Título: QUDROU. Relato del autor Manuel Gris Lorente presentado para la convocatoria de relatos AP2014
Qudrou, por Manuel Gris Lorente
Me lo habían advertido.
Y tanto que sí. Pero yo preferí arriesgarme.
No me lo pensé ni por un instante.
No me arrepiento.
La Ley Qudrou prometía ser la más efectiva y menos tolerante con los delincuentes de todas las que se habían implantado desde que el Traslado de Mente empezó a ser un problema más que una bendición.
La Ley Qudrou. El mayor castigo que los humanos han inventado.
Aunque, claro, algo tenían que hacer.
Aún me acuerdo de cómo empezó todo, de la primera vez que oí hablar de lo que, tiempo después, revolucionaría la existencia del hombre.
Hará más de dos mil años.
Entonces era negro y acaba de empezar el instituto.
Me enteré del Traspaso de Mentes, en sus inicios llamado simplemente V.E., en las noticias de la hora de comer y reconozco que no lo creí posible. Hablaban de vivir eternamente, de ahí las siglas V.E., pero de un modo algo diferente al que solíamos estar acostumbrados por el cine o los libros.
Era vivir eternamente, con tu mente.
Hablaban de que habían descubierto en un laboratorio ruso la manera de que los datos guardados en el cerebro no muriesen nunca. De ningún modo. Los habían hecho inmortales. Decían haber conseguido, en monos amaestrados, pasar el conocimiento de uno que había muerto de viejo a otro recién nacido que nunca había coincidido en la misma jaula con el fallecido, y demostraron que lo recordaba todo, a los cuidadores, los trucos, hasta sus platos favoritos. Después le causaron un ataque al corazón al segundo mono, ya con dos años de vida, para matar de nuevo al cuerpo portador de la mente. Y la volvieron a transportar. Esta vez a un orangután.
El mismo simio, tres vidas diferentes.
Habían conseguido pasar la esencia de un ser vivo a otro. Le habían dado una segunda vida a un ser vivo. Y después una tercera.
El significado de “muerte” había dejado de tener sentido para el mono inicial.
Ahora era inmortal mentalmente. Y seguro que, a día de hoy, debe seguir en algún otro cuerpo.
Quizá ahora es abogado.
En apenas cuarenta años comercializaron una versión mejorada del Maná, así lo llamaron, que se debía inyectar como una simple vacuna al ser vivo al que se le desease dar una mente eterna, y el software programado para pasar de un cuerpo a otro, y que en un principio era un aparato enorme y muy costoso, se convirtió en un pequeño chip, como un botón, que se implantaba en la tercera vértebra cervical. Entonces, una vez muerta la persona, solo debía introducirse en el Túnel Oscuro, como lo bautizaron, el cuerpo sin vida, pero con un cerebro y una mente aún en perfecto estado, y en el Túnel de Luz al neonato seleccionado por el cliente de entre los miles de abandonados por sus madres adolescentes. Y así volvía a vivir.
Así de sencillo.
O no.
Porque lo que parecía un negocio redondo que podía darle un segunda oportunidad a gente con enfermedades terminales, cánceres o malformaciones, causó más problemas que soluciones, porque pronto la gente de la calle, la clase media y la baja, se manifestaron en contra de que solo los más ricos, y por lo tanto los que ya lo habían tenido todo, fueran los únicos en poder disfrutar de otra nueva vida. Ellos también merecían una segunda oportunidad. Una vida mejor o al menos diferente.
Como el tratamiento era caro, y tras varios altercados que destrozaron varias entidades de V.E., causando casi su bancarrota, los gobiernos de todo el mundo tuvieron que hacer acto de presencia. Compraron la empresa y le dieron la oportunidad de vivir eternamente a todo el que quisiese. Gratuitamente.
Con solo firmar un contrato, sin importar la edad, la persona una vez muerta sería llevada, tras el velatorio, al Túnel de Oscuridad, donde la mente sería traspasada al recién nacido, comprado por el gobierno de forma legal, que estuviera primero en la lista de bebes abandonados que no dejaba de crecer en esos días.
Y así creyeron que todos serían felices.
Pero no. De nuevo un rotundo no.
