Buenas tardes a todos, y nunca mejor dicho lo de tardes. Siento no haber podido enviar antes el borrador
pero quería tenerlo por lo menos con la historia y la estructura final. Voy a tener que echar horas este mes si quiero dejarlo bien. Espero os guste. Ah, al final me he decantado por uno de los títulos propuestos por Sergio, era uno de los que me rondaba por la cabeza.
Las Hollister y la invocación del Homúnculo.
Por José Luis Andreu.
1.
El Dr. Eufemiano Montes desempeñaba el papel de editor jefe de sucesos de la revista digital 24Horas, pero en la clandestinidad de su laboratorio investigaba casos en los que, aparentemente, lo paranormal era factor principal de lo sucedido. Era un hombre menudo, de tez pálida y rostro anguloso. Sus ojos saltones le daban un aspecto siniestro, aderezado por el poco dormir. Desde el principio le interesó el caso Flores, comparaba las imágenes de los asesinatos de estos con las descripciones sacadas de casos que habían tenido lugar a lo largo de la historia y documentados por Augusto Montes, su padre.
—Que buena falta me haces padre—pensó en su catatónico predecesor postrado en una silla de ruedas y sin proferir una palabra en los últimos cinco o seis años, ya no lo recordaba.
Muy parecidos en su ejecución, en todos las fechas eran muy cercanas a la noche de los difuntos. Algo le llamó la atención, las fechas, comprobó que ocho de los diez sucesos se habían producido durante una luna de sangre. Luna de cosecha en visperas de difuntos en algunos cultos satánicos.Se dió cuenta que era un detalle que su padre no había anotado en sus investigaciones —que extraño, era un lunático empedernido.Una ligera diferencia, en todos los documentos aportados por su padre había leves evidencias de la presencia de una sexta persona. Pero solo en el caso de los Flores era obvia.
—¿Que vió la niña? Algo horrible sin duda, pero ¿había un responsable o todo fue casual?—múltiples preguntas le rondaban la mente.
2.
La mirada de aquel fulano me dió a entender que no me quería bien. No apartó sus ojos de mí durante el trayecto que me llevaba a la zona de despachos al final de la comisaría.
-Más suerte a la próxima-le guiñé un ojo al pasar junto a él e hizo ademán de levantarse.
Esa misma noche le había levantado a la cabo Suárez. Aquel pimpollo no tenía nada que hacer ante mis artes seductoras. Sobre todo si venían acompañadas de un par de gramos de coca de primerísima calidad. Yo no era consumidor pero tenía constancia que Pamela sí. Sí, lo reconozco, un acto mezquino por mi parte, pero el fin siempre justifica los medios. Por otra parte el sexo fue horroroso, ella estaba más interesada en inhalar que en introducir, y para cuando me buscó yo ya había hecho el trabajo sucio. La dejé con el resto de la coca y me marché, aunque aquel tipo no tenía porque saberlo. Noté como todavía me seguía con la mirada y le dediqué una elegante peineta.
-Otro enemigo para la causa-murmuré mientras abría la puerta del despacho con mi nombre, Samuel Castro, detective.
Ya en el interior, realizaba hipnóticamente mi ritual diario. Cerraba las cortinas metálicas y apagaba las luces, me servía un café cargado y prendía un Chesterfield. La oscuridad y el humo me ayudaban a ordenar las imágenes y las pruebas en mi cabeza.Desperté de aquel estado catatónico con el Chester entre mis dedos, esos mismos que amarilleaban por culpa de la nicotina. Si seguía así pronto tendría una mancha en el labio como la del Cabo Hilario. La idea me perturbó.
—Tengo que dejar esta mierda.
Con la colilla encendí el último del paquete. El humo me ayudaba a soportar las nauseas. Ratón en mano, abrí la carpeta...El asesino Bizarro.
—Vamos Samuel...es una mierda... pero es tu trabajo—. Miré al exterior del despacho, nadie estaba observando. No llevaba un buen año como para que me vieran hablando solo.
