SA3

El guardia que bajó de la cubierta a toda prisa, al que acabas de matar, gritaba algo inentendible debido al tono aterrador de su voz. Algo extraño estaba sucediendo en la cubierta, tu sentido común te advierte que deberías alejarte de allí a toda prisa. Sin embargo, te sientes capaz de acabar con medio centenar de alemanes con tus propias manos.

Activas de nuevo el generador, de esta manera podrás echar un vistazo a lo que te rodea sin miedo a levantar sospechas. Recargas tu arma y subes los escalones presto a deslizar el gatillo contra cualquier cosa que te salga al camino; Ronin parece seguir más sus instintos y se queda al pie de la escalera, con un gimoteo que no hace mella en tu decisión.

Al final una trampilla da acceso al suelo de la parte superior de la atalaya. Entreabres la escotilla lo suficiente como para echar un vistazo: el foco apagado, una cantimplora derribada sobre un charco de agua y una pequeña y pesada radio portátil que reposa sobre una mesa plegable; el murmullo de la frecuencia estática sale de sus auriculares. A parte de ese ruido, el batir de lo que parece una bandera ondeada al viento te da la suficiente tranquilidad como para salir al aire libre.

La visión de la isla a la luz de las estrellas te produce un escalofrío. Desde allí, al sur, puedes ver el Black Swan fondeando en la bahía junto con el submarino de guerra, los barracones al norte y la imperturbable jungla llena de misterios y pesadillas al oeste. Sin previo aviso, una sombra se desliza sobre ti sin darte tiempo a reaccionar.

Lo que creías el ruido de una bandera agitada por las corrientes de aire no era otra cosa que las correosas alas de un murciélago gigante, te inmoviliza contra el suelo, bocabajo, con sus poderosas garras haciendo presa sobre tus hombros y tu costado izquierdo. Sientes el calor de su saliva deslizarse por tu nuca, su greña se sacude impaciente ante el festín sanguinolento que olfatea dentro de tu sistema.

—¡Ronin! ¡Ronin, ayuda! —clamas por tu salvación.

La última vez que viste a tu compañero estaba en la planta baja, advirtiéndote del peligro. No llegará a tiempo.

Los afilados colmillos del vampiro mutante son dos medias lunas en el rabillo de tus ojos. Te impulsas flexionando tus brazos sobre el suelo de piedra, el peso extra del monstruo ponen a prueba tus poderosos bíceps; aunque logras incorporarte de rodillas sigue apresándote por la espalda. La ametralladora, al haber sido derribado por sorpresa, está lejos de tu alcance. Intentas zafarte del demonio que berrea molesto de que su víctima sea tan obstinada. Te pones de pie a duras penas.

Entonces, el murciélago te arrastra por la cubierta con su aleteo espasmódico hasta que tus piernas chocan contra el foco y caes de nuevo al suelo. Tus fuerzas están al límite, tus pulmones parecen bombear lava hirviendo por tus entrañas. La trampilla está cerrada y escuchas las patas de Ronin arañar la madera, desesperado.

Ves recorrer tu vida a la velocidad de un rayo, una centella llena de imágenes felices y batallas ganadas. La vida es un destello, piensas mientras cesa el aleteo y el gigantesco vampiro abre las fauces para descargar una dentellada a la carótida.

—Un destello —mascullas entre dientes a la par que estiras tu brazo hasta el interruptor del foco reflector.

La luz hace que el grito de la criatura cree un eco en tus tímpanos del que no podrás huir en la próxima media hora. La figura peluda y de alas membranosas sale disparada hacia la noche, ahuyentada por el resplandor de 4000 lúmenes de potencia sobre sus diminutos ojos porcinos.

Has estado cerca, la próxima vez tal vez debieras hacer caso de Ronin.

Abres la compuerta y dejas que Ronin te empuje con el hocico en muestra de cariño.

