La versión final.
saludos a todos,
La invasión de las Mujeres Gato de la Luna
1
Billy detuvo su carrera loca para observar al cielo oscuro. Una luz muy extraña lo surcaba. Supuso que sería una estrella fugaz. Pidió el único deseo por el que estaba luchando: poder cruzar los límites de la región y ser libre.
Tomó un poco de aire y caminó con rapidez. Se sentía muy cansado y débil.
De pronto vio que una figura se recortaba más adelante. Caminaba en su dirección. Llevaba sombrero y un piloto largo. Algo en él le resultaba extraño. No era usual que un hombre caminara tan libre a través del camino en la noche. Podía ser atrapado y esclavizado como lo habían hecho con él. Pero su andar seguro y sereno le indicó que ese hombre no era como otros, no tenía miedo, tal vez era un traficante de armas o un renegado. Un hombre que se había apartado de todo y de todos con la fuerza de sus puños.
Ya era muy tarde para ocultarse o tomar otra dirección. Billy tragó saliva y continuó. Quizás ese hombre podría darle algo de agua o alimento para renovar sus energías.
Cuando estuvieron a pocos metros, Billy alzó su mano derecha a modo de saludo amistoso, pero la mirada azulada y fría del extraño le indicó que su gesto no le había significado nada. Su rostro permaneció impasible, parecía tallado en piedra.
– Hola… - murmuró Billy con un hilo de voz tratando de encontrar una respuesta amistosa en el otro, que se detuvo a menos de un metro.
– Hay dolor en ti. Desesperación. Yo puedo liberarte – señaló mecánicamente y sin pestañear. Su mano se hundió dentro de sus ropas y una ráfaga de plata brilló en el aire.
Billy se sujetó la garganta pero una catarata de sangre bailó delante de sus ojos y fluyó hacia el camino tiñéndolo de rojo.
Después de eso todo fue oscuridad.
2
La puerta de la nave se abrió con dificultad, con un chirrido que partió el silencio. La misma había quedado apresada entre una maraña de arboles resecos en la que había encallado.
El robot salió y recorrió un par de metros de derecha a izquierda. Los instrumentos que giraban dentro del interior de su casquete transparente realizaron minuciosas lecturas de los alrededores. Después de eso anunció:
– ¡Bip! ¡Bip! Todo está bien Capitán Alfa. No hay seres humanos en el área. No encuentro actividad armamentística ni algún tipo de peligro. Sólo hay niveles insospechados de radioactividad. No encuentro explicación. En nuestra base de datos no teníamos registro de reciente actividad atómica en el planeta.
– ¿El aire es respirable? – preguntó una esbelta figura enfundada en cuero negro que se había asomado al exterior.
– Sí.
– ¿Estás seguro? ¿Podemos sacarnos las mascaras Robby?
El robot se tomó su tiempo para dar una respuesta. Mientras tanto, el resto de la tripulación se había animado a salir y acompañar a la capitán.
De manera felina y sigilosa, se abrieron en abanico observando ese nuevo planeta que no las había recibido de la mejor manera. Los tacos finos dejaron pequeñas marcas en la tierra rojiza a la que hacía mucho tiempo ningún ser humano se había atrevido a pisar.
– Pueden sacárselas. Repito, los niveles no son peligrosos. ¡Bip!
Se sacaron las máscaras y respiraron el aire. No era tan malo, algunas de ellas sonrieron aliviadas, dejando al descubierto unos colmillos muy afilados. Ronronearon.
- Teniente Delta- ordenó la capitán–. Quiero que trate de comunicarse ya mismo con nuestra base en la Luna. Tenemos que informarle de nuestro aterrizaje forzoso.
– Ya mismo señora- respondió e inmediatamente regresó a la nave.
– Beta, Gamma y Épsilon, verifiquen que la carga y los recipientes para trasladar las muestras se encuentren bien al igual que los motores de la nave.
Las tres tripulantes desaparecieron al instante. Conocían el duro carácter de la primer oficial, sabían que no debían hacerla esperar o el castigo podría ser terrible.
Alfa se quedó en silencio. Observó las estrellas y la Luna. La ruta por la que habían llegado. Un rictus de enojo se dibujó en su cara. Se lamió la mano y se la pasó por las orejas.
