Relato «Más allá del océano helado» por Roberto Julio Alamo, incluido en Amanecer Pulp 2012
Las ciclópeas y enigmáticas nebulosas se esparcen por los confines del abismo infinito, y a lo lejos, el gran Arcturus refulge con fuerza renovada. Las rebautizadas constelaciones de Gadhär y Masshûl dan luz al vasto vacío que se abre ante la astronave Kadak-XI, la primera misión tripulada a Luna Saturni. La inclinación es de 0,348 54 grados, y hemos de aproximarnos teniendo en cuenta su órbita, cuyo periodo es de 15,94542.
Titán, la mayor de las lunas de Saturno y la más grande del sistema solar, solo es comparable en tamaño a Ganímedes, satélite de Júpiter. Basándome en los estudios y teorías de Ekberg, experto en el terreno de la astrobiología, creía en la posibilidad de que en el satélite se dieran las condiciones para albergar vida. Me asomé hacia el espacio profundo y pude avistar algunos pedazos de nave, que flotaban a la deriva en el gélido y silencioso espacio profundo.
Caronte refulgía en la silenciosa lejanía, abnegada por tinieblas sempiternas; junto a las instalaciones de Nova Terra se alzaban algunas naves de reconocimiento dirigidas a Venus, ya que pertenecían a la Compañía de Cristal de Venus, destinada a buscar valiosas fuentes de energía.
Precisamente era esta empresa la que había financiado la expedición a Titán, puesto que la rama de la astrobiología les resultaba extremadamente atractiva –sobre todo por los beneficios que podía reportar en caso de un hallazgo de relevancia–.
Debido a mi experiencia en el análisis de estromatolitos, investigando los seres que soportan climas adversos, me eligieron para este trabajo. Echaba de menos la colonia de Nova Terra, no me ilusionaba demasiado cruzar el peligroso y desconocido cosmos, pero sabía que debía permanecer en calma, dispuesto para cualquier emergencia.
Mi especialidad estudiaba microorganismos que no requieren oxígeno para vivir, como algunas bacterias del intestino humano o ciertas entidades que moran en los volcanes submarinos; repasando los apuntes de Fogg, observé que las fluctuantes temperaturas de Titán solían rozar los menos ciento setenta grados bajo cero. Partiendo de que la vida es algo más de lo que nuestra primitiva visión pretende, investigué la principal composición química del satélite. Casi todo estaba conformado por metano, que se hallaba en los tres estados: líquido, sólido y gaseoso. Era posible que algún tipo de vida que aún no concebíamos, basara su composición en el metano como elemento principal, en lugar del agua. Océanos de metano se abrían paso en Titán bajo una densa capa de hielo que cubría prácticamente por completo el planeta. Nuestros radiotelescopios no habían logrado aún la tecnología suficiente para realizar sondeos fiables en la gélida superficie, de modo que la única solución era la misión en la que nos hallábamos inmersos.
La rama de astrobiología especializada de Nova Terra había puesto sus esperanzas en mí, y esto suponía un gran prestigio a la par que una gran responsabilidad. Entre los tripulantes del Kadak-XI, casi todos empleados del mantenimiento de la nave, me acompañaban dos científicos de gran destreza: el doctor Ryan Braud y el cartógrafo espacial Derib Jhonson. Ambos estaban tan emocionados como yo debido a la misión encomendada. Sabíamos que permaneceríamos solos durante unos días en la superficie de la luna helada, pero no nos importaba con tal de completar nuestras investigaciones astrobiológicas. De ser concluyentes los resultados, revolucionaríamos los conocimientos del espacio conocido. Observé como lentamente, ante nosotros surgía Saturno, con su gigantesco anillo, y bordeándolo durante unas horas, llegamos finalmente a nuestro destino. El transporte viró al llegar a la luna Titán, y pronto nos acercamos hacia su densa atmósfera. La aeronave se desestabilizó durante el descenso y se dieron fuertes turbulencias; todos sufrimos numerosos golpes mientras tratábamos de alunizar, y finalmente, el transporte venció al fuerte viento cuando sus turbinas se emplearon a la máxima potencia.