Revisas la radio: una lástima, no tiene suficiente potencia para llegar fuera de la isla o, quizás, alguna extraña onda electromagnética capa la frecuencia poco más allá de tierra firme. Tanto esfuerzo para nada.

De repente, una retrasmisión llega desde no muy lejos.

«Aquí puesto de barracones esperando instrucciones para proceder con los prisioneros —traduces a toda prisa el mensaje radiofónico—. Tenemos problemas para mantener a la mujer callada, es un incordio. Pido permiso para acabar con ella».

Casi desconectas el auricular al responder con un perfecto acento nativo, oriundo berlinés. Aún recuerdas el nombre del oficial que mandó enterrar tu cuerpo en vida y abandonándolo en la playa:

—Aquí el teniente Wittmann, retrasmitiendo desde el puesto de control. Negativo. Los prisioneros tienen información valiosa para los incuestionables planes del Führer. Las ordenes son traer a los rehenes hasta la torre vigía más cercana, situada al sur de vuestra posición. Un par de soldados escoltarán a los susodichos hasta la puerta de la torre, donde serán entregados al centinela que los custodiará hasta mi llegada. Acaten la orden lo más rápido posible, una patrulla los recogerá en pocos minutos y los pondrán a mi disposición al amanecer. Es necesario que cumplan la orden en el acto.

"Pero mi teniente, usted mismo dio la orden de que no salieran de aquí hasta que el doctor Gerber nos diera la orden de llevarlos al búnker"

—¡Soldado, cumpla mis órdenes sin rechistar! ¿Acaso tengo que darle explicaciones a cada subalterno que cuestione la escala de mando? Dígame su nombre.

"A la orden, mi teniente. Cabo Erwin von Lewinski. Le pido disculpas por mi atrevimiento, mandaré a los prisioneros de inmediato a la torre. ¡Heil Hitler!".

—Heil Hitler —respondes con el dedo anular apuntando al cielo.

Si todo sale bien, tu querida Lucy será un paquete exprés enviado a toda prisa hasta tu puerta. Ronin gruñe a tu lado, nunca le gustó que hablaras alemán y menos que pronuncies el saludo nazi con tanta desenvoltura, al fin y al cabo él es un pastor Belga y siente un odio acérrimo a todo lo relacionado con los cabezas cuadradas.

La espera se hace interminable. Te colocas el uniforme del primer soldado que mataste en la planta baja y esperas la llegada de tus compañeros frente a la puerta del edificio. Apenas falta una hora para que salga el sol, la jungla emana una falsa sensación de quietud, como una víbora estática a punto de morder a su víctima, mortal y venenosa; pero estática, esperando encontrar el momento justo que dicta su instinto de depredadora.

El ruido del coche se acerca iluminando el camino del norte. La luz del foco, en las alturas de la atalaya, se mueve trazando círculos alrededor del perímetro. Todo marcha bien.

Contienes las ganas de salir al encuentro de tus compañeros, te mantienes en tu papel de soldado. El coche para delante de ti, la pareja de guardias ordena a los prisioneros esposados a bajar del vehículo y todo comienza a irse de las manos.

El foco, sobre su plataforma rodante, lo habías atado a Ronin para simular la ronda de vigilancia, pero el olfato del animal ha captado el aroma de su querida Lucy; no habías previsto ese pequeño detalle. Los dos alemanes miran extrañados el rápido zigzag del círculo de luz sobre la tierra, y desenfundan al primer ladrido del perro.

Ni siquiera te da tiempo a disparar, pero a ellos tampoco. Los soldados, absortos por los ladridos de Ronin, han olvidado prestar atención a los movimientos del capitán Solloway y del contramaestre; los cuales, como si lo hubieran ensayado para una coreografía, pasan las cadenas de las esposas por encima de las cabezas cuadradas y, de un movimiento gravitatorio, bajan los brazos haciendo fuerza con el peso de sus cuerpos. Los rostros de sus centinelas van cambiando rápidamente de color, pasando del amarillo pálido hasta el azul oscuro y amoratado de la muerte por estrangulación.