Kappa que esperaba un poco más atrás no se atrevía a hablarle. No quería ser responsabilizada por lo ocurrido.
– Algo anda muy mal, lo huelo…– susurró Alfa mientras su cola no dejaba de moverse.
– Permítame decirle Capitán, la tormenta electromagnética salió de la nada, ninguno de los instrumentos la detectó – expresó Kappa acongojada y encorvándose un poco.
– ¡No lloriqueé! ¡No es el momento! – Exclamó Alfa con el ceño fruncido–. Esto no parece ser la Tierra… ¡Robby! ¡Dime algo que todavía no sé! ¡Mueve tus malditas tuercas!
El robot se acercó y con su voz metálica anunció:
– ¡Bip! Hay una anomalía a la que no le puedo encontrar solución. Estamos en la Tierra a 300 millas de nuestro objetivo, pera la lectura temporal en el reloj de la nave señala que estamos en el año 3025.
– ¡Miau! ¿Qué dijiste????
3
Un par de horas después, y repuestas de la sorpresa, las mujeres gato sacaron de la bodega de la nave los vehículos con los cuales podrían trasladarse por la Tierra. Un carro de seis ruedas muy altas con gran espacio de carga y dos potentes ciclomotores.
El sol ya se había alzado sobre las montañas, revelando una región inhóspita, árida, casi fantasmal, dando la sensación de que algo malo podría suceder.
Alfa, caminando delante de su tripulación de derecha a izquierda comentó sin mirar a ninguna:
– Todas sabemos que la situación es difícil, la tormenta electromagnética nos ha hecho viajar en el tiempo, pero debemos completar nuestra misión, una vez que hayamos conseguido el uranio y las muestras alimentarias trataremos de volver de alguna manera a nuestro tiempo. No podemos perder de vista el objetivo que nos han encomendado. La vida de nuestra raza depende de ello.
Hizo una pausa y miró a sus subordinadas. Parecían cinco exquisitas estatuas negras, inmóviles y silenciosas.
– Gamma, Delta, se quedan con Robby para vigilar la nave y arreglar los dispositivos de potencia. El resto vendrá conmigo. ¡Ffshhh!–ordenó lanzando un bufido.
– ¡Como ordene Capitán Alfa!- exclamaron al unísono moviendo las puntas de sus colas que descansaban sobre el suelo.
Kappa y Épsilon subieron al carro, mientras que Beta espero a que Alfa tomara su moto. Luego ella tomó la otra. Se pusieron los cascos y arrancaron.
Dejaron una pesada polvareda detrás de ellas. Eran valientes y decididas, no le temían a lo desconocido. Provenían de una raza guerrera y sangrienta que no se había detenido ante nada ni nadie cuando tomaron control de la Luna, deshaciéndose de sus pares masculinos que las habían sojuzgado durante varios siglos.
Pero ahora todo había cambiado. Los recursos minerales se estaban extinguiendo al igual que los alimenticios. Necesitaban de uranio para proveer de energía a sus ciudades, y seres con los que poder alimentarse. Las ratas y los hurones no se reproducían a la velocidad que ellas necesitaban. Pero habían encontrado un buen sustituto, en esos seres que habían llegado en las naves llamadas Apolo y que se llamaban así mismos seres humanos…
4
Lo primero que vieron fueron las cruces de madera recortándose entre las rocas. Creyeron que se trataba de una muestra de religiosidad extrema y por curiosidad se dirigieron para verlas.
A pesar de su frialdad, no pudieron dejar de sentir un gusto amargo en sus bocas, el horror más extremo parecía haberse apoderado de toda la escena ya que en las cruces había seres humanos clavados como moscas.
Los vehículos se detuvieron y las mujeres gato bajaron.
– ¡Miau! ¿Qué diablos es lo que está ocurriendo acá? – preguntó Kappa sorprendida.
- No tengo idea. Pero desde que llegamos todo parece estar patas para arriba. Grrrr– gruñó Alfa.
– Tal vez se trate de algún tipo de castigo- expresó Beta olfateando el aire.
– O una advertencia– afirmó Alfa–. Investiguemos. ¡Ffshhh!!
