LAS ESTRELLAS, MIS HERMANAS (Amazing Stories, 1962). Edmon Hamilton. Traducido por Irene A. Míguez Valero
Sinopsis: «Reed Kieran ha estado más de un siglo suspendido en el espacio aguardando a la tecnología que le devuelva a la vida. Ahora, después de haber sido reanimado, tiene que enfrentarse a una realidad poblada por unos entes humanoides salvajes y unos alienígenas que gobiernan el planeta que éstos habitan. La historia invita a reflexionar sobre la moral humana y su visión antropocentrista del mundo cuestionando su supremacía animal autoproclamada». Edmond Moore Hamilton (Octubre 21, 1904 – Febrero 1, 1977). ¿Qué decir de él que no sepáis? Uno de los padres de la ciencia ficción moderna, y uno de los grandes escritores americanos del siglo XX. Al igual que otros muchos escritores pulp, comenzó su andadura en la revista Weird Tales, pero lo suyo no era el horror extraño, sino la Space Opera, la ciencia ficción más fresca e imaginativa jamás contada. Se estrenó con el relato The Monster God of Mamurth, en 1926, en el número de agosto de la citada Weird Tales. Sin duda alguna su personaje más famoso, de la que escribió una larga serie de aventuras (17 números), es Capitán Futuro. La serie sería continuada por otros autores. Como dato curioso, Edmon Hamilton contrajo matrimonio con Leigh Brackett, una de las grandes escritoras pulp. Para la edición de Amanecer Pulp 2014 hemos elegido uno de sus relatos inéditos y menos conocidos, The Stars, My Brothers, que se publicó en la revista pulp Amazing Stories Fact and Science Fiction, en mayo de 1962, y que nos muestra un Edmon Hamilton cuya ciencia ficción, ya madura, dista mucho de la que podríamos encontrarnos en sus primeras historias, entretenidas, pero más infantiles, como The World with a Thousand Moons, publicada en Amazing Stories (Diciembre 1942), por citar alguna, mostrándonos una literatura pulp más crítica y reflexiva de lo acostumbrado. Esta obra forma parte del ebook Amanecer Pulp 2014.
1.
Hubo un pequeño error, pero nadie supo nunca si ocurrió en un relé eléctrico o en el cerebro del piloto.
El piloto era el Teniente Charles Wandek, UNRC, dirección particular: Anstey Avenue, 1677, Detroit. No sobrevivió a la colisión del transbordador que pilotaba contra Wheel 5. Tampoco ninguno de sus tres pasajeros: un joven astrofísico francés, un experto del este de la India en campos magnéticos y un hombre de cuarenta años proveniente de Filadelfia que llegaba para sustituir a un técnico en bombas mecánicas.
Otra persona que no sobrevivió al accidente fue Reed Kieran, el único hombre en Wheel 5 en perder su vida. Kieran, que tenía treinta y seis años, era un acreditado científico empleado por el UNRC. Dirección particular: Elm Street, 815, Midland Springs, Ohio.
Pese al hecho de que era un soltero empedernido, Kieran estaba en Wheel 5 a causa de una mujer. Sin embargo, la mujer que le había enviado allí no era un hermoso amor truncado. Su nombre era Gertrude Lemmiken. Tenía diecinueve años, sobrepeso y una cara gorda y estúpida. Sufría de resfriados comunes y se sorbía la nariz constantemente en la clase de la universidad de Ohio donde Kieran enseñaba Física II.
Una mañana de marzo Kieran no lo pudo soportar más. Se dijo: «Si vuelve a sorberse la nariz hoy, se acabó. Dimitiré y me uniré al UNRC».
Gertrude lo hizo; se sorbió la nariz. Seis meses después, tras haber terminado su adiestramiento para el Cuerpo de Reconocimiento de las Naciones Unidas, Kieran se largó al Laboratorio Espacial Número 5 del UNRC, mejor conocido como Wheel 5, para un período de servicio.
