LAS ESTRELLAS, MIS HERMANAS (Amazing Stories, 1962). Edmon Hamilton. Traducido por Irene A. Míguez Valero
Sinopsis: «Reed Kieran ha estado más de un siglo suspendido en el espacio aguardando a la tecnología que le devuelva a la vida. Ahora, después de haber sido reanimado, tiene que enfrentarse a una realidad poblada por unos entes humanoides salvajes y unos alienígenas que gobiernan el planeta que éstos habitan. La historia invita a reflexionar sobre la moral humana y su visión antropocentrista del mundo cuestionando su supremacía animal autoproclamada». Edmond Moore Hamilton (Octubre 21, 1904 – Febrero 1, 1977). ¿Qué decir de él que no sepáis? Uno de los padres de la ciencia ficción moderna, y uno de los grandes escritores americanos del siglo XX. Al igual que otros muchos escritores pulp, comenzó su andadura en la revista Weird Tales, pero lo suyo no era el horror extraño, sino la Space Opera, la ciencia ficción más fresca e imaginativa jamás contada. Se estrenó con el relato The Monster God of Mamurth, en 1926, en el número de agosto de la citada Weird Tales. Sin duda alguna su personaje más famoso, de la que escribió una larga serie de aventuras (17 números), es Capitán Futuro. La serie sería continuada por otros autores. Como dato curioso, Edmon Hamilton contrajo matrimonio con Leigh Brackett, una de las grandes escritoras pulp. Para la edición de Amanecer Pulp 2014 hemos elegido uno de sus relatos inéditos y menos conocidos, The Stars, My Brothers, que se publicó en la revista pulp Amazing Stories Fact and Science Fiction, en mayo de 1962, y que nos muestra un Edmon Hamilton cuya ciencia ficción, ya madura, dista mucho de la que podríamos encontrarnos en sus primeras historias, entretenidas, pero más infantiles, como The World with a Thousand Moons, publicada en Amazing Stories (Diciembre 1942), por citar alguna, mostrándonos una literatura pulp más crítica y reflexiva de lo acostumbrado. Esta obra forma parte del ebook Amanecer Pulp 2014.
1.
Hubo un pequeño error, pero nadie supo nunca si ocurrió en un relé eléctrico o en el cerebro del piloto.
El piloto era el Teniente Charles Wandek, UNRC, dirección particular: Anstey Avenue, 1677, Detroit. No sobrevivió a la colisión del transbordador que pilotaba contra Wheel 5. Tampoco ninguno de sus tres pasajeros: un joven astrofísico francés, un experto del este de la India en campos magnéticos y un hombre de cuarenta años proveniente de Filadelfia que llegaba para sustituir a un técnico en bombas mecánicas.
Otra persona que no sobrevivió al accidente fue Reed Kieran, el único hombre en Wheel 5 en perder su vida. Kieran, que tenía treinta y seis años, era un acreditado científico empleado por el UNRC. Dirección particular: Elm Street, 815, Midland Springs, Ohio.
Pese al hecho de que era un soltero empedernido, Kieran estaba en Wheel 5 a causa de una mujer. Sin embargo, la mujer que le había enviado allí no era un hermoso amor truncado. Su nombre era Gertrude Lemmiken. Tenía diecinueve años, sobrepeso y una cara gorda y estúpida. Sufría de resfriados comunes y se sorbía la nariz constantemente en la clase de la universidad de Ohio donde Kieran enseñaba Física II.
Una mañana de marzo Kieran no lo pudo soportar más. Se dijo: «Si vuelve a sorberse la nariz hoy, se acabó. Dimitiré y me uniré al UNRC».
Gertrude lo hizo; se sorbió la nariz. Seis meses después, tras haber terminado su adiestramiento para el Cuerpo de Reconocimiento de las Naciones Unidas, Kieran se largó al Laboratorio Espacial Número 5 del UNRC, mejor conocido como Wheel 5, para un período de servicio.
Wheel 5 daba vueltas alrededor de la Luna. En el año 1981 ya existía una base muy moderna y bien equipada en la superficie de la luna, junto con algunos laboratorios y observatorios. Pero se había descubierto que el calor abrasador que se alternaba cada quince días con el frío cercano al cero absoluto en la superficie lunar echaba a perder los delicados instrumentos usados en ciertas investigaciones. Por esta razón se construyó Wheel 5, la cual fue provista de investigadores que eran sustituidos cada ocho meses.
***
A Kieran le encantó desde el primer momento. Pensó que se debía a la mera e intrínseca belleza de todo aquello: la sombría y plateada calavera de la luna en su eterna órbita, las vivaces estrellas en su calmada y solemne gloria, los filamentos extendiéndose como velos resplandecientes a lo largo de los distantes cúmulos estelares… La tranquilidad, la paz.
Pero Kieran tenía una cierta honestidad intelectual y después de un tiempo admitió que ni la belleza ni el romanticismo eran lo que hacía su vida tan atractiva. Era el hecho de estar lejos de la Tierra. No tenía siquiera que mirar hacia ella, pues casi toda la investigación geofísica se llevaba a cabo en las Wheels 2 y 3, las cuales orbitaban el planeta madre. Estaba casi completamente divorciado de todos los problemas y habitantes de la Tierra.
A Kieran le gustaba la gente pero nunca había sentido que los entendiese. Lo que parecía importante para ellos, nunca se lo había parecido a él; como lo eran los impulsos diarios de la ordinaria existencia. Había llegado a considerar que el problema lo tenía él; que algo le faltaba, pues le parecía que la gente se comprometía con los más extraños disparates y creía en las cosas más increíbles, movida además por puro instinto gregario hacia las conductas más dañinas. No podían estar todos equivocados, pensaba, así que el problema lo tenía que tener él… Y este asunto le había tenido preocupado. Se había refugiado parcialmente en la ciencia pura, pero el estudio y, posteriormente, la enseñanza de la astrofísica no habían sido el refugio que Wheel 5 era. Se entristecería cuando tuviera que irse.
Y se entristeció cuando ese día llegó.
Los otros miembros del personal se encontraban ya en el compartimento de atraque esperando para dar la bienvenida a los sustitutos que llegaban en el transbordador. Kieran, que odiaba tener que irse, se quedó atrás. Entonces, dándose cuenta de que sería de mala educación no presentarse al joven francés que iba a sustituirle, se apresuró por el pasillo del gran radio al ver que el transbordador se acercaba.
Había caminado dos tercios del camino a lo largo del radio que iba hasta el borde cuando ocurrió. Hubo una gran colisión que lo lanzó violentamente por los aires. Sintió un frío inmediato y terrible.
Se estaba muriendo.
Estaba muerto.
El transbordador se estaba acercando de manera perfectamente normal cuando aquel insignificante «algo» salió mal, en la nave o en el juicio del piloto. La nave se escoró bruscamente cuando sus propulsores explotaron, estrellándose contra el gran radio de estribor como si fuera un cuchillo hundiéndose en mantequilla.
Wheel 5 se tambaleó y trompicó con la sacudida. Todos los mamparos automáticos de seguridad se habían cerrado y el gran radio (Sección T2) fue la única sección en expulsar el aire y Kieran el único hombre atrapado en ella. Las alarmas y el protocolo de emergencia se activaron y mientras los restos del transbordador aún flotaban cerca de la base, todo el mundo en Wheel 5 se había enfundado su traje presurizado.
***
Después de treinta minutos era evidente que Wheel 5 iba a sobrevivir a este accidente. Debido al impacto, se desviaba lentamente de su órbita y, en el debilitado estado actual en el que se encontraba la construcción, sus pequeños cohetes correctivos no podían ser utilizados para frenar la deriva. Pero Meloni, el capitán del UNRC al mando, había recibido los primeros informes de su equipo de control de daños y la situación no parecía tan grave. Solicitó perentoriamente los materiales necesarios para la reparación y se le garantizó desde la sede del UNRC, en Ciudad de México, que los transbordadores serían cargados y enviados tan pronto como fuera posible.
Meloni acababa de empezar a relajarse cuando un joven oficial sacó a relucir un tema molesto aunque de menor importancia. El teniente Vinson había dirigido la pequeña partida enviada a recuperar los cuerpos de los cuatro hombres muertos. En sus trajes presurizados habían estado pateando un buen rato entre la maraña que eran los restos del choque y el joven Vinson estaba cansado cuando efectuó su informe:
—Los tenemos a los cuatro a un costado, señor. Los tres hombres en el transbordador han salido bastante mal parados. Kieran no fue herido físicamente pero murió de asfixia espacial.
El capitán se le quedó mirando fijamente:
—¿A un costado? ¿Por qué no los habéis subido a bordo? Volverán a la Tierra en uno de los transbordadores para su entierro.
—Pero… —Vinson comenzó a protestar.
Meloni le interrumpió bruscamente:
—Usted necesita aprender unas cuantas cosas sobre moral, teniente. ¿Cree que tener a cuatro hombres muertos flotando en el espacio donde todo el mundo puede verlos le va a levantar la moral a alguien? Métalos dentro y almacénelos en una de las bodegas.
Vinson, sudando e insatisfecho, vislumbraba una mancha negra en su historial y se decidió a ir al grano:
—Pero sobre Kieran, señor… Él solo está congelado. Suponga que existiera la posibilidad de revivirle.
—¿Revivirle? ¿De qué hostias está usted hablando?
Vinson explicó:
—He leído que están intentando encontrar la manera de revivir a un hombre que se queda congelado en el espacio. Unos científicos en la Universidad de Delhi. Si lo consiguieran y tuviéramos a Kieran aún intacto en el espacio…
—Mierda, eso es solo una quimera científica. Nunca encontrarán la manera de hacer eso —arguyó Meloni—. Son solo teorías.
—Sí, señor —dijo Vinson bajando la cabeza.
Tenemos problemas suficientes aquí sin que haga falta que se nos ocurran ideas como ésa —el capitán prosiguió enfadado—. Lárguese de aquí.
Vinson se sintió afligido:
—Sí, señor, les subiré a bordo.
***
Se fue. Meloni clavó los ojos en la puerta y empezó a pensar. Un oficial al mando debía ser prudente o podría hacer que le despellejaran vivo. Si por una remota casualidad esta idea de Delhi resultase, él, Meloni, sería considerado el responsable del enterramiento de Kieran. Dio un par de zancadas hasta la puerta y la abrió de un golpe, maldiciendo mentalmente al mocoso que había tenido que sacar esto a colación.
—¡Vinson! —gritó.
El teniente se dio la vuelta, sorprendido.
—¿Sí, señor?
—Mantenga el cuerpo de Kieran fuera. Verificaré todo esto con Ciudad de México.
Aún enfadado, Meloni envió un mensaje al departamento de Personal en Ciudad de México. Hecho esto, se olvidó del tema. Les había cargado el muerto, que se ocupen los muchachos con los culos bien acomodados en la Tierra.
A quien fue a parar el mensaje de Meloni fue al Coronel Hausman, segundo al mando de la División de Personal del UNRC, quien resopló estentóreamente al leerlo. Más tarde, cuando fue a informar a Garces, se lo llevó consigo.
—Meloni debe de estar bastante agitado por el accidente —comentó—. Mira esto.
Garces leyó el mensaje y levantó la vista:
—¿Algo sobre esto? Sobre los experimentos de Delhi, quiero decir.
Hausman se había encargado de informarse sobre el tema y pudo responder a la pregunta enérgicamente.
—Desgraciadamente muy poco. Esos tíos en Delhi han estado jugando a congelar y descongelar insectos y creen que con el avance del proceso se podría llegar a revivir algún día a astronautas congelados. Es una teoría dudosa. Voy a abrasarle el culo a Meloni por haber sacado el tema en un momento como éste.
Garces, después de un momento, sacudió la cabeza.
—No, espera. Déjame pensar sobre ello.
Miró por la ventana, especulando, durante unos instantes. Entonces dijo:
—Dígale a Meloni que el cuerpo de ese tipo... ¿Cómo era su nombre? ¿Kieran?, debe ser preservado en el espacio en vistas de una posible reanimación futura.