Con una gran agilidad felina, Alfa y Beta saltaron hacia las rocas y treparon sin esforzarse.
Vieron que los cuerpos, apenas cubiertos con harapos, tenían diversas heridas, latigazos, sin tener en cuenta de que los buitres habían realizado un gran trabajo con los mismos.
Había hombres, mujeres de diversa edad, con los cabellos revueltos, sucios, algunos en muy mal estado de salud. Eso no impidió que Beta se acercara a una joven y le lamiera la sangre que le enrojecía el cuello.
– No tiene tan mal sabor. No hace mucho que murieron.
– A veces creo que eres un poco asquerosa – señaló Alfa con evidente desagrado.
– Lo hago por el bien de la misión querida. Ya sabes cómo soy– replicó Beta con una sonrisa irónica en la cara.
Un gruñido las interrumpió. Inmediatamente sus sentidos se agudizaron. Caminaron en zigzag entre los cuerpos y descubrieron que un hombre de cabellos blancos y largos movía la cabeza. De golpe tosió y escupió algo de sangre.
– ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Quién les hizo esto?- lo interrogó Alfa.
El hombre alzó la cabeza con sumo esfuerzo, con las pocas fuerzas que le quedaban. Sus ojos se abrieron. Eran grises, apagados, sufridos. Se enfocaron en las mujeres y un aire de sorpresa corrió por su cara.
– ¿…Q…Quiénes son… ustedes…?
– Eso no importa. Debe decirnos quien les hizo esto – le ordenó Alfa.
– ¿No lo saben…? ¿De…de donde vienen…?
– ¡Respóndame de una vez lo que le pregunté!- rugió Alfa mientras le alzaba la cabeza y lo miraba con furia.
–…Los simios, fueron los simios…los amos del planeta…
– ¡Re-miau! ¿Ellos son los amos del planeta?
– ¡Llévense mis dedos, mi cabeza pero denme paz! ¡Se los suplico! – les rogó el hombre completamente aterrado.
– ¿Para qué querríamos sus malditos dedos? – bramó Beta sorprendida con la respuesta.
Alfa, apiadándose del humano acercó una de sus garras e hizo lo que le había pedido.
Sin volver a mirarlo le dio la espalda y observó a su alrededor. Un aire malsano y demencial la sofocaba. La crueldad era extrema. Ellas jamás se habían comportado de esa manera, ni aún en los peores tiempos, cuando se habían sublevado.
El odio se formó en su interior y se hizo una promesa, si esos simios existían, los iba a hacer pedazos…
5
Las dos voluminosas figuras se acercaron a los restos de Billy, que se hallaba tendido junto el tronco de un árbol reseco al costado del camino. Sus brazos estaban cruzados sobre el pecho. De no ser porque le faltaban todos sus dedos y que la cabeza yacía entre sus piernas, casi se podría decir que parecía estar durmiendo.
- Uh-uh-ah-ah, no fue muy lejos – gritó el más grande con una voz grave y pesada.
- ¡Je! ¡Je! Es verdad, no sé para qué quieren escapar. Siendo nuestros esclavos pueden vivir un poco más- respondió el otro. Se pasó el dorso de la mano por la nariz y se secó un poco el líquido que le caía.
– ¿Otra vez con alergia Lucius?
– ¡Es el olor que despiden estos malditos humanos! Su pelo me destruye. No sé cómo tú puedes soportarlos Taylor- gruñó el gorila rascándose los sobacos.
– No te quejes, lo bueno es que terminamos rápido. El teniente sabrá valorar esta noticia. A este no podrá crucificarlo, pero…
– Espero que de todas maneras nos regale esa cena que nos prometió- Lucius se detuvo y se rascó la cabeza pensativo.
- Uh-uh-ah-ah. ¿Sucede algo?
– No me importa que pueda pasarles a estos humanos… Me pregunto quién es el que le hace estas cosas...
– Con nuestra raza no se ha metido así que… ¡Que se vaya al diablo!
– ¿Diablo? Eso me hace recordar de una antigua leyenda que había en la zona… No puedo recordarla bien…
- Grrrr. No te preocupes. Volvamos al campamento.
Taylor agarró la cabeza de Billy y la metió dentro de una bolsa. En ese momento una voz cavernosa los llamó desde la radio.