La pantalla del portátil vomitaba fotos macabras a cada click de mi tembloroso dedo. Conocía cada pixel de las imágenes, cada corte, cada desgarro. Los Flores-García. Olga y Tomás, un matrimonio de arquitectos de cierto renombre en la provincia. Celebraban Halloween un día antes en compañía de sus tres hijos. Pablo y Antonio, los gemelos de diez años, y María de ocho. Una amiga de María los acompañaba. Aparecieron descuartizados adornando la casa. Las manos pendían unidas al techo por tendones, amenazadoras, lúgubres. Los cuerpos desnudos decapitados, con las cabezas insertadas en los muñones, creando criaturas espeluznantes. Sin rastro alguno de sangre, algo ilógico ante tamaña matanza. Todos menos Fátima, la amiga invitada a la fiesta, apareció sentada, como una espectadora, a día de hoy todavía no ha dado síntomas de vida más allá de respirar.
—¿Cómo encaja aquella atrocidad?—. Me eché la mano a la cabeza al descubrirme de nuevo hablando en voz alta.
Había visitado a los padres de Fátima, estaban terriblemente angustiados y se sentían culpables, era la primera vez que la niña iba a dormir fuera de casa. La madre, tremendamente religiosa, fuera de si no paraba de repetir que aquello era obra del diablo. La niña seguía en la misma postura que la encontraron, con la mirada perdida, ajena a la realidad, solo de vez en cuando movía imperceptiblemente los labios en una palabra imposible de descifrar.
No había pruebas, ni huellas de nadie ajeno a las víctimas, lo que había desatado rumores entre la población, sectas satánicas, cultos paganos...Cualquiera lanzaba a la red su absurda teoría. Incluso corría una sobre una venganza contra los arquitectos al inflar en demasía los presupuestos de sus proyectos, cuestión que ya había superado los cincuentamil me gusta.
Sólo rumores.
Unos días antes, ante la posibilidad de volver a producirse un nuevo ataque, los ciudadanos habían recibido un protocolo de actuación. Se reforzó la seguridad en toda la ciudad, guardia civil y policía nacional se repartieron las diferentes barriadas, se impuso un toque de queda a partir de las 17:00 horas. Se aconsejó, extraoficialmente, desempolvar y tener lista cualquier arma de fuego de la que se dispusiera. Yo mismo insté directamente a familiares y amigos que abandonaran la ciudad por unos días.
—A menos ovejas que vigilar…—pensé.
Miré el almanaque que había comprado al club de las amazonas, al que pertenecía, mejor dicho... lideraba, Elisa mi hija de catorce años. Apagué el cigarro. Elisa llevaba toda la semana fuera en un campamento. Respiré aliviado al saber a mi hija lejos, lo que le sucediera al resto de la ciudad me la sudaba. Incluso deseaba en secreto que aquellos asesinos, no creía que aquello fuera cosa de una sola persona, le hicieran una visita a mi ex. No le vendría mal a aquella víbora cambiar la piel. Una efímera sonrisa se dibujó en mi rostro.
Con ese pensamiento pulsé su foto en el smartphone.
3.
La pared norte del segundo piso de aquel vetusto caserón estaba ocupada por una enorme biblioteca. En un estante privilegiado sobresalía una colección, en tapa dura color naranja, Los Hollister. Lucia, la amazona con rasgos asiáticos tomó un volumen, Los Hollister en Nueva York, su favorito. Lo colocó sobre la cama y por medio de un recorte de periódico sustituyó el Nueva york por Apuros, le hizo una foto con el móvil y miró al resto.
Las chicas estaban eufóricas y asustadas a la vez. Elisa, les habló.
—Muy bien Hollisters, repasemos el plan—. Echó un vistazo por la ventana, el sol indicaba el mediodía, ante ella una inmenso y yermo terreno salpicado por enormes caserones, diminutos en la distancia.
Su padre se llevaría un disgusto enorme si se enteraba que el campamento había sido un engaño. Por llamarlo disgusto. Ella y sus hermanas de sangre se encontraban en la casa de campo del padre de Raquel, su habitual cuartel general. Esta la miraba con una sonrisa nerviosa.
—Eli...¿no piensas que quizás...no sé, solo...tal vez, deberíamos dejar este juego?
Clara, la amazona más rellenita, la miró con desaprobación mientras se cogía el pelo, salpicado de mechas, en una cola.
—Una Hollister nunca abandona una misión—la reprendió.
Raquel era la más joven, la única que no había cumplido los catorce. No era la mejor en las prácticas de lucha o de tiro, pero era una hacker de primer nivel. Ella se había colado en el ordenador del ocultista Eufemiano Montes y copiado todos sus ficheros, además era su mejor amiga.