Hausman estuvo a punto de manchar su reputación al exclamar:
—Por el amor de Dios... —Pero contuvo el casi exabrupto a tiempo y disintió—: Pero pueden pasar siglos hasta que el proceso de reanimación sea perfeccionado, si es que algún día sucede.
Garces asintió:
—Lo sé. Pero estás pasando por alto un punto psicológico que podría ser de mucho valor para el UNRC. Ese Kieran tiene familiares, ¿no?
Hausman asintió con la cabeza:
—Una madre viuda y una hermana. Su padre lleva muerto ya mucho tiempo. No tiene mujer ni hijos.
Garces insistió:
—Si les decimos que está muerto, congelado en el espacio, y después enterrado, ahí se acaba la historia. ¿No se sentirían esas personas mucho mejor si les decimos que está «aparentemente» muerto, pero que existe la posibilidad de que se le reviva cuando una técnica de reanimación sea perfeccionada en el futuro?
—Supongo que se sentirían mejor —admitió Hausman—. Pero no lo veo...
Garces se encogió de hombros.
—Es simple. Esto sólo es el principio de nuestra andadura por el espacio, ya sabes. Mientras seguimos nuestro camino, el UNRC va a perder una cantidad de hombres accidentados en el espacio, como Kieran. Se oirán lamentos sobre nuestras listas de víctimas, siempre pasa. Pero si decimos que solo están congelados hasta que se consiga el método de reanimación, todo el mundo se sentirá mejor.
—Supongo que las relaciones públicas son importantes… —empezó a decir Hausman, y Garces asintió rápidamente.
—Lo son. Procura que esto se cumpla cuando subas a hablar con Meloni. Asegúrate también de que salga en los medios de comunicación, quiero que lo vea todo el mundo.
Más tarde, con muchas cámaras y millones de personas observando, el cuerpo de Kieran enfundado en un traje presurizado era llevado ceremoniosamente al lugar escogido donde orbitaría la luna. Todas las insinuaciones sobre el funeral fueron sutilmente evitadas. El hombre accidentado del espacio (nadie se refería a él como muerto) se quedaría en su posición hasta que el proceso de reanimación fuera perfeccionado.
—Para siempre —pensó Hausman mientras observaba agriamente—. Supongo que Garces tiene razón. Pero con el tiempo esto se va a convertir en un enorme cementerio.
Y con el tiempo, eso fue lo que ocurrió.
2.
Una suave voz le susurraba en sueños.
No sabía lo que le estaba diciendo, excepto que era importante. Apenas era consciente de cuándo venía ni de cuántas veces vino. Cuando se presentaba el calmante murmullo, algo en él parecía escuchar y entender. Después el murmullo desaparecía y se quedaba de nuevo solo con sus sueños.
¿Pero eran sueños en realidad? Nada tenía forma o significado. Luz, oscuridad, sonido, dolor y no dolor le desbordaban. ¿Le desbordaban? ¿A quién? ¿Quién era él? Ni siquiera sabía eso. No le importaba.
Pero llegó a importarle, la pregunta le inquietaba levemente. Debería intentar recordar. Había algo más que los sueños y la voz susurrante. Había… ¿El qué? Si tuviera algo real a lo que aferrarse, en lo que apoyarse y desde lo que elevarse… Algo como su nombre.
No tenía nombre. No era nadie. Duérmete y olvídalo. Duerme y sueña y escucha…
«Kieran».
Esa palabra atravesó su cerebro como un rayo devastador.
No sabía lo que era o significaba pero resonó en su cabeza y su cerebro la repitió con fuerza.
«¡Kieran!».
No sólo su cerebro, su voz la estaba resoplando con violencia, casi gruñendo, y sus pulmones parecían arderle al expelir la palabra.
Estaba temblando. Tenía un cuerpo que podía temblar, que podía sentir dolor, que estaba sintiendo dolor en ese momento. Intentó moverse, acabar con la pesadilla, volver de nuevo a los sueños vagos, al reconfortante susurro.
Se movió. Sus miembros, pesados como el plomo, restallaron. Su pecho palpitaba y jadeaba. Sus ojos se abrieron.
Estaba tumbado sobre una litera estrecha en una habitación de metal muy pequeña.
Miró lentamente a su alrededor. No conocía ese lugar. El reluciente metal blanco de las paredes y el techo le era desconocido. Su cuerpo también vibraba con un ligero pero persistente hormigueo al observar todo lo que no le era familiar.
No estaba en Wheel 5. Había visto todas sus celdas y ninguna de ellas era como ésta. Además faltaba el susurrante y persistente sonido de las bombas de ventilación. ¿Dónde…?
Estás en una nave, Kieran. Una nave espacial.
***
Algo en lo más profundo de su mente le dijo eso. Pero eso, por supuesto, era ridículo, una alucinación. Las naves espaciales no existen.
Te encuentras bien, Kieran. Estás en una nave espacial, estás bien.
Esta rotunda promesa venía de alguna parte de su subconsciente y le reconfortaba. No se sentía muy bien, se sentía aturdido y dolorido. Pero de nada le servía preocuparse por ello si tenía la certeza de que estaba bien…
¡Y una mierda estaba bien! Estaba en un lugar nuevo y extraño. Se sentía medio enfermo y no estaba bien en modo alguno. En vez de quedarse ahí tumbado escuchando mentiras reconfortantes provenientes de su imaginación debería levantarse y averiguar qué estaba pasando, qué había sucedido.
De repente, su memoria empezó a aclararse. ¿Qué «había» pasado? Algo, un choque, un frío terrible…
Kieran empezó a estremecerse. Había estado en la Sección T2 de camino a la esclusa y de repente el suelo se había alzado bajo sus pies y le había parecido que Wheel 5 se había hecho añicos a su alrededor. El frío, el dolor…
Estás en una nave espacial. Estás bien.
Por el amor de Dios, ¿por qué se empeñaba su mente en seguir diciéndole cosas como ésa, cosas que él se creía? Porque si no se las creía sería presa del pánico, sin saber dónde estaba ni cómo había llegado a ese lugar. Había pánico en su cabeza pero también había una barrera que lo mitigaba con las reconfortantes garantías viniendo de donde quisiera que viniesen.
Intentó incorporarse. No sirvió de nada, estaba demasiado débil. Se quedó tumbado, respirando fuertemente. Sentía que debería estar atenazado por el miedo pero de alguna manera no lo estaba, esa barrera en su mente lo impedía.
Se había decidido a intentar gritar cuando una puerta en un lado de la pequeña habitación se abrió y un hombre entró.
Se acercó y observó a Kieran. Era un hombre joven, de pelo rubio, figura fornida y cara plana y severa. Sus ojos eran azules e intensos. Éstos le sugirieron que el hombre estaba tenso. Miró hacia abajo y preguntó:
—¿Cómo te encuentras, Kieran?
Kieran miró hacia él y preguntó:
—¿Estoy en una nave espacial?
—Sí.
—Pero las naves espaciales no existen.
—Sí que existen. Estás en una —el hombre rubio añadió—: Mi nombre es Vaillant.
«Es cierto lo que dice». Murmuró el algo en la mente de Kieran.
—¿Dónde…? ¿Cómo…? —empezó Kieran.
Vaillant interrumpió su balbuceo:
—En cuanto al dónde, estamos bastante lejos de la Tierra siguiendo la trayectoria de Altair. En cuanto al cómo… —Hizo una pausa mirando a Kieran intensamente—. ¿No sabes cómo?
Claro que lo sé. He estado congelado y ahora me han despertado y ha pasado el tiempo…
Vaillant, mirándole inquisitivamente a la cara, mostró una señal de alivio.
—Sí que lo sabes, ¿verdad? Por un momento he temido que no hubiese funcionado.
Se sentó en el borde de la litera.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Kieran.
Vaillant respondió con tanta naturalidad como si fuera la pregunta más normal del mundo:
—Poco más de un siglo.
***
Era maravilloso, pensó Kieran, el hecho de que pudiera aceptar una afirmación como esa sin entusiasmarse. Era como si lo hubiera sabido todo el tiempo.
—¿Cómo…? —empezaba a decir cuando algo le interrumpió.
Algo sonó débilmente en el bolsillo de la camisa de Vaillant. Sacó un fino disco metálico de unos ocho centímetros y profirió con brusquedad:
—¿Sí?
Una vocecita chilló desde el disco. Estaba demasiado lejos de Kieran como para que pudiera entender lo que estaba diciendo pero sí pudo percibir un cierto nerviosismo, casi pánico.
Algo cambió endureciendo la cara plana de Vaillant. Dijo:
—Me lo había esperado. Voy enseguida. Ya sabes lo que hay que hacer.
Le hizo algo al disco y volvió a hablar por él:
—Paula, ven hacia aquí.
Se levantó. Kieran le miró sintiéndose entumecido y estúpido:
—Me gustaría saber algunas cosas.
—Luego —objetó Vaillant—. Tenemos problemas. Quédate donde estás.
Salió rápidamente de la habitación. Kieran le siguió con la mirada, pensando. Problemas… ¿Problemas en una nave espacial? Y ha pasado un siglo…
De repente le sobrevino una emoción que le hizo temblar y le encogió el estómago. Estaba empezando a darse cuenta ahora. Se incorporó en la litera, sacó sus piernas e intentó levantarse pero no pudo, estaba demasiado débil. Todo lo que podía hacer era quedarse ahí sentado, temblando.
Su mente no podía entenderlo. Parecía como si tan solo hubieran pasado unos minutos desde que había estado caminando por el pasillo en Wheel 5. Le parecía que Wheel 5 tendría que existir aún. Que la Tierra, la gente, el tiempo que él conocía deberían estar aún en algún lugar. Esto podría ser algún tipo de broma o algún tipo de experimento psicológico. Eso era: Los chicos de medicina espacial siempre estaban haciendo experimentos ultramodernos para averiguar cómo aguantarían los hombres en condiciones fuera de lo normal y esto tenía que ser uno de esos…
Una mujer entró en la habitación. Era una mujer morena que podría tener treinta años y que llevaba una camisa blanca y pantalones. Habría sido muy atractiva, pensó, si no hubiera parecido tan cansada y tensa.
Se acercó y mirándole le dijo:
—No intentes levantarte. Te sentirás mejor dentro de poco.
Su voz era ligeramente ronca. Le era muy familiar y eso que era la primera vez que veía a esta mujer. Entonces se dio cuenta.
—Tú eres quien me hablaba —le dijo mirándola—. En los sueños, quiero decir.
Ella asintió con la cabeza.
—Me llamo Paula Ray y soy psicóloga. Tenías que estar preparado psicológicamente para tu despertar.
—¿Preparado?
La mujer se lo explicó pacientemente:
—El método hipnopédico… Establecer hechos en el subconsciente de un paciente dormido. De lo contrario la conmoción podría ser demasiado fuerte al despertar. Esto ya se constató cuando intentaron revivir a personas accidentadas en el espacio, hace cuarenta o cincuenta años.
***
La cómoda convicción de que nada de eso era real, seguramente un experimento de algún tipo, empezó a disiparse de la mente de Kieran. Pero si todo era cierto…
—¿Estás diciéndome que se descubrió hace ya tantos años cómo revivir a personas congeladas en el espacio? —preguntó con algo de dificultad.
—Sí.
—¿Sin embargo os llevó cuarenta o cincuenta años decidiros a revivirme a mí?
La mujer suspiró:
—Tienes una idea desacertada. El proceso de reanimación se perfeccionó hace todo ese tiempo, sí. Pero sólo se ha usado inmediatamente después de un naufragio espacial o desastre. Los hombres y mujeres en los viejos cementerios espaciales no han sido revividos.
—¿Por qué no? —preguntó cuidadosamente.
—Resultados poco satisfactorios —aclaró ella—. No pudieron ajustarse psicológicamente a las nuevas condiciones. Normalmente se volvían inestables. El resultado fueron algunos suicidios y un número de casos de esquizofrenia extrema. Se decidió que no era justo devolver a la vida a antiguos casos de accidentes en el espacio.
—Pero me habéis revivido.
—Sí.
—¿Por qué?