– Patrulla, ¿Están ahí, pueden escucharme?
– Acá estamos Teniente Hunter. Encontramos al fugitivo. Está despanzurrado, sin dedos, como los que aparecen cada tanto. Uh-uh-ah Alguien nos ahorra el trabajo.
– Grrr…Bien, no me importan quién puede ser. El general ordenó que vayan hacia el sector Rojo. Hubo reportes de que algo cayó del cielo en ese lugar. Fíjense si se trata de un meteorito o de algún antiguo satélite. No quiere que los humanos puedan tener ningún tipo de tecnología. Solo son mano de obra barata para que construyan nuestras fortificaciones.
– ¡Maldición! – Gruñó Taylor–. Ya quería volver…
– Después de eso pueden hacerlo, soldados, uh-uh-ah-ah– respondió Hunter y cortó la comunicación.
A regañadientes, los dos gorilas subieron al jeep arrastrando los brazos y se pusieron en marcha. Sin darse cuenta que no muy lejos de ahí, una figura con el piloto al viento los seguía con una mirada siniestra y la mano lista para empuñar su cuchillo, anhelando encontrar su próxima víctima. Un impulso muy conocido le indicó que debía seguirlos…
6
Los vehículos se detuvieron en la cuenca de un río, donde un bosque pálido trataba de elevar sus ramas hacia el cielo débilmente, como pidiendo permiso.
Las mujeres gato se acercaron a las aguas y se refrescaron el rostro.
Kappa aprovechó que Alfa estaba lejos del grupo y le preguntó:
– ¿Cree que lo que dijo ese hombre antes de morir es verdad? Miau, ¿Ese diablo existirá? ¿Los simios?
– Ya puedo creer cualquier cosa. De acuerdo a lo que hemos visto y con la información que Robby me ha transmitido, debemos suponer que hubo alguna clase de cataclismo nuclear, la tierra ha quedado yerma, y por alguna razón los simios han evolucionado y esclavizado a los hombres. Se divierten con ellos y los usan como obreros, esclavos. Debemos estar preparadas, ellos pueden ser muy agresivos.
– Las armas están listas y nosotras también. Ffshhh
– Bien. La computadora señala que el yacimiento de uranio se encuentra un poco más adelante, cruzando el bosque. Espero que no se equivoque. Después de atravesar la tormenta las lecturas han sido poco claras. Ha detectado algún tipo de ciudad, edificaciones y signos de vida pero todo de manera muy confusa.
– ¿Qué están murmurando?- las interrumpió Beta con mirada inquisidora.
– Relájate, nada que tú no sepas– respondió Alfa.
– Gatitas, ya saben que no me gustan los secretos – advirtió.
– No exageres, Ffshhh – bufó Kappa enseñando un colmillo.
Alfa iba a darles un tirón de orejas a las dos, pero justo en ese instante se dio cuenta que había movimientos entre el follaje de los árboles a muy poca distancia.
– Cuidado, siento que nos observan – susurró, y en ese instante una lanza voló sobre sus cabezas.
Afortunadamente para ellas, el tirador no tenía buena puntería, así que sin mediar una palabra, las mujeres contraatacaron. De inmediato, sacaron sus armas láser y dispararon.
Dos árboles se desintegraron en el acto. El olor a quemado les inundo las narices.
Afinaron los oídos y esperaron. Les pareció escuchar unas voces que hablaban entre sí.
– ¡Salgan de una buena vez o quemamos el bosque entero! – gritó Alfa con furia.
– ¡Ya…ya salimos! – respondió una voz femenina con el temblor en su voz.
Dos figuras se dejaron caer de las copas de los árboles. Vestidas con pieles, armadas con cuchillos en las manos, dos muchachas casi adolescentes se acercaron con temor.
– ¿Qué cosa son ustedes? ¿Son los diablos que nos cazan uno a uno? ¿Van a cortarnos los dedos a las dos?- preguntó la más alta, con el cabello rubio al viento y el terror flotando en sus ojos.
– Lindas, sus dedos no nos interesan. Hay otras cosas que queremos de ustedes- señaló Beta con excitación en su voz, adelantándose a las otras y extendiendo sus garras de manera amenazante.