Hubo, pasados un par de cientos de años, en la tercera vida que me tocó, una mujer pelirroja con anchas caderas y demasiadas pecas por todo el cuerpo que me impedían tomar el sol con normalidad por el posible cáncer de piel que pudiera acarrearme, en la que los clientes empezaron a pedir libertad plena a la hora de elegir como querían ser en la siguiente vida. Hubo racistas que eran negros ahora, feministas que se encontraban meando de pie y campeones de halterofilia que se veían dentro de cuerpos obesos y a todos ellos, y a muchos más, no les gustaba su situación y se pasaban la vida esperando y sintiéndose fuera de lugar o, los más decididos, suicidándose con la esperanza de tener más suerte la próxima vez.
Durante esos años, los suicidios aumentaron un 300% mientras el gobierno pensaba qué hacer a continuación.
Eso sin contar con el problema de la delincuencia.
La gente empezó a darse cuenta de que, hiciesen lo que hiciesen, volverían a nacer libres de culpa. Hubo asesinos que habían sido electrocutados por auténticas barbaridades, pero que al haber firmado en contrato V.E. tenían todo el derecho a tratar de tener “una vida mejor” después de la que dejaban atrás. Pero volvían a reincidir de un modo mejorado porque sabían ya cuáles eran sus errores. La policía daba relativamente pronto con ello, más que nada porque se acababan juntando todos los criminales de nuevo en los mismos barrios. Aun así, había tal cantidad de crímenes, tal cantidad de venganzas y de robos sin planificación, a veces por falta de miedo a un castigo en condiciones, que empezó a crecer el pánico entre la gente. Tanto que nadie se fiaba de nadie. Nadie estaba exento de culpa.
Subieron los crímenes, desde violaciones, asesinatos, robos y amenazas, y solo en esta primera época, casi un 750% en mi ciudad.
Eso sin contar los asesinatos en defensa propia, la mayoría de ellos con inocentes en ambos lados del arma.
Ese fue el comienzo de la División Mental para Crímenes con Traspaso, o D.M.C.T., la cual creó la primera ley que trataría de hacer desaparecer los crímenes ligados a ese gran invento, aunque ahora empezaba a ser un problema, de la mente eterna.
La llamaron Ley Dos.
Decretaron que cualquier persona que cometiera un segundo crimen, en cualquier vida siguiente a la de la primera condena registrada, serían condenados a un Traspaso de Mente Oculta. O lo que es lo mismo, sus mentes serían introducidas en bebes creados nano-genéticamente con malformaciones físicas y motoras para luego recluirlo de por vida en cárceles especiales.
El hecho de poder, mediante nano-genética, crear bebes a la carta por así decirlo, pudo ser posible gracias a la aprobación, simultánea a la Ley Dos, de la Ley Uno, o Ley del Libre Futuro, que permitió a la gente poder escoger como querían ser al volver a vivir, contentando así a todos los que se oponían a la elección por sorteo de bebes abandonados. Los cuales, como solo unos pocos pudimos saber más tarde, fueron sacrificados.
Pero, como siempre suele pasar, todo falla y nada es todo lo perfecto que debería.
Pasados casi ciento cincuenta años más, y tras varios condenados al Traspaso de Mente Oculta que fueron, tras su muerte natural en reclusión, y como la misma ley indicaba en el punto número quince, traspasados a un bebe creado mediante nano-genética a imagen y semejanza de su última forma física criminal, empezó a salir a la luz el enorme error de esta ley. Porque los condenados, tras una vida entera encerrados en una celda con un cuerpo imperfecto, con taras auditivas, visuales y motrices, acaban la mayoría de ellos locos y mucho más peligrosos que como entraron, puesto que dejaban de ser conscientes de lo que hacían, así que hubo de nuevo, después de muchos años de paz, asesinatos y agresiones realmente horripilantes y sin ningún motivo, al menos dentro de lo que cualquier persona sana definiría como lógico.
Y cuando ya no se le ocurría a nadie qué hacer, puesto que por ley nadie con el chip debía ser excluido del Túnel de la Oscuridad ya que, por mucho que el cuerpo estuviera físicamente muerto, su cerebro no lo estaba, la persona no lo estaba, y enterrarlo o quemarlo acarrearía una condena por asesinato, que tenía pena de Traspaso de Mente Oculta, creando así un bucle sin solución, apareció él.