—¿Misión?... ¿Has pensado que invocar a un homúnculo del infierno es una misión?- le contestó Raquel muy enfadada. —Hasta ahora hemos disparado contra manzanas y cortado sandías…no te devuelven los golpes, no te pueden hacer pedazos.
—Tranquila cariño, llevamos tiempo preparandonos para esto, recuerda el juramento...¡Todas somos una...
—...contra las fuerzas del mal!—continuó Raquel con el ánimo justo.
—¡HOLLISTERS!— gritaron las cinco chicas al unísono.
Su teléfono móvil sonó y las sacó de su estado de euforia. Elisa miró la pantalla, era su padre. Calmó a las chicas con un gesto de su mano y descolgó.
—¡Hola papi!—acertó a decir en el tono más calmado que pudo.
—Hola cariño, ¿Qué tal tu semana de campamento? Vuelves el lunes, ¿verdad?
—Muy bien, aquí con las chicas, preparando la fiesta de Halloween—le contestó. —Vamos a preparar una buena, ya me conoces.
—Ok, pasadlo bien y cargad energía para el colegio. Espero que a ti y a tus amazonas no se os haya ocurrido extirparos el pecho derecho para mejorar la puntería—soltó una sonora carcajada.
—JA…JA…JA…muy gracioso, pero no disparamos con arco, ¿o acaso no recuerdas lo que te costó la ballesta?—le respondió burlona.
—¡Touche! Jajajaja, bueno, eso me pasa por guasearte. Dale un saludo a Raquel y tus Hollowgirls.
—Hollisters papa, ho-llis-ters.
—Vale, vale, lo recordaré para la próxima.
—Te quiero pequeña—le susurró.
—Te quiero grandullón…
4.
La ubicación enviada en el mensaje anónimo me llevó al caserón que tenía ante mí. El sol se ocultó a mi llegada. Una Luna de sangre amenazadora ascendía por el horizonte. Entré a la casa por la única ventana que permanecía abierta en la planta baja, la gabardina dificultó mi acceso, a punto estuve de dejarme los dientes en mi triunfal entrada. Desenfundé el arma. Con pasos silenciosos avancé por el salón esquivando obstáculos. En la penumbra, sentada en el sofá orientado al enorme ventanal que daba a la piscina, una silueta. Prendí la luz de una lamparita de mesa. Vista de espaldas parecía una chica. No había reparado en mi presencia—o está dormida o muerta—pensé.
—¡Alto Papa!—la voz salía de un altavoz cercano a la muchacha, indudablemente era la voz de Elisa.
—¿Elisa?—pregunté presa del asombro.
Oí un gran alboroto en el piso superior. Las chicas bajaron atropelladas, parecían réplicas en miniatura de Lara Croft. Las miré con cara de pocos amigos, quizá había dejado que Elisa llevara demasiado lejos su juego de las amazonas. De repente caí en la cuenta de algo, tenía ante mí a Elisa y sus cuatro amigas, cinco en total. Yo era el sexto, demasiada casualidad. Un temblor sacudió mis piernas cuando observé, a través de una de las ventanas, aquella enorme luna de sangre sostenida por una tenebrosa nube con forma de garra. Nervioso miré hacia todos lados, respiré aliviado cuando conté a la chica del sofá. Siete.
—¿Qui...quién es vuestra nueva amiga?—farfullé a media lengua. Las chicas me miraban extrañadas
—Oh, nadie papa, es un maniquí trampa...si la tocas se activa un mecanismo que dispara...
—Mierda, mierda, mierda, tenemos que salir de aquí, rápido¬—trate de hacerlas salir de allí mientras la oscuridad se iba adueñando la casa.
—No te preocupes papa, lo tenemos todo controlado.La seguridad en las palabras de Elisa me dejaron prácticamente helado.
—Hay veces que para derrotar al mal hay que invocarlo—la mirada en su rostro me confirmó que hablaba muy en serio.