Las muchachas comprendieron que algo muy malo les iba a suceder. Aterradas ni se atrevieron a correr…
7
La llama azulada del soldador recorrió el largo del panel. Una triple costura sobre el metal debía ser suficiente. Robby se enderezó y silbó los primeros compases de Sweet home Chicago.
– ¿Terminaste con eso?- preguntó Delta preocupada.
– Sí, teniente. ¡Bip! Todo este sector había quedado muy golpeado por las rocas al aterrizar. Pero lo he dejado como nuevo.
– Puedes darte por satisfecho. Yo no he podido comunicarme con nuestra base en la Luna. Creo que jamás podremos volver. Tendremos que quedarnos en este mugroso lugar. ¡Ffshhh!! – se lamentó sacudiéndose algo de polvo de su brazo.
– ¡Bip! Tengo una teoría. Si logramos llegar a la tormenta electromagnética e ingresar con las coordenadas exactas tal vez tengamos una posibilidad.
– Rrrrr –ronroneó– ¿Y si no lo hacemos en el punto exacto?
– Nos quedamos en este espacio tiempo o podemos ingresar a otro.
– ¿A un agujero negro?
– También. ¡Bip!
– Odio tu realismo.
Robby iba a responderle, pero sus sensores le indicaron que algo se aproximaba.
– ¡Pliz…please! ¡Peligro Teniente Delta! ¡Peligro!- fue lo último que pudo anunciar Robby antes de que Taylor cayera sobre él y lo golpease con uno de los bastones de roble con los que acostumbraba aporrear a los humanos.
Algunos pedazos del cristal que cubría la parte superior de la cabeza volaron en pedazos. Un chisporroteo corrió entre las plaquetas de transistores y el robot comenzó a sacudirse como un pez fuera del agua.
Al gorila no le importó lo que le estaba sucediendo ya que el siguiente golpe que le lanzó le dio de lleno en un costado, haciendo que Robby perdiese en equilibrio y cayese sobre la tierra rojiza dándose un golpazo.
Lucius el otro simio saltó sobre Delta con una gran rapidez, golpeándola en la mandíbula y dejándola inconsciente en el acto.
Como una muñeca de trapo, su cuerpo flexible se deslizó hacia el suelo lentamente, casi en cámara lenta.
Gamma, sin saber lo que ocurría salió al exterior sin tomar ningún tipo de cuidado. Su sorpresa fue muy grande al ver que dos gorilas de más de dos metros de altura se abalanzaron sobre ella con sus caras desencajadas.
– Grrrr…Es mejor que no corras gatita, no quiero lastimarte– la amenazó Lucius–. Puedes servir para lograr un ascenso.
– Aunque… uh-uh-ah-ah, no es mala idea que corras, así podremos divertirnos, je, je– agregó Taylor maliciosamente con una baba espesa cayendo de su boca…
8
Las mujeres gato llegaron al anochecer. Las primeras sombras estaban cayendo sobre la nave como un suave manto negro mientras que el sol se ocultaba tras las montañas del oeste, dando un toque lúgubre al escenario.
Inmediatamente vieron al robot que yacía con los brazos inertes a los costados.
– ¡Miau! ¡Robby! ¡Despierta! ¿Qué ha sucedido? – gritó Alfa sacudiéndolo con vehemencia.
Las luces en el pecho comenzaron a titilar y un ruido de motores que se encendían sonó dentro de la carcasa metálica.
– ¡Bip! ¡Bip! ¡Peligro! ¡Peligro!
– ¡Odio el momento en que se reinicia este maldito! – gruñó la capitán enseñando los dientes afilados.
– ¡Biiiip! ¡Bipppp! ¡Ya estoy bien! ¡No se preocupen por mí! – anunció Robby poniéndose de pie con cierta dificultad. Sus piernas de formas redondeadas no lo proveían de mucha agilidad.
– ¿Qué sucedió?
– ¡Bip! Sé que las probabilidades de que me crean son escasas, pero tengo de decirle que dos gorilas de pelo corto y muy pocos modales nos atacaron sin previo aviso. Pude ponerme en modo de espera, de esa manera creyeron que se habían deshecho de mí.
– ¿Qué hicieron con Delta y Gamma?
– Se las llevaron.