El salvador.
El Doctor Benjamin Qudrou.
Y su hallazgo. Su regalo a la humanidad.
El Dr. Qudrou llevaba más de quinientas vidas investigando la naturaleza misma del Maná milagroso que hacía que nadie muriese dentro de los términos mentales. Él lo acepto, como muchos otros, cuando lo comercializó V.E. por primera vez. Por entonces era un rico empresario judío que había sobrevivido a un campo de concentración y, como me parece recordar en una de sus primeras entrevistas, solo quería tener una vida completa, con su niñez, después la adolescencia, luego una madurez y para terminar una vejez con muerte plácida, tranquila, en paz, sin tener pesadillas todas las noches que le despertaban entre sudores y ecos producidos por sus propios gritos.
Se hizo famoso porque fue el primero en aplicarle el Maná, y después el primero en ser traspasado, ya que murió apenas tres días después.
El primer humano que volvió a vivir, ese fue Benjamin Qudrou.
Se convirtió de inmediato en un gran circo mediático, ya que la evolución de su desarrollo era seguido tanto por médicos como por periodistas que, impresionadas ambas partes, fueron testigos de cómo un bebe empezaba a caminar y hablar con apenas cinco meses de vida. Cuando le preguntaron por qué ya podía hacer algo así contestó que lo único que sabía era que estaba intentado hablar y moverse desde el primer momento en que llegó a ese cuerpo, pero que no contestaba como él estaba acostumbrado, aunque con un poco de tesón era fácil.
Detalló como recordaba todo, incluido el Túnel de Luz, y como se le hacía de extraño ser un bebe con consciencia y oír una voz diferente a la que había tenido toda su vida. Había escogido, para su primera reencarnación, a una niña.
Vivió su segunda vida como mujer, alejada del mundo y cultivándose en todo lo que, según contaba en sus entrevistas anuales obligatorias por contrato de imagen con V.E., no había tenido tiempo en su primera vida. Se doctoró en medicina, ofimática, psicología, matemáticas, física, química y ciencias sociales, y escribió una treintena de libros. El primero publicado con tan solo tres años de segunda vida, donde detallaba su anterior existencia y los motivos por los cuales entró en el programa V.E.
Pero entonces comenzó, a mediados de su quinta vida, a preguntarse a sí mismo y a los demás si esa supuesta bendita situación era en realidad tan envidiable comparada con la que todos nuestros antepasados, y anteriormente los suyos, habían disfrutado.
Una vida con muerte.
Escribió lo que, aún a día de hoy y tras casi mil quinientos años después de su publicación, se considera el tratado más peligroso y directo en contra del Traspaso de Mentes y en lo que convirtió a la humanidad.
El titulado Los Anti-Humanos.
En él, y estoy citando textualmente, comparaba el supuesto regalo de V.E. con una prisión. Una celda. Algo de donde no podríamos escapar aunque lo deseáramos con todas nuestras fuerzas. El traspaso de mentes, según su libro, había convertido a la tierra en una planta de reciclaje donde nadie ni nada era nuevo, donde la esperanza, la ilusión y las ganas de vivir habían desaparecido porque no importaba todo lo que tardases en conseguir algo, ibas a poder seguir donde te quedaste al salir del Túnel de la Luz. La naturaleza humana, lo que nos hacía diferenciarnos de las piedras, el agua o el aire había desaparecido, por lo que no éramos mejores que ellos. Éramos materia muerta que jamás desaparecería. Éramos ceniza. Y no descansaría hasta descubrir el modo de hacernos llegar a lo que en realidad deberíamos ser. Muerte, oscuridad. Y después nada más.
Además, arremetía de manera especialmente dura contra una de las obligaciones que acarreaba el aceptar el Traspaso de Mente, el no poder reproducirse, ya que de ser así la Tierra acabaría colapsada con tanta gente. Lo controlaban mediante la eliminación de las facultades reproductoras de los bebes nano-genéticos. Todos tenemos pene y vagina, pero ni testículos, ni útero. Solo un enorme hueco para ellas y la nada para nosotros. Eso, para Bejamin Qudrou, era la negación misma de la vida, era matar a Dios, a la evolución y al hombre tal y como se creó en su día. Era destruirnos para siempre obligándonos a vivir con la misma gente, siempre los mismos pero con diferente cuerpo. Eternamente.
