Un relato de misterio, un puñado de niños curiosos, y una casa encantada

El relato que sigue es obra del autor Javi Arboleya, un joven treintañero de Gijón (Asturias), y entusiasta tanto de la literatura como de la música. Un miembro más para nuestra comunidad pulp, quien se presenta como sigue, con un relato clásico, donde los niños y las casas encantadas nunca fallan.

Relato: Cuentos de Niños. Por Javi Arboleya

El grupo de niños observaba impresionado la vieja mansión que se alzaba ante sus ojos. Tenía dos plantas, una enorme puerta de entrada, las ventanas se veían con los cristales rotos y cubiertos de suciedad, la hierba y el musgo habían empezado a cubrir la descuidada fachada dándole un aspecto más desolador todavía. Un amplio y salvaje jardín rodeaba el lugar salpicado de enormes arboles antiguos. El sol caía a plomo en ese mes de Agosto, la mayoría de los niños iban sin camiseta porque les resultaba demasiado incómoda para sus carreras, saltos y demás movimientos que harían durante todo el día, luego más tarde, al caer el sol, podrían ir a refrescarse al rio que cruzaba la localidad, pero antes, habían decidido ir a la famosa mansión abandonada de la que tantas historias, leyendas de fantasmas y maldiciones habían escuchado.

-¡Aquí la tenéis, la mansión maldita! –dijo Tommy-.

Todos se arrimaron más a la verja oxidada que protegía el camino hacia la entrada de la casa para observar mejor cada detalle  de aquel lugar.

-Pues a mi no me parece para tanto –exclamo Joseph- , simplemente es una vieja casa sucia y descuidada.

-Cállate hermano –respondió Tommy-, muchos niños han desaparecido al entrar en ella y no se ha vuelto a saber nada de ellos.

-Es verdad, yo también he oído esas historias –dijo Arthur-, dicen que su antiguo dueño, vivía con su mujer y sus dos hijos y que un día el hombre hizo un pacto con un diablo, que consistía en venderles las almas de su familia a cambio de que la mansión se mantuviera eternamente en pie, ya que la había construido el y no quería que nada la destruyese. Pero el hombre, sintiéndose arrepentido más tarde de lo que había hecho, rompió el pacto y sobre él y toda su familia cayo una maldición. Nunca más se supo de ellos pero se dice que todavía continúan vagando por la casa y que todo aquel que entre sin la debida protección mágica, quedara maldito eternamente.

Todos quedaron callados durante unos segundos tras escuchar la historia que Arthur les había contado.

-¡Tonterías! –gritó Joseph-. No son más que cuentos de viejos para asustar a los niños como tú y para que no entren a fisgar en la mansión. Seguro que dentro hay cosas magnificas.

Joseph era unos de los niños más jóvenes del grupo pero su juventud la suplía ampliamente con la elevada valentía y valor que le llevaba a hacer cosas que los chicos más mayores, no se atrevían a realizar.

-No son tonterías –se defendió Arthur-. Esta historia se la he escuchado a escondidas a personas mayores que hablaban entre ellos.

-Los adultos también se engañan entre ellos –intervino Paul-.

-Es verdad –reflexiono Tommy-, yo también he descubierto alguna mentira entre adultos.

-Entonces solo hay una manera de saber si está realmente maldita. Propongo que entremos por turnos, en solitario, y que cada uno coja un objeto de la casa para demostrar que ha estado en el interior –les retó Joseph en un típico alarde de los suyos-.

-¿Y por qué no entramos todos juntos?-preguntó Paul-.

-Para hacerlo más interesante –respondió Joseph guiñándole un ojo-.

-Está bien, yo estoy a favor –dijo Tommy al cabo de un momento-.

-Vale, por mí no hay problema –apuntó Paul-.

-Bueno…si no hay más remedio, pero yo no quiero ser el primero en entrar –dijo Arthur algo preocupado.

