EI20

Entre jadeos corréis en dirección sur, hacía el fondeadero.

Al poco de iniciar la carrera atravesáis por una cota, y allí, se os presenta la mejor de las opciones posibles. Se trata de una cota fortificada, camuflada de forma natural por los designios de la naturaleza, abrupta y salvaje.

Desde lo alto —junto a un cañón antiaéreo; una imponente batería de costa; y un polvorín con un buen surtido de piezas de artillería—, observáis la tenue silueta del submarino, amarrado en la bahía, más allá de un profundo barranco.

—Ray —dice Lucy— ¿y si no llegamos a tiempo? Hay mucha distancia hasta los muelles.

—Tienes razón cariño —replicas—, además… ni tan siquiera tengo claro cómo podríamos detener a ese maldito kartoffeln; a no ser…

Durante unos segundos te muestras pensativo, sin dejar de mirar la batería de costa. Te acercas al cañón, y compruebas que está en perfecto estado. Sin embargo, su mecanismo es demasiado complejo para ti solo, y el ángulo de tiro imposible. Das varias vueltas dentro del polvorín en busca de soluciones. Hay un montón de armas japonesas abandonadas a toda prisa, entre ellas, un mortero de infantería.

—¡Bingo! —gritas eufórico.

Nadie mejor que tú conoce el poder destructivo del fuego de mortero, más aún, el pánico que provoca encontrarse justo en medio de una lluvia de proyectiles. Recuerdas cómo las pasaste jodidamente putas durante la invasión de Guadalcanal y, mientras aprovisionas la munición necesaria junto el arma, que convenientemente has colocado apuntado a la bahía, no dejas de rememorar tus pesadillas, y de lo cerca que estuviste más de una vez en terminar hecho picadillo, o incluso volverte loco de remate. Pero ahora, quien maneja el mortero eres tú, y no tus enemigos.

—Intentaremos destruir el submarino desde aquí —explicas.

—Ray, no podrás acertarle. ¡Está muy lejos! Apenas se distingue siquiera.

—No te preocupes, el truco está en ajustar el tiro según vayamos probando. Ensayo - Error, muñeca, ya sabes. Verás cómo lo destruimos antes de que se sumerja, te lo prometo.

Cargas el mortero con proyectiles explosivos, calculas la parábola, y te preparas para efectuar el primer disparo, superando la línea de cocoteros.

Lucy te observa, sin embargo, de pronto, algo os ataca desde el cielo. Con un ojo puesto sobre la bahía, con el otro tratas de calibrar la nueva amenaza que se cierne sobre vuestras cabezas. El enorme batir de sus alas, con treinta o cuarenta metros de envergadura —según calculas de un fugaz vistazo—, levanta polvo y restos de vegetación a vuestro alrededor. Su vuelo es errático, pero consistente, y sus alas, de colores tan variados como llamativos, no cejan en su empeño, martirizándoos como si fueseis un inocente y desvalido insecto en las manos de un crio. Solo que ahora los papeles se han cambiado, y el enorme insecto volador, que a todas luces semeja una mariposa mutante, es solo cuestión de tiempo que acabe con vuestras vidas sin remedio, libándoos la sangre, eso como poco.

—Date prisa Lucy —ordenas—. ¿No quieres catalogar nuevas especies? Pues antes tendrás que matar ese bicho. ¡Hazte con el cañón, y cárgalo!

Señalas el cañón antiaéreo, pero Lucy no tiene ni la más mínima idea de cómo se carga un aparato de estos, así que, a toda prisa, dejas atrás el mortero, y entras de nuevo en el polvorín. Lucy grita aterrada, pero también sorprendida, acuciada por la curiosidad.

—¡Ray! —Observa ella—, creo que es una Mariposa Ulises, solo que de un tamaño descomunal. Date prisa, porque parece que se está cansando de jugar, y creo que quiere comernos.

—¡Ya voy, cariño! —gritas desesperadamente, al tiempo que, de pronto, encuentras una caja con la munición apropiada para el antiaéreo. Corres, pero algunos proyectiles se te caen por el suelo, rodando en dirección opuesta a tus propósitos.

