Relato de misterio e intriga, con una trama policíaca de por medio
Con el relato que sigue presentamos a un nuevo escritor que acaba de sumarse a nuestra comunidad. Escritora, en este caso, y toda una especilista en el género noir. Aficionada a los clásicos, y al horror y la ciencia ficción de Lovecraft, Poe, Asimov, o Kafka, la autora, Barbie Turika, nos ofrece la historia que sigue, titulada "Removiendo las Cenizas". Una historia típica de detectives, misterios sin resolver, y amores imposibles, que te mantendrá enganchado de principio a fin.
Removiendo las Cenizas, por Barbie Turika
La carretera estaba oscura y el asfalto humedecido por la llovizna. En una patrullera de policía iba conduciendo el oficial Frans Sevilla y lo acompañaba su novia, una bella joven mujer de 23 años, con quien llevaba saliendo más de un año. Ella, Mariana, era alta, morena, pelo largo y ensortijado. Trabajaba en una agencia fúnebre, cuya apariencia jovial y angelical contrastaba completamente con el frio mortecino de un cadáver. Había tenido un par de novios antes de Frans, pero con ninguno había llegado a intimar; ésta noche sería su «primera vez» y sentía una gran expectativa.
A él las emociones no le eran ajenas. Se había divorciado hacía unos 6 meses, y cuando conoció a Mariana su matrimonio estaba ya en crisis. El día que él le presentó a Mariana los papeles del trámite del divorcio de su esposa, ella aceptó empezar a salir con él. Seis meses después ya era un hombre libre, y la relación estaba tan afianzada que ella no dudaba en liberar la tensión sexual con él.
Pero querían hacerlo en un lugar diferente, de una manera que descentrara la atención de su virginidad y solo les ofreciera la emoción del momento. Por eso Frans conducía lejos de la ciudad, hacia una casa en la cual dos semanas atrás hubo un doble crimen y por lo tanto estaba abandonada. Los vecinos habían denunciado la manifestación de eventos extraños dentro de la casa, como luces que se prendían y apagaban, gritos desgarradores, fuego incipiente que luego desaparecía espontáneamente, objetos que se rompían, e incluso sonido de disparos. La policía no pudo comprobar nada por lo que descartaron la veracidad de las denuncias. Todo esto convertía a la casa en un escenario completamente estimulante para ambos. Aún más considerando que los vecinos ya no querían siquiera asomarse por los alrededores. No habría testigos.
Iba sonado el disco «Famous Monsters» de Misfits a un volumen intolerable dentro del coche, por cuyas ventanillas, a medio descender, escapaba el sonido y el humo de marihuana. Ella fumaba, y mal entonaba una canción. Él, quien conducía, reía y bebía largos sorbos de tequila de la botella, intentando ahogar su ansiedad, cuando frenó de improviso. Se habían detenido frente a una casa que hacía pensar en «Ciudad Gótica» se veía tétrica y distante, como si jamás alguien de éste mundo pudiera habitar allí. Su infraestructura no era algo del otro mundo, pero el aire que se infiltraba a través de sus muros sí. Grandes ventanales que observaban como ojos helados. El viento parecía circundarla, sin atreverse a pasar por ella.
Él tragó saliva y ella exclamó: «Ufff, ¡es genial!»
—Nada de eso —se apresuró él a responder y se llevó de nuevo la botella a la boca. Ella le arrebató la botella y se bebió lo último que quedaba y a continuación comenzó a simular una felación con la botella vacía y luego a reír como una demente—. ¿Eres traviesa no? —inquirió él con cierto deseo. Ella inclinó medio cuerpo para adelante y llevó ambas manos al suelo, permaneció allí unos segundos y luego se incorporó portando dos botellas de vodka a modo de trofeo. Comenzaron a reír.
—¡Vamos! —dijeron casi al unísono.
