Relato El Libro, por Daniel Leuzzi, presentado a la convocatoria Amanecer Pulp 2014
El Libro, por Daniel Leuzzi
1
A mediados del siglo XX en USA
Aquella había sido una tarde de verano como cualquier otra. Calurosa y plagada de molestas moscas. Las malditas volaban de un lado a otro de la oficina, no entendía porque, si al fin y al cabo la había hecho limpiar la semana pasada. O la encargada de la limpieza hacía mal su trabajo, o el desinfectante no funcionaba.
Mi mente vagaba con la melodía de The Thrill is gone de B.B King, que sonaba en el equipo, cuando el teléfono sonó imprevistamente y me hizo sobresaltar.
–Collins al habla. ¿En qué puedo servirle? –le dije al auricular.
–Necesito de sus servicios –replicó una voz de mujer, fría y profunda.
–¿Concertó una cita?
–¿La necesito?
–No. Puede venir cuando quiera. Estoy libre.
–¿En diez minutos le parece bien? Estoy cerca.
–Me parece bien. ¿Su nombre?
–Victoria White.
–La espero.
Colgué y dejé correr los minutos. Garabateé un par de labios gruesos y seductores en un anotador y luego un par de piernas muy largas. Seguí esperando hasta que alguien llamó a la puerta. Bajé un poco la música pero no lo suficiente, me gustaba fuerte, igual que el café.
–Pase. Está abierto –gruñí.
Ella me hizo caso, y un ángel vestido de negro, con amplios cabellos rubios entró en la habitación.
–Permiso... ¿Usted es Collins?
–Ahá. Siéntese por favor y dígame que la trae por aquí.
Ella miró el resto de la habitación antes de sentarse. No podría decir si le agradó o no. Lo importante fue que me miró con sus increíbles ojos azules y fue directo al punto.
–Busco a un hombre.
–Todas las mujeres lo hacen. ¿Me equivoco?
–No se haga el chistoso. Esto es en serio.
–Lo que yo dije también. Unas lo buscan como diversión, otras para casarse y otras para destruirlo.
–Creo que es un poco cínico.
–Me lo han dicho. Y también cosas peores. Pero por favor, volvamos a lo que verdaderamente importa. ¿Quién es ese hombre? ¿Su marido?
–No. Es un sacerdote, arqueólogo y escritor…
–¿Qué le ha pasado a este…sacerdote?
–Ha desaparecido, llevándose todos sus objetos personales, y nadie ha sabido más de él.
–Tal vez es lo que desea. Se ha cansado del mundo y se fue al medio de la selva en busca de paz. ¿Lo ha pensado?
–Eso no es posible. Él es demasiado importante como para hacer algo así.
–¿Por qué es tan importante?
–Es el mejor en lo suyo. Ha logrado traducir textos antiguos que nadie entendía, y otros que nadie se había atrevido a hacerlo.
–Eso no me dice mucho.
–¿Es usted creyente?
Dudé antes de responder. Mi mirada instintivamente buscó un cuadro que ya no estaba en la pared. Le respondí de mala gana.
–Creo que alguna vez lo fui. ¿Y usted?
–Lo soy.
–Todavía no me ha dicho como se llama este hombre.
–René Dupónt.
–¿Y cuál es el motivo por el cual lo busca?
–Yo trabajé cierto tiempo con él. Lo ayudé a realizar varias traducciones y cosas así.
–Eso no me ayuda mucho. ¿Puede ser más específica?
–En los últimos tiempos había cambiado un poco. Alguien le había traído un libro antiquísimo y él se puso a estudiarlo sin mi ayuda. No quería que yo lo viera… En un determinado momento me dijo que no me necesitaba y que de ahí en adelante iba a trabajar solo.
–¿Y eso la puso mal?
–Un poco. Pero lo principal es que ha desaparecido. Su estudio está vacío y nadie lo ha visto desde hace varios días.
–Sospecho que se llevó ese libro…
–Y las traducciones, y todo lo relacionado con él.
–Sigo sin entender. ¿De qué trata este libro?
–No lo sabemos muy bien.
–¿Humm?
–Me expresé mal. Mi interés es personal, sólo soy una amiga que teme por él. Supongo que el resto de su congregación sentirá lo mismo que yo.
–No lo dudo. Dígame algo más, ¿cree que es valioso? Puede haber muchos contrabandistas detrás de él. Hay un mercado muy grande en Europa. Enseguida podrían conseguirse muy buenos compradores.
–No creo que haya muchos compradores, Son pocos los especialistas en estos temas. Además por lo poco que me contó, este ejemplar fue descubierto hace muy poco tiempo y por casualidad.
–Cuéntemelo.
–Una empresa pequeña realizaba excavaciones en el norte de África, buscando pozos de petróleo, pero no los halló, sin embargo se topó con una construcción de piedra en muy mal estado, que parecía ser una especie de templo. No encontraron mucho, a excepción del libro…
–Muy interesante. ¿Algo más?
–Que está escrito en una variante de latín antiguo del que se sabe muy poco.
Nos quedamos en silencio los dos. Algo me olía muy mal. Una de las piezas no encajaba, y la principal era ella. No la imaginaba rodeada de libros viejos llenos de polvo, y sirviéndoles café a sacerdotes enmohecidos. Era muy joven y bonita para estar metida en esos temas.
–¿Puedo ofrecerle algo de tomar? –le pregunté sabiendo que me diría que no.
–Le agradezco pero en este momento no me apetece.
–Discúlpeme pero yo sí lo voy a hacer.
Abrí el último cajón de mi escritorio y saqué la botella de café al cognac y me serví en un vaso. Acto seguido me lo tomé y lo saboreé por un par de segundos. Victoria me estudiaba con su mirada, y naturalmente no aprobaba lo que yo estaba haciendo.
–¿Qué estamos esperando? –me preguntó.
–Que se me caiga una idea.
–No comprendo.
–A mí me pasa lo mismo. No comprendo todo este asunto, y menos lo que hace usted en él.
–Si quiere me marcho. Puedo encontrar otra persona...
–No lo dudo. Si uno deja un par de zapatos viejos en la puerta, siempre habrá otro al que le vendrán bien.
–¿Y con eso?
–Es algo que se me ocurrió, nada más. Dígame algo. ¿De dónde sacó mi número de teléfono? ¿Quién le dio mi nombre?
–Lo saqué de la guía.
–También están Gentile y Vigna, son más o menos de mi camada.
–Ya los he visto y no pueden hacer mucho. ¿Cuánto hace que no lee los periódicos?