– ¡Malditos simios! ¡Eso no vamos a permitirlo de ninguna manera! ¡ Ffshhh!
– ¡Vayamos a hacerlos pedazos!- afirmó Beta con vehemencia.
– ¡Estamos con usted! –gritaron las otras poniéndose firmes.
– Robby, ¿La carga está bien?
– En perfectas condiciones. ¡Bip!
– Entonces vamos a liberarlas. Pero no nos olvidemos de nuestras amiguitas. Pónganlas en las cámaras de hibernación, después vemos que hacemos con ellas. Esos cerebros de cacahuates sabrán lo que es bueno. Nunca debieron meterse con nosotras. ¡Ffshhh!!
Una mirada llena de odio y desprecio refulgió en la mirada de Alfa y sin esperar un segundo más, la tripulación trasladó a las muchachas, que estaban inconscientes a las cámaras. Luego fueron hacia la bodega donde unos ruidos que helaban la sangre comenzaron a surgir de ella.
El infierno se habría de alzar una vez más en el castigado planeta Tierra.
Alfa, en soledad, vio unas huellas que le llamaron la atención. No pertenecían a sus gatas ni a las grandes botas que usaban los simios. Estas eran más chicas y parecían ser de un hombre. ¿Pertenecerían a ese diablo del que les habían contado…?
9
El Teniente Hunter se paseó con evidente nerviosismo delante de la jaula. El taconear de sus botas golpeteaba como un martillo contra el piso de madera, mientras que sus pensamientos parecían querer salirse de su cabeza.
Estaba preocupado, jamás se había encontrado con una situación así, haber atrapado mujeres extraterrestres, la posibilidad de conseguir su nave espacial… Eso le podría significar un gran ascenso y dejar ese horrible campamento periférico entre las ruinas, tal vez podría obtener un puesto en la Gran Ciudad de los Simios, donde podría ser reconocido y respetado.
Pero todavía no estaba seguro de lo que ellas le habían dicho. Tenía que averiguar mucho más, no quería caer en una posible trampa de los humanos.
Delta y Gamma, sin mostrar miedo o resignación se mostraban altivas y despreocupadas.
– ¿Sabe que este lugar huele muy mal? – preguntó Delta con una marcada ironía en su voz.
Hunter clavó los ojos en ella y con un manotazo de furia arrojó al piso todos los utensilios que había sobre la mesa.
– Grrr… ¡Cállese mujer! ¡No está en condiciones de hacer bromas!
– No es una broma bicho salvaje. ¡Ffshhh! – replicó mostrándole las uñas.
– No creo nada de lo que me dijeron. Grrr…¡No sé de donde han salido ni porque visten así!
– Ya se lo hemos dicho, venimos de la Luna– interrumpió Gamma molesta con el mal carácter del orangután.
– ¡Es una mentira! – exclamó corriendo hacia la jaula y golpeado con sus puños en la misma. – ¡No mientan, uh-uh-ah! ¡Uno de nuestros médicos las atenderá y me dirán lo que quiero saber! Después les borrará todo lo que tienen en sus cabezas. ¡Je, je!
– Miau, no va a asustarnos. Estamos acostumbradas a lo peor. Somos guerreras, toda nuestra raza lo es– aseguró Delta.
En ese mismo instante, la puerta se abrió, y un chimpancé de estatura media moviéndose de lado a lado y vistiendo un guardapolvo, ingresó con un maletín en su mano. Taylor y Lucius lo siguieron como fieles perros.
El doctor saludó bajando apenas la cabeza y dejó sus cosas sobre la mesa. Hizo caso omiso del desastre que había en el piso. Al parecer estaba acostumbrado a las reacciones de Hunter.
Miró a las mujeres dentro de las jaulas con desprecio. Luego sacó dos jeringas y las llenó con un líquido verde y espeso que había dentro de una ampolla.
– Tráiganmelas- expresó de manera mecánica. Era lo que siempre hacía.
Los gorilas se acercaron a la jaula enseñando de manera amenazante los bastones. Abrieron el candado. Unas muecas de gozo se reflejaron en sus rostros.
Taylor agarró de un brazo a Delta y la arrastró fuera de los barrotes. Ella clavó sus uñas en su mano enorme y peluda, pero el simio se mostró inmutable. Lucius se encargó de Gamma y le sostuvo los brazos detrás de la espalda.