Wheel 5 daba vueltas alrededor de la Luna. En el año 1981 ya existía una base muy moderna y bien equipada en la superficie de la luna, junto con algunos laboratorios y observatorios. Pero se había descubierto que el calor abrasador que se alternaba cada quince días con el frío cercano al cero absoluto en la superficie lunar echaba a perder los delicados instrumentos usados en ciertas investigaciones. Por esta razón se construyó Wheel 5, la cual fue provista de investigadores que eran sustituidos cada ocho meses.
***
A Kieran le encantó desde el primer momento. Pensó que se debía a la mera e intrínseca belleza de todo aquello: la sombría y plateada calavera de la luna en su eterna órbita, las vivaces estrellas en su calmada y solemne gloria, los filamentos extendiéndose como velos resplandecientes a lo largo de los distantes cúmulos estelares… La tranquilidad, la paz.
Pero Kieran tenía una cierta honestidad intelectual y después de un tiempo admitió que ni la belleza ni el romanticismo eran lo que hacía su vida tan atractiva. Era el hecho de estar lejos de la Tierra. No tenía siquiera que mirar hacia ella, pues casi toda la investigación geofísica se llevaba a cabo en las Wheels 2 y 3, las cuales orbitaban el planeta madre. Estaba casi completamente divorciado de todos los problemas y habitantes de la Tierra.
A Kieran le gustaba la gente pero nunca había sentido que los entendiese. Lo que parecía importante para ellos, nunca se lo había parecido a él; como lo eran los impulsos diarios de la ordinaria existencia. Había llegado a considerar que el problema lo tenía él; que algo le faltaba, pues le parecía que la gente se comprometía con los más extraños disparates y creía en las cosas más increíbles, movida además por puro instinto gregario hacia las conductas más dañinas. No podían estar todos equivocados, pensaba, así que el problema lo tenía que tener él… Y este asunto le había tenido preocupado. Se había refugiado parcialmente en la ciencia pura, pero el estudio y, posteriormente, la enseñanza de la astrofísica no habían sido el refugio que Wheel 5 era. Se entristecería cuando tuviera que irse.
Y se entristeció cuando ese día llegó.
Los otros miembros del personal se encontraban ya en el compartimento de atraque esperando para dar la bienvenida a los sustitutos que llegaban en el transbordador. Kieran, que odiaba tener que irse, se quedó atrás. Entonces, dándose cuenta de que sería de mala educación no presentarse al joven francés que iba a sustituirle, se apresuró por el pasillo del gran radio al ver que el transbordador se acercaba.
Había caminado dos tercios del camino a lo largo del radio que iba hasta el borde cuando ocurrió. Hubo una gran colisión que lo lanzó violentamente por los aires. Sintió un frío inmediato y terrible.
Se estaba muriendo.
Estaba muerto.
El transbordador se estaba acercando de manera perfectamente normal cuando aquel insignificante «algo» salió mal, en la nave o en el juicio del piloto. La nave se escoró bruscamente cuando sus propulsores explotaron, estrellándose contra el gran radio de estribor como si fuera un cuchillo hundiéndose en mantequilla.
Wheel 5 se tambaleó y trompicó con la sacudida. Todos los mamparos automáticos de seguridad se habían cerrado y el gran radio (Sección T2) fue la única sección en expulsar el aire y Kieran el único hombre atrapado en ella. Las alarmas y el protocolo de emergencia se activaron y mientras los restos del transbordador aún flotaban cerca de la base, todo el mundo en Wheel 5 se había enfundado su traje presurizado.
***
Después de treinta minutos era evidente que Wheel 5 iba a sobrevivir a este accidente. Debido al impacto, se desviaba lentamente de su órbita y, en el debilitado estado actual en el que se encontraba la construcción, sus pequeños cohetes correctivos no podían ser utilizados para frenar la deriva. Pero Meloni, el capitán del UNRC al mando, había recibido los primeros informes de su equipo de control de daños y la situación no parecía tan grave. Solicitó perentoriamente los materiales necesarios para la reparación y se le garantizó desde la sede del UNRC, en Ciudad de México, que los transbordadores serían cargados y enviados tan pronto como fuera posible.
