EI24

Atenazado por el desconsuelo, además de por Wittmann, el sumergible prosigue su curso, hasta que os halláis sobre la Fosa de las Marianas, iniciando el descenso.

—Her Wittmann —advierte un marinero—, 150 metros de profundidad..., 200 metros..., 250 metros, señor.

Todo a vuestro alrededor comienza a retorcerse. Los hierros se resquebrajan, los tornillos saltan por los aires, y la presión semeja que partirá en dos de un momento a otro la nave, pero Wittmann se muestra impasible. Él sabe que éste no es un U-Boat cualquiera, es un U-X7, y tú también lo sabes.

—Her Wittmann, 600 metros, estamos en posición.

Entonces Wittmann ordena que os encierren. En este momento sientes como tu cerebro queda liberado. Ya puedes mover las manos, las piernas, ya eres tú otra vez. Mientras te conducen a alguna celda improvisada, Wittmann recoge un extraño objeto que enseguida reconoces: "La Llave Cósmica", y con la misma se dispone a abandonar el sumergible. No necesita oxígeno, su mutación le permite respirar debajo del agua. Su objetivo, la nave espacial proveniente de alguna galaxia desconocida que yace, ajena al paso del tiempo, sobre una cornisa en el interior de la fosa, a pocos metros de distancia de donde os halláis.

No hay tiempo que perder. Te resistes e intentas buscar la forma de liberarte. Le haces un gesto a Lucy que ella capta de inmediato.

—¡Ray de los cojones! ¿Acaso tú crees que éstas son las maravillosas vacaciones que me habías prometido? —Lucy te increpa como si le fuese la vida en ello, tal cual como ya está acostumbrada, de hecho ni siquiera tiene que esforzarse mucho en interpretar su papel.

A su reprimenda tú no haces otra cosa que disculparte y asentir, mientras, ella continua insultándote, lo que no deja de llamar la atención de los dos soldados que os escoltan hacia vuestro confinamiento. Con cada uno de sus gritos de loca histérica, la atención sobre ti se relaja; justo lo que tú estabas buscando.

—¡Es que yo te mato, te maaaaaato! —grita Lucy, haciendo el ademán de partirte los morros.

Lo captas, ésa es la señal. Te abalanzas sobre uno de los soldados distraído, y le hundes los huesos propios de la nariz dentro del cráneo, de un puñetazo ascendente y certero. Lucy, de una patada en los testículos, deja fuera de juego al otro soldado. Ya tenéis vía libre.

—¿Cómo saldremos de aquí? —pregunta Lucy

—Si los relatos pulp que he leído —explicas—, no fallan, en popa tiene que haber un batiscafo.

Sin mediar palabra, os rearmáis con las metralletas que portan vuestros captores abatidos, y corréis hacia popa. Allí encontráis el batiscafo. Os subís a él, y abandonáis el submarino. Tras un breve paseo por las profundidades abisales, observáis una extraña y enorme nave espacial oblonga sobre una cornisa que semeja va a precipitarse al vacío de un momento a otro. En uno de los laterales hay una compuerta abierta. No lo dudáis, y entráis por ella.

Como si sacaseis la cabeza fuera del agua en una piscina, ahora emergéis, observando como resbala el agua en torno a la cristalera del batiscafo

—¿Y cómo vamos a respirar ahí fuera? —pregunta Lucy—. Te has olvidado de cargar las bombonas de oxígeno.

Lo cierto es que, con las prisas, te has olvidado de lo más esencial. Quizás el aire, si es que hay aire ahí dentro, no sea muy respirable.

¿Qué haces? A continuación, tienes 2 opciones:

Opción 1: Te la juegas, y abres la compuerta. Quizás haya oxígeno respirable, o quizás no, pero el destino de la humanidad está en juego, y no hay tiempo que perder. Pincha aquí

Opción 2: Prefieres ser más prudente, y dar la vuelta. Regresas al sumergible y te aprovisiones con equipos de respiración asistida, si es que los encuentras, que tampoco es que los hayas visto de primeras. Pincha aquí