—Había buenas razones —Ella estaba claramente evitando esa pregunta. Siguió rápidamente—. La conmoción psicológica del despertar habría sido devastadora si no hubieras estado preparado. Así que mientras aún estabas sedado, usé el método hipnopédico en ti. Tu subconsciente conocía los hechos más importantes antes de que te despertaras y eso amortiguó el choque psicológico.
Kieran se imaginó a sí mismo muerto y congelado en un cementerio en el espacio con cuerpos yendo a la deriva en órbita, circulando lentamente unos alrededor de otros en una macabra zarabanda mientras los años pasaban… Un profundo escalofrío le estremeció.
—Como todas las víctimas de accidentes en el espacio estaban en trajes presurizados, la deshidratación no supuso el problema que podría haber sido —estaba diciendo Paula—. Pero sigue siendo un proceso muy delicado…
Él la miró y la interrumpió bruscamente:
—¿Qué razones? —Y cuando ella se le quedó mirando con la mirada perdida, añadió—: Has dicho que había buenas razones para revivirme. ¿Qué razones?
Su cara se volvió tensa y se puso en alerta.
—Eras cronológicamente la víctima más antigua. Ése fue uno de los factores determinantes…
—Mira —interrumpió Kieran—. No soy un niño ni tampoco un salvaje. Puedes cortar el rollo condescendiente, dejarte de tecnicismos y responder a mi pregunta.
Su voz se endureció con un tono de crispación:
—Eres nuevo en este entorno. No lo entenderías aunque te lo explicara.
—Ponme a prueba
—Está bien —respondió—. Te necesitamos como un símbolo en una lucha política que estamos librando contra los sakae.
—¿Los sakae?
—Te he dicho que no lo entenderías —respondió ella impaciente y dándose la vuelta—. No puedes pretender que te ponga al día sobre un mundo totalmente nuevo para ti en cinco minutos.
Se encaminó hacia la puerta.
—Ah, no —exclamó Kieran—. Todavía no he terminado contigo.
Se bajó de la litera. Se sentía débil e inseguro pero el resentimiento accionaba sus flácidos músculos. Dio un paso hacia ella.
De repente las luces se atenuaron y se oyó un fuerte estruendo que procedía de algún lugar, un terrible sonido muy potente. El ligero cosquilleo que Kieran había sentido en la estructura metálica en la que se encontraba se convirtió de pronto en una vibración tan profunda y potente que le mareó y se tuvo que agarrar al larguero de la litera para evitar caerse.
La cara de la mujer mostró alarma. Un momento después una voz masculina gritaba por el altavoz en la pared:
—Adelantamiento completado… Preparaos para evasión total…
—Vuelve a la litera —le ordenó ella a Kieran.
—¿Qué es eso?
—Podría ser —empezó a decir con cierta malicia— que estuvieras a punto de morir por segunda vez.
3.
Las luces se atenuaron hasta la casi oscuridad y la grave vibración se volvió aún más fuerte.
—¿Qué está pasando?
—Maldita sea, ¡suéltame!
Esa expresión de furia humana le resultó tan familiar que casi empezó a sentirse atraído hacia ella por primera vez. Pero siguió agarrándola aunque sabía que su actual falta de fuerzas no iba a permitírselo durante mucho más tiempo.
—Tengo derecho a saberlo —declaró.
—Está bien, puede que tengas razón —le concedió Paula—. Nosotros, nuestro grupo, estamos operando en contra de la autoridad. Hemos quebrantado la ley yendo a la Tierra y reviviéndote. Y ahora la autoridad nos está dando alcance.
—¿Otra nave? ¿Va a haber un combate?
—¿Un combate? —Ella se le quedó mirando fijamente mientras su cara empezaba a mostrar primero conmoción y luego una ligera repulsión—. ¡Pues claro! Tú provienes de la antigua era de las guerras, pensarías que…
A Kieran le dio la impresión de que lo que acababa de decir había hecho que ella le mirara como él habría mirado a un noble y decente salvaje que casualmente había resultado ser un caníbal.
—Siempre supe que devolverte a la vida sería un error —le espetó ella en un tono mordaz—. Suéltame.
Se zafó de su agarre y, antes de que él pudiera detenerla, llegó hasta la puerta y la abrió. Kieran se espabiló justo a tiempo para alcanzarla tambaleándose y meter su hombro en el hueco de la puerta antes de que ella pudiera cerrarla.
—Ah, muy bien. Ya que insistes no me voy a preocupar por ti —aseguró rápidamente. Acto seguido se dio la vuelta y se marchó corriendo.
Kieran quería seguirla pero sus rodillas cedían. Se agarró al marco de la puerta. Estaba cabreado y la ira era lo único que lo tenía en pie. No se desmayaría, se dijo. No era un niño y no toleraría que se le tratara como a tal…
Asomó la cabeza por la puerta. Había un largo y estrecho pasillo de metal blanco con algunas puertas cerradas a sus lados. Una puerta, al final del pasillo, se estaba cerrando en ese momento.
***
Empezó a caminar por el pasillo recostándose contra la lisa pared. Antes de que hubiera dado unos pasos, la ira que le había empujado comenzó a desvanecerse. De pronto, el enorme e increíble hecho de estar ahí, en ese lugar, ese momento, esa nave… se le vino encima como una avalancha de la que el precondicionamiento hipnopédico ya no le iba a proteger por mucho más tiempo.
Estoy tocando una nave espacial. Estoy en una nave espacial, yo, Reed Kieran de Midland Springs, Ohio. Me merezco volver allí, a mis clases, a parar de camino a casa en la tienda de Hartnett a por un refresco. Pero estoy aquí, en una nave huyendo a través de las estrellas…
La cabeza le daba vueltas y tenía miedo de volver a dormirse. Llegó a la puerta, la abrió y más bien cayó dentro de la habitación. Oyó una voz sobresaltada.
Ésta era una habitación más grande. Había una mesa con una superficie traslúcida y la cual mostraba una masa alborotada de luces fugaces cambiando constantemente. Había una pantalla en la pared de la habitación que no mostraba nada. Una superficie vacía, oscura.
Vaillant, Paula Ray y un hombre alto de mediana edad y con pinta de tipo duro estaban alrededor de la mesa y habían alzado la vista, sorprendidos.
La cara de Vaillant mostró enfado.
—Paula, ¡se suponía que tenías que mantenerle en su cabina!
—No pensé que tuviera suficiente fuerza como para seguirme —se disculpó ella.
—No la tengo —confirmó Kieran y se desplomó.
El hombre alto de mediana edad le alcanzó antes de que se golpeara contra el suelo y le colocó en una silla.
Oía, aunque a mucha distancia, la irritada voz de Vaillant diciendo:
—Deja que Paula se ocupe de él, Webber. Mira esto… Vamos a atravesar otro claro…
Pasaron unos minutos durante los cuales todo empezó a amontonarse en la mente de Kieran. La mujer le estaba hablando. Le estaba diciendo que le habían preparado tanto física como psicológicamente para la conmoción de ser reanimado y que estaría perfectamente pero que tenía que tomarse las cosas con más calma.
Oía su voz pero le estaba prestando poca atención. Estaba sentado en la silla y miraba sin comprender a los dos hombres apoyados en la mesa ni los símbolos que había en ella. Parecía que Vaillant se estuviera poniendo más tenso a medida que los minutos pasaban. Además su mirada daba la impresión de que este hombre fuera una bomba de relojería a punto de estallar. Webber, el hombre alto con cara de duro, observaba los símbolos fugaces y su expresión era fría.
—Allá vamos —murmuró, y tanto él como Vaillant miraron hacia la pantalla negra en la pared.
Kieran miró también. No había nada. Entonces, en un instante, la negrura desapareció de la pantalla y apareció un panorama de tal esplendor cósmico y sorprendente, que Kieran era incapaz de comprenderlo.
***
Las estrellas brillaban como si fueran fuegos atravesando la pantalla. Eran círculos, cadenas y coágulos brillantes. No era muy diferente de cómo se veían desde Wheel 5, pero sí se diferenciaba en que el cielo estrellado estaba parcialmente oculto por enormes murallas oscuras, riscos negros como el ébano que se levantaban hasta el infinito. Kieran había visto fotografías astronómicas como ésa y sabía lo que era aquella negrura.
Polvo. Un polvo tan fino que su porcentaje de partículas en el espacio sería un vacío en la Tierra. Pero aquí, donde se extendía en pársecs a través del espacio, formaba una barrera contra la luz. Había una estrecha fisura entre los riscos titánicos de oscuridad y él… la nave en la que estaba… huía a través de esa fisura.
***
La pantalla se apagó de golpe. Kieran permaneció sentado mirándola fijamente. Esa breve pero increíble visión había finalmente logrado concienciarle de la realidad y grabársela en su cabeza. Ellos, esta nave, estaban lejos de la Tierra… Muy lejos, en una de esas nubes de polvo cósmico en la que estaban intentando perder a sus perseguidores. Esto era real.
—…los tendremos encima de nuevo cuando hayamos cruzado, seguro —estaba diciendo Vaillant en un tono amargo—. Nos habrán tirado la red. El patrón se debe de estar formando ahora y no podemos colarnos por ella.
—No podemos —dijo Webber—. La nave no puede. Pero el flitter sí, con suerte.
Los dos miraron a Kieran.
—Él es el importante —declaró Webber—. Si dos de nosotros pudieran pasarle…
—No —interrumpió Paula—. No podríamos. Tan pronto como capturaran la nave y se dieran cuenta de que el flitter no está, irían directamente tras él.
—No a Sako —comentó Webber—. Nunca pensarían que lo hemos llevado a Sako.
—¿Tengo derecho a decir algo sobre todo esto? —masculló Kieran.
—¿Qué? —preguntó Vaillant.
—Esto: Mierda para vosotros. No iré a ningún sitio con o por vosotros.
***
Sintió una satisfacción brutal al decirlo. Estaba harto de estar sentado ahí como un bobo mientras ellos discutían sobre su persona, pero no recibió la reacción que había esperado. Los dos hombres simplemente continuaron mirándole pensativos. La mujer suspiró:
—¿Veis? No ha habido tiempo suficiente para explicárselo. Es natural que reaccione con hostilidad.
—Duérmele y llévatelo —soltó Webber.
—No —contestó Paula con brusquedad—. Si se duerme ahora es probable que no se vuelva a despertar. No me haré responsable de ello.
—Mientras tanto —dijo Vaillant algo crispado—, el patrón está formándose. ¿Tienes alguna sugerencia, Paula?
Ella asintió con la cabeza:
—Esto.
De repente le metió algo a Kieran en la nariz. Algo pequeño que había sacado de su bolsillo sin que él se hubiera dado cuenta mientras estaba ocupado en su cólera contra los dos hombres. Olió un dulce y refrescante aroma y le apartó el brazo de un golpe.
—Ah, no, no vas a drogarme más… —Entonces se quedó quieto, pues de repente todo le pareció irónicamente cómico—. Un puñado de malditos incompetentes —dijo riéndose—. Esta es la última cosa que me habría podido imaginar… Que un hombre pueda estar dormido, se despierte en una nave espacial y se encuentre con que la nave está tripulada por ineptos.
—Eufórico —declaró Paula dirigiéndose a los dos hombres.
—Puede que haya algo de cierto —opinó Webber con amargura— en lo que está diciendo.
Vaillant se volvió contra él y le reprendió con vehemencia:
—Si eso es lo que piensas… —Entonces se controló y expuso severamente—: Las peleas no son buenas. Estamos atrapados pero quizás podamos arreglarlo si conseguimos llevar a este hombre a Sako. Webber, tú y Paula llevadle al flitter.
Kieran se levantó.
—Bien —dijo alegremente—. Vayámonos al flitter, sea lo que sea eso. Ya me he aburrido de las naves espaciales.
Se sentía bien, muy bien. Un poco borracho, aunque no lo suficiente para impedirle procesar mentalmente pero sí para darle una despreocupada indiferencia hacia lo que estaba por venir. Era solo por el spray que Paula le había dado… Pero hacía que su cuerpo se sintiera mejor, eliminaba la conmoción y preocupación y conseguía que todo de repente le pareciera más bien gracioso.