La casa quedó en total oscuridad, salpicada de reflejos sanguinolentos en las paredes. Intuí cuerpos moviéndose en ella. Cuando mis ojos se acostumbraron busqué a las chicas, peleaban contra criaturas informes. Vacié el cargador de mi arma contra una, del tamaño de un perro, que tenía por cabeza una gran mandíbula de dientes rotos. Mis disparos lo atravesaron, y ante mi sorpresa no me atacó. Las chicas estaban en apuros y yo no era más que un mero espectador. Elisa y Raquel, espalda con espalda, cortaban y ensartaban a una criatura tras otra, pero aquella cacería no tenía final. La sangre que brotaba de sus heridas se fundía con las paredes y daba lugar a otra aberración. Serpientes formadas por torsos humanos, más de aquéllos perros sin cabeza. Una figura conocida se dirigió por la espalda a Clara. Intenté avisarla pero no escuchaba mis gritos. Aquel cuerpo deforme, con cabezas por manos le lanzó una dentellada que la aferró por el hombro derecho. La chica cayó de rodillas y un grito desgarrador surgió de su garganta. Antes que las chicas pudieran ayudarla fue despedazada por las criaturas que la rondaban. Vomité sangre.
—¡Clara, nooo!—gritaron las Hollister al unísono con lágrimas en los ojos.
La impotencia me dominó, estaban rodeadas y más criaturas surgieron de las palpitantes paredes. Aquello era el estomago del infierno.
—¡OFREENDAAA!—aquel grito surgido de las tenebrosas gargantas...me hizo llorar.
5.
Cuando iba a perder la cordura un haz de luz inundó la oscuridad. Miré al extraño sujeto ataviado con unas gafas redondas que proyectaban unos haces de luz. Iba armado con una especie de cañón, debía ser muy pesado pues usaba sus dos brazos para portarlo. Al instante la oscuridad desapareció. Nos encontrábamos de nuevo en el caserón, la oscuridad desapareció, al igual que las aberraciones y las chicas.
—Maldito bastardo, ¿Qué es lo que has hecho?—le grité cogiéndolo de la pechera.
—Lo…lo siento—me dijo quitándose las gafas. Lo conocí, era un periodista con el que había coincidido en la escena del crimen de los Flores. —Creo que puedo hacer algo al respecto. Sigueme a mi laboratorio, si estoy en lo cierto aún podemos salvar a las chicas— Antes de marcharnos me enseño el mensaje que le había llegado a su móvil. El mismo que me habían mandado a mí. No cabía duda que era cosa de las Hollister.
Montamos en mi coche. Conduje a toda velocidad mientras Eufemiano daba órdenes por teléfono a una criada, me pareció entender. Debía bajar a alguien en silla de ruedas al laboratorio. Llegamos a su casa en menos de media hora, y menuda casa. Una enorme mansión dominaba una enorme extensión de terreno. Circunvalamos la mansión y entramos por la parte de atrás, directamente al laboratorio. Un gesto de asombro me cruzó el rostro, el laboratorio era inmenso, lleno de todo tipo de artilugios extraños adornando las paredes, estantes llenos de libros raros. En un rincón un anciano inmóvil nos esperaba sentado en su silla de ruedas.
—Mi padre, Augusto Montes, espero que el sepa cómo solucionar esta pesadilla.
Me dirigí hacia el viejo, su mirada parecía perdida. Le pregunté cómo recuperar a las chicas de aquel infierno en el que se encontraban. No obtuve respuesta alguna. Pasaron los minutos y mi paciencia se agotaba, estaba dispuesto a hacerlo hablar a ostias si era necesario.
Eufemiano me detuvo, se acercó a su padre y le habló.
—Padre, necesitamos tu ayuda, unas chicas inocentes han invocado la ofrenda—le habló con todo el cariño que le fue posible. —No tenemos mucho tiempo para salvarlas, sé que tú sabes la manera de hacerlo.
Sus palabras siguieron sin tener respuesta.
—Yo no soy tu padre…—dijo al fin, dejando a Eufemiano con la boca abierta.
—¿Qué estás diciendo padre?—dijo con rostro afligido.
—Hace cientos de años descubrí como invocar a un homúnculo y de esa manera obtener la vida eterna…—hizo una breve pausa y continuó. —A cambio de ofrecerle la sangre de las víctimas él me alargaba la vida…un alto precio que pagar pero una buena recompensa obtenida a cambio.
—¡Maldito hijo de puta!—exclamé
—Si quereis entrar en su morada mi sangre os guiará, él y yo somos uno—dijo estas últimas palabras y ofreció su muñeca.