Ya a salvo, la astronave descendió lentamente hacia la superficie del gigante helado, y pude admirar la anaranjada atmósfera cuyo horizonte azulado me recordó durante un instante al de la Tierra. Exactamente habíamos llegado hasta el satélite el 14 de Febrero, que según el calendario del planeta Saturno se situaba sobre el V, 6.
Todo a mí alrededor olía como los megalíticos complejos que conformaban las refinerías de combustible de Nova Terra, y por los gestos de mis compañeros, deduje que también reconocieron las emanaciones. Se debían al alto nivel de metano en todo lugar del vasto satélite. Nos abrochamos las máscaras modelo Carter y nos cubrimos con los trajes de cuero tratado; sobre éstos nos pusimos, para resistir al frío, unos monos reforzados, como los utilizados en las minas lunares. Titán había dejado de tener importancia para la comunidad científica debido al revuelo originado por los hallazgos en la superficie de Venus. La difícil obtención de cristales en el planeta, debido a los vestigios de una extraña raza de entidades primitivas, había apartado el proyecto del programa espacial.
Agradecía que las circunstancias se hubieran desarrollado de este modo, puesto que de no ser así, no sería yo el líder de ésta expedición sin precedentes. La compuerta del transporte se abrió lentamente dejando entrar algunos copos, y el olor a metano se hizo aún más insoportable. En el lejano horizonte observamos como enormes volcanes escupían llamas contra los increíbles bloques de hielo. Tales eran las elevaciones de éstos bloques que por un momento pensé que se trataba de cordilleras. En el cielo, las nubes y otras masas gaseosas se arremolinaban creando extrañas formas violáceas, y la oscuridad en el planeta era omnipresente, de modo que nos valimos de nuestras linternas. Procuramos transportar todas las tabletas alimenticias y la comida que nos fue posible, y abandonamos el Kadak-XI. Las colinas purpúreas y blanquecinas de Knomus-XIV, región que nos habían encomendado reconocer, se extendían hasta las rugientes elevaciones volcánicas.
Las temperaturas eran extremadamente bajas, y a pesar del buen abrigo con el que contábamos, nos era imposible andar grandes distancias de una sola vez, pues las piernas y los brazos se entumecían fácilmente. A pesar de la lejanía del sol, Ryan supo reconocerlo inmediatamente, por lo que Derib pudo trazar la actual órbita del planeta sin inconvenientes. La astronave Kadak-XI, que supuestamente nos recogería pasados tres días –a no ser que surgieran imprevistos–, despegó para marchar más allá de Saturno. Algunas tormentas de gran peligrosidad se aproximaban 30º al oeste, y decidimos refugiarnos durante la noche en una de las múltiples cavernas de hielo que se alzaban en la zona. El hielo, al estar compuesto tan solo de metano, desprendía aquel fuerte olor tan desagradable, lo cual nos dificultó el sueño. De momento no me preocupaba el oxígeno, pues contábamos con botellas de emergencia. Yo hice el primer turno de guardia, y durante la noche sempiterna de Titán, contemplé la bella estampa que ante mis ojos se hallaba: Grandes extensiones de hielo, al parecer formando continentes, se alzaban con blancura impecable ante las formaciones volcánicas; en ocasiones, las nubes de gas tóxico entraban en contacto con el magma, y tremendas explosiones quebraban los gigantescos icebergs provocando terribles temblores de tierra.
Observé el emblema de la compañía que adornaba el cañón de mi pistola lanzallamas y después escribí éste informe. Ahora el turno de guardia le toca a Derib, por lo que procuraré descansar. El frío es casi insoportable, lo que, al sentirlo en mis propias carnes, me hace dudar de la existencia del planeta; se trata del lugar más adverso para albergar cualquier tipo de vida conocida.
V, 9. POR LA TARDE
Desperté algo aturdido, y comprobé los cilindros de mi equipo de respiración nada más levantarme. Después, tras comer un par de tabletas alimenticias, me dirigí al exterior de la caverna para aproximarme al océano de metano. Mi idea era comenzar las investigaciones allí. He de confesar que las extrañas y oscuras nubes de Titán me aterran al contemplarlas, y que los truenos suenan mucho más fuerte que en la Tierra, como si una cólera contenida se avecinara. A lo lejos comprobé como varios rayos caían, y el olor a humedad aumentó. Al pensar en las posibles lloviznas contuve la respiración, pues, evidentemente, en Titán la lluvia es también metano en estado líquido.
Junto a Derib analicé la composición de las diversas capas de hielo y después recogí muestras de metano líquido, las cuales podían ser el hábitat de algún tipo de microorganismo. El silencio era total en aquel pedazo de hielo en mitad del cosmos; quizás fue la razón por la que Ryan comenzó a canturrear mientras recogía muestras minerales. Resultaba aterrador caminar por aquella superficie muerta y congelada, pues parecía que nos hallábamos en un oscuro planeta fantasma.
Alrededor de las 6,30 advertí al equipo que debíamos abandonar el trabajo para refugiarnos, puesto que era inminente que aquellos nubarrones monstruosos descargaran su furia sobre nosotros. Observé que el lateral de la montaña helada en cuyo interior nos refugiábamos, no estaba totalmente cubierta por el hielo y la escarcha, de modo que daba lugar a un agudo ángulo pedregoso que descendía en forma de valle. Por supuesto, recogí algunas de las extrañas piedras –similares a los erosionados cantos rodados de los ríos–; éste hallazgo me hizo pensar que quizás, mucho tiempo atrás, la atmósfera de Titán hubiera sido capaz de albergar el calor suficiente para un deshielo masivo. Probablemente, en otro tiempo, la nieve que pisaba fuera un caudaloso río de metano.
Me resulta molesto tener que alimentarme con éstas tabletas alimenticias a través de la máscara, pero despojarme de éste respirador modelo Carter supondría mi muerte instantánea. Los cilindros funcionan perfectamente, llevando el oxígeno hasta mis conductos nasales, y me pregunto qué frío hará en tan inhóspito lugar, si yo, a pesar de mi abrigo, tirito sin cesar. Descansaré durante unas horas antes de proseguir el trabajo, pues resulta agotador moverse por la superficie de Titán. Al parecer, la gravedad de la superficie lunar es de 0,14 g. 1.35 m/s2, algo que dificulta notablemente nuestros movimientos por la superficie.
V, 9. POR LA NOCHE
Los 5150 kilómetros que conforman el diámetro de Titán convierte el satélite en un mundo entero, un nuevo lugar que investigar. La pasión con la que comencé a caminar sobre este sombrío lugar no se puede comparar a la aversión que siento ahora. La temperatura media ronda ahora los ciento setenta y nueve grados bajo cero, y los vientos incrementan en rumbo sur. La presión atmosférica es sin duda insoportable la mayor parte del tiempo, y el nitrógeno, también abundante en la atmósfera, deja su huella en nuestro material y herramientas. Muchos de los utensilios con los que contábamos en un principio han quedado demasiado deteriorados para su funcionamiento, y llegamos a creer que no podríamos concluir la investigación. Después, Derib ha logrado reparar algunos de los artilugios, lo cual ha permitido que prosiga con mi estudio astrobiológico. Por su parte, Derib continúa analizando la composición geológica del astro. Pediré ayuda a Ryan para finalizar con mi evaluación.
Son las 9,15 y las temperaturas han comenzado a fluctuar de nuevo. El sonido de las erupciones y de las tormentas ya nos resulta familiar, por lo que no influye nefastamente –como antes– en nuestro trabajo.
He tardado horas en contactar con la compañía desde la superficie de Titán, y me he visto obligado a ascender a través de una ladera empinada. Finalmente, la transmisión se ha llevado a cabo, y he informado de que nos encontramos en condiciones de proseguir. El alto mando me ha notificado que nuestra recogida se llevará a cabo después de lo previsto, pues el Kadak-XI ha sufrido un percance al entrar de lleno en un campo de meteoritos. Un avión de reparaciones FG-7 se encargará de que la astronave esté lista, en condiciones para devolvernos a Nova Terra. Los vientos gélidos se han incrementado durante la noche. El clima implacable me ha obligado a abandonar la conversación con la base, y he decidido regresar a la caverna.
La radiación ultravioleta resulta peligrosa cuando la órbita de Saturno resulta próxima al sol, y las placas de hielo, tectónicamente inestables, se derriten a velocidad pasmosa cuando esto sucede.
Ryan me ha informado de que ha realizado un pequeño hallazgo. La composición química de algunas de las rocas que encontré bajo el hielo coincide con la de ciertas canteras de Marte. El mineral con el que están formadas es ligeramente distinto, aunque he de decir que sorprendentemente conserva el color rojizo. Resulta extremadamente interesante, por lo que proseguiré su trabajo mañana, al despertar.
La sonda robótica K-XII, construida específicamente para la misión Kadak-XI, está supuestamente preparada para resistir las temperaturas del océano de Titán. Aún no hemos comenzado a montarla, pero guardo la esperanza de que mañana esté lista. Temo que la sonda no sea suficientemente resistente para aguantar las terribles temperaturas, por lo que trataré de que la inmersión sea lo más rápida posible. Controlaré la máquina desde los mandos de los que dispongo, en la caverna helada.
V, 10. POR LA TARDE
A lo lejos las nubes descargan intensas lluvias de metano, y el olor a refinería vuelve a invadir la región. Descendí hasta el océano acompañado de Derib y realizamos con la pistola lanzallamas un amplio boquete en la superficie helada. Requería más muestras, por lo que me apresuré a recoger metano líquido antes de que la abertura en el manto helado quedara sellada de nuevo. No pude apartar el medidor de titanio de las aguas del océano, por lo que el rápido efecto de congelación se extendió atrapando el utensilio. Traté de desprenderlo del metano congelado, pero me fue imposible. Ni siquiera las venusianas moscas farnoth devoran a la velocidad que lo hace el hielo de Titán.
Intenté, en numerosas ocasiones, mantener comunicación estable con la base, pero el cableado del interfono se ha visto dañado por la humedad y las frías ventiscas.
Al regresar hasta la gruta, comprobé que el trabajo de Derib y Ryan había resultado satisfactorio, y que la sonda robótica estaba lista para explorar aquellos inmensos y desconocidos océanos. El misterio que albergaba tan oscuro líquido, bajo la gran capa de hielo, no hacía más que inquietarme, aunque estaba dispuesto a lo que fuera para continuar con mis análisis y experimentos. Ryan, experto en física cuántica, se ocuparía de revisar los controles y conexiones de la sonda. Por mi parte, yo supervisaría la inmersión.
Lamentablemente, el temporal no parece tener intención de amainar, de modo que tendremos que posponer la exploración submarina. La sonda está lista, pero no sabemos cuánto tardaremos en poner en funcionamiento el plan. He decidido ordenar que ambos científicos descansen, ya que deben estar en plenas condiciones cuando la sonda realice el reconocimiento.
V, 11. POR LA NOCHE
A pesar de la oscuridad reinante, calculo que ya es de noche en el planeta –según la medición de la Tierra–. Nos hallamos a 17 de Febrero, que según el calendario de Saturno equivale a V, 11. A lo lejos he podido contemplar un espectáculo horrendo a la par que asombroso, pues varios tornados se han formado en las lejanas cordilleras, y conservando la electricidad de la tormenta, se han desplazado destrozando parte de los inmensos glaciares. Las temperaturas provocan que en cuanto la capa de hielo se parte dejando ver el océano, el metano se congele de nuevo supliendo la capa agrietada.
He estado realizando algunas comprobaciones en nuestro precario refugio en la caverna helada, y he llegado a la conclusión de que bajo el metano líquido existe algún tipo de microorganismo desconocido, algo sorprendente. No he podido mantenerlo en secreto hasta una nueva evaluación, pues Ryan y Derib se han percatado al instante debido a mi entusiasmo. La primera guardia, como siempre, me toca a mí, de modo que me he permitido unos minutos para escribir éste informe poco detallado en el rollo. Aunque dudo que la mayoría de las experiencias vividas aquí me sirvan para la investigación, pues resultan triviales, prefiero dejar constancia de ellas. Es posible que requiera que todos y cada uno de los datos queden registrados en mis rollos de información.
Observando el horizonte, poco antes de irme a dormir durante el turno de Ryan, he creído enloquecer durante unos instantes. A lo lejos, más allá del océano helado, distinguí extrañas y bellas luminiscencias. Diversos colores impregnados de un haz fantasmal, cubrían el cielo sepultando a las borrascas negruzcas. En un principio quedé asombrado, aunque después creí haber hallado un motivo lógico. Aquel fenómeno, probablemente, se asimilara al producido en la Antártida, en el planeta Tierra, conocido como “aurora boreal”. El despliegue de luces y colores resultó impresionante. Aún, mientras escribo estas líneas, contemplo éste espectáculo de la naturaleza, aunque el sueño comienza a hacer mella en mí. Mañana utilizaremos la sonda robótica para explorar el fondo marino de Titán.
V, 12. DURANTE EL OCASO
De nuevo, un espectáculo de luces se extendió por el manto celeste, y su haz fulgurante se reflejó en las numerosas capas de hielo, que cambiaron de color al instante. De pronto, el satélite pareció ser invadido por una gran gama de tonos psicodélicos y extrañas sombras. Las formas se retorcían cada vez más, y la vista comenzó a dolerme al contemplar tales fenómenos.
El desconocimiento de aquella luna supuso que quedara desconcertado, y aunque solía tener una explicación científica para todo, ésta vez no logré concebirla. La gran placa de hielo se agrietó por algunos extremos, y pronto nos aproximamos al océano de metano para comprobar que grandes agujeros poblaban la superficie. El denso líquido parecía estar en ebullición a pesar del frío, y su sonido burbujeante se unió al de la brisa.
Ordené que Ryan y Derib trasladaran la sonda robótica hasta las escarpadas orillas del mar, y pronto lanzaron el androide a las aguas. Éste se perdió en la oscuridad mientras rayos y centellas iluminaban la gran capa de borrascas que se extendía a lo largo de la cordillera helada. La capa nubosa, formada por aerosoles de hidrocarburos, ocultaba parte de la superficie del planeta, convirtiéndose en una terrible tempestad que, afortunadamente, no parecía dirigirse hacia nosotros.
Aun así, tomamos la precaución de apresurarnos e ir hasta la caverna. Se percibía un ligero oleaje bajo la placa de hielo, producido por los movimientos tectónicos y las erupciones de ciertos volcanes submarinos. Las explosiones se sucedían continuamente, pues los elementos químicos que predominaban eran extremadamente inflamables e inestables. El lector HV midió altas emisiones de carburo en el sector IX de Knomus-XIV.
La refracción de los rayos ultravioletas provocaba que se diera un extraño fenómeno, dando la iluminación perfecta para que la tormenta se reflejara en el océano helado en su total magnitud. Era como ver un espejo de dimensiones titánicas bajo el peor de los temporales conocidos. Ordené que Ryan utilizara el acelerador de partículas Quantum para analizar el núcleo atómico de los componentes químicos del lugar. El olor del planeta cambiaba ligeramente, aunque preservaba el hedor similar a las refinerías, producido por el CH4.
Encendí la maquinaria necesaria para controlar la sonda desde nuestro improvisado refugio. La pantalla se encendió al momento, mostrando a doce aumentos las partículas flotantes en el mar de metano. La sonda avanzó durante unas horas sin que captáramos ningún indicio de vida. Pasado un rato le cedí el turno a Ryan, puesto que ya estaba cansado de buscar en aquel inmenso lugar. Hasta el momento no había hallado nada, y reconozco que esto me desesperó en cierta medida.
Fue más tarde, durante el turno de Derib, cuando se produzco un hecho asombroso. El científico exclamó algo mientras observaba quedo la pantalla, y me apresuré a aproximarme. Me aseguró temblando de emoción que había visto algo nadando en el líquido, algo más grande de lo que pensaba. Durante unos momentos, la imagen aumentada se había visto eclipsada, puesto que algo había pasado por delante. Le advertí que era posible que tan solo se tratara de un pedazo de hielo a la deriva, aunque viendo su ilusión, le permití realizar una nueva inspección por el mismo sector. Redujo los aumentos de la sonda robótica y la envió al mismo punto.
Las aguas de metano solían estar turbias, ya que las numerosas erupciones cubrían todo de ceniza; creímos comprobar que a lo lejos una forma nadaba. Resultaba realmente extraño, pues en un principio creí distinguir la borrosa silueta de una especie de animal acuático. Las extremas temperaturas de aquel lugar nos provocaban fuertes temblores, y en tales condiciones era dificultoso manejar la maquinaria.
De pronto, esa cosa se movió a una velocidad increíble y debió golpear contra la cámara, puesto que la imagen se perdió por completo. Golpeé el monitor asustado, con la esperanza de recuperar la visión del fondo marino, pero fue imposible. Corrí a encender el audio, puesto que la sonda contaba también con micrófonos especiales. No puedo describir con total fiabilidad lo que escuché, pero puedo asegurar que resultaba similar al sonido que producen los delfines, aunque mucho más aterrador, como gutural. Pasado medio minuto, el sonido también se perdió por completo tras un fuerte golpe. Apreté los puños ¡Probablemente habíamos encontrado vida! Pero por desgracia habíamos perdido una herramienta indispensable para el curso de la investigación astrobiológica.
Las placas que cubrían el océano se desgajaron debido a la fuerza del viento; los bloques gélidos se hundieron en el mar de metano produciendo gran estruendo. Por una de las grietas en el hielo creí ver que algo se movía, y rápidamente agarré los prismáticos. Por desgracia, la cantidad de nubes de polvo que escupían los montes helados al desprenderse de la placa, ocultaban el océano. Poco después la tormenta cesó, y aguardamos en la caverna esperando a que la blanca polvareda se disipara. Los terribles rayos se alejaron hacia el noroeste, y todos suspiramos aliviados.
El punto crítico del metano se producía sobre los ochenta y dos grados bajo cero, y según el medidor climatológico, nosotros nos hallábamos ni más ni menos que a ciento ochenta y dos ¡Casi a doscientos grados bajo cero! Quizás se trataba del clima más bajo al que habían estado expuestos unos hombres.
Dejamos el equipo encendido mientras descendíamos hacia el océano agrietado, que se hallaba colina abajo. Al llegar allí, observamos que una especie de mancha grisácea y repugnante se extendía bajo las grietas, como si se tratara de petróleo.
Llegamos a la orilla y comprobamos que, efectivamente, algún tipo de animal ascendía a la superficie desde las grietas. Me fijé en que se correspondía perfectamente con la silueta que habíamos contemplado a través de la pantalla.
A mi entender, parecían alguna especie de evolución de los moluscos gasterópodos. Estaban totalmente adaptados al medio, moviéndose y retorciéndose a gran velocidad. Sus alargados cuerpos mostraban una pequeña cresta medio dorsal, una glándula mucosa caudal y una placa de reptación, aunque carecían de las antenas que caracterizaban a las babosas terrestres. Lo que me resultó más sorprendente aún es que en ocasiones se convertían en una especie de mancha grumosa, resultando semilíquidas. Se trataba de seres horripilantes e innombrables que no debería siquiera recordar. Me duele albergar tales imágenes en mi mente, y más aún rememorarlas, pero es necesario si quiero una detallada descripción. Su piel grisácea y pegajosa se contraía expulsando algún limo repugnante, y se desplazaban a una velocidad inverosímil, por lo que alcanzaron nuestra posición en cuestión de segundos.
Vimos que cuando estaban cerca de nosotros, algunas frenaban su avance y otras se sumergían de nuevo, abriendo el hielo con algún tipo de jugo gástrico. Fue entonces cuando Ryan quiso hacerme alguna pregunta, y acto seguido, cuando comenzó a hablar, dos de aquellas criaturas surgieron bajo sus pies, escarbando la nieve. Ryan quedó perplejo observándolas, al igual que nosotros, y de pronto, una de aquellas cosas agarró su pierna y tiró con fuerza de él. El grito de Ryan fue ahogado por un brutal chapoteo. Era evidente que Ryan habría muerto nada más tocar el metano líquido, ya que a pesar del traje esto provocaba la congelación inmediata.
¡Ryan había muerto! Llamé a Derib para que me siguiera, y corrimos a toda velocidad hacia el interior de la caverna. Tuvimos suerte en aquel momento, ya que nada más abandonar la orilla del océano helado, una enorme placa –sobre la que nos hallábamos momentos antes– se desprendió hundiéndose en parte.
Llegamos a la caverna y continuamos sin mirar atrás. Recogí el comunicador, que se hallaba separado de nuestro equipo, a la entrada de la gruta. Nos encaminamos por un peligroso túnel cuyo techo estaba totalmente cubierto de afilados témpanos totalmente congelados. Ni una sola gota vimos caer por las amplias paredes de la gruta, lo cual indicaba que las temperaturas habían descendido de nuevo. No me dio tiempo a recoger ninguna herramienta del equipo, ni siquiera las necesarias para nuestra supervivencia.
Un extraño sonido nos hizo frenar en seco, y quedamos paralizados al ver que se trataba de algo que escarbaba bajo el hielo. Le susurré a Derib que no se moviera, que aguardara a mi señal para salir corriendo. Me preocupaba la velocidad de esas bestias, pues habían parecido ser muy hábiles cuando les vi cazar al desgraciado Ryan.
Tres montículos surgieron en el hielo, y después se resquebrajaron lentamente mientras veíamos cada vez mejor una repugnante piel brillante. Se trataba de tres de aquellos monstruos. El hedor de las “babosas anfibias” se antepuso al olor del metano, y procuramos no hacer ruido, aunque he de decir que estuve a punto de vomitar. Las entidades surgieron de sus agujeros y se deslizaron por el suelo babeantes. Al ver que las criaturas nos buscaban a tientas, pues en ningún momento observé que poseyeran ojos, comprendí que se guiaban por el sonido. Entonces hice señas a Derib para que guardara silencio. Las criaturas reptaron produciendo aquel repugnante limo tras de sí, y se frotaron contra el hielo, tratando de encontrarnos. Mientras una de aquellas babosas repulsivas se acercaba peligrosamente a mis botas, desenfundé con cuidado la pistola lanzallamas. El sonido de la funda de cuero debió retumbar en alguna frecuencia que fui incapaz de captar, puesto que los tres animales frenaron su avance y elevaron un segmento de su pegajoso cuerpo. No se diferenciaban por ninguna de sus partes, y se contraían y expandían al avanzar. Noté que Derib sufría terribles nauseas al contemplar tales bestias.
Debían ser seres extremadamente resistentes, ya que soportaban aquellas temperaturas tan bajas. Sin pensármelo dos veces, al ver que se disponían a atacarnos, utilicé la pistola lanzallamas y disparé una ráfaga de fuego contra las bestias. Debió producirse una reacción química de alto contenido en hidrógeno, puesto que, debido a los gases en contacto con el fuego, una bolsa de aire explotó en las cercanías. Ambos caímos al suelo con brutalidad, aunque tuvimos la suerte de que ninguno de nuestros cilindros de oxígeno se vio dañado. Las criaturas, o lo que quedaba de ellas, estaba esparcido por toda la caverna. Sonreí tras mi máscara, puesto que consideraba que habíamos logrado vencer a aquellos anfibios. Por desgracia, comprobé que la explosión había dañado de forma irreparable las comunicaciones con la nave y la lejana base de Terra Nova. Deberíamos aguantar sin dar señales de vida hasta que el Kadak-XI volviera en nuestra busca.
¡La misión había resultado un completo fracaso! Y no solo eso, sino que íbamos a correr grave peligro, un peligro mortal, si permanecíamos en la superficie de Titán. Consideraba que era una gran ventaja saber que se guiaban por el sonido, e informé a Derib para que estuviera a alerta. Ahora nos hallamos en uno de los múltiples recovecos de la gruta; procuro escribir sin hacer ruido. Pronto nos encaminaremos a la superficie, ya que la astronave regresará para recogernos.
V, 13. APROXIMADAMENTE EL AMANECER
Los rotores de la astronave fueron audibles desde el interior de la caverna, por lo que ascendimos a gran velocidad, hundiendo los pies en la nieve. Observé que la astronave llegaba desde el noroeste, y frené el avance de Derib, que pretendía abandonar la caverna. Le advertí que escuchara con detenimiento, puesto que podía oír como esas bestias reptaban bajo la nieve.
Traté de hacer callar a Derib, pero este protestó advirtiéndome que debíamos salir hacia el exterior. No logré frenar su avance, y el muy imprudente corrió haciendo mucho ruido –ya que las hebillas de su equipo tintineaban continuamente–.
Antes de que el pobre Derib abandonara la gruta, sus pies fueron agarrados con fuerza por aquellos repulsivos flagelos grisáceos, y ante mis ojos, desapareció bajo las nieves emitiendo el más terrible grito que he llegado a escuchar. Gateé con sigilo, en dirección al exterior, viendo como la nave recorría el cielo nublado de Titán. Sin embargo, poco antes de que llegara a la salida, de la misma abertura por la que se habían llevado a mi compañero surgió otra de aquellas babosas. Oía como más se deslizaban bajo la nieve, y quedé inmóvil. Sentí una terrible impotencia, teniendo mi salvación a escasos metros y sin poder hacer absolutamente nada. Las criaturas me podían coger con aquella rapidez, y hundirme en el hielo para después devorarme.
¡No podía salir de mi escondite y avisarles! ¡Hubiera sido un suicidio en toda regla! El transporte realizó un exhaustivo reconocimiento sin llegar a avistar a las criaturas, que se desplazaban bajo las capas de hielo, como las lombrices en la tierra. No solo la misión había fracasado, sino que dudaba que la astronave me llegara a ver. Sin duda, en caso de que los científicos se extraviaran, la normativa de la Compañía de Cristales de Venus era simple: Abandonar el proyecto hasta la evaluación del fracaso de la misión. Probablemente el proyecto Kadak-XI será anulado, puesto que el alto coste del programa espacial obligará a la compañía a retomar otros proyectos de más importancia. Ahora estoy solo, y escucho el viento que azota Titán mientras huelo el penetrante metano. La astronave viró de nuevo realizando una última inspección de la superficie, y al no hallar a nadie, se marchó dándonos por perdidos. Mis compañeros habían muerto terriblemente, y solo es cuestión de tiempo que yo también sucumba.
He quedado abandonado en éste maldito satélite, en una de las lunas de Saturno. Siento un terrible tormento, como si una llama, una llama fría, quemara mis últimas esperanzas. Saber que mi final tendrá lugar en éste lugar, en éste infierno helado, me mata por dentro. Las fuerzas se me acaban, y dispongo de pocos víveres, pues muchas tabletas alimenticias fueron afectadas en la explosión.
He tomado una decisión. No dejaré que esas cosas acaben conmigo. Me despojaré de mi máscara de oxígeno y moriré. Prefiero fallecer congelado al instante que sufrir la muerte a manos de esas bestias. Espero que mi informe sea hallado por la compañía, pues Titán no es un lugar seguro, y las bestias que lo habitan son capaces de provocar la locura en un hombre. Que mi desgraciada muerte sirva como advertencia a los que vengan tras mis pasos, pues no es aconsejable continuar el camino a través de la helada superficie del satélite. Me falla la mano, garabateo mis últimas palabras. Que se apiaden de mi alma, pues ya les escucho, y escarban en el hielo. Sonidos roncos que yo asocio con la respiración, se hacen más fuertes, y mientras acciono los resortes de la máscara modelo Carter, alzo la pistola lanzallamas ante su inminente proximidad. Solo espero morir antes de volver a contemplarlos…
Relato incluido en Amanecer Pulp Edición digital de 2012