El doctor se acomodó las gafas y se acercó con las jeringas alzadas en su mano.
– Después de esto no volverán a ser tan ariscas, uh-uh…
10
La aguja se acercó al brazo de Delta, pero justo en ese preciso instante, las ventanas del cuartel volaron en pedazos y las enormes patas peludas de una araña gigante ingresaron en la sala.
Delta aprovechó la sorpresa para darle una patada al doctor chimpancé, hacerlo rodar sobre la mesa y caer detrás de la misma.
Taylor corrió hasta una repisa donde se hallaban colgadas las escopetas, mientras que Lucius, al tener al arácnido encima se limitó a defenderse a palazos.
Hunter, ni lerdo ni perezoso, sacó una pistola de su cartuchera y comenzó a dispararle, sin tener en cuenta que el resto de las mujeres gato habían ingresado.
– ¡Detente salvaje! – exclamó Alfa apuntándolo con su pistola laser.
– ¡Pagaran por esto malditas! ¡Grrrr! ¡Nadie puede alzarse contra nosotros! ¡Nuestra raza es la más fuerte!
- ¡Eso lo veremos! ¡Frrsshh!
Alfa disparó dos veces, pero sus rayos fallaron por poco. A pesar de su tamaño, Hunter demostró su agilidad evadiéndolos, girando hacia un costado y luego saltando hacia unas escaleras de hierro que llevaban hacia un piso superior.
En el otro extremo, Lucius había sido presa de la araña, que lo estaba devorando con lentitud. Y Taylor no había podido hacer mucho más, ya que los láseres de Épsilon y Kappa lo habían alcanzado en la cabeza y en el tronco. Su cuerpo desmembrado yacía contra una de las paredes.
En el exterior, los sonidos de la destrucción y los gritos de los simios conformaban una melodía caótica. Las llamas comenzaron a alzarse en el campamento, iluminando la cara de Hunter que conformaba la máscara de la derrota.
– ¿Qué es lo que han hecho, uh-uh? ¿Qué sucede ahí afuera?
– Liberamos a los humanos que tenían prisioneros y están acabando con los tuyos, mientras que las otras arañas que trajimos están destrozando el campamento- señaló Alfa con fiereza.
– No puede ser, era mi oportunidad, dejar de mandar a veinte gorilas estúpidos y enviarlos a que atrapen fugitivos... farfulló. Luego corrió hasta un ventanal por el que se podía ver todo el lugar.
– Está sucediendo, este es final, Ffshhh…- señaló la mujer gato y saltó sobre Hunter, que no pudo reaccionar ante el velocísimo ataque. Los colmillos de Alfa se cerraron sobre la garganta del orangután, que sólo pudo sentir un inmenso dolor al notar como su carne era desgarrada y la vida se le escapaba en la sangre que lo bañaba.
Minutos después, el cuerpo del teniente cayó sonoramente sobre piso, y Alfa con la boca teñida de rojo y el triunfo reflejado en todo su ser comentó a las otras:
– ¿Saben algo? El sabor es bastante aceptable.
– Ni loca voy a alimentarme con esos bichos olorosos, Ffshhh - bufó Gamma.
– Tal vez Beta no piense lo mismo. Sería bueno preguntarle… Busquémosla, algo me dice que puede necesitar nuestra ayuda. Tuve la sensación de que hemos sido observadas todo este tiempo…
11
Beta, que se había quedado afuera del edificio liderando a las arañas, notó una presencia extraña a sus espaldas. Giró y lo vio. Las llamas a sus espaldas le daban un aire demoniaco. La figura de un hombre alto con sombrero y piloto se recortó contra ellas, mientras que gruñidos y alaridos llenaban el aire.
Notó que la atmosfera había cambiado. Un frío muy acentuado había caído en la zona de manera anormal. Fuerzas desconocidas se habían hecho presentes en el campamento por algún motivo incierto.
Beta comprendió que ese individuo era el que atemorizaba a los humanos, los cazaba, les cortaba los dedos y bebía sus almas. Ella no creía en fábulas ni era supersticiosa, pero era capaz de percibir que había algo perverso en él, en lo tenebroso de su ser.
