Tiempo después....
ya lo termine pero es un borrador y tengo cosas que corregir. Esta desde el principio porque le edite varias cosas.
Sintió escalofríos cuando la brisa helada se deslizó sigilosa como un fantasma sobre su cuerpo. Poco a poco tomaba conciencia de lo que ocurría a su alrededor y comprendió que estaba vivo. Un cosquilleo rondaba por sus muslos, allí donde los finos cables habían mandado durante siglos corrientes de electricidad para evitar la atrofia muscular. Sus ojos, con lentitud, percibieron el entorno que había sido su morada durante el largo sueño. Un enorme rectángulo de paredes metálicas, cientos de huevos de cristal suspendidos en las paredes, almacenando cuerpos olvidados por la vida. Todo era oscuridad, tanto en el exterior como en el interior de su mente. Confuso recordaba los últimos momentos de su vida previa, cuando fue colocado en la cámara. No sabía porque, solo sabía que así había salvado su vida, pero algo había salido mal. Se lo decían la infinidad de muertos que lo observaban desde las sombras con sus rostros congelados en el vacío de la no existencia.
Levantó la cubierta de cristal que lo había mantenido seguro durante tanto tiempo y se incorporó con dificultad. Los cables que lo rodeaban se desprendieron solos. Desde lo alto de la estancia, subiendo las grandes escaleras que atravesaban aquella morgue de vivos, se levantaba una enorme figura. Hacía ella dirigió sus pasos todavía confundido. Rostros fríos lo observaban a través de los vidrios. La mayoría en un avanzado estado de descomposición, alargado por los huevos de cristal.
A medida que subía las escaleras podía notar que varios cristales habían sido reventados con violencia. Entre los restos se veían rastros de sangre seca que como él ascendía por las largas escaleras. Gritos perdidos en el tiempo estallaron en sus oídos, los fantasmas que recorrían la estancia. El miedo moraba ahora en sus ojos dándole a todo una proporción más tétrica y sobrenatural. Dentro de las capsulas superiores yacían esqueletos humanos destrozados de manera salvaje. Un ratón pasó corriendo frente a él lanzando un agudo chillido que se perdió en un rincón.
El último escalón lo dejó cara a cara con la gran figura que había presenciado en su despertar. Una mujer de hierro que vigilara en otras épocas a los durmientes, se mantenía de pie, espesas enredaderas negras cubrían su cuerpo y marcas de oxido reemplazaban su antiguo brillo. Grandes alas de hierro salían de todo su cuerpo extendiéndose en espirales a su alrededor. Pasó la mano sobre la fría superficie descubriendo un espejo ovalado sobre los muslos de la mujer. Contempló su alargado rostro, el cabello negro brea derramado sobre sus hombros y su torso desnudo cubierto por numerosas cicatrices. Llevaba unos pantalones negros ajustados y unos largos guantes del mismo material que comenzaban en los codos y terminaban en las falanges. Además, de su cuello colgaba una chapa de identificación con la inscripción KH1.
—Kh…unnn…
Un estruendo metálico llegó desde el pasillo cercano, similar a una mesa derribándose. Algo instintivo se activó en su consciencia, como si los sonidos percibidos durante el sueño regresaran de forma más vivida. El rechinar de garras contra el suelo de metal y gorgoteos furiosos.
Junto a la puerta que conectaba con el pasillo había un pequeño escritorio. Se escondió bajo él esperando para descubrir el origen del alboroto. En su mente resonaban recuerdos previos, explosiones y disparos, gente que corría desesperada por una ciudad sumida en las tinieblas. Un malestar se arremolinó en su estómago y debió luchar para contener aquello que deseaba escapar. Vio a su lado, yaciendo en el piso, una pequeña arma de contornos ovalados aguardaban silenciosas. Sentir el mango entre sus dedos agitó todo un cúmulo de experiencias pasadas, veía a varios soldados a bordo de un helicóptero gritando algo, desde las ventanas. Una enorme ola de fuego estalló en el horizonte.
Varias figuras encorvadas cruzaron el umbral dando grandes brincos y cayeron al filo de las escaleras. De espaldas a él, observaban la sala extendiéndose con sus incontables huevos de cristal. Parecían comunicarse a base de rugidos y gorgoteos. Descendieron con algo de torpeza las escaleras para desaparecer en las sombras. A los pocos segundos se escuchó el estallido de un cristal y luego un sonido que en la mente del hombre se asoció al que hacían al comer bestias rosadas y rollizas con colas retorcidas cuyos nombres no recordaba.
