El autor Dan Aragonz nos presenta otro de sus relatos misteriosos
Eterna Sospecha
Aunque habían pasado dos años de aquella silenciosa despedida, Boris necesitaba cuanto antes cerrar el círculo. Esperaba encontrar donde la vio por última vez, a la mujer que le quitaba el sueño cada noche. Miró su reloj que marcaba las nueve de la mañana en punto y se apresuró a bajar del auto. Lanzó un gordo fajo de billetes al taxista, quien lo agarró ágilmente, apagando de inmediato el motor, insinuando que lo esperaría el tiempo que fuera necesario. Estaba agradecido de volver a pisar las calles que lo habían vuelto confiado y seguro de sí mismo, pero quería que la incesable pesadilla acabara pronto. Había tratado de solucionar su insomnio con el mejor siquiatra de la ciudad, revelando que estaba obsesionado con una desconocida, pero nunca confesó el porqué de su manía.
A medida que caminaba por la acera, la imagen de la enorme puerta giratoria del banco se reflejaba en el brillo de sus zapatos. Cuando entró se quitó el sombrero, lo acomodó bajo su brazo y se puso al final de una interminable fila. Parecía que la lentitud del sistema de transacciones y el humor de los clientes se relacionaba continuamente. La cola apenas avanzaba y eso impacientaba a todos los presentes, excepto a Boris, que dejó su maletín en el piso sin preocuparse demasiado, esperando encontrar a su salvadora. En lo alto de la dependencia había varias cámaras de seguridad, grabando. La fila avanzó un poco y Boris logró ver entre el tumulto los módulos de atención. Miró cada una de las cajas, sin encontrarla. Pensó en retirarse y olvidarla para siempre, pero sabía que si ella se acordaba de él, sus pesadillas se volverían reales.
Se acomodó el sombrero y decidió marcharse. Sonrió en gesto de apoyo por la demora, a quienes esperaban su turno. Salió de la fila cargando su maletín, dando un último vistazo antes de abandonar el banco. Cruzó la puerta giratoria abotonando su chaqueta de un chasquido y como por arte de magia, ella apareció frente a sus ojos. Entró corriendo apresurada en sentido contrario, parecía venir retrasada a su primer día de trabajo. Boris tenía un refrán “Las deudas siempre había que pagarlas” por lo que se sonrió cuando la volvió a ver. Continuó la trayectoria de la puerta circular, como siguiendo un ciclo que nunca acaba, reincorporándose en la hilera de clientes que se había duplicado en esos escasos minutos.
La joven tomó el puesto de uno de sus compañeros, que la había reemplazado durante su ausencia, y este se marchó enojado por su retraso. Boris la miraba concentrado desde el final de la fila, tocando su barbilla, esperando poder captar su mirada y salir de su duda constante. A simple vista, no parecía ser la misma que recordaba. La notaba tranquila como si hubiera tomado cien relajantes. Su rostro emanaba una paz enfermiza, que en un minuto casi lo descontrola por completo. Se acercó a quien encabezaba la fila, quien estaba a punto de ser atendido. Sacó un puñado de billetes de su bolsillo y compró el lugar del tipo, que no se negó para nada.
Presionó el botón que estaba bajo su mesón para continuar con el próximo en la hilera. Ella estaba decidida a retomar su vida después de dos largos años, donde estuvo internada en una clínica de recuperación. Boris antes de llegar a la ventanilla, dejó caer su maleta detrás del cristal que los separaba. Lo abrió rápidamente, impidiendo que ella viera su rostro. Se sentía muy agradecido con la muchacha. Gracias a ella no estaba encerrado en alguna cárcel de mala muerte o enterrado en algún cementerio barato. Sacó de la maleta un arma pequeña, sin que nadie se percatara. Apuntó directo al rostro de la muchacha, calculando en segundos, el accionar que tendría el impacto. Ni siquiera las cámaras eran testigo de su premeditada acción. Cerró el maletín despacio, descubriendo poco a poco su rostro, esperando alguna reacción de la culpable de su interminable insomnio. Ella levantó la mirada, cerró el cajón con dinero y dio un suspiro, esperando iniciar una nueva vida, después de haber sido testigo de aquella horrible masacre.
Ana López como aparecía inscrito en su credencial, no se dio cuenta, que era el blanco fácil de una eterna sospecha. Boris espero unos segundos antes de reaccionar, por si ella lo reconocía. Extendió su brazo para recibir dinero como de costumbre y guardarlo para una nueva transacción futura. Él por fin se convenció que ella había enterrado aquellos recuerdos, que de lo único que la muchacha estaba consciente, era ser la única sobreviviente de ese incesante día de disparos, Boris sin preocupaciones se marchó. Subió al taxi que lo esperaba un par de calles al norte y olvido su miedo por completo.
Dan Aragonz
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