-Muy bien, yo seré el primero ya que he propuesto la idea –dijo Joseph sacando pecho teatralmente-. Os demostraré que son solo cuentos de niños, traeré un objeto que encuentre dentro y luego será vuestro turno.

-Muy bien, de acuerdo todos, pero no nos entretengamos demasiado en la casa porque nos puede anochecer aquí y quiero ir al rio a darme un baño –dijo Tommy-.

Dicho esto los niños buscaron un acceso a la casa porque la verja de la entrada principal estaba cerrada, era demasiado alta y acabada en unas afiladas puntas que no les transmitía mucha confianza para atravesarlas. Recorrieron el muro que rodeaba todo el perímetro hasta que hallaron una parte suficientemente baja para escalarlo y pasar al otro lado. El punto por el cual iban a atravesar, quedaba en la zona posterior de la casa, no sabían que había detrás ya que desde la verja principal no se veía.

-No hagas ninguna tontería y si te ocurre algo dentro pega un grito para que te podamos ayudar –le dijo Tommy a Joseph-.

-Tranquilo hermano, se cuidar de mí mismo, no hay nada que temer, si me encuentro con el fantasma del viejo, le avisaré de que luego pasareis vosotros a saludarle-.

-Muy gracioso pero en serio, ten cuidado, no me gusta esta casa, me da mala espina y recuerda no entretenerte demasiado, coges algo de allí dentro y sal inmediatamente, -dijo Tommy-.

Joseph pegó un gran salto y se encaramó al borde del muro, trepó mientras los demás le deseaban suerte. Una vez arriba observó el panorama.

-¿Qué ves? –le preguntaron los demás desde abajo-.

-Nada especial, solo un montón de pequeños árboles y uno más grande, un manzano creo-contestó el-.

-¿Nada más? – dijeron con cierto tono de desilusión-.

-¿Qué os esperabais, todos los niños desaparecidos que decís? –bromeó Joseph. Me voy chicos, en diez minutos estaré aquí de nuevo. Hasta luego.

Y salto hacia el otro lado.

-Bueno, ahora solo nos queda esperar –dijo Tommy a los otros-.

Se tumbaron contra el muro a dormitar mientras el sol les producía una agradable sensación de bienestar.

Joseph aterrizó sin problemas en la suave hierba, miró a su alrededor y luego se encaminó hacia la entrada de la casa. Por detrás se veía en tan mal estado como por la parte delantera pero parecía que no se había derruido ninguna parte, por lo menos vista desde el exterior. Atravesó el conjunto de pequeños árboles, el suelo en esta zona estaba alfombrado de manzanas, algunas mordisqueadas suponía que por los animales que por allí habitasen y otras estaban ya podridas. El gran manzano del que provenían estaba situado al lado, cargado de manzanas con muy buena pinta, alguna rama era suficientemente baja para que estirándose pudiera coger su fruto. Pero tendría que esperar porque el deseo de entrar en la casa era más poderoso que el de comerse una manzana, por muy buena pinta que tuviera. Ya al lado de la casa, intentó asomarse a las ventanas pero estaban tan sucias que apenas consiguió vislumbrar nada más que las siluetas de muebles y cuadros. Una vez que llegó a la puerta de la entrada vio que estaba forzada. Entrar sería fácil. Con una ligera sensación de temor la atravesó.

 La luz entraba muy difusa por las ventanas aunque era suficiente para moverse por el interior. Unas escaleras subían al piso de arriba, decidió que primero daría una vuelta por el que estaba. Encontró una cocina llena de utensilios antiguos y tarros de alimentos con apariencia sospechosa. Un gran salón con enormes sofás y diversos cuadros de naturaleza marítima junto con una chimenea que debió proporcionar en su momento calor y relajación a los habitantes. Continuó su búsqueda en el piso de arriba, entrando en lo que parecía el dormitorio principal. Una enorme cama presidia la habitación junto a un armario de madera y una cómoda. A Joseph le llamó la atención un cuadro situado en la cabecera de la cama. En él, se reproducía una ciudad de elevadas torres y pináculos, con pasos elevados entre una zona y otra. Los tonos de color eran muy oscuros dándole un aspecto bastante siniestro. Al fondo de dicha ciudad, se alzaban unas ciclópeas montañas de las que parecían surgir ríos de lava. Cerca de las cimas había representadas una especie de murciélagos gigantes alargados. A Joseph le temblaron las piernas, se sentó en la cama durante unos segundos mientras se recuperaba del ligero mareo producido.