–Un par de semanas. Estuve fuera descansando ¿Qué quiere decir?
–Gentile murió de un paro cardiaco ni bien le ofrecí el caso, y Vigna enloqueció mientras investigaba. Quiso suicidarse y ahora está internado en un neuro–psiquiátrico. Como puede ver, no quedan muchos detectives disponibles en la zona.
–¡Que me lleve el diablo!
–¡Cómo dice!
–¡Quiero decir que es increíble! No lo sabía... Permiso –me bebí otra copa y me sentí mejor. Eso me hizo olvidar la puntada en el pecho que había sentido al conocer la suerte de mis viejos conocidos. El medio siglo de mi existencia me estaba pesando.
–¿Se siente bien?
–Creo que sí.
–¿Va a tomar el caso?
–Todavía no me decidí.
Victoria sacó un sobre de una cartera que en ese momento yo veía por primera vez, y lo puso sobre el escritorio.
–Cinco mil dólares. Ni uno más ni uno menos. Me parece que es una cifra justa.
–No se equivoca. Pero aún no acepté.
–Habrá algo más si lo encuentra a Dupont y al libro.
–¿Cuánto más?
–Una recompensa muy importante. Lo sabrá a su debido tiempo.
En ese momento miró hacia la pared en la que hubo una vez un cuadro, como si hubiera notado que ahí faltaba algo. Eso me extrañó un poco.
–Usted es muy misteriosa…
Agarré el sobre, saqué el dinero y encontré una libreta algo gastada.
–¿Y esto que es?
–Los apuntes de Gentile. Pude obtenerlos antes que la policía los tome como evidencia. Vigna en cambio no me entregó nada y no me dijo dónde puede tener guardadas sus cosas. Tal vez usted pueda tener más suerte que yo.
–Creo que esto es una broma de mal gusto.
–No es ninguna broma. No tengo ese absurdo sentido del humor.
–Yo una vez lo tuve. Pero por lo que he escuchado, creo que jamás lo volveré a tener.
–No se ponga así. A veces el destino nos enfrente a situaciones terribles.
–Lo sé muy bien. Lo he sufrido.
–¿Acepta?
–Acepto, aunque no sé bien por qué lo hago.
–¿No cree que puede ser el destino?
2
Tenía que reconocer que estaba sorprendido. El caso, la presencia de Victoria, y lo que les había sucedido a mis colegas eran cosas inesperadas. Jamás podía haber pensado en algo así.
Se había hecho de noche y todavía seguía en la oficina, pensando, analizando todo, y ojeando los apuntes de Gentile. A Vigna lo iría a ver al día siguiente.
Encontré teléfonos, direcciones, anotaciones normales de los últimos casos en los que habían trabajado, números de jugadas de quiniela, y hasta los nombres de algunos caballos ganadores en las carreras de San Isidro y La Plata. Todo era normal hasta que aparecía el nombre de Dupont y el libro antiguo.
En algunos lugares, las páginas habían sido arrancadas, y en otros, largos párrafos fueron tachados con la misma tinta con los que habían sido escritos. Haciendo su lectura incomprensible. A pesar de eso, pude darme cuenta que en un momento, los dos habían perdido el control de sí mismos, haciéndoles escribir... ¿Alucinaciones? ¿Sueños? ¿Delirios místicos?
¿De qué forma podría interpretar este párrafo de Gentile escrito en una hoja amarillenta?
En los viejos tiempos en que la noche era eterna, el día sólo era un pequeño albor, y el caos reinaba sobre el universo, las hordas de los hermosos ángeles caídos, volaban en infinitas direcciones para realizar su voluntad. Manchando con sus blasfemias la gracia divina y al supremo hacedor.
La Bestia estaba suelta y devoraba las almas de los que no habrían de venir. La tierra era su dominio y el descontrol de las criaturas su goce perpetuo.
Pero todo concluyó en el momento en que la mano del todopoderoso se hizo vida y su luz desterró a las sombras y a sus seres repulsivos, al más ignoto de los abismos perdidos: el olvido.
Y allí están confinados, desde épocas pasadas, esperando volver, esperando salir... Para arrasar la tierra con su ávida pasión de lujuria y destrucción. Un guía oscuro espera en las sombras.
Los impíos heraldos volverán y cantarán la gloria de la oscuridad...
Y un humano será el que abrirá las puertas…
Me tomé otra copa y me dije que ese muchacho estaba muy mal. Algo muy malo le ocurría a sus neuronas, y seguramente eso lo hizo tomar la drástica decisión de suicidarse.
Estaba cansado y decidí no pensar más en el asunto. Lo mejor era irse a la cama y descansar, tenía mucho para hacer al día siguiente.
Afuera había comenzado a llover. Me serví una copa más y me acerqué a la ventana. Pensé. En una extraña dama y un caso sacado de una mala película de clase B. Era lo único que tenía para hacer. No había nada más. Hacerlo, quedarme tomando licor y dejar que las moscas me comiesen, o pegarme un tiro. No tenía muchas opciones.
Abajo el tráfico se estaba poniendo pesado. La gente quería volver a sus casas rápidamente, a encontrarse con los suyos, con los problemas cotidianos, la escuela de los chicos, los impuestos, las deudas que se acumulaban en sus tarjetas de crédito y cosas así. Yo no tenía nada de eso. Tenía mi oficina con cama en la parte de atrás. Una vez había tenido algo de esa vida que tenían los otros, pero ahora no la tenía más. La suerte y la felicidad habían sido algo esquivas conmigo. Y tenía que aceptarlo.
Dejé el vaso sobre el diario y me metí en la cama. Una melodía de blues me acompañó hasta que me dormí y el sueño me abrazó, con imágenes siniestras…
Me encontré en el interior de una inmensa Iglesia lúgubre y oscura, plena de imágenes atemorizantes. Demonios de cuatro ojos armados con imponentes tridentes. Criaturas inimaginables talladas en mármoles negros y pinturas lúgubres en las que dominaban cielos impíos. Flexibles y horripilantes lagartijas corrían por el piso y trepaban por las paredes y las columnas de piedra blanca y fría. Un sudor helado corría por mi espalda mientas deambulaba por el lugar, hasta que una sombra se movió en el fondo de las sombras y habló presa del desconsuelo y el terror.
–Este es el fin…
Lentamente fue acercándose como podía, trastabillando, arrastrando los pies y su alma, reflejando el dolor de la derrota en su cuerpo y en sus impávidos ojos negros.