Hubo mucho debate al respecto, pues en todas y cada una de las más de ochocientas páginas de Los Anti-humanos decía cosas que quizá muchos pensaban y sentían, pero muy pocos se atrevían a decir en voz alta porque, de ser así, estarían negando su existencia, la cual habían luchado en su día por mantener. Sería como negarse a uno mismo, y eso, en su día, era poco menos que pedir a gritos un Traspaso de Mente Oculta. El mundo empezó poco a poco a dividirse entre los que vieron en las palabras de Benjamin Qudrou una realidad por la que debía luchar el hombre para volver a serlo y los que pensaban que su libro era un grito de odio contra la paz establecida, la gestión del gobierno y todo lo que habíamos sufrido nosotros y nuestros antepasados para que fuéramos realmente felices.
Los autodenominados Engañados eran los que se oponían a la imposición del Túnel Oscuro. También eran Eternos, como toda la humanidad, pero se sentían estafados por el sistema establecido puesto que era, según uno de sus panfletos, una imposición política que nos obligaba a vivir en un mundo que nos impedía ser reales. Para ellos Los Anti-humanos era el primer soplo de esperanza en cientos de años, ya que nadie con renombre les había apoyado en su lucha por poder morir, y por primera vez notaron de verdad como su mensaje empezaba a llegar a sitios donde antes ni soñaban, puesto que un libro era capaz de infundir un respeto mucho mayor de lo que ninguna de sus pintadas, sus asesinatos y sus quemas de edificios de V.E. podrían lograr jamás.
Solo en un mundo donde la muerte no existe la pluma es más temible que la espada.
Entonces pasó lo que nadie creía posible, lo que muchos soñaban y otros veían como una abominación.
El Loco Qudrou encontró el modo de destruir los efectos de Maná.
Creó lo que llamó Nueva Vida, o Último Nacer.
Tras cientos de años de investigación logró crear un virus, bautizado como Nuevo Dios, que destruía los efectos de Maná y daba al huésped la vida mortal desde el mismo punto en que era infectado. Por lo que, y tras cientos de años de monotonía, evolución pausada y falta de elección real, podíamos escoger. Podíamos morir. Aunque eso solo lo supimos unos pocos. Realmente pocos.
La versión oficial, la que también muy pocos se molestaron en investigar, fue que había encontrado un modo de hacerlo, de morir, y que lo usó consigo mismo para probarle al mundo que lo que él inició también podía terminarse. Y, junto a la noticia, publicaron un supuesto testamento que, más tarde, cuando se aprobó la Ley Qudrou, se leyó por megafonía a través de todo los edificios gubernamentales. En él donaba al gobierno, y por consecuencia al D.M.C.T., todos sus hallazgos para que fueran usados por el bien de, textualmente, este sistema tan perfecto y auténtico que al final de mi vida amé.
Lloré cuando lo oí por primera vez, y aún hoy, ahora, aquí mismo, cuando lo recuerdo, no puedo sentir otra cosa que no sea frustración y dolor en el pecho.
La Ley Qudrou. La última gran mentira vertida sobre la libertad de la gente. La última cadena que nos obligó a ser lo que no queríamos, a vivir donde no debíamos y seguir las ordenes de los que creíamos nuestro fieles líderes.
La Ley Qudrou.
Lo que está a punto de liberarme.
<La Ley Qudrou, que lleva el nombre del hombre que la hizo posible con su gran descubrimiento, será aplicada a cualquiera que lleve a cabo un acto vandálico en contra del gobierno, las leyes, que tan sabiamente se crearon para nuestro bienestar, o el D.M.C.T., la auténtica última barrera entre la paz y la destrucción de nuestra realidad tal y como la conocemos. Tal y como la amamos.>
Así empieza, y siempre lo hará, una de las leyes más temibles de nuestra era. La última era. Aunque nunca lleguen a morir.