Tragas saliva. El sol implacable; el calor que te asfixia; la humedad que te hace más lento y pesado; el bochorno, todo, absolutamente todo lo que te rodea te hace pensar en que algo como lo que estás viviendo solo podría ser posible en revistas como Argosy o Amazing Stories, revistas pulp que tanto te gustan, pero por mucho que quieras cerrar los ojos y frotártelos para despertar de la pesadilla, ese precioso insecto no va a regresar por donde ha venido, solo porque tú así lo desees. El tiempo corre en tu contra, pero no podrás hacer un buen disparo de mortero si antes no acabas con la Mariposa Ulises. Apuntas el cañón antiaéreo, y… ¡fuego!

¡Has acertado a la primera! Sin embargo, los resultados no son los que tú hubieses querido. El proyectil impacta en el ala derecha de la bestia mutante, perforándola y continuando su trayectoria hacia el cielo azul e infinito. Segundos más tarde, cuando ya has dado por perdido el disparo, e intentas preparar el siguiente, observas cómo algo explota entre las nubes, algo que volaba en segundo plano.

—¿Le has dado? —pregunta Lucy.

Te quedas en silencio.

Debes regresar al mortero, pero no puedes hacerlo. El enorme lepidóptero zozobra, y su vuelo errático se precipita sobre vosotros. De un salto dejas atrás el antiaéreo, agarras con fuerza a Lucy, y tiras de ella, ganando los metros suficientes como para que la bestia no os aplaste en su caída. El peligro no cesa, no está muerta y, aunque mal herida, persiste en su intención. Su probóscide, encabritada y deseosa de administrar venganza, anhela atraparte, estrujar tus huesos y libarte hasta el último aliento de vida. Lo intenta; y su lengua cae sobre ti como el restallido de un látigo. Cintas a un lado y a otro, evitando sus acometidas, hasta que logras ponerte a salvo. Entonces, con la intención de emprender de nuevo el vuelo, comienza a batir sus alas de forma enérgica; movimientos bruscos y poderosos que aumentan la temperatura a un ritmo endiablado. De pronto, mientras Lucy y tú huis por un sendero, el polvorín explota, echando al traste todos vuestros planes.

Os lamentáis por la ocasión perdida, también os felicitáis por hallaros a salvo, hasta que, entre una cosa y la otra, el rateo de un motor os pone sobre aviso. Un rugir furibundo que se precipita, cae en barrena dirigiéndose hacia donde estáis, lo que os hace dirigir la mirada, una vez más, sobre vuestras cabezas. Observáis una avioneta en problemas que, en apenas unos segundos, impactará contra la isla. Tras ella coletea una estela de humo, denso y negro que, a cuchilladas, atraviesa los bellos cúmulos del cielo tropical, blancos e impolutos, horadados por un ataúd con alas. Por fortuna el piloto semeja tomar el control justo cuando todo parecía perdido, enderezando la aeronave, y planeando antes de estrellarse.

De inmediato, tras un reguero de polvo y estropicio, el piloto desbroza un cortafuegos en medio de la jungla. Perdéis de vista el aparato pero el hecho de que no haya explotado os alberga un halo de esperanza; puede que incluso haya supervivientes. Lucy y tú os miráis a los ojos, y ella te pregunta.

—¿Qué hacemos Ray?

Tienes dos opciones. O bien prestáis auxilio a la avioneta que acabas de derribar, confiando en que Wittmann tarde el tiempo necesario para poner en marcha el submarino; o bien, abandonáis a su suerte a los posibles supervivientes, si es que los hay, condenándolos a una muerte horrible, y echáis a correr hacia la bahía.

Aunque sea improvisando algún plan estúpido, tu prioridad es detener a Wittmann, solo así podrás salvar a la humanidad; y, ¿qué importancia tiene una avioneta ante esto? Sin embargo, eres un héroe, fuiste un marine, y tú eres capaz de esto, y mucho más. Los héroes pueden con todo.

Bien, ¿cuál es tu decisión? A continuación, tienes 2 opciones:

Opción 1: Socorrer a la avioneta que has derribado. Pincha aquí

Opción 2: Dirigiros al muelle, y desbaratar los planes de Wittmann, antes de que sea demasiado tarde. Pincha aquí