—Vamos a Sako en el flitter —comentó—. Ya que estoy, podría ver el espectáculo completo. Estoy seguro de que Sako, esté donde esté, estará tan lleno de disparates humanos como lo estaba la Tierra.
—Está eufórico —repitió Paula, pero su cara se mostraba afligida.
—De toda la gente en ese cementerio espacial, tuvimos que recoger a uno que piensa justamente así —dijo Vaillant conteniendo algo su furia.
—Fuiste tú mismo quien dijo que el más antiguo sería el mejor —le reprochó Webber—. Sako le cambiará.
Kieran caminó por el pasillo riéndose con Webber y Paula. Le habían traído de vuelta de la nada sin su consentimiento, violando la privacidad de la muerte o casi muerte y ahora algo que había dicho les había decepcionado amargamente.
—Venga —les dijo alegremente—. No perdamos el tiempo. Cuando estemos a bordo del flitter la chica es mía.
—Por Dios, cierra la boca —exclamó Webber.
4.
Era ridículo estar volando entre las estrellas con una mala resaca, pero Kieran la tenía. Su cabeza le dolía débilmente, tenía un desagradable sabor metálico en la boca y su entusiasmo inicial había dado paso a una ligera depresión. Miró amargamente a su alrededor.
Estaba sentado en una pequeña y limitada cabina en la que apenas se podía erguir una persona. Paula Ray estaba durmiendo en una silla unos metros más allá con la cabeza recostada sobre su pecho. Webber estaba sentado delante en lo que parecía ser el puesto del piloto con una complicada mesa de control delante de él. No estaba haciendo nada con los controles, parecía como si también estuviera durmiendo.
Eso era todo… Una pequeña habitación de metal con paredes vacías. Silencio. Estaban presumiblemente volando entre las estrellas a una velocidad increíble pero no había nada que lo demostrase. No existían pantallas como la que había visto en la nave que revelaran, a través de ingeniosos detectores, la magnífica panorámica de soles y oscuridades que se encontraban en el exterior.
—Un flitter —le había informado Webber—, simplemente no tiene el espacio suficiente que esos detectores requieren. La capacidad para ver es un lujo del que hay que privarse en un flitter. Volveremos a ver cuando lleguemos a Sako.
Después de un momento añadió:
—Si es que llegamos.
Kieran se había limitado a reír entonces y se había dormido de inmediato. Cuando se despertó había sido sin la euforia anterior y con la actual resaca.
—Al menos —se dijo a sí mismo— puedo decir en serio que esta vez no ha sido cosa mía. Ese maldito spray…
Miró resentido a la mujer que seguía durmiendo en la silla. Entonces se acercó y le sacudió el hombro.
Ella abrió los ojos y le miró, primero adormilada y luego cabreada.
—No tienes derecho a despertarme —.
Entonces, antes de que Kieran pudiera replicar, se dio cuenta de la monumental ironía de lo que acababa de decir y se echó a reír.
—Lo siento —dijo—. Adelante, dilo. Soy yo la que no tenía derecho a despertarte a ti.
—Hablemos de eso —propuso Kieran después de un momento—. ¿Por qué lo hiciste?
Paula le miró con remordimientos:
—Lo que necesito ahora mismo son diez volúmenes de historia sobre el último siglo y tiempo suficiente para que los puedas leer. Pero ya que no tenemos ninguna de las dos cosas… —Se interrumpió y tras una pausa preguntó—: Tu fecha era 1981, ¿verdad? Eso y tu nombre estaban en la etiqueta de tu traje presurizado.
—Así es.
—Pues bien, allá en 1981 se pensaba que el hombre se extendería por las estrellas, ¿verdad?
Kieran asintió con la cabeza:
—En cuanto tuvieran un propulsor de alta velocidad adecuado. Por aquel entonces se estaban haciendo pruebas con varios propulsores.
—Uno de los propulsores, el método de Flournoy, finalmente funcionó —explicó Paula. Entonces frunció el ceño—. Estoy intentando resumirte esto y no hago más que irme por las ramas.
—Solo dime por qué me despertasteis.
—Es lo que estoy tratando de hacer —Y entonces preguntó con sinceridad—: ¿Siempre fuiste así de odioso o el proceso de reanimación te ha hecho esto?
Kieran esbozó una sonrisa burlona:
—Muy bien. Empieza.
***
—Todo ocurrió prácticamente como las personas en 1981 habían anticipado —empezó ella—. El propulsor fue perfeccionado. Las naves salieron rumbo hacia las estrellas más cercanas. Otros mundos fueron descubiertos. Se establecieron colonias aprovechando los excedentes de superpoblación de la Tierra. En algunos mundos se encontraron razas humanas aborígenes, todas ellas a un nivel tecnológico bajo. Así que se les educó. Desde el principio se determinó la unión en un único universo. Sin grupos nacionalistas, sin opción a guerras. El Consejo de Gobierno se estableció en Altair 2 con representación diplomática de todos los mundos. Ahora hay veintinueve. Se espera que se siga desarrollando así hasta que haya doscientos noventa mundos espaciales representados, luego dos mil novecientos y así sucesivamente. Pero…
Kieran había estado escuchando atentamente.
—¿Pero qué? ¿Qué desbarató esta particular utopía?
—Sako.
—¿Ese mundo al que nos dirigimos?
—Sí —dijo con seriedad—. El hombre encontró algo diferente en este mundo cuando lo alcanzó. Había gente… humanos… prácticamente incivilizados.
—Bueno, ¿y cuál era el problema? ¿No podíais educarles como lo habíais hecho con otros?
Ella sacudió la cabeza:
—Nos habría llevado demasiado tiempo. Pero ese no era el verdadero problema. El problema era que… Verás, lo que pasa es que hay otra raza en Sako aparte de la humana, una raza realmente civilizada. La cosa es que los sakae no son humanos.
Kieran la miró fijamente:
—¿Y qué? Si son inteligentes…
—Hablas de ello como si fuera la cosa más sencilla del mundo —le espetó.
—¿Y no lo es? Si esos sakae son inteligentes y los humanos de Sako no, entonces los sakae tienen los derechos sobre ese mundo, ¿no?
Ella se le quedó mirando sin decir nada con la mirada afligida de alguien que lo ha intentado y ha fracasado. Entonces desde la parte delantera, sin girarse, Webber preguntó:
—¿Qué piensas ahora de la maravillosa idea de Vaillant?
—Todavía puede funcionar —respondió ella, pero su voz no mostraba convicción.
—Si no os importa —exclamó Kieran con un tono de crispación en su voz—, aún me gustaría saber qué es lo que tiene que ver todo este asunto de Sako con revivirme.
***
—Los sakae gobiernan sobre los humanos en ese mundo —contestó Paula—. Algunos de nosotros no creemos que esto deba ser así. En el Consejo se nos conoce como el Partido de la Humanidad porque creemos que los humanos no deberían ser gobernados por no-humanos.
Kieran se había distraído de nuevo de su siguiente pregunta… Esta vez por la expresión «no-humano».
—Esos sakae… ¿Qué aspecto tienen?
—No son monstruos, si es eso lo que estás pensando —aclaró Paula—. Son bípedos… pero más reptiloides que humanoides… Son una especie bastante inteligente y cumplidora de la ley.
—Si son todas esas cosas y además están más desarrollados que los humanos, ¿por qué no deberían de poder gobernar en su propio mundo? —preguntó Kieran.
Webber soltó una carcajada sardónica y, sin girarse, preguntó:
—¿Debería dar la vuelta y poner rumbo a Altair?
—¡No! —gritó ella. Sus ojos enfocaron a Kieran y habló casi sin aliento—: Te crees que lo sabes todo sobre cosas de las que acabas de oír hablar, ¿verdad? Sabes muy bien lo que es correcto y lo que no, ¡a pesar de que llevas en esta época, en este universo, tan solo unas horas!
Kieran la observó detenidamente. Pensó que estaba empezando a vislumbrar el verdadero cariz de las cosas.
—Vosotros… Los que me habéis reanimado ilegalmente… Pertenecéis a ese Partido de la Humanidad, ¿verdad? ¿Lo hicisteis por alguna razón relacionada con esto de lo que estáis hablando?
—Sí —respondió Paula con tono desafiante—. Necesitábamos un símbolo en esta lucha política y pensamos que uno de los antiguos pioneros del espacio, uno de los humanos que empezaron la conquista de las estrellas, podría serlo. Nosotros…
Kieran la interrumpió:
—Me parece que ya lo entiendo. Ha sido muy considerado por vuestra parte. Sacáis a un hombre de lo que podría considerarse la muerte para un mitin político. «Antiguo héroe espacial condena a los no-humanos»… Iba a ser algo así, ¿no?
—Escucha… —empezó ella.
—Y una mierda escucha —le soltó Kieran. Estaba rojo y temblaba de rabia—. Me alegro de comunicaros que no podíais haber elegido peor símbolo que yo. De la idea de la superioridad innata y sagrada de una especie sobre otra pienso lo mismo que pensaba entonces sobre la de un tipo de hombre sobre otro: No me interesa.
La cara de Paula cambió: La mujer enfadada dio paso a la psicóloga profesional observando reacciones fríamente.
—La cuestión política no es lo que te molesta en realidad —dijo—. Te has despertado en un mundo extraño y que te asusta, a pesar de toda la preparación previa que le dimos a tu subconsciente. Tienes miedo y por eso estás enfadado.
Kieran se calmó. Se encogió de hombros:
—Lo que dices puede que sea cierto, pero eso no cambia cómo me siento. No pienso ayudaros una mierda.
Webber se levantó de su asiento y vino hacia la parte trasera encorvándose. Miró a Kieran y después a la mujer.
—Tenemos que resolver esto ahora mismo —sentenció—. Ya estamos lo suficientemente cerca de Sako como para salir de la conducción. ¿Vamos a aterrizar o no?
—Sí —confirmó Paula—. Vamos a aterrizar.
Webber volvió a mirar la cara de Kieran:
—Pero si es así cómo se siente…
—Vamos, aterriza —ordenó ella.
5.
No se parecía en nada al aterrizaje de cohetes. Primero estaba el asunto referido como «salir de la conducción». Paula hizo que Kieran se abrochara el cinturón de seguridad y le explicó:
—Puede que te parezca algo desagradable pero quédate bien abrochado. No dura mucho.
Kieran estaba en su asiento tieso como un palo y poniendo muy mala cara, preparándose para cualquier cosa. Estaba decidido a no mostrar sus sensaciones pasase lo que pasase. Entonces Webber tocó algo en la mesa de control y el universo se desbarató. El estómago de Kieran subió hasta su garganta y se le quedó ahí atascado. Estaba cayéndose… ¿hacia arriba? ¿Hacia abajo? ¿A un lado? No lo sabía, pero fuera lo que fuera no todas las partes de su cuerpo estaban cayendo a la vez o quizás era que no todas iban en la misma dirección. Tampoco sabía eso, pero era una sensación espantosa. Cuando abrió la boca para protestar de repente todo había vuelto a la normalidad: estaba en su asiento en la cabina y gritando a todo pulmón.
Se calló.
Paula le recordó:
—Te dije que sería desagradable.
—Sí que me lo dijiste —admitió Kieran. Estaba sentado, sudando. Sus manos y pies estaban fríos.
Por primera vez era consciente del movimiento del flitter. Parecía que éste se precipitaba a la velocidad de un cometa. Kieran sabía que esto era irónico pues aunque ahora avanzaban a una velocidad dentro de lo normal, ésta le había sido incomprensible momentos antes. Ahora sí que la comprendía. Podía sentirla. Se movían como alma que lleva el diablo y en algún punto enfrente de ellos se encontraba un planeta. Sin embargo él estaba encerrado y no podía ver nada, se sentía como un ratón en un cono nasal esperando a que le fuera administrada la anestesia. Se le retorcían las tripas por la mezcla de sensación de impotencia y una inminente colisión. Quería volver a gritar con todas sus fuerzas pero Paula le estaba mirando.
