Yeti PulpBosque Antiguo es un relato de Javi Arboleya

A Javi ya le conocemos de trabajos anteriores. Cuentos de Niños es el título de la obra con la que se presentó, hace ya algún tiempo, y ahora, nos ofrece otro relato, en este caso directamente relacionado con el fabuloso arte de hacer noticias falsas, uno de los elementos más característicos en la prensa pulp de la época. Si quieres saber más sobre el tema, aquí tienes dos artículos de interés: Noticias pulp en periódicos antiguos; y  Tall Tale Postcards. De esta forma, el relato de Javi nos acerca a un grupo de intrépidos reporteros, haciendo lo que mejor saben hacer, un reportaje falso y sensacionlista. Pero quizás, esta vez, la noticia sea otra.

Bosque Antiguo

Por Javi Arboleya

-Te digo que he visto algo entre esos árboles de allí -dijo Abe con un ligero tono de nerviosismo señalando hacia el punto al que se refería-.

-Tranquilo hombre, ahora no estamos grabando, relájate un poco y disfruta del paisaje -le contestó Zimmer-.

Desde el principio de la misión de exploración, como le gustaba denominar a Zimmer sus correrías por lugares inhóspitos y poco accesibles para la gente vulgar que no poseía un colchón económico ni tiempo ni ganas que perder, Abe se había mostrado nervioso y demasiado exaltado. Al contratarlo como cámara para su programa, en el que buscaba desde cualquier tipo de fenómeno paranormal hasta apariciones de supuestos dinosaurios, lo había catalogado como un tipo de fiar que no se echaría para atrás a la mínima de cambio pero en las dos últimas salidas la voluntad de Abe había disminuido, incluso parecía que ese nerviosismo se había contagiado a los demás miembros del grupo, transformando todo aquel aparato humano y logístico en un montón de errores con la consecuente bajada de audiencia en la parrilla televisiva. Tendría que cambiar de nuevo a sus colaboradores. No sería la primera vez. De hecho, cada cierto tiempo era recomendable, así no se acomodaban y los supuestos encuentros y apariciones de otros seres y bestias inimaginables para la mente humana, adquirían mayor realismo. Todavía no se creía como algunas personas se podían tragar todo aquello. Colocabas un poco de pelo de cualquier animal, unas huellas enormes, algún que otro testimonio de lugareños poco fiables y ya tenías el caldo de cultivo para una historia. Filmaban de noche, para dar una mayor sensación de suspense y terror, añadiendo unos cuantos gritos de pánico en la oscuridad. En ninguna de las temporadas que llevaban rodadas Zimmer había encontrado evidencia alguna de la existencia real de nada extraño, pero como él era un maestro del teatro, sabía lo que la gente quería ver y por supuesto se lo daba con gran entusiasmo del público. Gracias a este hecho, había podido viajar a todos los continentes, perdiéndose en salvajes junglas, caminando entre bosques de inigualable belleza, descendido ríos en lanchas a velocidad de vértigo e incluso tenía tiempo para algún escarceo amoroso con sus colaboradoras. Ese aire de misterio y de aventurero que poseía, siempre les gustaba mucho.

El frío aire que entraba por sus pulmones lo sacó de sus ensoñaciones.

-Pauline, coloca en ese camino un rastro de huellas –dijo Zimmer mientras observaba el magnífico trasero de ella-. Quedaran perfectas en la nieve. Dónde está ese tronco, dejaremos unas marcas como si hubiera estado rozándose contra él. Utilizar los picos y los cuchillos.

El falso documental que estaban grabando, trataba de la aparición de un supuesto gorila gigante de pelo blanco que merodeaba por la zona. Muchos lugareños afirmaban haberlo visto por las cumbres de las montañas más cercanas. Decían que habitaba en cuevas recónditas, lejos del alcance de la corrosiva mano del hombre y que se alimentaba de presas más pequeñas proporcionadas por el duro entorno casi perpetuamente helado. En los inviernos más duros daba caza a alguna cabra u oveja de los pastores que allí vivían. Existía el rumor de que un grupo de cazadores, creyendo que el gorila se trataba en realidad de una especie de hombre de las nieves o yeti, se internaron en lo más profundo del bosque en su persecución y no volvieron a salir nunca más, quedando olvidados eternamente en este silencio helado.