–Si pudiera advertir que pasa… El horror que se avecina…
Un nudo se apoderó de mi garganta al pasar delante de mí sin verme, mientras sus manos arañaban el aire y la sangre corría por su pecho y su cuello. Era Gentile, o el remedo de lo que una vez había sido.
–Tal vez ella podrá ayudarte a ti… –murmuró con el hilo de voz que le quedaba, antes de caer de rodillas en el centro de un templo. Por un momento estuve a punto de ir hacia él y tratar de ayudarlo, sacando fuerzas de donde no tenía, tratando de romper el estado de inmovilidad que me aprisionaba, pero no pude hacerlo. Y Él o eso apareció…
Era majestuoso, por porte y estatura, muy alto. Casi dos metros de oscuridad y malignidad escondidas de una túnica negra, en cuya capucha brillaban dos profundos ojos rojos, danzando como los fuegos del infierno.
Esa extraña figura no se apuró, siguió su paso hacia donde estaba Gentile, empuñando una daga negra como una tormenta.
Segura de su triunfo y luciendo la frialdad de un matador, daba un paso tras otro.
Se detuvo a pocos pasos de mi viejo camarada, alzó la daga y golpeó. La cabeza de Gentile voló en el aire hacia las sombras que la devoraron, vomitando sangre a raudales, salpicando las columnas, y haciéndome gritar, preso de rabia y de terror. Y en ese preciso instante en que el tiempo pareció detenerse, los ojos rojos me observaron, con sorpresa primero y con promesa de muerte después, y casi inmediatamente desperté…
3
Ingresé al nosocomio sin ningún tipo de inconvenientes, luego de presentar mis credenciales a un tipo con cara de aburrido que estaba en la recepción.
Un muchacho, que juzgué como jugador de futbol americano, y que oficiaba de personal de seguridad, me advirtió sobre la salud mental de Vigna, diciéndome que se había vuelto peligroso y que su lenguaje era extraño e irrespetuoso. Le dije que no iba a asustarme, así que luego de andar por un par de pasillos blancos y desinfectados a más no poder, llegamos a la celda donde estaba recluido.
–Es aquí –me señaló sin ningún tipo de emoción, con una cara tan inexpresiva como podía serlo un periódico sin fotos.
Abrió la puerta, se hizo a un lado y entré. Inmediatamente la cerró detrás de mí, no fuera a ser que alguien se escapase. Seguramente no era por Vigna, ya que en el estado en que estaba, apenas podía mantenerse erguido. El chaleco de fuerza ayudaba a hacerlo, y estar apoyado en una esquina de la celda acolchonada, mucho más. Me acerqué a él.
Estaba completamente ido. Lleno de pastillas de la cabeza a los pies, con los ojos perdidos en el piso y con la mente quién sabe dónde. No creí que pudiera serme de mucha ayuda, pero como ya estaba allí, igual iba a tratar de sacarle algo.
–¿Vigna? –susurré. No respondió–. ¿Puedes escucharme? ¿Vigna?
Menos que menos, ni parpadeó. Saqué su libreta de mi bolsillo y se la mostré.
–¿Qué pasó con esto? ¿Qué significa?
Enderezó un poco la cabeza y la miró.
–Es el fin… –murmuró.
–¿Qué?
–Es el fin de los tiempos. Es la última hora de la humanidad. El final ha comenzado a escribirse.
–No entiendo.
¿No puedes oír las trompetas? ¿No puedes ver que las arenas del tiempo se han alzado para dictar su última sentencia? –dijo poniéndose de pié, como en estado éxtasis.
–¿Qué sabes de Dupont?
–Él está maldito. Está abriendo las puertas del Apocalipsis. Ha vendido su alma y todos deberemos pagar por eso.
–Algo parecido escuché decir en una mala película de terror Vigna. ¿Qué es lo que te ha llevado a ponerte así?
–He visto lo que sucederá, y nada podemos hacer para detenerlo–Se acercó a mí pero sus ojos no me miraban, veían más allá, y el resultado era amenazante. Algo de espuma salía por su boca, y no dejaba de hablar, parecía un falso profeta drogado en exceso, teniendo extrañas y tenebrosas visiones. Lo detuve cuando su cara estuvo casi junto a la mía.
–¡El Apocalipsis se acerca! ¡No habrá perdón para nadie! ¡Pidamos perdón y viviremos en gracia eterna! –aulló arrojándose sobre mi como un animal en celo. No lo pude detener y rodamos por el piso.
–Ella lo sabe, ella lo sabe…
–¿Qué has dicho?
–¡Ya basta! ¡Es suficiente! –exclamó el guardia sacándomelo de encima e interrumpiendo nuestro diálogo.
–¡Espere! ¡Me está diciendo algo importante!
–¡También puede ahorcarlo! ¡La visita terminó!
–El tiempo terminó, nuestro tiempo…–susurró Vigna.
–¡Ya! ¡Cállate de una vez que vas a hacer alterar a los otros pacientes!
–¡Vigna decime algo más!
–Ballard… El padre Ballard.
–¿Ballard? ¡Dónde puedo encontrarlo!
–¡Yo! ¡Yo!, ¡Cof! ¡Cof!
Me tosió un par de veces más sobre la cara, y afortunadamente para mí, el enfermero me lo sacó de encima en el preciso momento en que vomitaba un horrible y viscoso líquido verde, digno de una memorable pesadilla.
–¡Arggh! ¡Aaarghh!
En medio de gritos imposibles de entender, otro enfermero cayó sobre él y entre los dos se lo llevaron fuera de la habitación. No quise preguntar que iban a hacerle. Me dio lástima, pero yo no podía hacer nada por su mejoría. Pensé un poco y me dije que si solucionaba el caso tal vez podría ayudarlo, al menos simbólicamente. De esa manera la pérdida de su cordura no habría sido en vano. Sólo esperaba que yo no la perdiera…
4
Un par de horas más tarde, pude descubrir que el tal Ballard era un sacerdote amigo de Dupont, el que había abandonado los hábitos un largo tiempo atrás. Eso me lo dijo el Padre Marcos, superior de Dupont en la diócesis, sin muchas ganas, mientras sorbía un té de boldo y me miraba como si él fuese un inquisidor.
Lucía demasiado serio para mi gusto. Sentía que no estaba muy cómodo con mi presencia y con mis preguntas. Pero yo tenía que hacerlas, aunque ni a él ni a su parroquia le gustase.
–¿Puedo preguntar la razón de porque dejó los hábitos?