En silencio rodeó el escritorio y en un arrebató de valor abandonó su improvisado escondite aventurándose al pasillo. A medida que dejaba atrás el cuarto de los dormidos sus recuerdos pasaban con mayor velocidad, pero nada era lo suficientemente concreto como para unir las imágenes dispersas. Frente a él, un cono de luz atravesaba el pasillo, una brisa cálida llegaba desde la abertura junto con una infinidad de olores.
El metal había sido destrozado de manera violenta y a través de él podía verse un espectáculo único. Esperaba encontrar ruinas humeantes y cielos grises, pero frente a él se extendía un paraje de verdes pastos de unos cien metros de alto. El cielo era un celeste pastel con nubes de algodón que lo recorrían con tranquilidad. Los cantos de aves e insectos llegaban de todas partes. Pero no podía quedarse a pensar en eso, los rugidos de los seres que habían invadido la cámara estallaron desde ambos extremos del corredor.
Saltó y rodó por una colina levantando una nube de tierra. Se incorporó tembloroso con un brazo herido, algo de sangre manaba de él, pero no sentía dolor. Miró la abertura en el corredor de metal, rodeado por gruesas enredaderas, antes de internarse en la selva de pasto.
Grandes plantas lujuriosas crecían por doquier y la tierra era rojiza, como si sobre ella se hubiera derramado la sangre de incontables personas. En su mente estalló otro recuerdo, se veía a si mismo vestido con una especie de armadura blindada y portando un arma similar a la que ahora portaba. Introdujo su mano en la recámara rectangular y jaló el seguro interno. Automáticamente llevó la otra a la palanca lateral al tiempo que se volteaba de un salto. El cilindro se alargó con un silbido metálico, el cañón estaba listo y era apuntado en dirección a la maleza.
Algunas hojas cayeron sobre su cabeza cuando una parvada de pájaros se lanzó al vuelo. Sus dedos se movían sobre la fría palanca y apretaba los dientes con impaciencia, convencido de que podía ver grandes siluetas moviéndose frente a él. «Sea lo que sea», pensó antes de ser derribado al piso por una fuerza terrible. El arma resbaló de sus manos y quedó fuera de alcance. Alguien tomó sus manos y se las ató con una gruesa cuerda antes de voltearlo. Esperaba encontrarse con uno monstruo, pero para su sorpresa se trataba de un ser humano. Una gruesa bota de piel se estampó sobre su pecho, el captor lo observaba triunfante. Pensó en resistirse, mas al ver que otros hombres salían de entre la vegetación portando lanzas y con expresiones asesinas lo olvido. Quiso hablar, pero el líder de aquel grupo descargó sobre su cabeza una especie de macana rectangular. Tras el golpe una onda eléctrica recorrió su cuerpo dejándolo inconsciente entre salvajes convulsiones.
«Corría en las calles de barro de una pequeña aldea de casas pobremente construidas. Llevaba mi arma cargada y estaba confiado de que todo saldría bien. Pero entonces, comenzaron las detonaciones. A mi espalda, mis compañeros caían uno a uno. Salte a un costado para cubrirme tras el muro de una casa, pero me estaban esperando. Me desplome sobre el limo ensangrentado»
Recuperó la conciencia con lentitud, viendo todo borroso, como cubierto por una espesa niebla. Sintió el calor de las llamas ardiendo cerca de él, y los tablones que formaban el piso. Se encontraba en una pequeña habitación con una sola puerta y dentro de una jaula de madera. Sobre el suelo descansaban toda clase de inmundicias, desde huesos a eses, no quiso saber si eran de origen humano. Algo llamó su atención cerca de las llamas y allí descubrió una especie de tótem hecho de cráneos que lo observaban con sus burlonas sonrisas blancas.
No alcanzó a reaccionar. Alguien abrió la puerta y un embriagador perfume invadió la morada. Dos hombres se acercaron a la jaula encorvados y portando sus lanzas. Tras ellos se deslizó una figura de belleza fantasmagórica, envuelta en una larga tunica blanca sin mangas, con el cabello cayendo en varias trenzas sobre su cuerpo de mármol. Tenía una gracia y delicadeza al andar que parecía dejar tras ella una estela de lujuria. Pero sus ojos dejaban ver que algo en su interior estaba mal, como una enfermedad que carcomía y retorcía su mente.
—Así que es este.
—Si mi señora. Lo encontramos cerca de la aldea mientras cazábamos. Portaba una de las armas malditas…
Una mano de largas uñas rojas se posó sobre la cabeza del hombre de la misma manera en que se premia a un perro. Su mirada era fría y oscura como las profundidades del océano.
