SA5
Propones ir detrás de la patrulla de alemanes que hace un momento han dejado el búnker para conseguir unos disfraces y así poder entrar sin problemas, es una idea arriesgada pero te parece la mejor de las opciones.
En el sendero, a unos minutos de distancia, la pareja de soldados se hayan detenidos mientras encienden un cigarro e intercambian algunas palabras en su idioma natal:
—El teniente volverá de su misión y dejaremos atrás esta isla, prefiero mil veces navegar bajo las órdenes del teniente Wittmann que tener que bajar de nuevo al laboratorio de Von Gerber.
—Te entiendo, ese hombre me pone la carne de gallina. No sé qué hará con los prisioneros pero la última vez que pasé por el pasillo, cerca del laboratorio, los gritos que de allí salían no podían ser humanos.
—El sargento Schütz me contó que, antes de descubrir ese cráter en medio de la isla, Von Gerber le ordenó llevar un cadáver envuelto en una bolsa hasta el laboratorio. Que antes de llegar, por mera curiosidad de ver de quién se trataba el muerto, abrió la bolsa y... Espera, creo que he visto algo moverse entre esos arbustos.
Uno de los soldados se adelanta con su arma en ristre y el otro, apurando la última calada de su cigarro, le sigue a la zaga. En cuanto se internan en la espesura de la jungla ven a la mujer: parece herida, indefensa, tumbada sobre las enredaderas que plagan el suelo como una Brunilda que cobija entre sus brazos a un perro de pelo oscuro y brillante. Los nazis sonríen sin saber lo les espera.
Deslizas el lazo alrededor de su cuello y saltas con el otro cabo desde lo alto del árbol, deslizando el resto de la cuerda hasta tensarse sobre la gruesa rama que aguanta el peso del tu víctima. Un crujido, como el de una nuez, te garantiza que no volverá a sonreír a ninguna otra mujer. Abott, al mismo tiempo, atina un golpe seco sobre la nuca de su oponente con la culata de su arma, el cual cae como un saco al lado de Lucy. Todo ha sido rápido y sin una gota de sangre.
El búnker es una mole de hormigón que se alza desde el interior de la tierra como un iceberg petrificado. La puerta acorazada apenas emite un par de sordos ecos metálicos al ser golpeadas por tu bota, la cual has rellenado de tela para ajustarlas a tus pies. Abott te mira preocupado, el uniforme le cuelga como un espantapájaros y el tenso barboquejo del casco le traza una línea en la papada que le dibuja una segunda boca debajo del mentón. Lucy, sin embargo, borda el papel de cautiva junto a Ronin que, sujeto a una cuerda y con un improvisado bozal, agacha las orejas advirtiendo movimiento en el interior de la entrada. La puerta se abre y tras ella aparecen dos soldados de espaldas tan anchas que apenas pasa el aire entre ellos:
—Sieg Heil —saluda uno de ellos.
—Heil Hitler —improvisas en tu fluido alemán—. Venimos a llevar a esta prisionera con los demás.
—Otra cobaya para el doctor Gerber —comentan entre ellos y luego se dirigen a ti con sus frías miradas encañonándote a la altura de la cara—. Bien, ¿y a qué esperas?
—Pues a que nos dejéis pasar —contestas con una sonrisa.
—Que a qué esperas para decirnos el santo y seña, soldado. Por aquí no pasa ni una mosca sin decirnos la contraseña.
Abott intenta aflojarse la cinta del casco sin éxito, la tensión se masca en su rostro; aunque no entiende ni una palabra de alemán el contramaestre conoce bien el lenguaje corporal de los guardias que os apuntan directamente al pecho.
¿Qué decides? A continuación, tienes 3 opciones:
Opción 1: Soltar a Ronin para que escape entre las piernas de los guardias y aprovechar el revuelo para matarlos. Pincha aquí
Opción 2: Comentar a los guardias que no conoces la contraseña pero que el Doctor Gerber os espera y que habrá consecuencias si no entregáis a la prisionera de inmediato. Pincha aquí
Opción 3: Contarles un chiste sobre Hitler. Pincha aquí