–No, no estoy autorizado a hacerlo. A lo sumo podría decirle que fueron razones personales.
–¿Ballard y Dupont eran viejos amigos?
–Creo que desde siempre. Se habían conocido al momento de comenzar con sus estudios, les apasionaban los mismos temas.
–¿Los idiomas antiguos?
–Sí. Eran muy estudiosos y capaces.
–¿Qué opina de la desaparición de Dupont?
–Nada. No sé qué puede haberle sucedido.
–¿Sabía en lo que estaba trabajando?
–No. Tampoco me interesa. Yo tengo que pensar en mi congregación, no en los que se han marchado.
–¿A pesar de que parecía muy importante?
–Vuelvo a decirle que me tiene sin cuidado lo que estaba haciendo. Todos estamos libres de hacer lo que queramos en nuestras vidas si no lastimamos a otros.
–¿Dónde puedo encontrar a Ballard ahora?
–No lo sé. No he tenido muchas noticias de él desde que nos dejó. Supongo que debe estar en lo que era la casa de su madre, en Stamford, cerca de la plaza principal. Seguramente la gente del lugar lo conoce. No le será muy difícil encontrarlo.
–Bien, veré si puedo encontrarlo. Le agradezco mucho.
Me despedí y salí de ahí con la cabeza embotada.
Manejé hasta esa ciudad con muchas preguntas y con algunas imágenes que me oprimían el corazón. Algo andaba muy mal pero no sabía lo que era. Seguramente era la presencia de tantos locos a mi alrededor. No estaba acostumbrado a eso. Mis clientes eran maridos infieles, mujeres engañadas y algún que otro borracho perdido. No sabía nada de libros desconocidos y suicidios extraños. Todo era muy extraño.
Lo primero que hice fui a un bar. En esos lugares se conocen todas las historias del lugar. Me tomé dos ginebras y me dijeron donde quedaba la casa de Ballard.
No fue difícil encontrarla. Supuse que en un tiempo había sido muy agradable y distinguida, muy colonial, pero los años la habían deteriorado bastante.
Golpeé la puerta pero nadie me contestó. Esperé un par de minutos y me asomé por una de las ventanas. No se veía a nadie.
Regresé y golpeé nuevamente. Esa vez un poco más fuerte. Me estaba impacientando un poco, así que no encontré mejor opción que entrar de cualquier manera. Tanteé el picaporte, ya había pensado en forzar la puerta, pero para mi asombro esta se abrió de par en par.
–¿Quién es usted? –me preguntó un hombre de cara regordeta y ralo cabello blanco cercano a los ochenta años.
–Un amigo, sólo quiero hacerle unas preguntas.
–No lo recuerdo, y nunca tuve muchas amigos, así que me parece que es mejor que se marche por donde vino.
–Espere señor Ballard, necesito si ayuda.
–Ya no puedo ayudar a nadie.
–Tal vez sí pueda hacerlo. Estoy buscando a Dupont.
–¿Dupont? ¿Qué pasa con él?
–Ha desaparecido. Nadie sabe en dónde se encuentra. Quiero encontrarlo. Según parece corre un cierto peligro.
–Él estaba al tanto de eso, no creo que le importara. ¿Quién lo ha enviado a usted?
Me miró con una mayor atención, estudiándome un poco a través de sus gafas.
–Me contrataron. Soy detective.
–¿Quién lo contrató?
–Una chica, una alumna de Dupont. Está muy asustada por él y por el libro que estaba traduciendo.
–El libro, ese libro… Sígame. En el patio estaremos un poco más cómodos.
Nos sentamos en un banco de madera bajo un espléndido y frondoso ciprés.
Ballard se tomó un par de minutos antes de hablar. La preocupación le inundaba todo el rostro.
–Hace muchos años que no lo veo, pero puedo asegurarle que Dupont era brillante. Era inteligente, esforzado, tenaz. Pero tenía un gran problema, su avidez de conocimiento siempre provocaba algunos cimbronazos, y en muchos casos soportó algunas reprimendas severas. Era sí, y naturalmente se ve que no ha podido cambiar.
–¿Qué puede estar haciendo? ¿Por qué ese libro es tan importante?
–Es un libro perdido, antiguo, prohibido.
–No va a decirme que tiene relación con el fin del mundo y todas esas cosas…
–Lamentablemente tiene relación con eso, y de una manera que tal vez no pueda comprender…
–¡Vamos! Comprendo que es un hombre de Fe, pero…
–¿No ha visto los cataclismos que han sufrido los continentes? ¿La violencia en las calles?
–La sociedad está mal…
Negó con la cabeza y continuó:
–Una vez, hubo un hombre muy extraño, la oscuridad lo rodeaba. Esa fue la primera vez que escuchamos de ese libro, Dupont y yo éramos muy jóvenes. Nos habló de un viejo manuscrito que necesitaba traducir, de 333 páginas, 333 ilustraciones, 333 textos, una especie de manual de alquimia del medioevo. A mí no me interesó…
–Pero a él sí.
–Ahá. Afortunadamente pude convencerlo, y tampoco aceptó. Ese hombre volvió tres o cuatro veces más con el correr de los años, nos ofreció fortunas inmensas, diversiones, todo lo que un hombre podría desear y nunca aceptamos. Luego lo olvidamos, jamás lo volvimos a ver.
–Hasta ahora.
–Así parece.
–¿Recuerda el nombre de esa persona? ¿Lo que hacía?
–Nos dijo que era un coleccionista de antigüedades, pero nunca lo creí, algo ocultaba. Lamentablemente nunca lo investigamos, un error muy grande… Creo que se llamaba Walker, Alan Walker.
–¿Sabe dónde puedo encontrarlo?
–No, jamás pensé que volvería a inmiscuirse en nuestras vidas.
–Muy bien, entonces tengo que darle las gracias.
–Espero que le sirva de algo lo que le he dicho.
–Yo espero lo mismo.
Nos dimos las manos y volví a mi auto.
Volví a Connecticut en tiempo record. Miles de cosas se me cruzaban en la cabeza, mis pesadillas, la charla con Vigna y las miradas veladas de Victoria.
Entré a mi oficina y tal vez por obra y gracia del espíritu santo ella estaba ahí, esperándome.
–Muy bien Señorita Misteriosa, tengo que decirle que no seguiré en el caso, todo esto es una locura.
–Le suplico que no hable de esa manera, tiene que ayudarme. Hay muchas cosas en juego, no tiene idea.
–¿Usted si?