Mariana descendió del auto con sus provisiones para la «fiesta», las dos botellas de vodka, cigarrillos, encendedor, marihuana y sus malas intenciones. Ingresó al jardín de la casa dando saltitos a lo largo del sendero. Frans la siguió, no sin antes enfundarse el arma y tomar las esposas «por si acaso», pensó. También se llevó una linterna y se puso en el bolsillo una bolsita de coca.
Él adelantó el paso y forzó la puerta, la cual cedió sin ninguna oposición y se abrió por completo, como si los invitara a pasar. Entró sin vacilar mientras ella lo aguardaba intentando abrir una de las botellas con los dientes. Él estaba buscando la caja de fusibles, en un par de minutos era obvio que lo había conseguido porque un par de luces se encendieron dentro de la casa. Se asomó a la puerta a observar a Mariana, quien lucía esplendida bajo la tenue luz de la luna, tanto, que incluso sus ojos parecían brillar. Le pasó una mano invitándola a pasar. Ella la tomó de buena gana pues «el momento había llegado».
El interior de la casa contrastaba con el exterior, pues todo se veía cálido, a excepción de algunos objetos que estaban desparramados en el suelo y un par de muebles ligeramente fuera de lugar, todo lo demás estaba perfectamente coordinando. Había un orden casi artístico. Era sorprendente, pero todo lucía nuevo, perfectamente conservado, el polvo que usualmente se asienta sobre los muebles era inexistente y todo esto volvía la atmosfera algo extraña. Era como si alguien siguiera habitando la casa.
Mariana corrió escaleras arriba, desprendiéndose la falda y dejándola deslizarse por sus piernas; esto casi provocó su caída. Volvió a reír a todo pulmón sin tener consciencia de que una caída podría haberle resultado mortal. Entre tanto Frans observaba todo apacible, intentando imaginar cómo se desencadenó aquel doble crimen, cuyo expediente estaba cerrado, caratulado como asesinato y suicidio; no había ninguna duda. Se trataba de una pareja que llevaba 20 años de matrimonio. La mujer había disparado 5 tiros contra su esposo y posteriormente se había suicidado. El móvil del crimen, los celos; la mujer había descubierto que su esposo tenía una amante. Un grito desesperado lo sacó abruptamente de sus pensamientos. Corrió escaleras arriba y se encontró con Mariana, desnuda, cubriéndose la cara con las manos, estaba parada en la puerta de la habitación que habría pertenecido al matrimonio y precisamente donde se había producido el crimen. Había sangre por todos lados, en la cama, el suelo y las paredes. Aún estaban las líneas de seguridad que utilizan los investigadores de criminalística. A Frans le sorprendió que aún no se hubiese limpiado la escena del crimen.
—No toques nada… —le murmuró a Mariana.
—La sangre parece fresca Frans —dijo ella sin descubrirse los ojos, era un gesto tan aniñado que Frans sintió el impulso de abrazarla y así lo hizo—. Solo es impresión tuya cariño —pero él no estaba convencido, aun así prefirió no salir de la duda.
Él la animo dándole una fuerte palmada en una nalga y ella huyó corriendo a lo largo del pasillo. De nuevo el estruendo de su risa inundaba la casa. Él se peinó con las manos, y le gritó:
—Iré por las botellas.
Ella no respondió.
Mientras descendía las escaleras vio de reojo una figura moverse abajo, a su derecha. Sintió un golpe de miedo que lo paralizó. Giro la cabeza lentamente pero no había nada «Es solo sugestión» pensó, pero en el fondo quería salir huyendo. En la alfombra una de las botellas se movía como si terminara su giro en el «juego de la botella».
—¿Mariana? —dijo él, simulando calma. ¿Pero de qué manera pudo haber llegado ahí abajo? No tenía sentido—. Ya sé que estás aquí chica traviesa —le gritó de nuevo.
No hubo respuesta.
Tomó las botellas y subió rápidamente las escaleras, busco por el pasillo hasta encontrar una puerta abierta. Era la habitación de un adolescente (o lo había sido antes) las paredes plagadas de posters de bandas de rock, la mesa de computadora vacía, al igual que la pequeña biblioteca y el closet. Había un estéreo pero sin discos cerca. Se notaba que quien habitaba esa habitación la abandonó con cierta prisa. Mariana estaba sentada en la cama fumando marihuana.