—¡Lucy! —gritas arrojando el casco de la Waffen-SS al suelo y la chaqueta del uniforme—. Soy yo, Ray.

Ella se deja abrazar, mas no puede devolverte el gesto porque aún tiene las manos esposadas.

—Ya habrá momento para arrumacos, Doc —dice Abott que saca las llaves del bolsillo de su víctima—. Ahora será mejor que nos larguemos de aquí.

El reencuentro se deshace en sonrisas y miradas cómplices entre el grupo de supervivientes. Los rayos del amanecer perforan la niebla de los arrecifes y os pertrecháis con las armas de los enemigos caídos. Nadie te da las gracias, aunque sabes que sobrarían esas palabras en un momento como ese; el resto de la tripulación del Black Swan sigue cautiva en algún lugar de la isla.

Ronin, tras bajar de la cubierta, es el único que recibe la atención de la dama. Lucy es generosa con sus caricias y palabras hacia el peludo miembro del grupo.

Ya lo tenéis todo preparado, decidís abandonar la radio y llevar solo lo necesario para recorrer la mayor distancia posible en poco tiempo.

—Nos internaremos en la jungla —ordena el capitán Solloway con la colilla de un puro en los labios—. Una vez alejados del camino, ascenderemos al norte.

—¿Por qué al norte, capitán? —pregunta Abott.

—Allí nos espera nuestro destino, recordad que nada ha cambiado. Yo estoy al mando y obedeceréis mis órdenes si queréis salir de esta isla con vida.

—Está claro que nos oculta algo, Solloway —dices—. Usted conocía las coordenadas de esta isla antes de que los alemanes nos abordaran.

—No diga estupideces, señor Martini. Si hay algo que le oculto es por su bien, no lo ponga en duda. Y ahora, coja a su mascota y déjeme hacer mi trabajo.

Aunque te molesta reconocerlo, Jack Solloway es un hueso duro de roer y sabe bien lo que se hace. Gracias a él sigue con vida tu prometida y tu mejor amigo. Sin embargo tú te dejaste guiar por tus impulsos y acabaste tocándole las narices al teniente de la SS, ese tipo con mirada de reptil llamado Wittmann.

El grupo se interna bajo la luz de la mañana en la sofocante y húmeda jungla. El camino se hace duro, en silencio. Cualquier ruido podría delatar vuestra posición. Tras una hora de viaje, oís el murmullo del agua correr. La espesura es casi infranqueable y el cauce natural del río os facilitaría el paso por la jungla.

—Venid, he encontrado un acceso hasta el río —dice Lucy.

Ronin se adelanta siguiendo al trote a la doctora entre la maleza y Abott te reta a una carrera como si fuera un domingo de excursión. Poco te importa qué opinará Solloway de estas chiquilladas, pero alejar la mente de la tensión que genera la isla te da ánimos para seguir adelante sin enfrentarte a las órdenes del viejo.

El río fluye con fuerza. La corriente arrastra trozos de madera que flotan hacia el norte con rapidez. Buscas a tus espaldas al capitán pero no hay rastro de él por ninguna parte.

—¿Habéis visto a Solloway? —preguntas.

Abott y Lucy se encogen de hombros. Ronin parece más interesado en beber un poco de agua fresca que en tus preguntas.

Llamáis a Solloway sin levantar mucho la voz, esperáis unos minutos, pero parece que os ha dado esquinazo.

¿Qué decides? A continuación, tienes 2 opciones:

Opción 1: Seguir el curso del rio hacia su nacimiento, quizás así encontréis a Solloway, y si no buscar un punto elevado desde donde observar toda la isla. Pincha aquí

Opción 2: Seguir el curso del rio hasta su desembocadura, que os llevará de nuevo a algún punto de la costa, y ver qué os podéis encontrar. Pincha aquí