SA25
Besas a Lucy sin saber si volverás a verla con vida. Le entregas la mochila y te cuelas por la abertura del conducto cuando la criatura mutante pasa bajo ella.
—¡BANZAYYY! —gritas con fuerza.
Golpeas con el peso de tu cuerpo la fofa montaña de carne y hundes tus manos en su lomo. El monstruo se agita con ferocidad como un caballo desbocado. Te sacude, se encabrita, un grito inhumano sale de sus fauces lanzando espumarajos rabiosos al sentir tu presencia sobre él. Te aferras como puedes sobre el lomo del horror. Un rodeo cuya montura no solo desea desmontar a su jinete, además ansía devorarlo.
Entre los latigazos de embestidas deslizas uno de tus brazos bajo el abdomen sin poder abarcar el volumen de tu presa, con la punta de tus dedos palpas la correa del cinturón. Ya la tienes.
Sin saber cómo, uno de los tentáculos te golpea en las costillas dejándote sin resuello. Caes aturdido, pero tu mano agarra fuertemente la cartuchera. Aún no has tocado el suelo, te balanceas sobre uno de los costados de la bestia sujeto como un gorila. Alcanzas con la otra mano la hebilla y con un movimiento de tu pulgar abres la cincha que se desliza con tu peso.
Has caído al suelo. La ominosa monstruosidad se yergue sobre cuatro de sus patas frente a ti, elevando otros tantos apéndices: una hidra descomunal de cabezas ciegas.
El cinturón mantiene enfundada la flamante Luger del teniente. Desenfundas.
—¡Lucy, ahora! —gritas con el último aliento de tus pulmones.
Desde la abertura en el conducto, en el techo, Lucy descarga la mochila encima de Wittmann. Ves como su único ojo mira el movimiento de la bolsa y, sin pensarlo, activado por los reflejos depredadores, atrapa al vuelo la bomba entre los anillos blanquecinos de uno de sus brazos.
Tumbado de espaldas al suelo, apuntas y disparas. Las llamas cubren al mutante con un traje de lava. Su grito te impacta en la caja torácica cimbreando tu ser. Lo has conseguido, Ray. Eres el puto amo.
Ruedas a tiempo para quitarte del camino del napalm incandescente. El olor a pulpo a la parrilla inunda la sala metálica mientras el dolor crepita en tu enemigo derribado.
Tras unos minutos de combustión solo quedan cenizas.
Has salvado a la humanidad, y tal vez al Universo.
Entre los restos de Wittmann ves brillar la llave cósmica, un cubo opalescente de color negro. Al otro lado están las puertas multidimensionales que giran como un tiovivo de feria cambiando de color. De haber tardado unos segundos más, Wittmann hubiera introducido la llave en el portal adecuado para dejar pasar a las criaturas del otro lado del averno. Te estremeces solo de pensarlo.
—Ya ha terminado todo, estamos a salvo.
Las palabras de Lucy te arrancan una sonrisa que solo dura el tiempo de convertirla en un beso sobre sus labios.
—Menuda aventura —exclamas—. Tal vez no sea el momento, pero... ¿Quieres casarte conmigo?
—Raymond Martini —responde ella—, eres un oportunista. No puedo negarte nada después de salvar al Mundo.
FIN
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