– ¿Qué quieres aquí? – le preguntó ella dando unos pasos en su dirección mientras lo escudriñaba de arriba hacia abajo y su cola comenzaba a viborear.
– He sido atraído por el dolor y la destrucción. Son buenas en eso. Lo hacen muy bien. Somos parecidos. Vivimos para matar.
– ¡Ffshhh! No te hemos llamado. Puedes volver por donde viniste.
Los ojos del extraño se pusieron rojos y chispearon bajo el ala del sombrero de una manera que ella jamás había visto y que la perturbó mucho.
– No voy a irme. Ustedes pueden darme lo que quiero, lo que necesito.
– ¿Sabes algo? ¡Ffshhh! Creo que puedes irte bien al diablo– señaló Beta sacando la pistola de su funda y disparándole en medio del pecho.
El extraño vaciló un momento y su cuerpo pareció arder por unos breves instantes pero no se desintegró, muy por el contrario, el mismo absorbió toda la energía.
– Yo soy el diablo– respondió él caminando con paso firme hacia ella.
Beta sacudió la cabeza confundida. Maldijo a ese planeta y a la tormenta electromagnética que las había llevado a padecer todas esas cosas, pero no podía quejarse, tenía que enfrentar la situación y no había margen para el error.
El Demonio del Polvo, como así lo llamaban los nativos, sacó su cuchillo de cazador y seguro de su victoria corrió sin ningún tipo de reparo hacia la mujer gato…
Una cuchillada cortó la noche y voló hacia el cuello de ella, pero Beta estaba preparada y la detuvo con esfuerzo, con la ayuda de sus dos manos. Ellas eran mucho más agiles y rápidas que los humanos, algo que el demonio no había previsto. Y en el mismo movimiento, ella hizo palanca, giró las muñecas y le sacó el arma, pasó detrás de él y le puso la daga en la garganta.
– Creo que te estás poniendo viejo. ¡Ffshhh!!– le susurró al oído y sin esperar un segundo, hundió el frio acero en la carne del demonio.
Un gemido horripilante, alimentado con la agonía de cientos de inocentes brotó de su boca, provocando que a Beta se le erizaran todos los pelos de la nuca y haciendo que su corazón amenazara con detenerse.
Asqueada dejó caer el cuerpo y el cuchillo. Había sido una prueba durísima, la más dura que había tenido en toda su vida. Había visto el horror y el odio extremo directo a los ojos y eso la perturbó. Se sintió mareada, angustiada.
Escuchó unos pasos que se acercaban. Eran Alfa y las otras que lucían felices pero cansadas.
–Hemos vencido- afirmó la capitán–. Y veo que tú también.
– Todavía no- Beta agarró una de las maderas que se hallaban encendidas y la arrojó sobre el cuerpo del demonio que ardió como si estuviese en el infierno. Agotada cayó de rodillas.
El sombrero de ala ancha, que había quedado a un costado, rodó por el suelo y golpeó contra la pierna de Beta. Un impulso irresistible hizo que lo agarrara, le sacara el polvo y se lo pusiera.
– ¿Cómo me queda? – les preguntó a las otras que la miraron extrañadas. Algo había cambiado en ella. Un halo de oscuridad intensa comenzó a rodearla. Con la vista buscó el cuchillo y lo levantó del piso. Extasiada lo contempló.
– ¿Te sucede algo? – preguntó Alfa.
– ¿Raro? Nada raro. Jamás me sentí mejor…
Su mirada se tornó rojiza y mirando a sus ex compañeras señaló:
– ¿Saben algo? Este mundo es especial. En cuanto encuentre un piloto largo voy a ponerme a trabajar, y creo que esta vez el Demonio del Polvo va a buscar otro tipo de victimas…
Sin decir algo más, estiró su brazo derecho y miró a las Mujeres Gato de la Luna por sobre la hoja de acero.
Un escalofrío siniestro corrió por el cuerpo de ellas y comprendieron que ahora tenían un nuevo, terrible e inesperado enemigo con el que debían luchar.
Simplemente alzaron sus garras. Solo quedaba esperar y ver si podían derrotar a esa representación del horror extremo o él las devoraba…
HT2014:Escritor