En escasos instantes ese deseo se volvió imperativo. Un chillido parecido a un silbido empezó a oírse débilmente fuera del casco y creció rápidamente hasta el punto de no poder oírse nada más. Atmósfera. Y en algún lugar debajo de la pared ciega del flitter estaba la faz de ese mundo dura como una piedra y a la que se estaban precipitando dando tumbos a toda velocidad, brincando para que se les diera la bienvenida…
***
El flitter redujo la velocidad. Parecía como si estuviera flotando inmóvil, vibrando levemente. Entonces descendió. Se parecía a uno de esos ascensores rápidos en uno de los edificios más altos del mundo, de arriba abajo… Solo que era como si el ascensor fuera una burbuja y el viento lo sacudiera de lado a lado mientras iba cayendo y no hubiera fondo.
Volvieron a flotar, dando saltitos en el viento invisible.
Otra vez abajo.
Y otra vez arriba.
Y abajo.
Paula exclamó de pronto:
—Webber. Webber, creo que se está muriendo —Empezó a desabrochar a Kieran.
Kieran susurró:
—¿Me estoy poniendo verde?
Ella le miró, frunciendo el ceño:
—Sí.
—Es una antigua dolencia. Me mareo. Dile a Webber que deje de jugar al yoyó y aterrice esta cosa.
Paula hizo un gesto impaciente y se volvió a abrochar el cinturón.
Flotar y caer. Otra vez, dos veces más. Un pequeño balanceo, un ligero golpe y entonces el movimiento cesó. Webber giró una serie de interruptores. Silencio.
Kieran dijo:
—¿Aire?
***
Webber abrió una escotilla a un lado de la cabina y la luz la inundó. Tenía que ser la luz del sol, Kieran lo sabía, pero era de un color extraño, un tono de naranja tostado que traía consigo una agradable y cálida temperatura. Se soltó con ayuda de Paula y se dirigió tambaleándose hacia la escotilla. El aire olía a polvo limpio calentado por el sol y a algún tipo de vegetación. Kieran salió apresuradamente del flitter trepando. Quería tener tierra firme bajo sus pies y le daba igual de quién o dónde fuera.
Fue en el momento en que sus botas golpearon la arena de color rojo ocre cuando se le ocurrió que había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pisado tierra firme. Vaya que sí…
Sus entrañas volvieron a retorcerse y esta vez no se debía a un mareo sino al miedo. Volvió a sentir escalofríos a pesar del ardiente sol.
Tenía miedo, no del presente ni del futuro sino del pasado. Tenía miedo de aquel ente llamado Reed Kieran. Ese rígido, ciego y silencioso ente que orbitaba la luna lentamente, compañera de mundos muertos y del espacio silencioso.
Empezó a temblar.
Paula lo sacudió. Le estaba hablando pero no podía oírla. Solo podía oír el torrente de esa oscuridad eterna penetrando en sus oídos, el fino crujido de su sombra rozando las estrellas. Tenía la enfadada e indignada cara de Webber sobre él, mirándole. Éste estaba hablando con Paula, sacudiendo su cabeza. Le daba la impresión de que estaban muy lejos. Kieran los estaba perdiendo, alejándose de ellos con la marea oscura. Entonces de pronto hubo algo como una explosión, un destello carmesí atravesando la oscuridad, una explosión de calor contra el frío. Furioso y asustado, su parte física le hizo volver a la realidad.
Sintió dolor, algo le amenazaba. Se tocó la mejilla con la mano y cuando la retiró estaba roja.
Paula y Webber estaban tirando de él, intentando que se moviera.
***
Una piedra pasó rozándole la cabeza y golpeó un lado del flitter produciendo un agudo chasquido. Finalmente, las neuronas de Kieran se conectaron. Saltó para llegar a la escotilla abierta y, sin pensarlo, empujó a Paula delante de él intentando protegerla. Ella le miró totalmente sorprendida. Webber ya estaba dentro. Una de las piedras que seguían cayendo rasguñó el muslo de Kieran haciéndole daño. De su mejilla salía sangre a borbotones. Rodó dentro del flitter y se dio la vuelta para mirar por la escotilla. Estaba furioso.
—¿Quién está haciendo esto? —preguntó.
Paula señaló con el dedo. La rareza del paisaje le desconcertaba. El flitter se ocultaba entre una inmensidad de arena rojo ocre con algunas plantas de corta altura que brillaban con color oro metálico a la luz del sol. La arena disminuía progresivamente alzándose una cordillera de montañas a la derecha y descendiendo gradualmente hasta el infinito por la izquierda. Directamente enfrente del flitter y, muy literalmente, a tiro de piedra comenzaba un grueso cinturón de árboles que crecía al lado de un río. Aparentemente éste era bastante ancho aunque no podía ver mucho más que el reflejo del agua de color ámbar oscuro. El curso del río podía seguirse en dirección a las montañas gracias a la línea sinuosa del bosque que bordeaba su cauce. Los árboles no se parecían a nada que Kieran hubiera visto antes, parecían ser de diferentes variedades, todas de formas grotescas y exóticos colores. Sin embargo, había algunos que eran verdes con largas y finas hojas que parecían puntas de lanza.
Exótico color o no, servían perfectamente como refugio. Las piedras llegaban silbando desde el bosque pero Kieran no podía ver nada en el lugar al que Paula estaba apuntando, tan solo algunas sacudidas en el follaje.
—¿Sakae? —preguntó.
Webber resopló de risa:
—Lo sabrás cuando los sakae nos encuentren. Ellos no tiran piedras.
—Estos son los humanos —declaró Paula. El tono indulgente en su voz irritó a Kieran.
—Yo pensaba que ellos eran nuestros pequeños amigos —contestó Kieran.
—Les has asustado.
—¿Yo les he asustado?
—Ya han visto el flitter antes. Pero se fijan mucho en modos de comportamiento y tú no estabas actuando correctamente. Han pensado que estabas enfermo.
—Y por eso han intentado matarme. Qué gente más maja.
—Autopreservación —dijo Webber—. No pueden permitirse el lujo de la amabilidad.
—Son muy amables entre ellos —exclamó Paula en tono defensivo y añadió para Kieran—: Dudo que estuvieran tratando de matarte. Solo te querían ahuyentar.
—Ah, bueno —aceptó Kieran—. En ese caso no se me ocurriría decepcionarles. Vámonos de aquí.
Paula le fulminó con la mirada y se volvió hacia Webber:
—Habla con ellos.
—Espero que aún tengamos tiempo —gruñó Webber mirando hacia el cielo—. Somos presa fácil aquí. Mantén a tu paciente callado… Si vuelve a gemir o a desplomarse así, estamos perdidos.
***
Cogió un contenedor grande de plástico y se acercó a la puerta.
Paula miró la mejilla de Kieran:
—Deja que te cure eso.
—No te preocupes —dijo él. En ese momento esperaba que los sakae, quienquiera o lo que quiera que fueran, aparecieran y pusieran a estos dos en un lugar adecuado para el resto de sus vidas.
Webber empezó a «hablar».
Kieran se le quedó mirando fijamente, fascinado. Se había esperado palabras… palabras primitivas, quizás un chasquido consonántico sobreviviente de las lenguas de la Edad de Piedra en la Tierra, pero palabras de algún tipo. Webber estaba ululando. Era un sonido suave y tranquilizador que se repetía una y otra vez pero no era una palabra. El traqueteo de piedras disminuyó y luego cesó. Webber continuó con su canto, el cual fue inmediatamente respondido. Se dio la vuelta y asintió con la cabeza mirando a Paula, sonriendo. Rebuscó en su contenedor de plástico y sacó un puñado de objetos parduzcos, los cuales parecía que olían a fruta deshidratada, pensó Kieran. Webber los lanzó a la arena. Entonces hizo un sonido diferente, gruñidos mezclados con sorbos. Se hizo el silencio y entonces volvió a hacer el sonido.
Al tercer intento los humanos salieron del bosque.
En total debían de ser unas veinticinco personas. Salieron lenta y furtivamente, avanzando a pasos muy pequeños, parándose y observando, preparados para salir corriendo. Los hombres en buena condición física salieron primero con uno de ellos tomando la delantera, un tipo atractivo al comienzo de la mediana edad que era aparentemente el jefe. Las mujeres, los ancianos y los niños les seguían saliendo de la sombra de los árboles en un goteo gradual pero quedándose donde pudieran desaparecer rápidamente en caso de alarma. Todos estaban desnudos; altos, esbeltos y de ojos grandes. Sus músculos estaban forjados por velocidad y agilidad más que por una fuerza enorme. Sus cuerpos al sol brillaban con un color bronce claro y Kieran notó que los hombres eran barbilampiños y de piel suave. Tanto las mujeres como los hombres lucían un pelo largo, limpio y brillante. Su color oscilaba entre el negro y el tostado. Era una gente hermosa, elegante, inocente y salvaje.
Los hombres alcanzaron la fruta deshidratada que había sido esparcida para ellos. La agarraron, olfatearon, mordieron y empezaron a comerla, mientras repetían el canto gruñido-sorbo. Las mujeres, los niños y los ancianos decidieron que la situación era segura y se unieron a ellos. Webber lanzó un poco más de fruta y después salió del flitter llevando con él el cajón de plástico.
***
—¿Qué es lo siguiente que va a hacer? —le susurró Kieran a Paula—. ¿Rascarles detrás de las orejas? Yo solía amansar ardillas así cuando era niño.
—Cállate —le advirtió ella. Webber les hizo señas y ella le dio un empujón para sacarle del flitter—. Lento y con cuidado.
Kieran se deslizó fuera del flitter. Los enormes ojos brillantes se giraron para mirarle. Dejaron de comer. Algunos de los más pequeños huyeron hacia los árboles. Kieran se quedó quieto. Webber ululó y sorbió un poco más y la tensión se relajó. Entonces Kieran se acercó al grupo con Paula.
De pronto se dio cuenta de que estaba siendo partícipe de una mentira. Se sentía como el protagonista de una mala película en una escena con personajes imposibles en un escenario improbable. Webber haciendo sonidos ridículos y lanzando fruta deshidratada por ahí como si fuera la caricatura de un sembrador. Paula con su amago de profesionalidad más bien brusca disuelta en sentimentalismo afectuoso. Él mismo, un extraño en esa época y lugar y esta gente con apariencia perfectamente normal comportándose como orangutanes sin pelo. Quería reírse a carcajadas pero se lo pensó dos veces, una vez comenzado a reír, sería difícil parar.
—Deja que se acostumbren a ti —le aconsejó Webber con suavidad.
Paula había estado ahí antes, obviamente. Había empezado a hacer ruidos también. Su ulular era diferente, más parecido al arrullo de una paloma. Kieran simplemente se quedó de pie y callado. Los humanos se movían a su alrededor olfateando y tocándoles. No había conversación ni risas o risitas, ni siquiera entre las niñas pequeñas. Una mujer joven especialmente guapa estaba de pie detrás del jefe mirando a los extraños con sus felinos ojos amarillos. Kieran supuso que era la hija de aquel hombre. Le sonrió y ella siguió mirándole fijamente con sus ojos inexpresivos que parecían enfocar al vacío. No percibió ningún atisbo que pudiera intuir una sonrisa, era como si la chica nunca hubiera visto a alguien así. Kieran sintió un escalofrío. Todo ese silencio y pasividad empezaban a parecerle inquietantes.
—Me alegra poder comunicarte —le murmuró a Paula— que tus mascotas no me impresionan demasiado.
No podía permitirse mostrarse claramente enfadada, así que se limitó a decir en un susurro:
—No son mascotas, no son animales. Son…
Se interrumpió. Algo había alarmado a los humanos desnudos. Todas las cabezas se habían alzado y los ojos se habían apartado de los extraños. Estaban escuchando, hasta los más pequeños estaban callados.
Kieran no podía oír nada excepto el viento en los árboles.
—¿Qué…? —empezó a preguntar.
Webber hizo un gesto imperativo pidiendo silencio. El cuadro se mantuvo por unos breves momentos más. Entonces el hombre de pelo castaño que parecía ser el líder hizo un ruido breve y áspero. Los humanos se dieron la vuelta y desaparecieron entre los árboles.
—Los sakae —anunció Webber—. Escondeos —corrió hacia el flitter y Paula agarró a Kieran por la manga empujándole hacia los árboles.
—¿Qué está pasando? —preguntó a la vez que corría.