Meloni acababa de empezar a relajarse cuando un joven oficial sacó a relucir un tema molesto aunque de menor importancia. El teniente Vinson había dirigido la pequeña partida enviada a recuperar los cuerpos de los cuatro hombres muertos. En sus trajes presurizados habían estado pateando un buen rato entre la maraña que eran los restos del choque y el joven Vinson estaba cansado cuando efectuó su informe:
—Los tenemos a los cuatro a un costado, señor. Los tres hombres en el transbordador han salido bastante mal parados. Kieran no fue herido físicamente pero murió de asfixia espacial.
El capitán se le quedó mirando fijamente:
—¿A un costado? ¿Por qué no los habéis subido a bordo? Volverán a la Tierra en uno de los transbordadores para su entierro.
—Pero… —Vinson comenzó a protestar.
Meloni le interrumpió bruscamente:
—Usted necesita aprender unas cuantas cosas sobre moral, teniente. ¿Cree que tener a cuatro hombres muertos flotando en el espacio donde todo el mundo puede verlos le va a levantar la moral a alguien? Métalos dentro y almacénelos en una de las bodegas.
Vinson, sudando e insatisfecho, vislumbraba una mancha negra en su historial y se decidió a ir al grano:
—Pero sobre Kieran, señor… Él solo está congelado. Suponga que existiera la posibilidad de revivirle.
—¿Revivirle? ¿De qué hostias está usted hablando?
Vinson explicó:
—He leído que están intentando encontrar la manera de revivir a un hombre que se queda congelado en el espacio. Unos científicos en la Universidad de Delhi. Si lo consiguieran y tuviéramos a Kieran aún intacto en el espacio…
—Mierda, eso es solo una quimera científica. Nunca encontrarán la manera de hacer eso —arguyó Meloni—. Son solo teorías.
—Sí, señor —dijo Vinson bajando la cabeza.
Tenemos problemas suficientes aquí sin que haga falta que se nos ocurran ideas como ésa —el capitán prosiguió enfadado—. Lárguese de aquí.
Vinson se sintió afligido:
—Sí, señor, les subiré a bordo.
***
Se fue. Meloni clavó los ojos en la puerta y empezó a pensar. Un oficial al mando debía ser prudente o podría hacer que le despellejaran vivo. Si por una remota casualidad esta idea de Delhi resultase, él, Meloni, sería considerado el responsable del enterramiento de Kieran. Dio un par de zancadas hasta la puerta y la abrió de un golpe, maldiciendo mentalmente al mocoso que había tenido que sacar esto a colación.
—¡Vinson! —gritó.
El teniente se dio la vuelta, sorprendido.
—¿Sí, señor?
—Mantenga el cuerpo de Kieran fuera. Verificaré todo esto con Ciudad de México.
Aún enfadado, Meloni envió un mensaje al departamento de Personal en Ciudad de México. Hecho esto, se olvidó del tema. Les había cargado el muerto, que se ocupen los muchachos con los culos bien acomodados en la Tierra.
A quien fue a parar el mensaje de Meloni fue al Coronel Hausman, segundo al mando de la División de Personal del UNRC, quien resopló estentóreamente al leerlo. Más tarde, cuando fue a informar a Garces, se lo llevó consigo.
—Meloni debe de estar bastante agitado por el accidente —comentó—. Mira esto.
Garces leyó el mensaje y levantó la vista:
—¿Algo sobre esto? Sobre los experimentos de Delhi, quiero decir.
Hausman se había encargado de informarse sobre el tema y pudo responder a la pregunta enérgicamente.