—¡Quiero escuchar música! —le dijo a Frans unos segundos después de percatarse de que él estaba ahí.
—Voy a tratar de sintonizar algo —dijo Frans sin poder dejar de pensar que Mariana estuvo todo el tiempo sentada ahí lo que significaba que ahí abajo… era mejor dejar de pensar en eso. Manipulando el estéreo descubrió un disco olvidado adentro. Presionó un botón y empezó a sonar «Punks Not Dead» de Expoited. Mariana dio un brincó y comenzó a bailar como poseída. Mientras ella intentaba entonar la canción él preparaba dos tiras de coca sobre la impoluta mesa de la computadora inexistente. Se metió una línea y por un momento su dulce chica detuvo su danza para imitarlo. Ella volvió a brincar. Él se sacó la camisa, puso el arma calibre 38, la linterna, las esposas y una caja de cerillas sobre la mesa. Se quitó los pantalones. Caminó hacia ella y la obligó a estarse quieta, le tomó la cara con una mano y empezó a lamerle el cuello y luego el mentón. Comenzaron a besarse apasionadamente. La arrojó a la cama. Siguió besándola, labios, cuello, senos, cintura. Ella le acariciaba la cabeza, luego sus fuertes brazos marcados, llenos de tatuajes, cuyas imágenes ella conocía muy bien; pero ahora cobraban extrañas formas. Ella lo deseaba con locura y aún más cuando él se dedicó a besar su entrepierna con maestría
—Te quiero dentro de mí —le rogó ella, a lo que él respondió rápidamente, escalando hasta sus labios, con la cara empapada, la beso y ella se abrazó a su cuello con sus brazos y a su cintura con sus piernas—. Te amo Frans —le dijo con voz melodiosa,
—Te amo preciosa — le respondió él, pero había un problema. No tenía una erección. Ella quien esperaba ansiosa el momento, se movía buscando el contacto con su miembro. Él se separó un poco de ella, suspirando, intentando mantener la calma. — Dame un momento cariño — comenzó a disculparse y quería decirle «hace rato vi algo muy raro allá abajo y no consigo concentrarme» pero no lo dijo. Quizás había bebido demasiado.
Ella se incorporó y permaneció sentada, decepcionada, ya no sonreía.
—¿Te has estado acostando con alguien más? —inquirió ella, él no respondió, se limitó a emitir una risa burlona.
—¿Qué quiere decir eso? O no pudiste olvidar a la perra —ella comenzaba a elevar la voz enfurecida.
—Calma Mariana, no digas idioteces —balbuceó él.
—¡Sé que sigues enamorado de ella! ¡Vuelve con tu puta esposa!
—No tiene nada que ver con ella.
—Entonces…. ¿el problema soy yo?
—No… —comenzó a tratar de explicar Frans, pero ella volvió a interrumpirlo.
—¡Es que no soy como ella! ¿Es eso? ¡No soy una maldita zorra como ella!
—Mariana… —la mencionó, pero él ya había perdido el hilo de la discusión, la empujó de nuevo a la cama y de nuevo comenzó a besarla y acariciarla, ella lloraba pero pronto se entregó a sus besos. De nuevo lo mismo. Nada funcionaba.
Se sentó en la cama de manera abrupta y se tomó la cabeza. Nadie dijo nada por un par de minutos. Ella se levantó y empezó a caminar por la habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho y resoplando y sollozando, luego tomó la botella de vodka y comenzó a beber largos tragos.
—Ya es suficiente Mariana —le suplicó él—. ¡Ven aquí! —y la invitó a sentarse junto a él. Ella lo miro con desdén y se dirigió al otro lado de la cama, donde permaneció de pie, a sus espaldas
—No me dices nada Frans… No me quieres decir… te andas revolcando con tu ex esposa.
—No te haría eso nena...