—Sus oídos son mejores que los nuestros. Una nave patrulla se acerca, creo.
***
Se ocultaron entre las sombras salpicadas de colores anaranjados y dorados bajo los extraños árboles. Kieran miró hacia atrás. Webber estaba saliendo del flitter por la escotilla y empezaba a correr hacia ellos. Ésta se cerró tras él y el flitter despegó por sí solo, zumbando.
—Lo seguirán un rato —dijo Webber jadeando—. Puede que nos dé una oportunidad para escapar —él y Paula se encaminaron tras los humanos que corrían.
Kieran se opuso:
—No sé por qué estoy huyendo de nadie.
Webber sacó un instrumento chato que podría haber sido perfectamente un arma y apuntó a la cintura de Kieran.
—Razón uno —comenzó—. Si los sakae nos encuentran a Paula y a mí aquí tendremos un problema muy grande. Razón dos… Esta es un área cerrada y tú estás con nosotros, así que tú también tendrás un problema —Miró fríamente a Kieran—. La primera razón es la que más me interesa.
Kieran se encogió de hombros:
—Bueno, ahora ya lo sé —empezó a correr.
Fue entonces cuando notó la pesada vibración a baja altura en el cielo.
6.
El sonido retumbante les alcanzó en un momento. Era un sonido completamente diferente al zumbido del flitter y a Kieran le dio la impresión de ser una amenaza. Se paró en un pequeño claro desde donde quizás se pudiera ver algo entre los árboles. Quería ver esa nave o aeronave o lo que quiera que fuera que había sido construido y que era pilotado por no-humanos.
Pero Webber le empujó de un golpe hacia unos arbustos del color del jerez que lucían unas hojas gruesas y planas.
—No te muevas —le advirtió.
A su lado, Paula estaba agarrada a un árbol. Asintió con la cabeza en señal de aprobación a lo que había dicho Webber.
—Tienen escáneres muy potentes —señaló con su barbilla—. Mira. Han aprendido.
Los ásperos ladridos de alarma de los hombres se oyeron vagamente y después se acallaron. A excepción de lo que se movía por la acción natural del viento, todo estaba tranquilo. Las personas estaban agachadas entre los árboles, tan quietas que Kieran no las habría visto si no hubiera sabido que estaban ahí.
La nave patrulla les sobrevoló haciendo un estruendo mientras intensificaba la velocidad al pasar. Webber sonrió:
—Estarán al menos un par de horas revisando y examinando el flitter. Para ese entonces ya estará oscuro y por la mañana habremos alcanzado las montañas.
Los humanos habían comenzado ya a moverse. Se dirigían río arriba a una marcha continua pero arrastrada. Kieran se dio cuenta de que tres de las mujeres cargaban con bebés en sus brazos y los niños más crecidos corrían pegados a sus madres. Dos de los hombres y varias de las mujeres eran de pelo cano. Ellos también corrían.
—¿Te gusta verles correr? —preguntó Paula con un intenso deje de cólera en su voz—. ¿Te parece bien?
—No —respondió Kieran frunciendo el ceño. Miró en la dirección en la que el zumbido de la nave patrulla se alejaba.
—Moveos —dijo Webber—. Nos van a dejar mucho más atrás todavía.
***
Kieran siguió a los humanos desnudos a través del bosque y siempre cerca del río de color pardo. Paula y Webber trotaban a su lado. Las sombras eran ahora tan alargadas que llegaban a sobrepasar el agua.
Paula siguió mirándole con ansiedad como queriendo detectar algún signo de flaqueza por su parte.
—Lo estás haciendo bien —le comentó—. Deberías. Tu cuerpo fue preparado con su fuerza y tono muscular normales antes de que te despertaras.
—De todas formas, reducirán la velocidad cuando anochezca —apuntó Webber.
Los ancianos y los niños pequeños corrían rebosando energía.
—¿Está su poblado ahí? —preguntó Kieran indicando las lejanas montañas.
—No viven en poblados —respondió Paula—. Pero las montañas son más seguras. Hay más posibilidades para esconderse.
—Dijiste que esta era un área cerrada. ¿Qué es esto? ¿Una reserva de caza?.
—Los sakae ya no los cazan.
—¿Pero solían hacerlo?
—Bueno —dijo Webber—, hace mucho tiempo. No para alimentarse, los sakae son vegetarianos, pero…
—Pero —continuó Paula— ellos eran la raza dominante y los humanos eran considerados solo bestias del campo. Cuando competían por tierra y comida, cazaban a la gente o la expulsaban —movió su mano a modo de gesto expresivo apuntando hacia el paisaje más allá de los árboles—. ¿Por qué crees que viven en este desierto llevando prácticamente una vida miserable al lado de los cursos de agua? Es tierra que los sakae no quisieron. Eso sí, no tuvieron ningún tipo de reparo en convertirlo en una especie de reserva, claro. Los humanos están protegidos, nos dicen. Viven su vida en su hábitat natural y cuando les pedimos que se creara un progr…
Se había quedado sin aire y tuvo que interrumpirse. Webber terminó la frase por ella:
—Queremos que se les eduque. Que se les saque de este estado salvaje. Los sakae dicen que es imposible.
—¿Es verdad? —preguntó Kieran.
—No —negó Paula rotundamente—. Es una cuestión de orgullo. Lo que quieren es mantener su dominación, así que por eso ni van a admitir que los humanos sean algo más que animales ni tampoco les darán la oportunidad de convertirse en nada más.
La conversación se terminó ahí pero incluso callados los tres forasteros se fueron quedando sin aliento y los humanos empezaron a ganarles terreno. El sol se puso con una luz resplandeciente del color de una naranja sanguina. Ésta tiñó los árboles de colores aún más imposibles y prendió fuego al río por un momento. Entonces cayó la noche y justo después de que la oscuridad se cerrara volvió la nave patrulla haciendo ondear la superficie del río. Kieran se quedó inmóvil debajo de los árboles negros mientras se le erizaban todos los pelos del cuerpo. Era la primera vez que se sentía una presa. También notó por primera vez cómo su ira se iba convirtiendo en algo personal.
La nave patrulla se alejó resonando y después desapareció.
—No volverán hasta el amanecer —aseguró Webber.
***
Webber sacó unos paquetitos planos de comida concentrada de su bolsillo y los repartió. Los fueron comiendo mientras caminaban. Nadie decía nada. El viento había amainado al atardecer pero ahora soplaba desde otra dirección. Empezó a hacer frío. Después de un rato alcanzaron a los humanos, los cuales habían parado para comer y descansar. Los bebés y los ancianos, por los cuales Kieran había sentido pena y se había preocupado, estaban en mucha mejor forma que él. Fue a beber al río y se sentó en el suelo. Paula y Webber también se sentaron a su lado.
El viento seco y frío arreciaba desde el desierto, los árboles se bamboleaban por encima de sus cabezas. Reflejados en el pálido destello del agua, Kieran pudo ver cuerpos desnudos moviéndose a lo largo de la orilla del río vadeando, doblándose y cavando en el barro. Le pareció que encontraban alimentos, ya que podía ver que estaban comiendo. En algún lugar cerca, otras personas recolectaban frutos secos o frutas de los árboles. Un hombre empuñó una piedra y golpeó algo causando un chasquido, luego volvió a tirarla. Se movían rápidamente en la oscuridad como si estuvieran acostumbrados a ella. Kieran reconoció la grande y esbelta figura de la hija del líder, la joven de ojos amarillos, delineada contra el pálido reflejo del agua. Se levantó con el barro hasta los tobillos sujetando algo fuertemente en sus dos manos, comiendo.
El sudor de Kieran se secó y comenzó a temblar.
—¿Estás seguro de que esa nave patrulla no volverá? —preguntó.
—No hasta que puedan ver lo que están buscando.
—Entonces supongo que es seguro —empezó a dar vueltas buscando palos secos.
—¿Qué estás haciendo?
—Recogiendo algo de leña para el fuego.
—No —Paula se puso a su lado de un salto y con la mano en su brazo dijo—: No, no debes hacer eso.
—Pero Webber ha dicho que…
—No es la nave patrulla, Kieran. Son los humanos. Ellos…
—¿Ellos qué?
—Te dije que estaban a un nivel muy bajo en la escala evolutiva. Ésta es una de las cosas básicas que se les tiene que enseñar. Ahora mismo aún ven el fuego como un peligro, como algo de lo que escapar.
—Ya veo —dijo Kieran dejando caer la leña—. Muy bien, si no puedo tener una hoguera, te tendré a ti. Tu cuerpo me calentará —la agarró entre sus brazos.
***
Ella pegó un grito, más de asombro que de alarma, pensó él.
—¿De qué estás hablando?
—Es una frase de una antigua película. De un montón de películas, de hecho. No está mal, ¿eh?
La sujetó con fuerza. Era toda una mujer, no había duda. Después de un momento la apartó.
—Eso ha sido un error. Quiero que me sigas cayendo mal sin que pueda considerar nada más.
Ella se rió con un sonidito bastante curioso.
—¿Estaban todos locos en tu tiempo? —preguntó añadiendo—: Reed…
Era la primera vez que había usado su nombre de pila.
—¿Qué?
—Cuando estaban lanzando las piedras y nos volvíamos hacia el flitter me empujaste para que fuera delante de ti. Me estabas protegiendo. ¿Por qué?
Se quedó mirándola o mejor dicho mirando al tenue borrón que tenía delante de él.
—Bueno, siempre ha sido costumbre en los hombres… Pero ahora que lo pienso, Webber ni se molestó.
—No —aseveró Paula—. En tu tiempo las mujeres todavía se aprovechaban de la doble moral… Demandando la igualdad con los hombres pero aferrándose a la vez a su condición de género… especial. Esa fase ya ha sido superada.
—¿Te gusta eso? Haberlo superado, digo.
—Sí —afirmó ella—. Estuvo bien que hicieras eso, pero…
Webber la interrumpió:
—Se están poniendo en marcha. Vamos.
Los humanos caminaban esta vez alineados en una larga fila entre los árboles y el agua donde la luz era un poco mejor y el camino bastante más amplio. Los tres forasteros les seguían con torpeza debido a su indumentaria y las botas. El pelo largo de los humanos ondeaba al viento y los pasos de sus pies descalzos eran ágiles, ligeros y silenciosos.
Kieran miró hacia el cielo; los árboles ocultaban gran parte, así que lo único que podía ver eran algunas estrellas desperdigadas. Sin embargo, pensó que la luna estaría alzándose en algún lugar.
Le preguntó a Paula y ésta respondió:
—Espera. Ya lo verás.
La noche y el río iban quedando atrás. La luz de la luna se fue haciendo más brillante pero ésta no se parecía en nada a la luz de luna que él recordaba. Aquélla desprendía una fría tranquilidad pero ésta no era ni fría ni apacible. También parecía como si cambiara de color. Esto hacía más complicado poder ver, lo cual no sucedía con la luz blanca de la luna a la que él estaba acostumbrado. A veces se filtraba a través de los árboles en color verde turquesa para luego volver a ser rojiza, ámbar o azul.
Llegaron a un lugar donde el río hacía una amplia curva y atajaron cruzando el río dejando la seguridad de los árboles. Paula tocó a Kieran en el brazo y señaló:
—Mira.
Kieran alzó la mirada y se quedó inmóvil. La luz no era el resplandor de la luna y su fuente no era una luna. Era un cúmulo globular de estrellas colgando del cielo como un enjambre de feroces abejas; un quemar y latir de diversos colores, blanco diamante y oro, verde y carmesí, azul real y ocre oscuro. Kieran se quedó paralizado mirando y a su lado Paula murmuró:
—He estado en muchos planetas pero ninguno de ellos tiene algo así.
Los humanos seguían caminando a paso ligero sin prestar atención al cielo.
Kieran les siguió de mala gana al interior del bosque oscuro. Continuó mirando al cielo abierto sobre el río, esperando a que el cúmulo se alzara y lo pudiera apreciar en toda su magnitud.
Poco después, pero antes de que el cúmulo se hubiera alzado claramente sobre los árboles, a Kieran le dio la impresión de que algo o alguien les seguía.
7.