El resto es simple palabrería circular y embellecedora que trata de hacernos creer que fue creada para liberarnos, para conseguir a nuestro alrededor una paz que existe, no se puede negar, pero a un precio demasiado alto. En resumen, si es posible algo así, daban a todo delincuente lo que Benjamin Qudrou buscó durante años. La mortalidad. Todo aquel que rompiera una regla, una ley, o hiciera algo que se podía entender como una traición al orden establecido, sería castigado con la Inyección Final, que fue como la empezó a llamar la gente.
El D.M.C.T. la bautizó como Vacuna M.
Desde robos, pasando por los ya no tan temidos asesinatos, o incluso cualquiera que se atreviera a comprar, leer o hablar sobre Los Anti-humanos, sería castigado con M. Sin excepción.
Morir fue, desde ese momento, algo que podía pasar. Algo que podíamos encontrarnos de verdad al final de nuestra vida después de años y años de inmortalidad que nos había hecho casi olvidarnos del significado mismo de la palabra muerte. De repente volvía a estar en nuestras vidas. Y eso nos asustó por primera vez en siglos.
Su creación hizo que todos los que en algún momento se atrevieron a revelarse contra el gobierno detuvieran sus actos vandálicos porque, si les arrestaban, no tendría otra oportunidad como hasta ahora tenían, no podrían esperar a tener cinco meses para poder seguir gritando sus vítores, haciendo sus conferencias ni escribiendo sus libros y panfletos.
Si les cazaban, morirían. Y después, nada más.
En realidad deberían haber empezado a entregarse o confesar, ya que así lograrían al fin aquello por lo que tanto habían luchado, poder morir, pero estábamos en un mundo tan alejado de lo que significaba ser consciente de que en algún momento llegaremos a ese punto en el que sabremos a ciencia cierta que no tendremos mañana, que todos, y digo todos, se rindieron. Les invadió una sensación de terror a lo desconocido tan pura que todas sus palabras desaparecieron con el aire.
Dejaron de ser Engañados para ser simplemente Eternos.
Cobardes.
Asquerosos cobardes.
En mi primera vida, hace ya más de dos mil años, mis padres me bautizaron como Leonard Jeffrey String. Todos me llamaban L.J. Pero hace siglos que todos me conocen como No-Strings.
Y soy el primero al que se le aplicará la Vacuna M.
Hoy, catorce de mayo del año tres mil doscientos ochenta y dos, a las once de la noche, volveré a ser mortal, tras más de doscientas vidas distintas, dos de ellas bajo Traspaso de Mente Oculta. Dormiré para siempre.
No temo a la oscuridad.
Jamás me aparté de Benjamin. Fui su más fiel ayudante y seguidor, el que logró publicar los únicos doscientos ejemplares de su gran Los Anti-Humanos mediante un acuerdo al que llegué con un jefe de prensa que compartía con nosotros la forma de ver la situación actual. Le detuvieron poco después y acabo loco tras su Traspaso de Mente Oculta. Fundé los Engañados y les abrí la mente a aquellos que se atrevieron a dejar salir la frustración que decían tener dentro por el gobierno.
Soy el que encontró a Qudrou muerto, aún con la jeringuilla clavada en su cuello y rodeado de agentes del D.M.C.T. Ellos me apresaron y me han tenido una vida entera preso, encerrado bajo mi segundo Traspaso de Mente Oculta, para después, en el más estricto secreto, traspasar mi mente a este cuerpo enorme y lleno de músculos que la nano-genética se encargó de predestinar al bebe. Aunque sigo sin testículos.
Soy el final del plan, soy ese castigo público que finalmente convencerá a toda la humanidad de que la Vacuna M. es real, que puede hacerme mortal.
Hacer mortal a un delincuente peligroso.
He matado a ocho personas hace un mes estando metido en mi prisión, donde no dejo de crecer y hacerme más fuerte aunque no me mueva. Me han juzgado y encontrado culpable del primer crimen desde que se implantó la Ley Qudrou, y me convertirán en mortal esta noche. Mis víctimas me verán empezar a morir desde la primera fila, en sus cunas.
Después de eso me dejarán libre, seré una persona más dentro del mundo aunque todos me mirarán de reojo, susurrarán y no me dejarán tranquilo. Querrán verme envejecer aunque ellos también lo hagan. Enfermar aunque ellos también lo hagan. Y finalmente me verán morir, exhalar por última vez. Cosa que ellos jamás harán.
