Bueno, la trama se va adaptando a los personajes. Como voy un poco a contrarreloj, dejo aquí un primer borrador de lo que llevo escrito... aún no está muy cocinado. Me gustaría que opinaseis sobre si mantiene el interés o se vuelve muy aburrido :laugh:
****
La mansión L´Chantre dibujaba la silueta de un barco naufragado en la espesa niebla de las marismas. La tupida arboleda de ramas huesudas y angulosas que rodeaba el edificio recordaba una pesadilla de esqueletos emergiendo de un mar de espuma. La noche anunciaba tormenta, un cielo carmesí despedía el ocaso del día y ponía inicio a la llegada de los invitados.
Nunca me ha gustado llevar trajes de gala, con esos generosos escotes y sin ocultar a la imaginación mis generosas líneas femeninas. El corsé me recuerda a esos bancos de sardinas apelmazadas que cuelgan de la red al salir del agua; me asfixia. Prefiero la ropa de trabajo. Mi peto de tirantes cruzados a la espalda, una camisa holgada y los guantes llenos de cicatrices. El pelo corto, recogido en el interior de mi gorra de piel, el olor a aceite y a grasa de la maquinaria mezclado con el lacrimógeno humo de las calderas. Sin embargo, allí estaba yo acompañando al jefe. Disfrazada de dama.
Harry Lacombe, the boss, el gran ilusionista conocido en toda Europa, irradiaba un carisma capaz de crear mareas de asombro bajo el escenario. Además, y esa era la razón de ser invitado aquella noche a L´Chantre, era el azote de los espiritistas, médiums y demás vendehúmos sobrenaturales de la sociedad británica. Toda la prensa inglesa recogía sus hazañas, después de haber ofrecido diez mil libras a cualquiera que lo pusiera en contacto con su difunta madre, fallecida hacía ya dos años. Esta jugosa oferta sacudió el avispero y, sin haber soltado ni un penique, le otorgó la mayor publicidad que había tenido artista en el escenario.
Yo, por el contrario, no tenía don de gentes. Tenía otra cosa muy necesaria en el mundillo de la magia y el espectáculo: fabricaba ilusiones. Todos me conocen como la pequeña Mikey o Mike a secas. Me importa poco que no recuerden mi nombre, pero seguro que todos recuerdan los números que he pergeñado para los más grandes magos. Esa soy yo, el alma máter de la función. La esencia que hace posible el espejismo. Me ocupo de los artilugios, de que la magia cobre vida sobre el escenario sin romper el halo de la realidad.
Hacía más de veinte años que la mansión de L´Chantre no abría sus puertas. Una trágica historia que, en aquellos momentos, solo conocíamos lo que habían publicado la prensa al respecto. Su leyenda le daba un matiz macabro al escenario elegido por lady Petrovka, nuestra anfitriona. Era necesario, según ella, tener un lugar donde los espíritus tuvieran una conexión directa, ¿y qué lugar podía tener mejor conexión con los muertos que la conocida Mansión de la mano cadáver?
Cuando el último coche estacionó frente a la casa, adornado por una red de cristalinas gotas de rocío sobre la lujosa carrocería, un trueno retumbó en el valle despertando el vuelo de negras aves buscando refugio.
Harry hizo su aparición antes de que la tormenta sacudiera los tejados de arcilla y se colara por las chimeneas creando el ambiente necesario para contactar con el más allá. Lady Petrovka, conocida como la médium de la aristocracia rusa, había reunido en aquel edificio a algunas de las más importantes personalidades del momento, además de la conocida periodista Elanor Dickinson y algunos acompañantes.
George Jackson, un enorme americano de piel oscura, campeón de boxeo de los pesos pesados, nos dio la bienvenida con una copa de whiskey que desaparecía en su mano y un habano encendido que no se despegaba de sus gruesos labios. Los demás invitados esperaban la llegada de Lady Petrovka en el salón, donde más que una cena se había preparado un buffet de canapés y coloridos platos elaborados con todo tipo de embutidos fríos y mariscos. Alguien había pensado que en una noche tan fría preferiríamos buscar el calor de nuestros estómagos con algo más fuerte que una sopa caliente.
―Mike ―me dijo Harry sin borrar la sonrisa―, será mejor que yo llame la atención y tú te dediques a husmear por el edificio, para ver que se cuece. Allí veo a la señorita Dickinson, tendremos que ayudar a su inspiración para escribir algo digno de la portada de mañana.
Si Harry tenía un truco de magia favorito, ese era el de desaparecer entre las faldas de una mujer. Aproveché la llegada de Lady Petrovka para no llamar la atención de mi disimulada visita a las demás salas de la planta baja. Antes de marcharme del salón, pude echar un vistazo a la médium que cristalizó el silencio entre los invitados.