–Sí.
–Me está pidiendo demasiado, mi confianza es limitada.
–No le pido que confié en mí, solamente que me tenga Fe.
–¿Fe?
5
La pizza estaba realmente excelente, pero Victoria no parecía saber disfrutarla, sólo se limitaba a mirarla.
–Humm, hay un restaurant chino muy cerca. ¿Le interesaría cambiar de ambiente?
–Se lo agradezco, pero no tengo apetito. No como mucho.
–¿Vegetariana?
–Para nada.
–Ya veo –respondí a modo de cortesía, pero mirando hacia la bandeja–. ¿No va a comer esa porción?
–No.
–Pásemela, es una pena desperdiciarla.
Me pasó la bandeja y le di sin asco ni culpa. Segundos después vacié el vaso de vino blanco y me sentí mucho mejor.
–¿Sabe algo? La salsa es un infierno.
–¡No diga esas cosas por favor!
–Me parece que se está poniendo paranoica.
–A veces sus modales no son los mejores.
No le respondí. Comí en silencio y bebí la última copa de vino. Estaba satisfecho, pero mi empleadora no parecía estar muy feliz.
–¿Terminó?–me preguntó ella con una dureza que no había demostrado hasta el momento.
–Podría decir que sí. Pero un café no me vendría para nada mal. Me quedó la muzzarella anudada a la garganta.
Noté que ella se molestó un poco pero lo disimuló bastante bien. Era maravillosa.
–Usted no me cree. ¿No es así?
–¿Qué cosa?
–Lo que le dije. Lo que está sucediendo en el mundo.
–Debo reconocer que algunas cosas son un poco difíciles de aceptar, pero tampoco creo en que alguien tenga en sus manos un libro maldito que pueda destruirnos.
–No quiere ver los hechos.
–Veo ciertos hechos, pero no son suficientes.
–Usted no tiene fe.
–No. La he perdido hace mucho tiempo. Pero no creo que tenga mucho que ver en el caso.
–La tiene. Ya lo descubrirá.
–Lo veremos.
–Luce demasiado seguro, no debería estarlo tanto.
–El futuro lo dirá señorita, no me gusta mucho adelantarme a los hechos. Me cansé de esperar, con la cuchara en la mano, a que caiga sopa desde el cielo…
–Eso no me divierte.
–A mí tampoco pero es cierto.
–Cambiemos de tema, no quiero discutir.
–Okay. ¿De qué quiere que hablemos?
–De Dupont.
–Lástima. Creí que iba a hablarme de usted.
–¿De mí?
–Sí. ¿Por qué se asombra? Hay muchas cosas que no me ha dicho. Quién es, cómo conoció a Dupont, dónde vive, que hace en su tiempo libre…
–Creo que no son tan importantes esas cosas. Sólo Dupont y el libro lo son…
–¿Usted no lo es?
–No, sólo soy una nota, una marca dentro de una partitura musical.
–Partitura… Muy bien dicho, nunca lo hubiera imaginado. Se ve que es muy culta.
–No tanto. He estado en muchos lugares nada más.
–Yo seguramente estuve en otros y no tan cultos.
–Me los imagino, casi puedo verlos.
–No se ponga así, me hace recordar a una profesora de la secundaria demasiado moralista.
–Creo a veces se pone demasiado cínico y burlón.
–Me lo dijeron muchas veces. No lo puedo evitar. Es mi personalidad.
–Podría cambiarla un poco.
–No, a esta altura de mi vida no…
–No es tarde, se lo puedo asegurar, nunca es tarde para nada, ni siquiera para encontrar el perdón o la paz.
–¿Qué quiere decir con eso?
–Nada. Más adelante me entenderá. Pensemos en Dupont y en el libro. No puedo permitirme pensar en otra cosa.
Antes de responderle me limpié la boca con la servilleta y dejé un billete de cien sobre la mesa.
–Muy bien, Ballard no dijo mucho, creo que no está muy bien de la cabeza, pero me dio un nombre, Alan Walker. ¿Le dice algo?
–No.
–Entonces haré un par de llamados, tengo algunos conocidos en el departamento de Policía.
–¿Entonces?
–Espere aquí, hay una cabina en el fondo.
Dejé a Victoria e hice los llamados. Afortunadamente me atendió Jimmy el metido, un muchacho que sabía la vida y los errores de toda la ciudad, más los quehaceres de gente de la farándula. Se la pasaba leyendo las revistas con todos los chimentos y los amores…
Después de mucho palabrerío inútil, me dio un nombre y algunas otras cosas. Le agradecí y le prometí pagarle una cena. Colgué y volví donde estaba mi empleadora.
–Aparentemente ese Walker es una especie de coleccionista de obras de arte muy importante, pero muy poca gente lo conoce. Apenas se hace ver. Ciertos rumores lo vinculan con el tráfico de cuadros y cosas de ese estilo.
–¿Podemos encontrarlo?
–Creo que tenemos suerte. Mañana a la noche realiza una exposición en su casa. Quiere anunciar para un grupo de seguidores la traducción de un libro perdido que ha estudiado toda su vida...
–¡Debemos ir!
–Será complicado. No veo la manera, el motivo con el que podamos ingresar.
–¡Usted es detective, algo se le tiene que ocurrir! ¿No tiene una placa?
–Mi placa no sirve para eso.
–¿Entonces?
–No sé…
Me dejé caer sobre la silla y me puse a pensar. Estaba cansado, metido en una situación que me sobrepasaba.
El rostro compungido de Victoria brillaba frente a mí. Me pregunté quién la había hecho cruzar en mi camino.
Estuvimos varios minutos en silencio, hasta que de pronto recordé algo. Busqué en el bolsillo interior de mi impermeable y el papel todavía estaba ahí.
Era la única posibilidad, la única bala en la recamara, era como tirarse al mar sin salvavidas, pero era lo que teníamos…
6
Volvimos a mi departamento. Victoria no quería quedarse, pero era tarde y finalmente aceptó.
No quiso dormir en mi habitación, sola obviamente, no le había hecho ninguna propuesta indecorosa, así que yo me despatarré a mi gusto y ella se quedó en el sofá del comedor.
El día siguiente transcurrió con una rapidez sorprendente. Yo fui a comprar algunas cosas para comer y le dije a Victoria que se podía asear y vestirse con algunas ropas que me habían quedado de mi difunta esposa.
Cuando volví no pude dejar de sorprenderme, le quedaban demasiado bien. Traté de no mirarla mucho, así que me fui a dar una ducha y la obligada afeitada.