—Desgraciadamente muy poco. Esos tíos en Delhi han estado jugando a congelar y descongelar insectos y creen que con el avance del proceso se podría llegar a revivir algún día a astronautas congelados. Es una teoría dudosa. Voy a abrasarle el culo a Meloni por haber sacado el tema en un momento como éste.
Garces, después de un momento, sacudió la cabeza.
—No, espera. Déjame pensar sobre ello.
Miró por la ventana, especulando, durante unos instantes. Entonces dijo:
—Dígale a Meloni que el cuerpo de ese tipo... ¿Cómo era su nombre? ¿Kieran?, debe ser preservado en el espacio en vistas de una posible reanimación futura.
Hausman estuvo a punto de manchar su reputación al exclamar:
—Por el amor de Dios... —Pero contuvo el casi exabrupto a tiempo y disintió—: Pero pueden pasar siglos hasta que el proceso de reanimación sea perfeccionado, si es que algún día sucede.
Garces asintió:
—Lo sé. Pero estás pasando por alto un punto psicológico que podría ser de mucho valor para el UNRC. Ese Kieran tiene familiares, ¿no?
Hausman asintió con la cabeza:
—Una madre viuda y una hermana. Su padre lleva muerto ya mucho tiempo. No tiene mujer ni hijos.
Garces insistió:
—Si les decimos que está muerto, congelado en el espacio, y después enterrado, ahí se acaba la historia. ¿No se sentirían esas personas mucho mejor si les decimos que está «aparentemente» muerto, pero que existe la posibilidad de que se le reviva cuando una técnica de reanimación sea perfeccionada en el futuro?
—Supongo que se sentirían mejor —admitió Hausman—. Pero no lo veo...
Garces se encogió de hombros.
—Es simple. Esto sólo es el principio de nuestra andadura por el espacio, ya sabes. Mientras seguimos nuestro camino, el UNRC va a perder una cantidad de hombres accidentados en el espacio, como Kieran. Se oirán lamentos sobre nuestras listas de víctimas, siempre pasa. Pero si decimos que solo están congelados hasta que se consiga el método de reanimación, todo el mundo se sentirá mejor.
—Supongo que las relaciones públicas son importantes… —empezó a decir Hausman, y Garces asintió rápidamente.
—Lo son. Procura que esto se cumpla cuando subas a hablar con Meloni. Asegúrate también de que salga en los medios de comunicación, quiero que lo vea todo el mundo.
Más tarde, con muchas cámaras y millones de personas observando, el cuerpo de Kieran enfundado en un traje presurizado era llevado ceremoniosamente al lugar escogido donde orbitaría la luna. Todas las insinuaciones sobre el funeral fueron sutilmente evitadas. El hombre accidentado del espacio (nadie se refería a él como muerto) se quedaría en su posición hasta que el proceso de reanimación fuera perfeccionado.
—Para siempre —pensó Hausman mientras observaba agriamente—. Supongo que Garces tiene razón. Pero con el tiempo esto se va a convertir en un enorme cementerio.
Y con el tiempo, eso fue lo que ocurrió.
2.
Una suave voz le susurraba en sueños.
No sabía lo que le estaba diciendo, excepto que era importante. Apenas era consciente de cuándo venía ni de cuántas veces vino. Cuando se presentaba el calmante murmullo, algo en él parecía escuchar y entender. Después el murmullo desaparecía y se quedaba de nuevo solo con sus sueños.
¿Pero eran sueños en realidad? Nada tenía forma o significado. Luz, oscuridad, sonido, dolor y no dolor le desbordaban. ¿Le desbordaban? ¿A quién? ¿Quién era él? Ni siquiera sabía eso. No le importaba.
Pero llegó a importarle, la pregunta le inquietaba levemente. Debería intentar recordar. Había algo más que los sueños y la voz susurrante. Había… ¿El qué? Si tuviera algo real a lo que aferrarse, en lo que apoyarse y desde lo que elevarse… Algo como su nombre.
No tenía nombre. No era nadie. Duérmete y olvídalo. Duerme y sueña y escucha…
«Kieran».