Seré miles de fotos en periódicos, en libros, en publicidad sobre la seguridad en cada país del mundo, en cada ciudad, en cada pueblo donde la Ley de Qudrou esté vigente.
Que quiere decir en todos.
No temo a mi destino, no temo el castigo. Desapareceré, nadie sabrá la verdad ni me recordarán como lo que fui, pero qué más da, ¿no era eso la muerte en el pasado?, ¿morir, desaparecer y entonces que nadie te recuerde pasados cinco años?, ¿como si nunca hubiese existido? Solo seré un borroso rumor que correrá de un lado a otro para asustar a todo el que tenga una mínima intención de hacer algo contrario al gobierno, a las reglas marcadas. Seré un lema; NO hagas esto o acabaras como aquel sin nombre, aquel único muerto en la historia moderna de la humanidad. Aquel que nunca conocerás.
No temo morir porque lo deseo. Estoy cansado de un mundo donde no hay riesgo, donde todo es tranquilidad y nada tiene castigo real. Donde no se tiene miedo porque nos han quitado toda la libertad. Cansado del mundo sin fin, de la vida eterna, de no poder morir.
Deseo morir, deseo desaparecer y escapar de una vez.
Se abre la puerta, me cogen del brazo y me llevan a una sala donde me sientan delante de decenas de conocidos míos que no se acuerdan de mí y que verán como cortan mi vida eterna, como me obligan a envejecer con miedo a la muerte. Un miedo que en realidad no siento.
Se mueren de ganas.
En primera fila, como esperaba, hay ochos bebes, cada uno en su cuna, quietos, sin inmutarse. Aún no saben hablar, pero piensan y desean que me maten a largo plazo.
Les entiendo.
Introducen una aguja en mi brazo y noto frío, mucho frío.
Me mareo.
Me sudan las manos. Me arde la cabeza. Me tiemblan las piernas.
Cierro los ojos.
Oscuridad.
Abro los ojos y me veo en un espejo. Estoy muy cerca de él, tanto que apenas puedo verme, así que me separo y subo las orejas del susto. Soy un perro, un cachorro dálmata. No entiendo. ¿Qué pasa?
Noto en mi espalda algo más grande que yo, me coge por debajo de las patas delanteras y me pone de cara a él. Soy yo, mi primer yo. Tengo apenas 16 años. Y me llevo a mí mismo por el salón. Abre una puerta que no veo porque está detrás de mí y noto corriente. Oigo coches, ruido de pájaros. Me levanto a mí mismo por encima de algo que toco levemente con mis patas traseras, miro abajo y veo la calle, muy lejos. Debajo de mí. Hay por lo menos ocho pisos. Va a lanzarme.
Va a lanzarme. ¿Por qué?
Me deja caer. Caigo. Noto como parto el aire con mi cuerpo y veo como el suelo se va acercando. Todo pasa muy rápido a mis lados, por uno los balcones, por el otro el resto del mundo. Estoy muy cerca ya, caeré encima de ese coche azul metalizado. Moriré, me aplastaré.
Choco.
Noto mi cuerpo roto. Mi sangre escapando de mi cuerpo. Mis ojos casi reventados y los oídos desechos. Trato de mirar al balcón y lo consigo el tiempo justo para verme sonreír mientras me señalo.
Y desaparezco
Abro los ojos.
Ha sido un sueño.
Sigo en la silla de castigo y la aguja está saliendo de mi vena.
Tengo mucho calor, me suda la frente.
Mis brazos y piernas han dejado de temblar. Me siento extraño. Muy extraño.
Me gusta.
Es la sensación de ser mortal. La había olvidado.
#PROCEDIMIENTO ACABADO. MORTALIDAD ACTIVA#
Oigo aplausos.
Yo les miro y sonrío.
Soy mortal. Soy feliz. Me siento como el perro de mi sueño, me han lanzado desde un balcón y tardaré al menos treinta años en llegar al coche azul.
Y pienso demostrarles que duran más de lo que parece
Título Relato: QUDROU
Autor: Manuel Gris Lorente
Relatos presentado en la convocatoria Amanecer Pulp 2014: Amanecer Pulp