Después de eso salí y comimos una tortilla y un par de bifes que Victoria cocinó muy bien. Nunca había pensado en que ella podía ser una buena cocinera.
Hablamos bastante, de muchas cosas, pero nada de su vida personal, en ese punto era insondable.
Y de pronto, las sombras de la noche comenzaron a caer sobre la ciudad, de manera que, salimos en busca de mi auto y nos pusimos en marcha.
Tuve necesidad de tocar dos o tres veces la culata de mi pistola, algo me decía que esa noche la iba a usar…
7
Las puertas de la mansión estaban abiertas. Un sendero estrecho nos llevó hasta un amplio espacio de terreno frente a la casa, donde varios automóviles de alta gama estaban estacionados.
Detuve el vehículo y bajamos de él. Victoria parecía estar inquieta, no parecía estar asustada por la situación. Muy por el contrario, su belleza serena, me daba cierta tranquilidad para seguir adelante.
–¿Esta lista? –le pregunté.
–Desde que esto comenzó.
–Bien.
–¿Y usted, está seguro de lo que va a hacer?
–No. Pero no se me ocurre otra cosa, y tampoco nos va a dejar entrar a los tiros.
–Entiendo. Confío en usted.
–No sé porque…
Caminos hacia la casa y toqué el timbre. Un par de segundos después, un pelado fortachón enfundado en traje negro nos abrió la puerta y me miró de muy mala manera.
–¿Qué quiere aquí? ¿Acaso está perdido?
–No me perdí amigo, pero quiero que le des esto a Walker –le respondí tratando de ser amigable y dándole al orangután la última nota que había escrito Gentile.
La miró e hizo una mueca desagradable con sus labios. Sin decir nada más, metió su cabezota adentro y cerró.
–Un tipo de pocas palabras –susurré a modo de confidencia a Victoria. No me respondió y me sobresalté un poco. Me di la vuelta y vi que estaba medio escondida detrás de unos arbustos.
–¿Qué hace ahí?
–Nada, ese hombre era muy intimidante.
–No me diga que está asustada.
–No es eso. Después le explico.
Iba a decirle algo inapropiado pero la puerta se abrió de nuevo y la cabeza calva nos indicó que pasemos.
Entramos. El vestíbulo era grande y muy fino. Demasiado para mi gusto. Había extrañas y tétricas pinturas en ambos lados, algunas esculturas no menos extrañas y un cortinado purpura al frente que llevaba a alguna parte.
–Aquí está bien. El señor Walker vendrá en un par de minutos –nos dijo el gorila antes de desparecer tras las cortinas.
Miré a Victoria y me puse a estudiar los cuadros.
–¿Sabe algo? Esas pinturas no me gustan nada. Son muy feas, a punto de decir que esos bichos son desagradables.
–La fealdad no tiene nada que ver.
–¿Qué quiere decir?
–Esas criaturas son representaciones, símbolos, referencias sobre algunos sucesos que podrían ocurrir.
–Sigo sin entender.
–En ellas está demostrando las formas de abrir los sellos prohibidos. La destrucción de la humanidad tal cual la conocemos.
–¿Es en serio?
–¡Claro! ¿Cree que es broma?
–No digo que todo esto seas broma, pero sí un delirio. Estamos en el siglo veinte. La gente ya no cree en estas cosas, todo esto se creía en la edad media.
–Se equivoca. Hay muchas verdades ocultas en los relatos sagrados y en algunos que no lo son tanto, solamente la mayoría de las personas en este mundo no lo saben–expresó una voz muy masculina, como de locutor a mis espaldas.
Giré y lo vi. Era Walker, no había duda de eso, lo sabía sin conocerlo.
–¿Podría decirme ahora que es lo que lo trae por aquí señor…
–Collins, y ella es la señorita Victoria.
–Hmm… No entiendo, ¿Ha tomado algo antes de venir?
–Pues, no, no… Ella estaba aquí…
Ella había desaparecido, esfumado, como si nunca hubiera estado.
–¿Y a que se dedica, porque ha venido a verme?
–Algo muy feo le ha sucedido a un par de amigos, Gentile, Vigna, quiero saber por qué ha desaparecido Dupont…
–¿Dupont? Ha estado trabajando conmigo y se encuentra muy bien, si eso es lo que le interesa.
–Me gustaría verlo. Hay muchas personas que no creen eso.
–Si no tiene nada más interesante que decirme tengo que pedirle que deje mi casa. Solamente porque soy una persona educada lo he recibido.
Me acerqué a él, le puse el dedo índice en el pecho y le di un par de golpecitos.
–Usted está metido hasta el cuello en ritos extraños y todas esas supercherías. Va a decirme que ha hecho con Dupont y con Victoria. Después de eso puede quedarse con su maldito libro. Eso no me interesa.
Dejé de oprimirle el pecho y Walker me dedicó una pequeña sonrisa.
–Sin duda alguna es o ha sido policía. No tiene nada en contra mío. Tampoco puedo decirle mucho de esas personas que ha mencionado. Como debe saber hoy es una noche muy especial, así que lamentablemente no puedo perder más tiempo con sus juegos.
–Esto no es ningún juego, ¡Y dígame que ha hecho con la chica!
–¿Qué chica, está loco?
Saqué mi pistola y le apunté.
–Puede ser que esté un poco loco, pero usted lo está mucho más, con esos malditos cuentos del fin del mundo.
–¿Sabe algo? Me hubiera gustado conocerlo antes, tal vez me hubiera servido mucho. Admiro la gente con temperamento.
–¡Deje ese palabrerío para otro momento! Le advierto que si no me dice…
–¡Bob! Encárgate de él. No puedo retrasarme con este idiota.
El enorme lacayo caminó hacia mi muy decidido a sacarme de en medio. Le apunté a la cabeza y le advertí:
–Amigo, si das un paso más, te vuelo los sesos.
Bob, como así lo habían llamado, no demostró ni un poco de miedo ni preocupación, por lo que siguió adelante y le disparé…
8
Mi idea no era matarlo, pero no podía dar marcha atrás, o alguien me había tomado el pelo de mala manera o Walker escondía algo, así que mi disparo, mejor dicho, mis tres disparos, no se dirigieron hacia el gorila sino que fueron hacia la araña que iluminaba la habitación.