Esa palabra atravesó su cerebro como un rayo devastador.
No sabía lo que era o significaba pero resonó en su cabeza y su cerebro la repitió con fuerza.
«¡Kieran!».
No sólo su cerebro, su voz la estaba resoplando con violencia, casi gruñendo, y sus pulmones parecían arderle al expelir la palabra.
Estaba temblando. Tenía un cuerpo que podía temblar, que podía sentir dolor, que estaba sintiendo dolor en ese momento. Intentó moverse, acabar con la pesadilla, volver de nuevo a los sueños vagos, al reconfortante susurro.
Se movió. Sus miembros, pesados como el plomo, restallaron. Su pecho palpitaba y jadeaba. Sus ojos se abrieron.
Estaba tumbado sobre una litera estrecha en una habitación de metal muy pequeña.
Miró lentamente a su alrededor. No conocía ese lugar. El reluciente metal blanco de las paredes y el techo le era desconocido. Su cuerpo también vibraba con un ligero pero persistente hormigueo al observar todo lo que no le era familiar.
No estaba en Wheel 5. Había visto todas sus celdas y ninguna de ellas era como ésta. Además faltaba el susurrante y persistente sonido de las bombas de ventilación. ¿Dónde…?
Estás en una nave, Kieran. Una nave espacial.
***
Algo en lo más profundo de su mente le dijo eso. Pero eso, por supuesto, era ridículo, una alucinación. Las naves espaciales no existen.
Te encuentras bien, Kieran. Estás en una nave espacial, estás bien.
Esta rotunda promesa venía de alguna parte de su subconsciente y le reconfortaba. No se sentía muy bien, se sentía aturdido y dolorido. Pero de nada le servía preocuparse por ello si tenía la certeza de que estaba bien…
¡Y una mierda estaba bien! Estaba en un lugar nuevo y extraño. Se sentía medio enfermo y no estaba bien en modo alguno. En vez de quedarse ahí tumbado escuchando mentiras reconfortantes provenientes de su imaginación debería levantarse y averiguar qué estaba pasando, qué había sucedido.
De repente, su memoria empezó a aclararse. ¿Qué «había» pasado? Algo, un choque, un frío terrible…
Kieran empezó a estremecerse. Había estado en la Sección T2 de camino a la esclusa y de repente el suelo se había alzado bajo sus pies y le había parecido que Wheel 5 se había hecho añicos a su alrededor. El frío, el dolor…
Estás en una nave espacial. Estás bien.
Por el amor de Dios, ¿por qué se empeñaba su mente en seguir diciéndole cosas como ésa, cosas que él se creía? Porque si no se las creía sería presa del pánico, sin saber dónde estaba ni cómo había llegado a ese lugar. Había pánico en su cabeza pero también había una barrera que lo mitigaba con las reconfortantes garantías viniendo de donde quisiera que viniesen.
Intentó incorporarse. No sirvió de nada, estaba demasiado débil. Se quedó tumbado, respirando fuertemente. Sentía que debería estar atenazado por el miedo pero de alguna manera no lo estaba, esa barrera en su mente lo impedía.
Se había decidido a intentar gritar cuando una puerta en un lado de la pequeña habitación se abrió y un hombre entró.
Se acercó y observó a Kieran. Era un hombre joven, de pelo rubio, figura fornida y cara plana y severa. Sus ojos eran azules e intensos. Éstos le sugirieron que el hombre estaba tenso. Miró hacia abajo y preguntó:
—¿Cómo te encuentras, Kieran?
Kieran miró hacia él y preguntó:
—¿Estoy en una nave espacial?
—Sí.
—Pero las naves espaciales no existen.
—Sí que existen. Estás en una —el hombre rubio añadió—: Mi nombre es Vaillant.
«Es cierto lo que dice». Murmuró el algo en la mente de Kieran.
—¿Dónde…? ¿Cómo…? —empezó Kieran.