—¡Claro! —gritó ella—. No me harías «eso» a mí, no me follarías como a ella ¿eso es lo que quieres decir? ¡Dime! —Estaba vehemente
—Mariana, no me acuesto con mi ex.
—Me dices que tú, un maldito policía corrupto y adicto, eres un hombre fiel ¿Tienes doble moral? —tomó un trago, y añadió—: ¡Maldito hijo de puta! —y cuando terminó de decir esto le dio un fuerte golpe a Frans en la cabeza, con la botella. Él trató de levantarse, pero no pudo, y ella lo volvió a golpear, entonces comenzó a brotar sangre, sus movimientos fueron inútiles, un tercer golpe con la botella le hizo ver la oscuridad total y cayó al suelo. Ella habría querido romper la botella en la cabeza de él, pero el cristal nunca se quebró, más la cabeza de Frans sí, y ahora él yacía en el suelo con un charco de sangre que iba ganado terreno alrededor de su sien.
Ella arrojó la botella a la cama y trepó por encima de él para llegar hasta el otro lado y ver mejor el cuerpo de quien fuera su novio, tendido en el piso. Comenzó a llorar. Lo hizo girar con bastante dificultad, ya que era un hombre enorme, y comenzó a besarlo. La impresión de ella era que él no tenía signos vitales.
—Te amo —le dijo entre sollozos, acariciándole la cara y besándolo. Luego siguió besando su cuello, pecho, abdomen, mientras con una mano se estimulaba ella misma la entrepierna. Se introdujo el miembro flácido en la boca y comenzó a succionarlo. Ahora ella solo gemía. Él dolor y la angustia de ver a su amado sin vida parecía no ser más que un acontecimiento sin importancia. Estaba completamente excitada. Se montó sobre la pelvis del cadáver friccionando su propio sexo contra él. Se movió frenéticamente hasta que estalló en el clímax, pero no se detuvo, siguió una y otra vez hasta que cayó exhausta al suelo, como en un trance macabro.
Cuando recuperó el aliento, se levantó como si nada hubiese sucedido y empezó a regar el contenido de la otra botella de vodka por toda la habitación. Luego buscó alguna de sus prendas. Tomó las llaves del auto y el arma que Frans había dejado sobre la mesa de la computadora. También tomó la caja de cerillas y observó el cuerpo inerte.
Trató de encender una cerilla, pero la caja estaba humedecida, entonces recordó el encendedor que antes había estado usando —¿Dónde diablos lo dejé? —se preguntó a sí misma, cuando a lo lejos visualizó el «zippo» que estaba debajo de la cama. Brincó hasta la cama y se montó a ella procurando un ángulo favorable para tomar el encendedor . —¡Bingo! —festejó cuando lo tuvo entre los dedos y se disponía a volver a su propósito cuando una enorme mano le tomó la nuca con fuerza y le apretó la cara contra el colchón. Comenzó a ahogarla, ella daba brazadas al aire. Intentaba escapar, pero era presa de alguien con una fuerza brutal.
Unos segundos antes Frans había comenzado a volver en sí. Todo era demasiado confuso, pero tenía recuerdos leves de haber tenido a Mariana montada sobre él, gimiendo y gritando, en aquel momento él no podía moverse, pero ahora sí, por lo que se incorporó rápidamente, viendo a Mariana tumbada en la cama, distraída hurgando algo en el suelo. Entonces fue el momento oportuno para su venganza. Ella aún no podía notarlo, pero él era quien intentaba asfixiarla contra el colchón. Frans la liberó unos segundos y observó algo en la mesa, detrás de él. Se levantó rápidamente y tomó las esposas. Ella trató de huir respirando con suma dificultad. Él le propinó una cachetada que la tumbó de nuevo en la cama. La levantó de los cabellos y la arrastró a la ventana, a cuyas rejas la esposó. Parada, mirando hacia la calle, sin poder escapar, y él a sus espaldas.