Todo se quedó a oscuras y corrí en zigzag hacia las cortinas, pero unas manos muy fuertes me agarraron por el pecho y el cuello y me di cuenta que Bob se había dado cuenta de mi maniobra. Traté de zafarme de su abrazo por todos los medios posibles, le arrojé un par de codazos e intenté golpearlo con la culata de mi pistola, pero nada parecía afectarlo.
Comencé a marearme. El maldito me estaba ahorcando, no podía respirar, y viéndome perdido disparé una vez más, pero después de eso sentí que caía por enorme abismo. Y todo era negro, muy negro…
Creí que me tragaba, que me disolvería en él y me dejé ir, y después de mucho tiempo no me sentí mal, pero, de pronto una voz de mujer me llegó desde alguna parte.
–Harry, Harry…, Tienes que despertar. Todavía falta mucho para que estés a mi lado.
–¿Irena?
–Sí Harry, soy yo.
–Estoy cansado, no puedo seguir buscando…
–Es que no tienes que seguir buscándome Harry, aquí estoy bien. Tienes que seguir adelante y no culparte por lo que pasó.
–Yo tenía que estar más atento, no vi venir al camión…
–No te preocupes esposo mío. Yo estoy bien, estoy en paz. No eres culpable de nada.
Ella apareció y la vi tan hermosa como lucia en ese cuadro que había guardado en uno de los cajones del escritorio.
–Yo…
–Despierta por favor, hay otras cosas más importantes que tienes que atender…
Abrí los ojos y me di cuenta que estaba atado a una columna de cemento, en el costado de un salón donde se estaba llevando a cabo una ceremonia muy extraña.
Walker estaba vestido con una túnica negra sobre una tarima, frente a la cual una decena de hombres, también vestidos de negro, se hallaban de rodillas adorándolo. Él recitaba algún tipo de encantamiento, leyéndolo de un libro de tapas oscuras que sostenía en sus manos.
Bob, como un buen perro guardián esperaba a muy poca distancia.
En el interior de un gran brasero de bronce situado a su espalda, una monstruosa llama parecía querer contestarle mediante su crepitar y sus movimientos desmedidos.
A muy poca distancia, Dupont con la mirada perdida deambulaba arrastrando los pies. Lo llamé.
Tardó en reaccionar, parecía una marioneta a la que le habían cortado los hilos, sin voluntad propia, si reacción.
Una violenta llamarada que nos sacudió a todos lo hizo trastabillar y de alguna manera tener una pequeña reacción.
–¿Quién, quién es usted…?
–¡Eso no importa, tiene que soltarme! ¡Tenemos que detener esta locura!
–No podemos hacer nada –expresó con la voz apagada–. He hecho algo terrible, el mal dominará la Tierra…
–¡Dupont! –le grité otra vez sintiendo que la cabeza me estaba por estallar.
El resplandor de las llamas era cada vez más grande y el calor se hacía insoportable.
–¡El portal, el portal! ¡Se está abriendo! –gritó Dupont aferrándose a una de las columnas.
Un espacio alternativo se abrió sobre las llamas, era algo extraño terrible, jamás en mi vida había visto algo así. Las leyes naturales se habían quebrado de alguna manera que mi pobre conocimiento no podía entender.
–¡Dupont, Dupont! ¡Tiene que detener esto!
–¿Yo? Yo no puedo hacerlo. Estoy maldito, mi ambición me llevó demasiado lejos. Nadie puede perdonarme lo que he hecho.
–¿Nadie? Creo que se equivoca señor Dupont –dijo una voz femenina a muy corta distancia. La silueta de una mujer que yo conocía se recortó entre las sombras.
–Todos tenemos una segunda oportunidad–agregó Victoria.
Al principio creí que la vista me engañaba, pero al acercarse hacia nosotros la pude ver mejor y noté que un nudo se me hacía en la garganta.
Era Victoria, pero lucía diferente, su cabello estaba suelto, peinado en ondas gruesas, cayendo sobre sus hombros, pero eso no era todo, su atuendo parecía ser el de una guerrera amazona. Y lo que más me asombraba eran sus alas y el aura que la rodeaba.
–¿Qué, que eres? –le pregunté asombrado.
–¿Importa quién soy? Importa lo que tenemos que hacer, nuestra misión. No te hagas más preguntas. Soy lo que puedes ver…
–Entonces… ahora comprendo, los demás no podían verte, solo yo…
–Podemos seguir más tarde Harry, ahora debemos ocuparnos de Walker.
Ella miró hacia el altar y nosotros hicimos lo mismo. En ese momento, unas extrañas sombras surgieron del agujero abierto en el aire y se dirigieron hacia Walker y lo alzaron. Suspendido en el aire comenzó a sacudirse y a gritar de una manera espeluznante. Aturdidos, vimos como esas emanaciones de otro mundo ingresaron por su boca…
Un último grito atronó nuestros oídos y después de eso, vimos como el cuerpo se desplomaba sobre el piso.
Sus acólitos se sintieron intimidados y algunos de ellos huyeron. Solamente dos se atrevieron a quedarse. Tímidamente se acercaron al altar y junto a Bob, trataron de poner en pie a Walker que había quedado como una rana disecada.
Victoria sacó la espada de su funda y cortó mis ataduras.
–Esto no ha terminado. Debemos recuperar el libro y cerrar el portal. Dupont, Harry, lo dejo en sus manos. Pero antes debemos devolver al infierno a ese engendro.
–¿Engendro? –murmuré.
–¡Ese! –respondió Victoria e inmediatamente Walker, o mejor dicho lo que había sido, se puso de pie. Sus ojos eran rojos y una espesa baba negra caía de su boca plagada de colmillos. Sus manos, convertidas en garras, aferraron a uno de sus seguidores y lo destrozaron.
Una expresión de enfermiza felicidad relampagueó en su rostro mientras el discípulo restante caía aferrándose el pecho.
Victoria inmediatamente voló hacia la criatura.
–¡Demonio, prepárate! –le anunció.
Dupont y yo estábamos aturdidos, anestesiados por todo lo que estábamos viviendo, pero recordé las palabras de Irena, y eso me hizo reaccionar.
Tomé a Dupont de la ropa y lo sacudí:
–Yo me encargó de Bob, usted agarre el libro y cierre esa maldita puerta.
Corrimos hacia el altar y él se nos cruzó previendo nuestro movimiento.
Agarré un candelabro de pie y caminé hacia él.
–Ven aquí estúpido gorila…
9
Le arrojé un golpe al cuello que no pudo esquivar, pero era muy fuerte, y a pesar de tambalearse, logró aferrarse al candelabro y tirar de él.
