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Asja wrote: Le he echado un vistazo por encima a lo nuevo y pinta muy bien. El inicio es más ágil y, así a priori, me gusta ese cambio de época, creo que le pega más a la protagonista.
Durante los años treinta, cinco o seis años antes de la Segunda Guerra, trabajaba para Harry como su asistente, su compañera de escenario. Harry Lacombe, el famoso ilusionista, debía su popularidad a los médiums, espiritistas y demás embaucadores capaces de vender humo a la gente convenciéndolos de que podían ponerse en contacto con sus seres queridos.
En nuestras funciones representábamos varios trucos usados por estos estafadores, mejorándolos y dejando al público con las bocas abiertas y las carteras vacías. Pero nosotros no engañábamos a la gente. Aquello eran meras ilusiones, parte del espectáculo. Incluso, alguna que otra vez fuimos contratados por clientes insatisfechos por las artimañas de estos embaucadores
La mansión L ́Chantre dibujaba la silueta de un barco naufragado en la espesa niebla de las marismas. La tupida arboleda de ramas huesudas y angulosas que rodeaba el edificio recordaba una pesadilla de esqueletos emergiendo de un mar de espuma. La noche anunciaba tormenta, un cielo carmesí despedía el ocaso del día y ponía inicio a la llegada de los invitados.
Nunca me ha gustado llevar trajes de gala, con esos generosos escotes y sin ocultar a la imaginación mis generosas líneas femeninas. El corsé me recuerda a esos bancos de sardinas apelmazadas que cuelgan de la red al salir del agua; me asfixia. Prefiero la ropa de trabajo. Mi peto de tirantes cruzados a la espalda, una camisa holgada y los guantes llenos de cicatrices. El pelo corto, recogido en el interior de mi gorra de piel, el olor a aceite y a grasa de la maquinaria mezclado con el lacrimógeno humo de las calderas. Sin embargo, allí estaba yo a compañando al jefe. Vestida con uno de esos trajes de gala.
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Durante los años treinta, cinco o seis años antes de la Segunda Guerra, trabajaba para Harry como su asistente, su compañera de escenario. Harry Lacombe, el famoso ilusionista, debía su popularidad a los médiums, espiritistas y demás embaucadores capaces de vender humo a la gente convenciéndolos de que podían ponerse en contacto con sus seres queridos.
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