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Un rayo de luz de luna atraviesa las hojas de palmera que se mecen con la suave brisa marina sobre tu cabeza. Deberías estar en tu diminuto camarote del USNS Black Swan Explorer, leyendo la revista pulp que siempre llevas contigo, o tonteando con tu prometida, la doctora Lucy Allen, suponiendo que estuviese de humor; pero ahora te encuentras en una situación tan espantosa como incomprensible.

Por una extraña razón que desconoces, te despiertas enterrado hasta el cuello en una paradisiaca playa de… la verdad que poco te importa dónde te encuentras en este momento; los recuerdos se nublan en la memoria. Sufres una fuerte conmoción de la que te recuperas rápidamente. La cabeza te duele horrores, y el pálpito en las sienes te machaca sin piedad. Te han aporreado bien, pero sabes quién eres, y eso es algo bueno. Eres el Doctor Raymon Martini, y la pregunta que te ronronea es:

«¿Qué cojones hago aquí?».

Los pensamientos se agolpan delante de tus narices, no así las explicaciones. Cumplías una misión sencilla a bordo del Black Swan, una misión científica por aguas de la micronesia. Lo típico, buscar nuevas especies y catalogarlas. Desgraciadamente ahora tienes una de estas acercándosete de forma implacable. No hay tiempo para pensar en más cosas; justo en este momento, con la humedad de la noche, una dispersa marabunta de enormes cangrejos emerge sobre las grietas de los arrecifes que te separan de la playa. Se dirigen hacia ti. Las corazas dentadas desfilan al unísono bajo el redoble de chasquidos; rítmicos latigazos ejecutados por sus pinzas, instrumentos capaces de despedazar huesos y tendones.

Intentas con todas tus fuerzas levantar los brazos, están entumecidos. Además de la arena de la playa algo los mantiene atados a tu espalda.

«¿Cómo he llegado a esta situación?» —te preguntas una y otra vez—. «¿Quién te ha sentenciado a tan horrible y mortal destino?».

Sacudes la cabeza desesperado y gritas pidiendo ayuda, pero tras un minuto de tímidos alaridos — pues apenas logras coger aire—, te haces a la idea de que el lugar podría estar desierto. Ahora los cangrejos parecen más activos; quizás se vean atraídos por tu voz o avancen sin cautela al reconocer la situación en que te encuentras.

Con las sacudidas has desenterrado un trozo de metal que llevas atado al cuello: un cilindro niquelado que lanza destellos plateados a la luz de la luna. Es tu silbato; siempre lo llevas contigo para llamar a Ronin cuando se aleja más de la cuenta.

Te contorsionas, usas la barbilla para desplazar el trozo de bramante que lo sujeta a tu cuerpo y tragas un buen puñado de arena mientras la sinfonía de estallidos producida por los cangrejos se hace más estridente a tu alrededor.

Por fin logras atrapar el silbato con tus labios y descargas tus pulmones a través de él.

La llamada, imperceptible para tus oídos, es capaz de llegar a más de cinco kilómetros de distancia; es tu única esperanza.

Los cangrejos, aunque todavía les separa un buen trecho, tardarán pocos minutos en darse un festín contigo. Sus lóbregos ojos, coronando rígidos filamentos cornudos, no te pierden de vista en su oblicua carrera. Parecen hambrientos.

Se aproximan más. Ya están a pocos metros, son unos quince o veinte especímenes. Ahora que los tienes más cerca los puedes reconocer gracias a tu experiencia profesional, pertenecen a la familia de los decápodos llamada Birgus latro, cangrejos ladrón, o eso es lo que crees intuir, pues son demasiado grandes, y semejan demasiado agresivos. Algo no cuadra. No dejas de imaginar el futuro que te espera, y un estremecimiento recorre tus entrañas.

Ya están aquí.

Uno de los crustáceos, el más rápido de la carrera, da un rodeo a tu cabeza y se sitúa detrás de tu nuca. Sientes la tensión de sus articulaciones rechinar en el punto ciego de tu visión, justo antes de lanzar el afilado golpe que abrirá tu cráneo. Sin embargo, escuchas un peso sordo caer sobre la arena. A continuación, un húmedo y caliente órgano te recorre la cara, lanzando vapores con mal aliento.

Es Ronin, tu perro. Un pastor belga de pelo corto y moreno que, después de lanzar al verdugo que te acechaba a la espalda, te lame con la devoción y la alegría del reencuentro.

Tras el ataque al primer cangrejo, y asustados por la envergadura de su oponente, el resto de la tropa se aleja entre los troncos de cocoteros que hay a tu izquierda. Ha estado cerca, piensas, y una risa incontrolada sale de tus labios dejando escapar la tensión que te anudaba las tripas.

Te cuesta unos minutos convencer a Ronin de que escarbe la arena a tu alrededor. Es un buen perro, sirvió en el ejército, igual que tú. Entrenado para encontrar personas y también para acabar con nidos de ametralladoras, siempre ha sido un fiel compañero. El tipo de amigos que uno quiere a su lado en situaciones como ésta.

Ronin desentierra la apelmazada arena que te mantiene atrapado la parte superior del torso.

En un minuto puedes mover el cuerpo, imitando el movimiento de una oruga, y te desplazas hasta quedar postrado sobre el suelo.

Con esfuerzo, sacas de tu tobillo la navaja que llevas siempre oculta en la pierna. La abres con un rápido movimiento y cortas las ligaduras causándote algunas heridas poco profundas debido a la aletargada autonomía de tus extremidades.

La luna llena tizna la playa con un fulgor tenebroso y fantasmal. Un manto de niebla abona la profundidad selvática del paisaje. Ahora que estas libre pones en orden tus recuerdos y recompensas a Ronin acariciándole detrás de las orejas.

Miras tu reloj. Han pasado cinco horas desde el último momento que recuerdas, en el camarote del Black Swan. Falta poco para que amanezca. Miras los bolsillos, y no tienes nada, solo tu revista de relatos pulp, doblada y sujeta a la cintura por detrás. Increíble que no se hubiese perdido.

Observas a tu alrededor y no hay indicios de civilización, solo tú, y tu perro. Piensas en tu prometida, la Doctora Lucy Allen, y sientes un profundo desasosiego. No sabes nada de ella, ni del contramaestre Abott, tu buen amigo, ni del capitán Solloway, ni del resto de la tripulación del Black Swan.

Ahora la pregunta es, ¿qué piensas hacer? A continuación ¡Tienes 3 opciones!

Opción 1: Si eliges penetrar en la selva, en busca de ayuda, pincha aquí (Autor: Vidal Fernández Solano).

Opción 2: Si prefieres seguir la línea de la playa, y buscar el Black Swan, pincha aquí (Autor: Julio M. Freixa y Jose Luis Castaño Restrepo).

Opción 3: Si, por el contrario, prefieres gritar a viva voz el nombre de Lucy Allen, y el de tus compañeros, para ver si responden, Pincha aquí (Autor: Salino y Emilio Iglesias).

*Importante: Las opciones 1 y 2, por el momento, no están disponibles en esta versión online de Portal Oscuro. Las habilitaremos en cuanto podamos. Para acceder a la versión completa en formato ebook, podrás hacerlo aquí.