Se había parado para recobrar el aliento y sacudir la arena acumulada en sus botas. Estaba apoyado en un árbol con la espalda contra el viento, lo cual significaba que estaba de cara al camino por el que habían venido, y creyó haber visto una sombra moverse donde no podía haber ninguna. Se incorporó en estado de alerta pero no pudo ver nada más. Pensó que podía haberse equivocado. Aún así corrió para alcanzar a los demás.
La tribu seguía su camino sin pararse. Kieran sabía que sus sentidos eran mucho más agudos que los suyos y estaba claro que ellos no eran conscientes de ningún peligro aparte del de los sakae. Decidió entonces que debía haber tenido visiones.
Sin embargo, una cierta inquietud persistió en su mente. Se quedó rezagado de nuevo, esta vez a propósito, después de que hubieran atravesado un claro. Se escondió tras el tronco de un árbol y observó. La luz del cúmulo brillaba ahora pero confundía a los ojos. Oyó un crujido que no parecía producido por el viento y pensó que algo había comenzado a cruzar el claro deteniéndose después, como si hubiera captado su olor.
Entonces pensó que había oído crujidos a ambos lados del claro, sonidos sigilosos acechando que empezaban a cerrarse a su alrededor. «Es solo el viento», se dijo. Acto seguido se giró y echó a correr encontrándose con Paula que volvía en su busca.
—Reed, ¿estás bien? —preguntó. Él la cogió del brazo y tiró de ella para hacerla correr—. ¿Qué pasa? ¿Cuál es el problema?
—No lo sé —se apresuró agarrándola hasta que pudo ver a Webber y más adelante las espaldas desnudas y las ondeantes melenas de los humanos—. Escucha —dijo—, ¿existe algún tipo de depredador por aquí?
—Sí —respondió Paula, y Webber se dio la vuelta dando un brinco.
—¿Has visto algo?
—No lo sé. Pensaba que sí. No estoy seguro.
—¿Dónde?
—Detrás de nosotros.
Webber entonó un áspero aviso de peligro y el grupo se detuvo. Él permaneció mirando hacia el camino por el que acababan de pasar. Las mujeres agarraron a los niños y los hombres retrocedieron hasta llegar adonde se encontraba Webber. Observaron y escucharon detenidamente, olfateando el aire. Kieran escuchó también pero no oyó ningún crujido excepto el movimiento de las ramas sobre sus cabezas. No se veía nada y el viento se llevaría cualquier olor preocupante.
Los hombres se dieron la vuelta y el grupo retomó su camino. Webber se encogió de hombros.
—Debes de haberte confundido, Kieran.
—Puede ser. O quizás sea que no pueden pensar más allá de lo básico. Si no lo huelen, no existe. Si algo nos está persiguiendo, viene contra el viento. Esa es la manera en que caza cualquier animal. Un par de hombres deberían dar un rodeo y…
—Vamos —le interrumpió Webber con tono cansado.
***
Siguieron a los humanos por la vera del río. El cúmulo se erigía alto en el cielo como un enjambre de soles reflejado en la corriente de agua, una onda caleidoscópica de colores.
Ahora las mujeres llevaban en brazos a los niños más pequeños. Los que eran demasiado grandes para ser cargados iban a la zaga, así como los ancianos. No demasiado, sin embargo. Kieran, consciente de que era más débil que los más débiles de los suyos, miraba hacia delante al tenue bulto que eran las montañas y pensaba que deberían ser capaces de llegar. No estaba tan seguro de que él lo fuera a conseguir.
El río formaba otro meandro. El camino lo atravesaba, libre de árboles. Era un meandro amplio de unos tres kilómetros de ancho que atravesaba la lengua del terreno. Más adelante, donde el camino se unía al río de nuevo, se alzaba una colina rocosa. Había algo en el contorno de la colina que a Kieran le parecía extraño, pero estaba demasiado lejos como para poder estar seguro de nada. En lo alto el cúmulo ardía magnífico. Los humanos se dispusieron a atravesar la arena.
Webber miró hacia atrás.
—¿Ves? —advirtió—. Nada.
Prosiguieron con su camino. Kieran estaba empezando a sentirse muy cansado; toda la fuerza artificial que le había sido inyectada antes de que se despertase comenzaba a agotarse. Webber y Paula caminaban agachados dando pasos largos y resueltos pero sin ningún tipo de entusiasmo.
—¿Qué piensas ahora? —Paula preguntó a Kieran—. ¿Crees que ésta es forma para que vivan los humanos?
La línea desigual de mujeres y niños se movía delante de ellos con los hombres en la delantera. «No era natural», pensó Kieran, «que los niños pudieran viajar tanto». Entonces recordó que las crías de las especies más débiles deben ser fuertes y veloces desde ya una temprana edad.
De pronto una de las mujeres dio un grito seco y agudo.
Kieran miró a la izquierda, adonde estaba mirando la mujer, hacia el río y la curva de árboles. Una enorme sombra negra se escurría a través de la arena. Miró detrás de él. Había otras sombras que se acercaban dando enormes saltos surgiendo de entre los árboles, dispersándose en semicírculo. A Kieran le recordaron a un animal que había visto alguna vez en un zoo: una bestia parte felina, parte canina. Creía recordar que se llamaba guepardo, solo que el guepardo tenía manchas como las del leopardo y estas criaturas eran negras, con orejas tiesas y puntiagudas. Tras un aullido conjunto, la caza comenzó.
—Nada —señaló Kieran amargamente—. Cuento siete.
Webber exclamó:
—Dios mío, yo…
***
Los humanos corrían de vuelta hacia el río tratando de escapar y hacia la seguridad de los árboles a los que poder trepar, pero los predadores les desviaron. Entonces empezaron a huir a ciegas hacia la colina que se encontraba delante. Corrían con todas sus fuerzas sin emitir ningún sonido. Kieran y Webber corrían a su lado con Paula entre ellos. Webber parecía estar totalmente conmocionado.
—¿Dónde está ese arma que tenías? —reclamó Kieran jadeando.
—No es un arma, es solo un instrumento disuasorio de corto alcance —dijo—. No detendría a esas cosas. ¡Míralas!
Las bestias saltaban, luciéndose delante de ellos, emitiendo aullidos parecidos a risas. Eran tan grandes como leopardos y sus ojos brillaban a la luz del cúmulo. Parecía que se lo estaban pasando en grande, como si cazar fuera el juego más delicioso del mundo. Una de ellas se plantó a medio metro de Kieran chasqueando sus enormes mandíbulas, esquivándole ágilmente cuando éste alzó su brazo. Empujaban a los humanos cada vez más rápido. Al principio los hombres formaron un escudo para proteger a las mujeres y a los niños, pero la formación empezó a desintegrarse cuando lo más débiles se quedaron atrás. No hubo ningún intento por mantenerla, el pánico era más fuerte que el instinto de preservación. Kieran miró hacia adelante.
—Si pudiéramos llegar a esa colina…
Paula gritó y Kieran se tropezó con una niña de unos cinco años que iba gateando. La recogió y ésta le mordió, golpeó y arañó con su pequeño cuerpo desnudo y duro como una roca y escurridizo por el sudor. No la pudo mantener en sus brazos por mucho tiempo. Cuando se liberó de su agarre y huyó violentamente fuera de su alcance, uno de los cazadores negros se abalanzó sobre ella y se la llevó chillando débilmente como un polluelo en las fauces de un gato.
—Oh, Dios mío —sollozó Paula cubriéndose la cabeza con sus brazos intentando taparse los ojos y los oídos.
Kieran la agarró y la amonestó duramente:
—No te desmayes porque no podré cargar contigo —la madre de la niña, sea quien fuera de todas aquellas mujeres, no miró atrás.
Le cerraron el paso a una anciana que se había apartado del grupo y se la llevaron a rastras, después se llevaron a uno de los hombres de pelo cano. Se acercaban a la colina. Kieran podía ver ahora aquello que le había parecido extraño: una parte de la colina era un edificio. Estaba demasiado cansado y enfermo como para interesarse, solo le preocupaba si servía como refugio. Le habló a Webber con mucha dificultad porque le faltaba el aire. Entonces se dio cuenta de que Webber no estaba allí.
Webber había tropezado y se había caído. Se estaba levantando pero los cazadores se le echaban encima. Estaba de rodillas apoyado en sus manos haciéndoles frente, gritándoles para que se alejasen de él. Obviamente, Webber tenía poca o ninguna experiencia con violencia pura. Kieran corrió hacia él con Paula detrás.
—¡Usa tu arma! —gritó. Tenía miedo de los cazadores negros pero estaba tan furioso que la ira superaba al miedo. Les gritó maldiciéndoles. Les tiró arena a los ojos, pero uno de ellos se estaba arrastrando hacia Webber por el lado en que él daba patadas. La criatura se desvió un poco, no asustada sino sorprendida. No estaban acostumbrados a este tipo de acciones por parte de los humanos.
—¡Tu arma! —volvió a gritar Kieran, y Webber sacó el instrumento chato de su bolsillo. Se levantó e insistió vacilante:
—Te he dicho que no es un arma. No matará nada. No creo que…
—Úsala —le conminó Kieran—. Y empieza a moverte. Lentamente.
Empezaron a moverse y entonces una voz férrea surgió del cielo resonando como un trueno:
—Échense al suelo —exigió—. Por favor, túmbense.
Kieran giró sorprendido la cabeza. Un vehículo se apresuraba hacia ellos desde el edificio.
—Los sakae —le informó Webber casi con un suspiro de alivio—. Túmbate.
Mientras hacía lo que le pedían, Kieran vio un destello blanco disparado desde el vehículo que derribó a una bestia que intentaba flanquear a los humanos que huían. La bestia mordió el polvo. Algo se acercó chirriando y silbando hacia él, hubo un golpe seco y un crujido. La acción se repitió y la voz férrea volvió a hablar:
—Pueden levantarse ahora. Por favor, permanezcan donde están —el vehículo estaba cada vez más cerca y de pronto les bañó una luz. La voz dijo—: Señor Webber, está sujetando un arma. Tírela, por favor.
—Es solo una pequeña arma disuasoria —contestó Webber quejumbrosamente. La arrojó al suelo.
El vehículo tenía amplias orugas que levantaban nubes de arena. Se detuvo haciendo un gran estruendo. Kieran, cubriéndose los ojos, pensó que había distinguido a dos criaturas en su interior: un conductor y un pasajero.
***
El pasajero salió del coche con algo de dificultad para saltar el peldaño inclinado del vehículo oruga. Su cola se contoneaba de un lado a otro como un cable grueso. Una vez que estuvo en el suelo se volvió bastante ágil, moviéndose con un extraño pavoneo muy elegante en sus patas. Se acercó a ellos poniendo toda su atención en Kieran. Sin embargo, ofreció sus servicios poniendo una de sus delicadas manos en su pecho y haciendo una ligera reverencia.
—Doctora Ray —su hocico parecido al de un ornitorrinco pronunció, no obstante, el apellido de Paula medianamente bien—. Y usted es el señor Kieran, si no me equivoco.
Kieran respondió:
—Sí.
El cúmulo de estrellas brillaba en el cielo. Las bestias muertas se encontraban detrás de él, los humanos con sus melenas al aire habían desaparecido de su vista. Ahora se encontraba en territorio extraño, mirando a una forma de vida alienígena con la que se estaba comunicando y estaba tan cansado que todos sus nervios sensoriales estaban tan saturados que no le quedaba nada con lo que reaccionar. Se limitó a mirar al saka como si hubiera estado mirando una valla publicitaria y repitió:
—Sí.
El saka volvió a hacer su pequeña reverencia a modo de saludo.
—Soy Bregg —sacudió su cabeza—. Me alegro de haber podido alcanzarles a tiempo. Parece que no tienen ni idea de la cantidad de problemas que nos causan…
Paula, que no había articulado palabra desde que la niña había sido cazada, de pronto le gritó a Bregg:
—¡Asesino!
Se abalanzó sobre él, golpeándole con una histeria ciega.
8.
Bregg suspiró. Agarró a Paula con sus finas y pequeñas manos que parecían poseer una fuerza increíble y la sujetó apartándola de su cuerpo.
