El Silencio Inmemorial, un relato de Robert Edgar Blond
En la entrada de hoy os presentamos a un nuevo autor. Se llama Robert Edgar Blond, y el estilo de su prosa es todo un homenaje a clásicos como Lovecraft o Howard. Todo un apasionado de la literatura pulp, de hecho utiliza para sus trabajos una vieja máquina de escribir Underwood de los años 20, herramienta de trabajo habitual para los escritores de la época. Ahora os dejamos con uno de sus relatos, firme candidato para nuestra publicación dedicada a la weird menace: Amanecer Pulp, y en el cual podemos experimentar una atmosfera inquietante y opresiva, tal y como nos tiene acostumbrados el maestro de Providence.
El Silencio Inmemorial, por Robert Edgar Blond
La densa oscuridad se enroscaba a su alrededor como un inmenso reptil. El silencio era ensordecedor, como un ser intangible que devorase el sonido, dejando tan sólo un débil eco tras de sí. Incluso los latidos de su corazón y su jadeante respiración eran apenas perceptibles en aquel escalofriante lugar.
Un olor nauseabundo, en el que no había reparado hasta entonces, golpeó sus sentidos. El penetrante olor a podredumbre y humedad. El olor de la muerte y la descomposición.
Bajo su cuerpo podía sentir como las frías y afiladas rocas que cubrían el lugar lamían su desnuda piel.
Avanzó a ciegas, buscando algo a lo que aferrarse. Se moviese hacia donde se moviese, tan sólo encontraba suelo rocoso, pero ni rastro de pared alguna.
El miedo cerval dio paso al más absoluto de los terrores. Se puso en pie y avanzó a tientas a través de la densa negrura. Comenzó caminando lentamente, con los brazos desplegados por si tropezaba, para, al cabo de varios minutos, correr presa del pánico. Sus pies descalzos se desgarraban una y otra vez, lacerando su carne y convirtiéndolos en una masa pulposa; pero no podía detenerse. El terror que dominaba su mente era aún más poderoso que el agudo dolor que recorría cada fibra de su ser.
No encontró pared o escalón alguno; ni siquiera un punto luminoso, un simple destello o un sonido apagado hacia el que dirigirse. En aquel lugar de pesadilla no existía otra cosa que la nada absoluta. Una nada aterradora.
En su febril carrera trastabilló una y otra vez. Su cuerpo se machacaba contra las afiladas rocas. Pero el dolor y la sangre que manaba de sus heridas no parecían capaces de detener su alocada carrera.
El tiempo en aquel angustioso lugar no significaba nada. Puede que llevase minutos, horas o incluso días corriendo cuando su cuerpo cayó pesadamente presa del agotamiento. Su cabeza emitió un sonoro crujido cuando se golpeó violentamente contra el suelo...
Un sabor metálico inundaba su boca. Una gran costra de sangre seca cubría su rostro y parte de su cabeza. No sabía si el golpe le había dejado inconsciente durante horas, o tan sólo habían transcurrido un par de segundos. Nada tenía sentido en aquel lugar. No parecía real... No podía ser real.
Permaneció inmóvil durante unos instantes. Sus venas palpitaban con tal ardor que parecían a punto de estallar. Sus músculos habían perdido todo vestigio de fuerza. La sangre manaba de cientos de cortes. Pero todo aquello no era ni una débil sombra del verdadero sufrimiento que afligía su espíritu. La oscuridad se cerraba a su alrededor como un armazón de solida roca, devorando pedazos de su alma con cada bocanada de aire rancio que aspiraba.
Un débil resplandor llamó su atención. Una pequeña luz azulada que flotaba suavemente.
Un escalofrío recorrió su espalda. Cerró sus ojos con todas sus fuerzas, con la intención de descubrir si aquella luz era tan sólo un agónico producto de su mente corrompida, o si por el contrario se trataba de algo real y tangible.
Abrió sus ojos lentamente, esperando no encontrar allí nada más que negrura, pero, para su sorpresa, la luz seguía allí. Un pequeño punto azulado que contrastaba vivamente con la sórdida oscuridad.