Eufemiano estaba en estado de shock, así que me acerqué a su supuesto padre con un puñal de plata que colgaba de la pared y le abrí la muñeca de un tajo. La sangre brotó abundante de la herida y tomó vida propia, se dirigió a una pared cercana y formo un desagradable portal carnoso y palpitante. Me acerqué a una pared repleta de armas y me hice con un enorme mandoble plateado, dispuesto a penetrar en aquel inmundo agujero. Al menos no iría con las manos vacias.
6.
Antes de introducirme por aquel portal inmundo algo atrajo mi mirada. Colgado de dos ganchos en la pared brillaba un lanzallamas de aspecto manejable.
-Es un lanzallamasdivinas- Eufemiano pareció leer mi mente- el combustible es de un yacimiento que se mezcló con la sangre de Cristo. Cógelo, nos será útil.
Lo levanté de sus anclajes, estos ascendieron unos centímetros en la pared. Un temblor sacudió el laboratorio. Las paredes templaron durante unos segundos para volver a la calma.
-Venga, adelante-me dijo con una mueca burlona. Y se bajó sus gafas de luz.
-Id sin demora...no me queda mucho-gimió casi imperceptiblemente Augusto Montes, viendo como brotaba un reguero de sangre de su muñeca izquierda.
-No te mueras-escupí- Todavía.
Avanzamos hacia aquel agujero de carne, me aseguré las correas del lanzallamasdivinas al antebrazo izquierdo. Preferí manejar el mandoble con la diestra. Mi extraño compañero utilizaba las dos para soportar el peso del cañón de luz. Entró con facilidad, lo mío iba a ser mas como volver al vientre materno.
Me deslicé lateralmente, aplastado por la masa viscosa y palpitante. Al cabo de unos pasos asfixiantes salí a un espacio más amplio. Caí de rodillas apoyandome en el mandoble de plata para recuperar el aliento. Mi compañero permaneció estático. Ante nosotros la batalla continuaba, aunque la derrota de Elisa y sus valerosa amigas estaba cerca. Habían masacrado a las criaturas menores pero sus fuerzas estaban al límite y las rodeaban un número superior de aquellos abominables Manoscabezas.
-Es nuestro turno Samuel.
Asentí...noté una presencia vigilándonos.-Al suelo chicas-les grité.
Mi mano izquierda se fundió con el gatillo del Lanzallamasdivinas. La llama azul causó la devastación en cada criatura que tocaba, por su lado Eufemiano y su haz de luz tampoco me iba a la zaga. En unos instantes desatamos el infierno en el infierno. Cuando la última criatura fué historia las chicas, magulladas, exhaustas y lloriqueando, corrieron a abrazarnos.
-¡Samuel, cuidado, el Homúnc...
Fueron las últimas palabras de Eufemiano. Una garra arrancó el corazón de su pecho y retrocedió hasta encontrarse con su propietario. Lo reconocí con odio, era Augusto Montes con rasgos juveniles, embutido en una armadura mongol. Masticaba como un perro el corazón de Eufemiano.
-Esto es asunto tuyo y mío cabrón. Deja marchar a las chicas—me atreví a decir.
Tras una sonora carcajada que me heló la sangre contestó.
-Como quieras, siempre puedo degustarlas más tarde-silbó por su asquerosa boca.
Aquello fue un alivio para mí. Abracé a Elisa por última vez, no paraba de llorar, las otras chicas ya se introducían por el portal. Le susurré unas últimas palabras al oído, y le guiñé un ojo ante su cara de sorpresa. Asintió y se marchó a trompicones con el resto de las Hollisters.C lavé el mandoble en la tierra rojiza, saqué un chester y lancé lejos el resto.
-Me fumo éste último,-lo prendí con el lanzallamasdivinas- y te meto mi espada por el culo, ¿Te parece?- exhalé el humo con aire chulesco.
No le debió de gustar, porque de pronto empezó a mutar en una masa deforme, grotesca, de la que surgían brazos que se dirigieron hacia mí. Un chapoteo a mi espalda llamó mi atención. El portal se cerraba, en el último instante cagó una forma redonda que rodó de manera irregular hasta mis pies. Elisa había cumplido mi petición y allí estaba la cabeza de Augusto Montes con una estúpida mueca de sorpresa. El avance de los brazos se detuvo a escasos centímetros de mí. Con una sonrisa lance lancé una última bocanada de humo sobre el cuerpo petrificado del Homúnculo.
Olía a perro muerto ahumado.
FIN