—Doctora Ray —dijo. La sacudió—. Doctora Ray —ella dejó de gritar—. No me gustaría tener que administrarle un sedante porque entonces podría usted decir que la he drogado. Pero lo haré si me obliga.
Kieran dijo:
—Yo la mantendré callada.
Kieran se la quitó a Bregg. Entonces ella se derrumbó en sus brazos y empezó a llorar:
—Asesinos —susurró—. Esa niña, esos ancianos…
Webber declaró:
—Ustedes podrían exterminar a esas bestias. No tienen por qué permitir que cacen a los humanos así. Es… es…
—Inhumano es la palabra que busca —precisó Bregg. Su voz parecía sumamente cansada—. Suban al coche, por favor.
Subieron y el coche dio la vuelta, acelerando en dirección al edificio. Paula se estremeció y Kieran la sujetó en sus brazos. Webber comentó después de unos instantes:
—¿Cómo es que está usted aquí, Bregg?
—Cuando atrapamos el flitter y lo encontramos vacío resultó obvio que estarían con los humanos, así que localizarles se volvió imperativo antes de que pudieran resultar heridos. Recordaba que la senda se acerca a este antiguo puesto fronterizo, así que ordené que la nave patrulla nos dejara por aquí con un vehículo de emergencia.
Kieran preguntó:
—¿Sabía que los humanos irían por aquí?
—Naturalmente —Bregg sonó algo sorprendido—. Los humanos migran todos los años al principio de la estación seca. ¿Por qué cree que Webber los encontró tan fácilmente?
Kieran miró a Webber e inquirió:
—¿Entonces no estaban huyendo de los sakae?
—Claro que sí —aseveró Paula—. Los viste con tus propios ojos, encogiéndose de miedo debajo de los árboles cuando la nave pasó por encima.
—La nave patrulla les asusta —reconoció Bregg—. A veces hasta el punto de hacerles salir en estampida, por lo que solo las usamos en casos de emergencia. Los humanos no asocian las naves con nosotros.
—Eso — subrayó Paula— es falso.
Bregg suspiró.
—Los idealistas siempre creen lo que quieren creer. Vengan y véanlo por sí mismos.
Ella se irguió.
—¿Qué les habéis hecho?
—Los hemos cazado en una trampa —dijo Bregg— y les vamos a clavar agujas ahora mismo… Un procedimiento que requiere su presencia, Doctora Ray. Son altamente susceptibles a los virus ajenos como bien debería recordar… Una de sus partidas de «hacedores del bien» logró exterminar a un grupo entero no hace muchos años. Por ello… Vacunas y cuarentena.
***
Unos focos iluminaron el área cercana al edificio mientras el coche aceleraba en esa dirección.
Kieran preguntó lentamente:
—¿Por qué no exterminan simplemente a los depredadores y les hacen un favor?
—En su época, señor Kieran… Sí, lo he oído todo sobre usted… En su época, ¿eran exterminados los depredadores en la Tierra para que su presa natural pudiera vivir más plácidamente?
El largo hocico de Bregg y su cráneo inclinado se perfilaban a contraluz.
—No —respondió Kieran— no lo hacíamos. Pero en ese caso se trataba de animales.
—Exacto —dijo Bregg—. No, espere, doctora Ray. Ahórrese el sermón. Puedo darle una razón mucho mejor que esa, una que no me podrá rebatir. Es una cuestión de ecología. El número de humanos aniquilados por estos predadores anualmente es insignificante. Sin embargo, son ellos los que acaban con una enorme cantidad de pequeñas criaturas con las que los humanos compiten por su comida. Si exterminásemos a los depredadores, los animales pequeños se multiplicarían tan rápidamente que los humanos se morirían de hambre.
El coche se detuvo junto a la colina, al borde del área iluminada. Una especie de corral compuesto de una valla de alambre había sido improvisado. Éste constaba de unas amplias secciones en forma de embudo para encauzar a los humanos hacia el interior del recinto donde una puerta se cerraba tras ellos. Dos sakae estaban montando guardia cuando la comitiva del coche llegó al corral. Kieran podía ver a los humanos dentro de la cerca dejándose caer de agotamiento. No parecía que ahora tuvieran miedo. Algunos de ellos estaban bebiendo de un suministro de agua que se les había proporcionado. También tenían comida tirada por el suelo.
Bregg le comentó algo en su propio idioma a uno de los guardias que pareció sorprenderse. Acto seguido se marchó dando firmes saltos con sus potentes patas. Bregg le dijo:
—Esperad.
Esperaron un momento y el guardia apareció llevando a una de las bestias predadoras amarrada con una cadena. Se trataba de una hembra, algo más pequeña que aquellas con las que Kieran había luchado. Ésta además tenía un mechón blanco en la garganta y el pecho. La bestia aulló y se tiró encima de Bregg dándole golpecitos en el hombro con su gigantesca cabeza y revolcándose de felicidad. Él la acarició mientras le hablaba y ella se rió como hacían los perros y le lamió la mejilla.
—Es fácil domesticarlas —aclaró—. Hemos tenido una variedad domesticada desde hace siglos.
***
Se acercó un poco más al corral agarrando bien fuerte la cadena del animal. De repente, la hembra se percató de la presencia de los humanos. En un momento la mansa mascota se transformó en una furia. Apoyándose en sus patas traseras emitió un rugido que hizo agitarse a los humanos dentro del corral. Ahora no estaban asustados. Escupían y armaban jaleo agarrando arena, guijarros y trozos de comida para tirarlos a través de la valla. Bregg le pasó la cadena al guardia que se llevó al animal arrastrándolo con gran esfuerzo.
Paula profirió con frialdad:
—Si lo que se propone es demostrar que los humanos no son amables con los animales, mi respuesta es que no puede culparles.
—Hace un año —comenzó Bregg—, algunos de los humanos cazaron a sus dos cachorros. Los desmembraron antes de que pudieran ser salvados y ella lo presenció. No puedo culparla a ella tampoco.
Se encaminó hacia la puerta, la abrió y entró dentro del corral. Los humanos se alejaron de él, le escupieron y le arrojaron comida y guijarros. Les habló en un tono severo, como si estuviera hablando con perros revoltosos. Les habló además con palabras de su propio idioma. Los humanos empezaron a revolverse inquietos y dejaron de tirar cosas. Bregg se quedó quieto, esperando.
La chica de ojos amarillos avanzó con sigilo y se frotó contra su muslo, cabeza, hombro y costado. Él la acarició con su mano y ella gimió de alegría arqueando su espalda.
—Oh, por el amor de Dios —soltó Kieran—. Salgamos de aquí.
***
Más tarde reposaban, cansados, sobre unos bloques de cemento en un cuarto oscuro y polvoriento del interior del viejo edificio. Solo la luz de una linterna disipaba la penumbra, un viento frío silbaba y Bregg caminaba de un lado a otro con su curiosa forma de brincar mientras hablaba.
—Va a pasar un rato hasta que el equipo médico necesario llegue. Tienen que ir a recogerlo, así que vamos a tener que esperar.
—¿Y después? —preguntó Kieran.
—Primero iremos a… —Bregg hizo uso de una palabra que indudablemente se refería a una ciudad de los sakae y que no significaba nada para Kieran— y después a Altair 2. Esto, desde luego, es un asunto del Consejo.
Se detuvo y miró a Kieran con ojos perspicaces:
—Usted está causando sensación, señor Kieran. Toda la comunidad de mundos espaciales está ya al tanto de la reanimación ilegal de uno de los astronautas pioneros y esto, por supuesto, ha generado mucha expectación —se detuvo—. En realidad, usted no ha hecho nada ilegal. No se le puede enviar a su estado anterior así como así y el consejo querrá escucharle, sin duda. Yo también tengo curiosidad por saber qué es lo que tiene que decir.
—¿Sobre Sako? —preguntó Kieran—. ¿Sobre… ellos? —hizo un gesto hacia una ventana hasta la que el viento hacía llegar el agitado sonido de los gruñidos y sorbos de los homínidos en el corral.
—Sí, sobre ellos.
—Le diré cómo me siento —declaró Kieran sin emoción. Se percató de cómo Paula y Webber se inclinaban hacia adelante entre las sombras—. Yo soy un ser humano y puede que los humanos de ahí fuera sean salvajes, estando incluso al nivel de los animales, inútiles tal como son… Ustedes, los sakae, puede que sean inteligentes, civilizados, razonables… Pero no son humanos. Cuando veo que les dan órdenes como si fueran bestias quiero matarles. Así es cómo me siento.
Bregg no cambió su postura pero hizo un leve sonido que pareció casi un suspiro.
—Sí —respondió—. Temía que fuera así. Un hombre de su época… un hombre de un mundo que los humanos dominaban por completo… se sentiría de ese modo —se dio la vuelta y miró a Paula y a Webber—. Parece que su plan, hasta este punto, ha funcionado.
—No, yo no diría eso —replicó Kieran.
Paula se levantó:
—Pero si nos acabas de explicar cómo te sientes…
—Y es la verdad —respondió Kieran—. Pero hay algo más —la miró pensativamente—. Era una buena idea. Estaba destinada a funcionar… Era de esperar que un hombre de mi época se sintiera de la manera en que queríais que fuese. Del mismo modo, habría salido de aquí recitando vuestros eslóganes políticos y creyendo en ellos. Pero pasasteis algo por alto…
Hizo una pausa mientras miraba por la ventana hacia el cielo y a los variopintos colores del resplandor que emanaba del cúmulo.
***
—No tuvisteis en cuenta el hecho de que al despertar yo ya no sería un hombre de mi época… ni de cualquier otra. Durante cien años me encontré en la más negra oscuridad… con las estrellas, mis hermanas, y sin ningún contacto hacia otro ser humano. Quizás eso enfríe un poco los sentimientos de un hombre, tal vez perviva algo en lo profundo de su mente y tenga tiempo para pensar. Os he dicho cómo me siento, sí, pero no os he dicho lo que pienso…
Se detuvo de nuevo y después continuó:
—Esos seres en el corral tienen mi forma y, por instinto, mi lealtad es hacia ellos. Pero el instinto no es suficiente. En la Tierra, de haber sido posible, nos habría mantenido en el fango para siempre. La razón nos llevó al espacio exterior. El instinto me dice que ellos son mi pueblo, la razón me dice que vosotros… —miró a Bregg— que sois una aberración para mí, que tocaros me pondría la piel de gallina… Vosotros que os movéis por la lógica y el juicio… La razón me dice que vosotros sois mi verdadero pueblo. El instinto hizo de la Tierra un infierno durante milenios… Creo que debemos dejarlo atrás, en el fango, y no permitir que haga un infierno de las estrellas también. Porque os encontraréis con este mismo problema una y otra vez a medida que os vayáis adentrando en las partes más lejanas del universo. Por ello, para poder solucionar este problema, las antiguas fidelidades de mentalidad pueblerina de los humanos deben ser alteradas.
Miró a Paula y aclaró:
—Lo siento, pero si alguien me pregunta, eso es exactamente lo que diré.
—Yo también lo siento —respondió ella con un tono de ira y abatimiento en su voz—. Siento que te hayamos despertado. Espero no volver a verte nunca más.
Kieran se encogió de hombros:
—La cuestión es que me despertasteis, a fin de cuentas. Soy vuestra responsabilidad. Aquí estoy enfrentándome a un universo completamente nuevo, así que os necesito —se acercó a ella y le dio una palmadita en la espalda.
—Vete a la mierda —le imprecó ella… Pero no se apartó de su lado.
FIN
N. de la T.: Cuerpo de Reconocimiento de las Naciones Unidas. UNRC por sus siglas en inglés: United Nations Reconnaissance Corps.
N. de la T.: Término genérico en ciencia ficción para describir un vehículo volador pequeño, normalmente sin alas y con algún tipo de tecnología antigravitatoria o aerodinámica especial.
NOTA IMPORTANTE: «Las Estrellas, Mis Hermanas (The Stars, My Brothers)». Derechos de traducción: Irene A. Miguez Valero (©). Obra traducida por primera vez al español para la edición de Amanecer Pulp 2014. Ahora también en papel: Maestros del Pulp 1