—Tu no eres de aquí —miró a uno de los cazadores que sujetaba el rifle del joven—. Si usas estas armas es que tienes relación con aquellos que destruyeron el cielo y lo hicieron caer sobre nosotros ¿Cuál es tu nombre?
No sabía que responder, pues no lo sabía. Así que dijo lo primero que vino a su mente.
—Khun… Mi nombre es Khun.
—¿Qué relación tienes con Ellos, Khun?
—No lo se.
Era la verdad, no sabía nada de las tierras en las que se encontraba. La mujer sonrió divertida mientras tomaba la porra que colgaba de la cintura de uno de sus guardias.
—¿No sabes o no quieres decirme?
Deslizó la macana entre los barrotes tocando el pecho de Khun. Una onda eléctrica más fuerte que la anterior lo golpeó lanzándolo contra la pared. Pero esta vez se mantuvo despierto.
—Porque si es lo segundo, te aseguro que tengo medios para sacarte la verdad.
Un resplandor azulado brilló en el interior de la pequeña casa una y otra vez.
El sol asomó en las alturas despejadas con más brutalidad que de costumbre gracias a la atmosfera ponzoñosa. Las olas hirvientes llegaban para morir a una playa de arenas rojas. En ella yacían numerosos objetos que vistos de cerca se revelaban como calaveras blanqueadas por el sol en cuyas cuencas habitaban crustáceos deformes. La comitiva reunida se mantenía en la cima de un alto médano esperando las palabras de su Señora.
Khun era sujetado por dos cazadores de gran fuerza listos a utilizar sus macanas de ser necesario. Estaba empapado en sangre seca resultado de su estadía de tres días entre aquella gente. Ninguno de ellos se había privado del gusto de recorrer su espalda con el látigo de cuero. Pero se dio cuenta de que el castigo que le infligían, pese a ser contra las culpas de sus “antepasados”, carecía de pasión. Parecía más un acto mecánico que habían sido programados para realizar, de la misma forma que él con las armas.
La Señora Yludiell, cuyo nombre a conocía por las constantes aclamaciones que le dirigía el pueblo, se plantó entre él y la multitud.
—Hijos de la Ciudad Resplandecientes, oíd mi voz. Ha llegado a nosotros como ya saben, uno de Ellos. Los antiguos que derribaron el cielo y lo hicieron caer sobre nuestras cabezas. Seguro que todos conservan en su ser recuerdos de sus ancestros que debieron enfrentar el cataclismo que estos miserables ocasionaron. En especial la sangre ardiente que se derramó desde las alturas quemándolo todo.
La multitud comenzó a inquietarse, la imagen que la mujer mencionaba era ajena a ellos, pero las historias que habían oído bastaban para estremecerlos.
—Pero gracias a los Señores de la Ciudad Resplandeciente nuestro mundo se ha regenerado en parte. Por lo tanto es nuestro deber cumplir su voluntad y sacrificar a todo aquel que sea del linaje de Ellos. Por el bien de sus hijos —veloz tomó a un niño por los hombros y lo alzó ante las miradas expectantes—. O es que pretenden que la sangre ardiente se derrame sobre ellos y los convierta en menos que cenizas.
El niño comenzó a gimotear así que lo bajó, no sin antes darle un beso en la mejilla.
—Pero no se preocupen, porque eso no sucederá siempre que actuemos como es debido. Hoy el enemigo será enterrado vivo, su cabeza desfigurada por las olas hirvientes para luego ser despojada de toda carne por las tenazas de los cangrejos. Que este sacrificio sea visto por nuestros señores —señalo un punto más allá del mar— que reinan más allá del horizonte.
La multitud respondió con una serie de gritos salvajes, convencidos de que aquello debía hacerse sin entender porque. La única que mostraba interés era Yludiell que dirigió una última mirada a Khun antes de sentarse en su improvisado trono de helechos y ramas.
Los cazadores lo arrastraron a su destino sin que opusiera resistencia. «Después de todo, que se yo de este mundo, ni siquiera recuerdo como era antes. No se ni me interesa saber quienes son esos señores o la Ciudad Resplandeciente. Me interesa el ahora, y ahora solo quiero volver a dormir y que dejen de molestarme estos recuerdos». En efecto, la verdadera tortura habían sido las imágenes sueltas que lo atacaban a cada momento. Ellas le habían dejado en claro una cosa: sus manos también estaban manchadas de sangre.
