SA12
El dolor se extiende como un alambre de espino rodeando tus huesos. Lo primero que ves al despertar en la celda es el rostro de tu camarada Abott contento de que des señales de vida. Tiene un aspecto desaliñado, la barba de dos días le hace envejecer y las ojeras marcan su semblante pálido y cansado.
—Abott —susurras incorporándote—, ¿dónde está Lucy?
—No te preocupes, ella está bien. La tienen encerrada en la celda contigua. Parece que el plan de encontrar al resto de la tripulación del Black Swan ha sido todo un éxito: estamos en los calabozos del búnker, al otro lado del laboratorio de ese maldito hijo de perra de la Schutzstaffel, el doctor Gerber.
—¿Están todos bien?
—Bueno, tengo malas noticias. Ese loco degenerado ha estado probando sus experimentos con los prisioneros. Según he podido averiguar la isla está plagada de monstruos, mutantes que han evolucionado debido a las radiaciones de un objeto muy peligroso. Sea lo que sea, aunque suene a novela barata, todo tiene que ver con seres extraterrestres, Ray. Sé que es una locura, pero te juro por mi madre que he visto con mis propios ojos el cuerpo de ese... alienígena, un bicho que no es de este planeta, y por si fuera poco los nazis tienen en su poder el artilugio que desencadenó las alteraciones en la isla: según el teniente Wittmann es una llave, pero no sé qué puede abrir y prefiero no saberlo. Tengo miedo, socio. No sé qué piensan hacer con ese extraño artefacto, pero te aseguro que no traerá nada bueno.
—Espera, ¿pero qué me estás contando? ¿Me hablas de marcianitos y de que esos cabezas cuadradas tienen en su poder un arma capaz de crear criaturas monstruosas o algo así? ¿Te han estado drogando, Abott?
—No sé qué decirte, solo te puedo asegurar que Gerber ha experimentado con la sangre de esa criatura, de ese marcianito como tú lo llamas, inoculando un líquido que contiene gérmenes alienígenas al resto de los prisioneros del Black Swan.
—Espero que aún esté dormido y que todo esto sea una pesadilla, camarada. ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
—No sé. Aquí el tiempo pasa lentamente. Un par de días, o tal vez tres, supongo. Pero aún tengo que contarte algo más.
—Cielo Santo, Abott. Acabo de salir de la inconsciencia y tengo la cabeza como unas maracas. Escúpelo de una vez.
—Ronin ha muerto. Lo siento, muchacho. Sé que ese animal era como parte de la familia.
—Hijos de puta. Tengo que salir de aquí.
Te levantas con el cuerpo lleno de magulladuras, aun así te sientes capaz de hacer lo que sea necesario para salir de allí y hacérselas pagar al dúo de psicópatas de moda: Gerber y Wittmann, y con ellos dentro volar esta maldita isla antes de que el mundo padezca de nuevo la locura fascista del Tercer Reich.
De repente Abott comienza a sacudirse bajo febriles temblores. Se acuclilla sobre una de las esquinas de la celda, su camisa se oscurece con el sudor que empieza a manar de cuerpo como una esponja exprimida; su rostro pálido te dirige una mirada de absoluto terror.
—Ray, amigo, lo siento mucho —Las lágrimas se mezclan con los ríos de sudor que le caen de su frente—. No soy capaz de hacer lo que debo hacer.
—Pero, Abott, ¿de qué me hablas?
—De suicidarmeee EEEYYYAAARRGGHH.
Su cabeza se ladea con un crujir de vértebras, el cuello se tensa más allá de su hombro como si fuera una tortuga descoyuntada; algo totalmente imposible para un cuerpo humano. Su rechoncho cuerpo de marioneta cae al suelo sin hilos que lo aguanten; se sacude, cada vez más y más rápido, tan veloces son sus convulsiones que parece desdoblarse de sí mismo en dos personas pegadas a un mismo tronco.
No sabes qué pensar, sin embargo la última mirada de tu amigo te hace tener precaución y apartarte de él. La piel de su cuello se hincha, se estira hasta dibujar estrías que se parten en brillantes hilachos de carne. Algo sale del interior, dejando la cabeza de Abott y su mirada suplicante colgada a un lado. El cuerpo se abre como un rollito de primavera a punto de recibir la salsa agridulce, rebosa vísceras y huesos encarnados.
Aquellos que era tu amigo se extiende hasta el techo, el doble de ancho y alto que una persona normal; los restos de piel humana ajustados a la mutación de sus músculos de acero son lo único que queda de lo que fue.
Tú decides: A continuación, tienes 2 opciones:
Opción 1: No puedes hacer daño a Abott, decides llamar a los guardias y esperar que lo que queda de tu compañero no te ataque. Pincha aquí
Opción 2: Eso que se yergue ante ti no es humano, aprovechas que aún no se ha transformado del todo y te enfrentas a él con tus manos desnudas esperando acabar con el sufrimiento de tu amigo. Pincha aquí