Todo eso quedaría muy bien para captar la atención del público, pensó Zimmer, se le ocurría añadir unas cuantas extrañas desapariciones de habitantes y eso convertiría el mito del gorila blanco en una sedienta bestia capaz de perpetrar sanguinarios actos de violencia ilógica.

Una vez colocado el falso rastro de huellas, decidieron montar el campamento ya que la noche estaba próxima. Zimmer aprovechando la última hora de luz, realizó fotografías del montaje. Al día siguiente, continuaron internándose en el monte nevado, entre árboles frondosos cargados de nieve y restos de cabañas en muy mal estado con toda la pinta de estar abandonadas. Apenas se oía el canto de ningún pájaro, un silencio sepulcral los envolvía como una pesada manta. El sonido de la nieve quebrándose bajo los pies del grupo se convirtió en un murmullo constante con el paso de las horas, llegando a ser insoportable.

-Esta noche podemos grabar alguna secuencia -dijo Zimmer para romper la monotonía.

-Por mi perfecto, la zona dará bastante juego -contestó Sergé que formaba parte del grupo de cámaras-.

Los demás asintieron alegres, intuyendo que el espectáculo para el que habían recorrido tantos kilómetros, iba a comenzar en un breve periodo de tiempo. Merodearon el perímetro en busca de las mejores ubicaciones para rodar. Al atardecer pusieron a punto las cámaras nocturnas, linternas y micrófonos para captar cualquier detalle, ya fuese desde un simple zorro a una bestia antropomórfica de origen desconocido. Se dividieron en tres grupos, formados de dos personas cada uno, quedando uno de ellos en el campamento por si ocurría algún percance. El resto, cámara en mano, se pasarían unas cuantas horas correteando en medio de la oscuridad, creando situaciones ficticias de peligro y riesgo. Zimmer sería el director de orquesta, comunicándose entre ellos por medio de walkie talkies.

La noche se presentó puntual a su cita, fría, silenciosa y cortante. Zimmer iba acompañado de una de las chicas, por supuesto, en cualquier momento podía surgir una oportunidad de intimar con ella y él no la iba a desaprovechar. Ambos grupos se separaron, avanzando en diferentes orientaciones.

-Joder, tengo que mear, coge un rato la cámara mientras yo me voy a esos arbustos a descargar -dijo Sergé haciendo esfuerzos por contener la urgencia de la llamada de la naturaleza.

-Está bien pero no tardes, este bosque es muy oscuro y no me apetece andar buscándote por ahí si te pierdes -contestó Janis-.

-Tranquila solo tardare un minuto, pero de todas formas ten cuidado con el yeti, ya viste las enormes huellas que encontramos jajaja -se rió Sergé.

-Que te den -respondió ella-, cada día pienso que somos lo peor haciendo este tipo de falsos documentales.

-Mientras me paguen yo no tengo ninguna objeción.

Sergé se alejó internándose en la oscuridad, la luz de su linterna iba menguando poco a poco hasta quedar reducida a un minúsculo punto para finalmente perderse de vista. Pasaron los minutos y Janis seguía esperando cada vez con mayor intranquilidad.

-¡Sergé! -gritó ella a pleno pulmón-. ¿Dónde te has metido, pedazo de idiota?