Me atrajo hacia sus manos, pero no contó que yo iba a aprovechar el impulso para aplicarle un cabezazo en el medio de la nariz. No era muy ortodoxo mi movimiento, pero con alguien como él tenía que aplicar todas las jugarretas que conocía.
La sangre manó con abundancia de su cara pero no demostró dolor alguno. Eso no me importó. Aferré con todas mis fuerzas el candelabro y lo golpeé otra vez.
Con un gemido ahogado Bob cayó y quedó fuera de combate, dejándonos acceder al libro.
Todavía shockeado, Dupont buscó una de las paginas, al encontrarla se puso a recitar uno de los versículos.
A todo esto Victoria trataba de acercarse al demonio…
Un fulgor rojizo, proveniente de las garras, no le permitían acercarse. El poder del mal era fuerte, pero centímetro a centímetro y con un enorme esfuerzo, ella achicaba la distancia.
–Esto me divierte mucho, ¡Ja, ja, ja! –gruñó Walker con un tono inhumano que helaba la sangre.
–¡Cuando de devuelva a tu inmundo agujero no te divertirás tanto! –replicó ella.
–¡No volveré! La Tierra será mi mundo, y todos los humanos mis esclavos. Hace miles de años que lo estoy esperando…
–¡Y volverás a esperar!
El equilibrio de fuerzas parecía no poder ser roto por ella, hasta que en un determinado momento, y debido al ritual que estaba haciendo Dupont, las llamas en el brasero comenzaron a perder fuerza y color.
–¿Qué, que estás haciendo siervo? –preguntó el demonio echándonos una mirada llena de odio que podía haber freído una paloma en pleno vuelo.
Dupont no le contestó y siguió con el rito, y eso fue algo que no le agradó.
–¡Detente gusano! –aulló enojado, apuntándolo con sus garras y lanzándole un rayo en el medio del pecho. El sacerdote emitió un gemido de dolor mientras volaba varios metros en el aire.
–¡No te atrevas! –exclamó Victoria aprovechando el momento de distracción para llegar hasta él y colocarle la espada contra el cuello.
–Eres rápida, pero no has triunfado todavía.
Una de las garras apresó la mano de ella y contrarrestó la presión del acero, y con le otra aferró el desnudo cuello.
–¿Quién crees que es más fuerte?
Sus rostros demostraron todo el esfuerzo que estaban haciendo. Yo corrí hasta donde estaba Dupont y lo ayudé a reincorporarse. Le acerqué el libre y le pedí que continuase.
El maltrecho sacerdote continuó con el recitado y las llamas se pusieron de color celeste, mientras que el portal comenzó a fluctuar de una manera intimidante. Algo me dijo que tenía que hacer algo para terminar con la pelea de esos dos seres de otros planos.
No tenía armas de ningún tipo, supuse que el candelabro no le haría daño alguno, y cuando no sabía qué hacer, vi una daga de plata yaciendo sobre el altar. Me lamenté por mi idiotez. Ningún rito es capaz de realizarse sin una daga, eso lo había aprendido leyendo novelas baratas en mi tiempo libre.
Tragué saliva la agarré y me acerqué sin que me vieran.
Cuando Walker se dio cuenta de mi presencia fue muy tarde. Sólo pudo gritar y ver como yo hundía el acero en su costado derecho.
–¡Aarrghh! ¡Tú…! –exclamó sacándose a Victoria de encima de un manotazo.
–Sí, apenas yo…
–¡No sé porque te has cruzado en mi camino, pero pagarás por ello!
Con una rapidez increíble saltó y me agarró del cuello. Mis pies quedaron colgando en el aire mientras sentía que la presión que hacía en garganta iba a matarme en un par de segundos.
–¡Demonio, no te olvides de mí– anunció Victoria haciendo refulgir su espada delante de mis ojos.
Caí al suelo, y me di cuenta que la mano de Walker todavía estaba agarrada al cuello de mi camisa. Con un tremendo asco, la agarré y la arrojé muy lejos.
Sin una de sus garras y con la daga todavía clavada el engendro gruñía cientos de maldiciones.
–¡Ya basta perverso ser, deja de blasfemar y vuelve por dónde has venido! – añadió ella batiendo nuevamente su arma y cortándole sin titubear, la cabeza a nuestro contrincante.
Las sombras que habían ingresado al cuerpo ahora fluían de él hacia el portal, que parecía atraerlas, succionarlas mágicamente con un viento que azotaba a todo el salón.
La voz de Dupont sonaba como la de un viejo profeta, llevando el mal hacia el lugar de donde provenía y del que no tenía que haber salido jamás.
Victoria llegó a mi lado, y nos quedamos los dos observando como el portal se iba cerrando a medida que esa la fuerza maligna iba desapareciendo en él, hasta que finalmente todo volvió a la normalidad. El agujero sobre las llamas había dejado de existir, y ellas también.
Dupont, agotado por todo lo que había realizado, se permitió caer de rodillas sobre las frías baldosas y se puso a rezar.
–Lo hizo Harry, lo hizo –me dijo Victoria con una sonrisa en los labios.
–No, tú lo hiciste también, sin ti no hubiera podido.
–Ahora has aprendido, debes cuidarte, estar atento, el mal siempre está cerca y quiere adueñarse del mundo.
–Pero, ¿Por qué yo?
–Has sido elegido, por tu pasado, por lo que has remediado. No debes hacerte más preguntas. Has tenido tu recompensa, has sido perdonado.
Hice una pausa antes de contestarle. Todo era muy complejo. Mi mente ya no podía más.
–¿Qué hay de ti, volveré a verte?
–No lo sé. No hago los planes. Soy…
–Una pequeña nota en la partitura…
–Así es.
Me sonrió nuevamente y agarró el maldito libro. De inmediato supe que no iba a decirme nada más y que ese era el final.
–Adiós Harry.
–Adiós.
Sus alas se desplegaron y ella subió hacia el techo y después de eso no la vi más.
Después de eso agarré a Dupont y lo metí dentro del auto. Había un hospital cerca. Ahí nos atenderían a los dos.
Un nuevo mundo había aparecido. Ya no era el mismo. Había arreglado las cuentas con mi pasado y tal vez tenía un nuevo futuro. No lo sabía.
Tal vez el siguiente caso me podría dar las respuestas, pero eso sucedería después de que yo colgara nuevamente un cuadro...
Título: El Libro. Autor: Daniel Leuzzi. Obra presentada en la convocatoria Amanecer Pulp 2014: Amanecer Pulp