Es que con los años se ha perdido la técnica. Ya no se escribe pulp y no es, como se suele creer, por falta de popularidad del formato-los comics y las series de televisión han recogido el testigo.-, sino por falta de técnica. Una literatura popular precisa, veloz, de consumo rápido, no se escribe en la actualidad porque los formatos tienden a una extensión mayor, para ser leídos en vacaciones, por largos lapsos de tiempo y con énfasis en una metatrama que enlace distintas novelas. Pensemos en Harry Potter, por ejemplo. En ese sentido, los pulps apuestan al one-shot.
No obstante, quiero creer que Lester Dent hubiese considerado un defecto la extensión exagerada de las novelas de Harry Potter, a partir del cuatro libro. Tanto Doc Savage como Harry Potter son personajes planos, sin una caracterización acabada en muchos niveles, pero Doc Savage no pasaba doscientas páginas tratando de discernir si besaba o no a la damisela de turno. No había espacio para tantas vacilaciones. Hubiese sido una suerte de falta de respeto al lector y a su sentido común.
Cada novela pulp de una serie como las de Doc Savage o La Sombra es una experiencia delimitada. Una historia con principio y final claramente establecidos. Hoy en día, cada novela de una "saga" es una etapa en la resolución de la metatrama y, en ese sentido, se parecen más al folletín que al pulp. Perfectamente podrían reunirse en un solo tomo omnibus y leerse de una patada, como un solo libro. Sin embargo, sería un solo libro excesivamente grande.
Un tema a examinar en ese ámbito sería la necesidad de clausura que tiene el consumidor literario actual en relación al lector o lectora de pulps, que prescinde de la clausura. Hay una cierta obsesión por el sentido, por la revelación final, por ver cómo todo se resuelve de manera coherente. De ahí los constantes gemidos cuando una serie de TV -léase, e.g. LOST- no termina en forma satisfactoria ni cierra todos los problemas o misterios propuestos. En los pulps, la coherencia es menos importante que la acción del relato y eso también es una cualidad estética. Pensemos en una serie de ochenta novelas de Harry Potter, de 60000 palabras cada una y se darán cuenta de lo grave que ha sido el error del mercado moderno en términos de ventas, cerrando la serie demasiado pronto. Pero, claro, Joanne Rowling no es Lester Dent.