Vaillant interrumpió su balbuceo:
—En cuanto al dónde, estamos bastante lejos de la Tierra siguiendo la trayectoria de Altair. En cuanto al cómo… —Hizo una pausa mirando a Kieran intensamente—. ¿No sabes cómo?
Claro que lo sé. He estado congelado y ahora me han despertado y ha pasado el tiempo…
Vaillant, mirándole inquisitivamente a la cara, mostró una señal de alivio.
—Sí que lo sabes, ¿verdad? Por un momento he temido que no hubiese funcionado.
Se sentó en el borde de la litera.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Kieran.
Vaillant respondió con tanta naturalidad como si fuera la pregunta más normal del mundo:
—Poco más de un siglo.
***
Era maravilloso, pensó Kieran, el hecho de que pudiera aceptar una afirmación como esa sin entusiasmarse. Era como si lo hubiera sabido todo el tiempo.
—¿Cómo…? —empezaba a decir cuando algo le interrumpió.
Algo sonó débilmente en el bolsillo de la camisa de Vaillant. Sacó un fino disco metálico de unos ocho centímetros y profirió con brusquedad:
—¿Sí?
Una vocecita chilló desde el disco. Estaba demasiado lejos de Kieran como para que pudiera entender lo que estaba diciendo pero sí pudo percibir un cierto nerviosismo, casi pánico.
Algo cambió endureciendo la cara plana de Vaillant. Dijo:
—Me lo había esperado. Voy enseguida. Ya sabes lo que hay que hacer.
Le hizo algo al disco y volvió a hablar por él:
—Paula, ven hacia aquí.
Se levantó. Kieran le miró sintiéndose entumecido y estúpido:
—Me gustaría saber algunas cosas.
—Luego —objetó Vaillant—. Tenemos problemas. Quédate donde estás.
Salió rápidamente de la habitación. Kieran le siguió con la mirada, pensando. Problemas… ¿Problemas en una nave espacial? Y ha pasado un siglo…
De repente le sobrevino una emoción que le hizo temblar y le encogió el estómago. Estaba empezando a darse cuenta ahora. Se incorporó en la litera, sacó sus piernas e intentó levantarse pero no pudo, estaba demasiado débil. Todo lo que podía hacer era quedarse ahí sentado, temblando.
Su mente no podía entenderlo. Parecía como si tan solo hubieran pasado unos minutos desde que había estado caminando por el pasillo en Wheel 5. Le parecía que Wheel 5 tendría que existir aún. Que la Tierra, la gente, el tiempo que él conocía deberían estar aún en algún lugar. Esto podría ser algún tipo de broma o algún tipo de experimento psicológico. Eso era: Los chicos de medicina espacial siempre estaban haciendo experimentos ultramodernos para averiguar cómo aguantarían los hombres en condiciones fuera de lo normal y esto tenía que ser uno de esos…
Una mujer entró en la habitación. Era una mujer morena que podría tener treinta años y que llevaba una camisa blanca y pantalones. Habría sido muy atractiva, pensó, si no hubiera parecido tan cansada y tensa.
Se acercó y mirándole le dijo:
—No intentes levantarte. Te sentirás mejor dentro de poco.
Su voz era ligeramente ronca. Le era muy familiar y eso que era la primera vez que veía a esta mujer. Entonces se dio cuenta.
—Tú eres quien me hablaba —le dijo mirándola—. En los sueños, quiero decir.
Ella asintió con la cabeza.
—Me llamo Paula Ray y soy psicóloga. Tenías que estar preparado psicológicamente para tu despertar.
—¿Preparado?
La mujer se lo explicó pacientemente:
—El método hipnopédico… Establecer hechos en el subconsciente de un paciente dormido. De lo contrario la conmoción podría ser demasiado fuerte al despertar. Esto ya se constató cuando intentaron revivir a personas accidentadas en el espacio, hace cuarenta o cincuenta años.