Un grito de terror estalló en el aire causando que todos voltearan en su dirección. Un guardia derribado era arrastrado con violencia tras unos arbustos que se sacudieron unos segundos antes de que los gritos cesaran. Los cazadores se adelantaron a la multitud con sus lanzas listas, a excepción de los que custodiaban a Yludiell y Khun. Unos segundos en los que solo se oía las quebrando contra los cráneos se volvieron eternos.
De un salto el ser emergió. Su cuerpo encorvado media unos dos metros y estaba cubierto por una piel amarillenta. Dos largos brazos eran rematados por gruesas garras que sujetaban una pesada cimitarra empapada en sangre. Pero lo más aterrador era su rostro, pues este no existía. En su lugar solo había una deforme mandíbula ósea de grandes colmillos. Levantando su cimitarra lanzó un bufido que invocó a más como él, todos lanzándose contra los aldeanos. Khun no tenía dudas de que aquellas eran las criaturas de las que había huido al despertar en la cámara de los huevos.
El choque fue feroz. Ambos bandos se golpearon con furia hundiendo sus armas en las carnes ajenas. Aquellos seres eran más resistentes que una persona común y varias puntas se quebraron al instante. No era lo mismo con las cimitarras, que hacían rodar cabezas de un solo tajo. Los aldeanos comunes corrieron a buscar refugió en las copas de los árboles, a diferencia de la Señora que arrebató una lanza lista a morir allí. Los cazadores que llevaban a Khun lo dejaron librado a su suerte antes de unirse a la batalla.
Una de las criaturas hundió sus colmillos en el cuello de un pobre desgraciado matándolo en el acto. Luego lanzó el cadáver a una gran distancia donde aterrizó junto al joven. Valiéndose del cuchillo que descansaba en el cinturón liberó sus manos mientras a su alrededor las lanzas silbaban. Otro monstruo cayó, con el pecho atravesado y sin proferir sonido alguno. Desde los árboles las madres abrazaban a sus hijos entre el llanto y los más jóvenes buscaban algo que pudieran arrojar contra sus enemigos.
Khun se apoderó de una cimitarra que yacía en la arena decidido a cobrar cara su vida. «¿Por qué hago esto? Quería volver a dormir para evitar las pesadillas y en lugar de eso creo unas nuevas. La sangre me llama, hay algo en mi que me obliga a matar» pensaba mientras pasaba la hoja sobre el estomago de una bestia aturdida. De la herida se deslizó una masa oscura y pestilente «Intestinos. No es la primera vez que hago esto y tal vez no sea la última ¿Por qué? ¿Por qué?”
—¡¿Por qué?!
Gritó mientras se lanzaba contra uno de los seres que parecía ser el líder. Ágil, la bestia no solo eludió el golpe sino que descargó sus garras contra el mentón de Khun lanzándolo por el aire. Cayó llenó de ira, algo en él no podía aceptar la muerte en batalla, como si hubiera sido adoctrinado para eso. Alrededor los humanos luchaban en vano contra la horda que pronto los superaría. Vio todo en cámara lenta: Yludiell a punto de ser atacada, los monstruos trepando a los árboles y su agresor lanzándose por los aires con las garras listas.
Fue entonces que sintió el frío metálico en la punta de sus dedos haciendo que más recuerdos afloraran en su interior. Deslizó la mano dentro de la cámara y levantó el rifle con una velocidad que desconocía. Llevó la mano a la palanca y tiró de ella. Una onda de calor recorrió el cilindro como un silbido agudo y salió despedida para impactar el pecho de la bestia. Este brilló por unos segundos antes de ser despedazado en cientos de fragmentos similares a un puré de papas podridas.
Khun se incorporó entre el silencio formado a su alrededor sin decir nada. El cilindro volvió a su tamaño normal echando humo. Las bestias gruñeron por lo bajo, reconocían el poder de un arma maldita e instintivamente le temían. Cautelosas regresaron a la selva sin darle la espalda al joven. Los humanos por otro lado habían quedado petrificados, con el terror dibujado en sus ojos. Incluso Yludiell temblaba al verlo. Durante unos segundos todo permaneció así, como si el tiempo fuera a detenerse para siempre.
Finalmente Khun reaccionó y dándoles la espalda a todos, deseando en parte que alguien lo apuñalara a traición, fue devorado por la selva. Horas después, cuando contemplaba la playa desde un terreno elevado, no pudo evitar pensar:
«Después de todo nada cambio en realidad. Antes era una selva de concreto poblada por luciérnagas artificiales y fantasmas. Ahora es una solo una selva»