El silencio era casi total. El rumor del viento sobre los árboles rompía la opaca telaraña del bosque nevado, Los haces de la luna llena en la noche despejada se colaban entre las hojas iluminando pequeñas zonas del suelo. Janis avanzó por el camino que había seguido su compañero con la esperanza de encontrarle rápidamente. Los gritos de ella no obtenían respuesta alguna. A pesar de que la temperatura apenas se elevaba sobre los cero grados empezó a sudar copiosamente. Un repentino resbalón la hizo perder el equilibrio, cayendo al suelo. La causa del accidente había sido un charco rojizo – negruzco que se extendía por la nieve y en el cuál Janis estaba inmersa. Se quedó estupefacta hasta que poco a poco se dio cuenta de que era sangre reciente. Una sensación de desvanecimiento y vértigo inundo su cerebro, algo realmente horrible había ocurrido en el lugar donde se encontraba ahora mismo. Cuando recobró un poco el control sobre si misma intentó hallar alguna explicación de ese enorme charco de sangre explorando la zona y buscando alguna pista, sin resultado ninguno. Sergé seguía sin aparecer y empezaba a pensar que podía haber sido atacado por algún animal, así que decidió avisar a Zimmer a través del walkie talkie.

Con la suerte de los afortunados en los momentos críticos, Zimmer y su compañera siguiendo las indicaciones de Janis, dieron con el lugar donde había hallado el charco de sangre, pero allí no se encontraron a nadie, tan solo la mancha de líquido vital, ya fuera de bestia o de humano. Intentaron comunicarse en vano con Janis a través del walkie talkie y a gritos.

-Esto no me gusta nada, habrá que volver al campamento y buscarlos por la mañana con algo de luz -dijo Zimmer.

-¿Y vamos a abandonarlos durante toda la noche ahí fuera? ¡Con el frío que hace no resistirán mucho tiempo! -replicó su compañera.

-No es la primera vez que alguno de nosotros se pierde, no son idiotas, se resguardaran en cualquier parte o incluso puede que ya estén en el campamento.

Se desafiaron mutuamente en silencio, ajenos a la enorme sombra que cruzó por encima de sus cabezas, moviéndose por los árboles con una habilidad asombrosa y envidiable. Zimmer intuyó que algo no iba bien, se puso en tensión observando el entorno y esforzando al máximo sus ojos para intentar discernir el porqué de su estado alterado. Ella sintió lo mismo, el frío pánico comenzó a invadirles en cada hueco de sus mentes. En un abrir y cerrar de ojos, una mole se abalanzó sobre la mujer, arrastrándola consigo hacia las copas de los árboles de donde había surgido inesperadamente. Zimmer se quedó petrificado con la velocidad mostrada por aquello que les estaba cazando uno a uno y por la incapacidad de hacerle frente, ni tan siquiera había podido ver de qué se trataba. Consciente de las pocas posibilidades que tenía de salir de allí de una pieza, comenzó a correr por la nieve como si el mismísimo diablo fuera tras su alma. Corrió y corrió hasta que sus pulmones se negaron a seguir el ritmo alocado que había impuesto, deteniéndose un instante para coger algo de aliento. Unos pesados pasos resonaron a su espalda, acercándose poco a poco. El miedo que sentía era profundo pero la curiosidad pudo más que la sensatez y giró sobre sus talones para descubrir la naturaleza de su cazador. En medio del camino enterrado por la nieve, entre un caótico desorden de arbustos y árboles se veía el rastro de huellas que había dejado al avanzar, pero no había nadie más con él. Por un momento se sintió aliviado al creer que su imaginación le había jugado una mala pasada, pero esto duró una milésima de segundo. Su cuerpo se elevó por el aire tan fácilmente como una pluma, dando vueltas en el vacío, solo era capaz de percibir un collage de hojas, árboles y estrellas hasta que aterrizó en el duro e inclemente suelo quedando a merced de sueños oníricos cargado de bestias con enormes colmillos mientras que un coro de voces susurraban un lenguaje incomprensible que se perdía en todas direcciones.

Con un espasmo de dolor Zimmer volvió en sí. Se encontraba tumbado bocabajo en lo que en un primer vistazo le pareció una cueva. Sus ojos se concentraron sobre unas luces brillantes intentando volver a enfocar correctamente, hasta que percibió que eran antorchas sobre la pared abrupta de la roca. Poco a poco se acostumbró a la ligera iluminación del lugar, incorporándose después venciendo el dolor del golpe en la cabeza y la sensación de mareo presente.