-Este calor insoportable me está afectando. Sera mejor que explore lo que me falta de la casa, coja algo rápido y salga de aquí –pensó en el agua fría del rio al que después acudirían para refrescarse del calor del día-.

El resto del piso superior lo conformaban dos pequeñas habitaciones, un baño y una biblioteca de tamaño bastante considerable. Dada la cantidad de polvo acumulado en ella y el escaso interés por los libros que Joseph tenía, paso de largo. Cuando se dispuso a bajar por las escaleras se detuvo. Desde allí podía escuchar un ligero ruido proveniente del piso inferior. Sonaba como a una especie de roce seguido de unas pisadas muy amortiguadas.

-¿Hola, sois algunos de vosotros chicos? –preguntó en voz alta-. Si pretendéis asustarme no lo conseguiréis y encima habéis quebrantado la apuesta que teníamos de entrar uno por uno.

El ruido cesó durante un  instante reanudándose poco después. A Joseph le empezó a latir fuertemente el corazón pero no se dejó amilanar y decidió descubrir de donde procedía ese sonido. Descendió con suavidad sin apenas levantar el polvo posado en las escaleras hasta llegar a la planta baja. Siguió el rastro del ruido por un pasillo oscuro hasta que se encontró con una puerta que antes se le había pasado por alto. Lo que producía el misterioso sonido parecía proceder desde detrás de aquel lugar. Sin pensárselo giró el pomo y abrió, encontrándose con unos escalones que descendían. Un fuerte olor a humedad y a cerrado asaltó sus fosas nasales. Valiéndose del mechero que siempre llevaba consigo a todas partes, bajó por los escalones. Suponía que era el sótano de la casa, a medida que fue descendiendo el ruido ganó en intensidad. Una vez que se acabaron los escalones avanzó unos cuantos pasos hasta encontrarse con  un escritorio. El ruido que le había guiado hasta aquí, salía de un montón de harapos y ropa vieja tirados al lado del mueble. Algo se removía entre esto. En un alarde más de valentía y sangre fría Joseph apartó a un lado el montón, descubriéndose lo que allí se escondía. Inmediatamente una enorme rata apareció, se quedó observando a Joseph fijamente, con el pelo del lomo completamente erizado. Con un chillido muy agudo la rata se escabulló entre sus piernas perdiéndose de vista al instante. Joseph rompió a reír liberando así toda la tensión producida por el fugaz encuentro con el animal.

-Maldita rata estúpida, casi se me caen los pantalones del susto –dijo en voz alta-.

Una vez más tranquilo, husmeó por el sótano a la luz del mechero. En el suelo parecía haber tallado una especie de dibujo o símbolo que ocupaba gran parte de la estancia. Bajo la escasa iluminación, observó que el símbolo estaba formado por múltiples figuras geométricas que le sonaban de las clases y otras que no conocía de nada. Se preguntó cómo habrían conseguido tallar semejante cosa en el suelo de piedra con tanta precisión. Había un gran número de estanterías abarrotadas de libros y hojas sueltas, pero lo que definitivamente captó su atención fue una estatuilla. Estaba hecha de un material completamente negro que no supo reconocer. Representaba una figura humanoide que tenía cuatro brazos en posiciones extrañas. La cara poseía un aspecto feroz, de la boca abierta en un grito silencioso sobresalían dos enormes colmillos inferiores adornados con unos abultados labios. Las piernas se encontraban separadas y flexionadas formando una especie de M. El cabello era largo, atado en una coleta que llegaba a la altura de la cintura. Vestía con un sencillo taparrabos y de sus cuatro manos y dos pies colgaban muchas pulseras y abalorios. A Joseph le pareció una figura increíble y no dudo un instante en que ese sería su botín. Su hermano y sus amigos se mostrarían realmente impresionados con lo que había encontrado. Se alegró de haber sido el primero en entrar en la casa ya que de lo contrario otro podría haber conseguido la estatuilla y llevarse el respeto de los demás. Sin más dilación se marchó de allí.