***
La cómoda convicción de que nada de eso era real, seguramente un experimento de algún tipo, empezó a disiparse de la mente de Kieran. Pero si todo era cierto…
—¿Estás diciéndome que se descubrió hace ya tantos años cómo revivir a personas congeladas en el espacio? —preguntó con algo de dificultad.
—Sí.
—¿Sin embargo os llevó cuarenta o cincuenta años decidiros a revivirme a mí?
La mujer suspiró:
—Tienes una idea desacertada. El proceso de reanimación se perfeccionó hace todo ese tiempo, sí. Pero sólo se ha usado inmediatamente después de un naufragio espacial o desastre. Los hombres y mujeres en los viejos cementerios espaciales no han sido revividos.
—¿Por qué no? —preguntó cuidadosamente.
—Resultados poco satisfactorios —aclaró ella—. No pudieron ajustarse psicológicamente a las nuevas condiciones. Normalmente se volvían inestables. El resultado fueron algunos suicidios y un número de casos de esquizofrenia extrema. Se decidió que no era justo devolver a la vida a antiguos casos de accidentes en el espacio.
—Pero me habéis revivido.
—Sí.
—¿Por qué?
—Había buenas razones —Ella estaba claramente evitando esa pregunta. Siguió rápidamente—. La conmoción psicológica del despertar habría sido devastadora si no hubieras estado preparado. Así que mientras aún estabas sedado, usé el método hipnopédico en ti. Tu subconsciente conocía los hechos más importantes antes de que te despertaras y eso amortiguó el choque psicológico.
Kieran se imaginó a sí mismo muerto y congelado en un cementerio en el espacio con cuerpos yendo a la deriva en órbita, circulando lentamente unos alrededor de otros en una macabra zarabanda mientras los años pasaban… Un profundo escalofrío le estremeció.
—Como todas las víctimas de accidentes en el espacio estaban en trajes presurizados, la deshidratación no supuso el problema que podría haber sido —estaba diciendo Paula—. Pero sigue siendo un proceso muy delicado…
Él la miró y la interrumpió bruscamente:
—¿Qué razones? —Y cuando ella se le quedó mirando con la mirada perdida, añadió—: Has dicho que había buenas razones para revivirme. ¿Qué razones?
Su cara se volvió tensa y se puso en alerta.
—Eras cronológicamente la víctima más antigua. Ése fue uno de los factores determinantes…
—Mira —interrumpió Kieran—. No soy un niño ni tampoco un salvaje. Puedes cortar el rollo condescendiente, dejarte de tecnicismos y responder a mi pregunta.
Su voz se endureció con un tono de crispación:
—Eres nuevo en este entorno. No lo entenderías aunque te lo explicara.
—Ponme a prueba
—Está bien —respondió—. Te necesitamos como un símbolo en una lucha política que estamos librando contra los sakae.
—¿Los sakae?
—Te he dicho que no lo entenderías —respondió ella impaciente y dándose la vuelta—. No puedes pretender que te ponga al día sobre un mundo totalmente nuevo para ti en cinco minutos.
Se encaminó hacia la puerta.
—Ah, no —exclamó Kieran—. Todavía no he terminado contigo.
Se bajó de la litera. Se sentía débil e inseguro pero el resentimiento accionaba sus flácidos músculos. Dio un paso hacia ella.
De repente las luces se atenuaron y se oyó un fuerte estruendo que procedía de algún lugar, un terrible sonido muy potente. El ligero cosquilleo que Kieran había sentido en la estructura metálica en la que se encontraba se convirtió de pronto en una vibración tan profunda y potente que le mareó y se tuvo que agarrar al larguero de la litera para evitar caerse.
La cara de la mujer mostró alarma. Un momento después una voz masculina gritaba por el altavoz en la pared:
—Adelantamiento completado… Preparaos para evasión total…
—Vuelve a la litera —le ordenó ella a Kieran.
—¿Qué es eso?
—Podría ser —empezó a decir con cierta malicia— que estuvieras a punto de morir por segunda vez.