Entonces él tomó la pistola que estaba en el suelo y se la introdujo a ella en la boca — Chupa esto nena —él le ordenó. Ella temblaba y lloraba —Entonces ¿disfrutaste mi muerte? —le preguntaba y ella respondió moviendo la cabeza de forma negativa. Se podía adivinar entre los roces que su lengua daba al frio acero de la pistola calibre 38, que decía «Por favor no». Él arrojó el arma al suelo y la sujetó con ambas manos por la cintura —¿Esto era lo que querías? —Le gritó, y la penetró con tanta fuerza que desgarró su himen. Ella gritó más fuerte— ¿Por esto me querías matar? —y la arremetió con más violencia, y luego por detrás. Cuando solo de manera instintiva, por los estimulo del movimiento, eyaculó, se retiró de ella. No sintió ningún placer, su corazón despedazado le impedía sentir algo más que dolor. Ahogo su llanto. Ella estaba arrodillada, ensangrentada y sollozando. Él tomó sus pertenencias y el encendedor, se llevó un cigarrillo a la boca y se dispuso a marcharse.
—Eres un maldito cobarde… —le dijo ella—. ¿Vas a dejarme así?
A lo que él respondió:
—Es lo menos que te mereces —y retomó la marcha.
Pero se detuvo de nuevo al escucharla decir:
—Fuiste el peor que tuve —ella trató de mirarlo.
—¿A qué te refieres Mariana? ¡Maldita sea! —Frans comenzó a enfurecerse de nuevo.
—Amo mi trabajo porque cada noche, cuando estoy sola con los cadáveres, ellos me dan placer —ella continuó con tono macabro y él comenzaba a sentir nauseas —pensé que te amaba y que contigo sería diferente — entonces rio de manera demencial
—Estás muy drogada Mariana, en la mañana volveré por ti —pero ella lo interrumpió.
—No te imaginas lo que se siente…
—Estás enferma, maldita loca ¡ya cállate!
Pero ella no calló, siguió hablando.
—Ahora entiendo porque te dejó tu esposa ¡Eres un maldito impotente! ¡Ni para estar muerto eres bueno! —él giró y la miro con desprecio, luego avanzó hacia la puerta, encendió su cigarrillo y arrojó a la cama, embebida en vodka, el encendedor. Pronto la llama del «zippo» se reprodujo. Mariana gritaba presa del pánico.
Él corrió escaleras abajo y hasta la puerta de salida, subió al coche y arrancó. Pisó el acelerador y encendió el reproductor, «Hybrid Moments» sonaba entonces.
Fumaba su cigarrillo y aceleraba aún más. Por el espejo retrovisor pudo ver como la casa entera donde antes había estado, ahora ardía en llamas. Pensó en Mariana. La veía corriendo de arriba abajo, sonriendo, luego en el coche cantando su canción favorita, haciendo travesuras y arrojándose a sus brazos diciéndole «Te amo Frans». Una tormenta de emociones se desató en sus ojos. Empezó a sollozar, quiso dar vuelta y volver por ella pero su pie derecho se resistía y pisaba con más fuerza el acelerador. Y precisamente cuando cruzaba el puente él perdió el control y el coche cayó cuesta abajo, dando varias vueltas sobre sí mismo. Cuando se detuvo, Frans estaba cabeza abajo, mal herido, sangrando en un lugar indeterminado. No podía moverse. Sabía que los segundos estaban contados, el coche estallaría de un momento a otro, el olor a combustible era asfixiante. Pero lo más espeluznante fue cuando miró a su derecha y se encontró con Mariana sentada a su lado, donde debería haber estado cuando salió de la casa. Era un espectro, con medio cuerpo consumido por las llamas, lo miró con reproche y le dijo, apuntándolo con un dedo acusador:
—Frans, tenemos que hablar.
La risa demencial de Mariana se volvió un eco rotundo solo sosegado por la explosión del coche.
Frans cerró los ojos y ni siquiera las llamas que posteriormente abrazaron su cuerpo, pudieron ahogar el horror que sintió.
Autor: Barbie Turika. Perfil Google.