Era joven, preciosa. Dos bucles dorados descendían en espiral de su turbante de seda, coronado por una gema verde; la cual hacía juego con sus ojos. Vestía de blanco, retando a su inmaculada piel a diferenciarse con la ceñida tela con forma de toga.
Me perdí por los pasillos de la mansión con la única iluminación de una petaca llena de líquido fluorescente, una mezcla de radio y sulfuro de zinc de propia cosecha.
A parte de la entrada y el salón, no habían preparado las demás salas para visitas. Todo estaba lleno de polvo y telarañas. Muebles apolillados y cuadros enmohecidos, una gran sala de música donde descansaba un olvidado piano cubierto por una gruesa capa de polvo. El despacho, con dos tapices gemelos que ilustraban escenas de caza, contenía un escritorio apulgarado con el retrato del antiguo dueño y su familia, bajo una telaraña de afilados bordes de cristal roto.
Sabía, como todo el mundo en Londres, que en aquella casa habían encontrado los cadáveres del señor L´Chantre y de sus hijos, todos muertos en extrañas circunstancias. El cuerpo de su esposa, Laeticia L`Chantre, nunca apareció. Solo encontraron su mano amputada con el anillo de boda. El macabro suceso hizo que Scothland Yard sepultara la historia bajo secreto de sumario. Cientos de especulaciones rondaron durante años el edificio, otorgándole el merecido nombre de La mansión de la mano cadáver.
Hacía un par de meses, una casualidad que recordé en ese preciso instante, un viejo químico del East End, dedicado más a destilar ginebra de baja calidad que a otros menesteres, me contó que había visto la famosa mano de la desaparecida. Que durante las investigaciones de tan trágico acontecimiento, él, según sus palabras enturbiadas por su condición de catador, era el ayudante del forense que realizaba las autopsias y el encargado de custodiar la morgue con los restos de la familia. Tres meses que aguardaron los cuerpos sepultura, mientras se descomponían, la mano amputada no perdió siquiera el suave tacto de una mujer joven.
Le pregunté al químico que si aún conservaban la mano o la habían donado a alguna universidad de Cambridge. Él, después de un largo trago dejándolo más sobrio de lo que estaba, me respondió que la mano escapó por la ventana de la sala de autopsias, como si de una enorme araña se tratara.
***
El recuerdo de dicha historia frente al descolorido retrato me sacudió con un escalofrío. Tenía que serenarme y recuperar la concentración en lo que estaba haciendo. La sesión de Lady Petrovka comenzaría a media noche y las campanadas de un lejano reloj en la entrada del edificio me avisó que tenía menos de una hora para volver al salón.
Decidí continuar mis pesquisas por la zona de servicio. No obstante, la cocina estaba ocupada por un par de sirvientes que, sin tregua alguna, abastecían de toda clase de licores a los invitados. Probé suerte en una de las habitaciones de servicio y encontré varios smokings de camarero. Di gracias al cielo de estar preparada para cualquier contrariedad que pudiera ocurrir. De mi diminuto bolso saqué el estuche de maquillaje escénico y unas tijeras. Con un poco de pegamento y mechones de pelo, en unos segundos, me improvisé un maravilloso mostacho que envidiaría el mismísimo Mark Twain.
Vestida con el smoking y mi nuevo disfraz, crucé la cocina sin levantar sospechas. Al fondo, una puerta me condujo a las escaleras del sótano. Si alguien quería improvisar algún tipo de ruido fantasmal, como ya había ocurrido en otras sesiones de espiritismo, los conductos de la caldera eran un recurso perfecto para mandar mensajes desde el mundo de los muertos.
La luz fluorescente de la petaca de cristal iluminaba la espesa humedad del túnel. Me llevó poco tiempo para darme cuenta del error. La mansión L´Chantre era bastante antigua, la única calefacción que tenía pensada era la que le proporcionaban las más de veinte chimeneas que asomaban de su tejado. Allí, bajo veinte pies de profundidad, la salobre agua de las marismas formaba barrizales a lo largo del pasillo, el cual se internaba cada vez más y más en las entrañas de la tierra.
El ruido de un chapoteo a mi espalda hizo que mis tendones se dispararan como activados por un resorte. Oculté la petaca luminiscente bajo la chaqueta y pegue mi espalda bajo el húmedo contacto de la piedra. Detrás de mí, en dirección a las escaleras, una luz dibujaba dos siluetas encorvadas que se acercaban con pasos decididos hasta donde yo me encontraba. Si alguien me encontraba allí abajo tendría que dar muchas explicaciones y el plan de Harry de pillar con los pantalones bajados al grupo de estafadores espiritistas se vendría al traste. La única opción que me quedaba era seguir adelante e intentar encontrar un lugar donde esconderme.
Avancé arropada por una oscuridad gélida, con los pies mojados y la tensión del miedo mordiéndome la nuca. (Continuará...)