Fuera el sol seguía cayendo sin piedad. Tenía la boca completamente seca del polvo del interior de la casa, al pasar por el gran árbol se estiró para coger una manzana que le aliviara un poco la sed. Alcanzó una sin gran esfuerzo  y se dirigió hacia la zona del muro por donde había cruzado, mientras limpiaba en sus pantalones la superficie de la fruta. En el jardín de los pequeños arboles dio el primer mordisco mientras canturreaba y observaba con más detalle la misteriosa estatuilla negra. El sabor era exquisito, nunca había probado una manzana de tanta calidad, un intenso frescor inundó su boca y garganta mientras tragaba. Un segundo después, notó una sensación muy extraña. La estatuilla se le hizo muy pesada y cayó en la hierba con un ligero ruido.

-Está tardando muchísimo –dijo Tommy adormilado-. Mira que le advertí que no se entretuviera demasiado.

-Calculo que lleva media hora dentro –dijo Arthur-. A este paso nos va a anochecer aquí y no podremos ir al rio.

-Voy a mirar por la verja de la entrada, igual ha salido por allí y nos está tomando el pelo –propuso Paul-.

-Muy bien, yo me subiré al muro y lo avisaré a voces desde aquí, no sería la primera vez que nos hace algo parecido y nos tiene esperando horas y horas para que luego aparezca en el rio riéndose de nosotros –dijo Tommy-.

Mientras que Paul fue hacia la verja, Tommy se encaramó al muro y comenzó a llamar a Joseph. Al cabo de pocos minutos Paul volvió de regreso.

-La verja está abierta, ha debido salir por ella dejándonos aquí –dijo Paul indignado-

-Maldita sea –gritó Tommy-, esta vez no lo esperaremos como tontos, vámonos al rio ahora mismo a cantarle las cuarenta.

-¿Y si continúa estando dentro? –preguntó Arthur-.

-Ha tenido que escuchar cuando le he llamado, sabe perfectamente volver a casa solo, si sigue ahí dentro que pruebe por una vez su propia medicina –contestó Tommy-.

-¿Quién sino habría podido abrir la verja desde dentro? –dijo Paul-.

En una última oportunidad, Tommy gritó en voz alta:

-¡Joseph, sal de ahí ahora mismo si continuas dentro, nosotros nos marchamos al rio, haz lo que quieras!

Las palabras llegaron a todos los rincones de la casa pero no hubo respuesta. Al cabo de unos instantes los niños se marcharon del lugar.

Joseph lo escuchó todo, incluso vio a su hermano subido al muro, llamándole. Pero él ya no podía hablar, ni moverse. Sus piernas se habían convertido en un pequeño tronco que se hundía firmemente en la tierra, sus brazos eran ahora finas ramas cubiertas de hojas y su cabeza… en fin, ya no tenía cabeza. A su alrededor los demás árboles se mecían con el suave viento en el suelo cubierto de manzanas en diversos estados de conservación. En los pocos segundos de consciencia que le quedaban, comprendió al fin la maldición de la casa y supo cuál era la naturaleza del peculiar jardín del que pasaría a formar parte toda la eternidad. Su vista se fue nublando poco a poco, observando fijamente el muro que le separaba de la libertad a tan pocos pero imposibles pasos, hasta que solo fue un árbol más.

En el interior del sótano, la estatuilla sigue posada en la estantería, esperando pacientemente a que su dueño la reclame hasta que tenga suficientes almas para reponerse del pacto roto hace casi siglo y medio. No tiene prisa, sabe que la casa durara para toda la eternidad.

Javi Arboleya. 2013

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