cuarto. Quienes esperaban alrededor quedaron aturdidos. Aquel muchacho parecía haber perdido años de su vida. Sus ojos poseían el tormentoso brillo de quienes han visto demasiado.
Alguien se atrevió a preguntarle:
– ¿Ha terminado?
El joven miró al inquisidor como si no lo reconociera. Finalmente respondió:
– ¿Qué? No, pero solo quedan unos últimos rituales que...que dijo debe realizar en solitario. Él... él me envió fuera... pero creo...creo que no está realmente solo.
Los demás se estremecieron.
– ¿Cómo es eso?
– No lo sé. No lo sé. Nadie estaba físicamente ahí, pero parecía haber tantos... ojos acechando desde la nada. Presentía su avidez por observar lo que pasaba. Su malsana, repugnante curiosidad. Y yo mismo no llego a explicarme cómo es posible tanta perversidad... Yo...
Comenzó a alejarse, sin preocuparse de quienes lo miraban, angustiados. Continuaba murmurando por lo bajo:
– Malsano, oscuro, repugnante ¿Cómo es que ella...? ¿Cómo...?
Cuando finalmente terminó su labor, el susurrador se quedó unos instantes meditando. Había perdido la cuenta de cuántos casos de posesión había enfrentado. Jugar con las fuerzas oscuras inevitablemente dejaba daños, pero las ambiciones y ansias humanas siempre eran imprudentes. Sin embargo, jamás se había topado con una situación como aquella. Quizá por ello tantos de los impuros habían osado asomarse desde la negrura del infinito.
Echando una ojeada al cuerpo de la mujer que yacía sobre la cama, encaró al demonio jadeante que se acurrucaba a sus pies.
– He terminado.
– Si, susurrador, cumpliste tu palabra. Me has librado de las ansias de esa criatura asquerosa.
– Sabes lo que sucederá.
– Sí.
– Él te buscará.
– Lo sé. Intentaré redimirme a sus ojos.
– Él no sabe de compasión.
– Claro que no. Su Negra Gloria no conoce ese concepto. Yo jugaré mi opción. Puede que si siembro la suficiente vileza el castigo no sea eterno. Como sea, es mejor que la humillación de sucumbir a la voluntad de un ser humano.
– Allá tú. Desaparece.
Una nube pestilente quedó como testimonio de la presencia del inmundo en el cuarto. El susurrador se abocó a la tarea de enviar el alma voraz de la difunta a rendir cuentas en el infierno, murmurando indecibles palabras que contra toda naturaleza provocaron estremecimientos en el cadáver. Luego, enseñó a los deudos la forma correcta de deshacerse del cuerpo. Cuando todo quedó aclarado, rápidamente se escabulló de la estancia.
Retornar a su aislamiento era toda la recompensa que deseaba por ahora.
Eso y saborear el recuerdo de ver a un innombrable sometido por la tenacidad de un humano.
VERSIÓN ORIGINAL:
SEGUNDA VERSIÓN: