SA23
Has elegido sabiamente: no es el momento de dejar escapar el placer de mirar a los ojos al asesino de tus amigos, antes de mandarlo al otro barrio.
Seguís acechando los pasillos iluminados tan solo por la tenue luz rojiza de las bombillas. Habéis evitado milagrosamente a los soldados que recorren la nave, algunas veces les habéis dado esquinazo por otra puerta o simplemente habéis pasado desapercibidos al llevar el uniforme alemán. El hecho es que, tras una hora deambulando por ese enorme laberinto subacuático, encontráis a la proa la cabina de mando. El teniente Wittmann mantiene una conversación con sus subalternos, la tensión se masca en el ambiente. La voz del hombre tuerto incluso tiembla de emoción al decir en su imperativo idioma:
—Lo hemos encontrado, pongan rumbo a la nave alienígena.
El brusco giro del submarino te provoca un vértigo repentino en la boca del estómago. La vibración de las hélices a toda máquina no ensordece lo suficiente el grito que viene de tu espalda. Es la voz de Lucy, te giras.
Frente a la boca del pasillo donde estabais ocultos, mirando la cabina, hay cuatro soldados. Dos de ellos agarran con fuerza a tu prometida, ella se revuelve con furia pero la presa de hierro de los nazis aguanta sus embestidas. A través de las paredes remachadas sientes la corriente del agua pasar a toda velocidad, Wittmann grita encolerizado, Lucy asiente con su mirada. Hazlo, te dicen sus ojos.
Tus brazos se accionan por un resorte invisible. Agarras tu arma y descerrajas cuatro ráfagas alrededor de la silueta de ella, tus labios susurran una plegaria. Sangre.
La escabechina a la luz de las bombillas parece una piñata abierta de caramelos de fresa. Trozos de entrañas y cerebro salpican las paredes, las garras ya no hacen presa sobre los brazos de Lucy, está libre. Has matado a los cuatro soldados con una precisión perfecta, aunque los proyectiles también han abierto vías de agua que entran con violencia en el interior del pasillo.
Wittmann ha aprovechado el lapsus para cerrar la escotilla de acceso a la cabina de mando. Cada sección de la nave se puede independizar herméticamente de las demás por una puerta de varios centímetros de espesor con seguros a ambos lados. Del otro lado de la puerta, a través de una pequeña ventana blindada a la altura de los ojos, ves al teniente y tres de sus hombres manejar los controles. Decenas de alarmas luminosas se han encendido en los paneles. El agua no para de entrar y el submarino parece dar coletazos hacia lo más profundo de la nada.
—Raymond, tenemos que pensar en algo o moriremos en un ataúd de metal bajo el océano.
El corazón se te ha instalado entre los tímpanos, ocupando el tejido neuronal de tu cerebro. No puedes pensar en nada más.
El agua helada cubre tu calzado y asciende con rapidez.
El bofetón ni siquiera lo intuyes, la mano abierta de Lucy te golpea con todas sus fuerzas en el rostro.
—¡Ray, por el amor de Dios! ¡Reacciona!
El dolor te abre un paréntesis de tranquilidad; te teletransporta fuera de tu cuerpo, de tus preocupaciones, de los problemas. Una burbuja ascendente en el vacío.
—Tenemos que buscar la zona más alta del submarino e independizarla con las compuertas de estanqueidad. Corre Lucy, caemos en picado y la zona más elevada es la popa. Sígueme.
El estridente ruido de la alarma causa el nerviosismo en la tripulación. Cruzáis pasillos por donde fluye un río, enajenando todo a su paso.
Varias veces os tenéis que abrir paso entre la plebe nazi a punta de ametralladora. Nadie recibe ya órdenes y el ejército se fractura como un jarrón hecho añicos contra el suelo.
—¡Apartaos o desparramo vuestros sesos sobre las paredes!
Tal vez no sepan hablar tu idioma pero entienden perfectamente el tono de tu amenaza. La entrada al último tramo no está tan inundada, tenías razón. Los soldados se apartan de vuestro paso y os pierden de vista mientras cerráis la compuerta con un giro de la manivela central. Los pestillos laterales hacen presión en la junta dejando la sala totalmente hermética.
—¿Ray, y qué pasará cuando se acabe el oxígeno?
Es una pregunta que no te preocupa en esos instantes. El trayecto del sumergible ha parado en seco, ha colisionado contra algo en la proa y los gritos de los soldados se ahogan en el silencio sordo de la muerte.
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