Aquella visión inundó su ser de nueva vida, insuflando energía extra a su maltrecho cuerpo.
Avanzó lentamente, con la vista fija sobre su objetivo. Temía incluso parpadear y descubrir que se tratase tan sólo de una simple quimera.
Cada paso que daba era una nueva puñalada de dolor. Un dolor que no sabía hasta cuándo podría soportar.
Al cabo de unos minutos, su torso se convulsionó presa del agotamiento. Su pecho estalló en un sonoro coro de espasmos acompañados por toses sanguinolentas. Sus piernas cedieron ante tal monumental esfuerzo. Su cuerpo se dobló ante la agotadora sacudida y se desplomó pesadamente sobre el pétreo suelo.
No podía rendirse. Tenía que luchar. Aquella luz era la última oportunidad que le quedaba para sobrevivir, o al menos la única posibilidad de que su alma no quedase atrapada para siempre en aquel mundo de tinieblas.
Sus destrozados dedos se clavaban en el suelo con tanta fuerza que varias de sus uñas se partieron con sordos crujidos. Su ensangrentado cuerpo se arrastraba penosamente, dejando tras de sí un serpenteante reguero carmesí. Su carne se desgarraba. Sus músculos gemían de dolor. Su cabeza parecía a punto de estallar.
La luz se encontraba cerca... Demasiado cerca para rendirse. Ya casi podía tocarla. Tan sólo tenía que estirar sus doloridos miembros... Y sería suya para siempre.
Justo cuando sus miembros comenzaban a estirarse para alcanzar la luz, un relámpago de insoportable dolor recorrió su espina dorsal. Intentó gritar de dolor, pero su voz se quebró incluso antes de que los gemidos alcanzasen su boca. El dolor era insoportable, un dolor atroz que traspasaba su cuerpo y se cebaba infligiendo los más atroces tormentos a su carne.
La pequeña luz se encontraba justo delante de su rostro. Su tenue brillo azulado prometía la calidez y la esperanza que tanto necesitaba en aquel instante.
Alargó sus débiles manos para atrapar la luminosa esfera, pero esta brincó, escapándose de entre sus rígidos dedos, y comenzó a danzar frenéticamente por encima de su cabeza.
Con un último y agotador esfuerzo, alzó sus doloridos y ensangrentados miembros, consumiendo sus últimas fuerzas. Su cuerpo se movía lentamente, como si tuviesen que atravesar una densa capa de fluido viscoso. Sus piernas se tambaleaban como las de un borracho. Su cabeza parecía a punto de estallar. Sus sentidos estaban embotados. Sus brazos colgaban laxos a sus costados. Sus crispados dedos se movían muy lentamente, en un fútil intento por alcanzar su objetivo. Pero, a pesar del inmenso sufrimiento, sus hinchados y doloridos ojos seguían contemplando el azulado resplandor con absoluta fascinación.
Quería avanzar hacia ella. Quería estirar sus brazos y aferrarla... Para no soltarla jamás.
Sus músculos se revelaron, intentando extraer energía de lo más recóndito de su ser, pero hacía mucho que las había agotado todas. Se encontraba de pie, pero sus miembros habían dejado de responder a sus órdenes... A sus amenazas.... A sus suplicas.
La esfera se fue acercando lentamente, bailoteando juguetona a su alrededor, para finalmente posarse sobre su rostro. Una indescriptible calidez se apoderó de todo su ser. Una calidez como no había sentido jamás.
Los últimos vestigios de vida que le quedaban comenzaban a desvanecerse con pasmosa velocidad. Sus débiles miembros se doblaban temblorosos y apenas si eran capaces de sostener su cuerpo un solo instante más. Su mente abotargada no le permitía pensar con claridad.
Sus ojos estaban a punto de cerrarse... Cuando comenzó a vislumbrar algo más allá de la luz. Al principio tan sólo era una débil sombra de forma imprecisa cuyo centro brillaba con un débil resplandor ambarino. Poco a poco se fue haciendo cada vez más visible, hasta que adoptó la siniestra forma de una enorme pupila.
Un chasquido seco precedió al más absoluto de los silencios. Un silencio total. Un silencio... Inmemorial.