-Bien, bien, tú estar ya recuperado -dijo una voz ronca y primitiva que llenó la estancia de ecos.

La voz procedía de un anciano cubierto de pieles que formaban un extraño atuendo. De su cuello colgaban una multitud de abalorios y collares compuestos por lo que parecían piezas dentales. Una infinidad de arrugas surcaban su rostro tal que profundos acantilados, sobresaliendo de el una nariz delgada y ruinosa. Ni un pelo le quedaba a su cabeza marcada con extraños dibujos. Sus ojos eran de un brillo inusual, devoraban con ansiedad todo aquello sobre lo que se posaban, Zimmer se sintió empequeñecido ante su atenta mirada. El anciano se hallaba sentado en un simple lecho formado de hierbas y paja.

-¿Quién eres? ¿Dónde se supone que estoy? -preguntó Zimmer nervioso y desconfiado.

-El quién ser no tener importancia, solo uno más en la historia de este mundo, si tú querer saber, tener todo escrito en este lugar al que yo llamar hogar, pero tu necesitar verdadero conocimiento y sabiduría para entender mínimamente esto –dijo señalando las paredes de la cueva que estaban repletas de unos símbolos cuneiformes y arcaicos dibujos-. Pero yo creer que tú no preparado, hombre esclavo de la tecnología, cegado por sus invenciones de niño presuntuoso.

El anciano se expresaba con dificultad y lentitud, estaba lleno de fría cólera y observaba a Zimmer como si a un insecto se tratase.

-Pero ¿de qué demonios hablas? Esto es una locura,-contestó Zimmer negando con la cabeza-, yo estaba con mi equipo grabando en el bosque, cuando fuimos atacados por una especie de bestia salvaje que me dejó inconsciente y ahora me encuentro con un chamán chiflado o lo que quiera que seas tú. ¿No habrás visto por los alrededores al resto de mi expedición?

-Tú y tus amigos estar en lugar equivocado en momento equivocado -respondió el anciano con media sonrisa.

Detrás de él, entre las sombras, se perfilo una mole silenciosa y oscura vagamente familiar para Zimmer. El anciano captando la mirada de pánico de este, dijo:

-Suponer que mi hijo los habrá encontrado y dado buena cuenta de ellos. Él fue el que traer a ti aquí, tú no poder estar en mi bosque, mis dominios, solo los que muerte querer venir aquí. Ahora tener que afrontar castigo. Hijo mío, encárgate de él.

La criatura emergió de las sombras en las que se hallaba resguardada a la espera de la orden. Una enorme especie de gorila del color de la nieve caminaba hacia Zimmer con parsimonia, sin prisas, sabía que el destino de su presa estaba sellado. De su boca sobresalían unos enormes colmillos ávidos de carne y sus fuertes dedos se encogían esperando la inminente acción. Pero lo que hizo que Zimmer quedase paralizado de terror fueron sus ojos. Unos ojos de apariencia humana pero sin ninguna muestra de clemencia ni piedad. Duros como la pared de la cueva en la que se hallaban. Miró al anciano y después a la bestia que iba ganando metros hacia él. En un instante no tuvo ninguna duda de que compartían la misma sangre, y de que el apelativo de “hijo” como le había nombrado a la bestia, tenía su completo significado. Se preguntó el tipo de aberraciones de la naturaleza se habían llevado a cabo para que este inusual hecho ocurriese. Sin tiempo para la extinción de esa reflexión en su cerebro, la bestia le agarró del cuello y levantándole del suelo comenzó a apretar su débil garganta en una demostración de fuerza bruta.

-En ocasiones, mi hijo traerme regalos de caza, luego yo dejarle jugar con ellos -dijo el anciano escrutándolo con sus ojos y jugueteando con los collares.

Dicho esto se concentró y juntando sus manos casi esqueléticas comenzó a entonar un cantico del que Zimmer no entendió una sola palabra, mientras iba perdiendo poco a poco la vida en manos de aquella maldita bestia.