Los caminos de la venganza, son inexcrutables

Seguidamente os adjuntamos un relato turbio, una historia de perdedores, obra del autor Javi Arboleya. Se titula La Memoria de los Peces, y comienza así:

La memoria de los peces, por Javi Arboleya

El hombre caminaba lentamente, sin importarle en absoluto la lluvia que en ese momento caía con cierta fluidez. Sus erráticos pasos, le habían conducido hasta el puerto. No se podía decir que formara parte de la zona más vistosa ni colorida de la ciudad, con sus escasos y deteriorados barcos apiñados aleatoriamente, en un constante movimiento de balanceo sin fin. El agua estaba sucia con restos de fuel y de basura de todo tipo, que se iba acumulando gracias al poco cuidado de las personas. A escasos centímetros de la superficie, entre la oscuridad de las aguas, se podía entrever algunos peces nadando con parsimonia. De vez en cuando, abrían sus bocas para coger restos de lo que ellos consideraban alimento. Tenían fama de estar altamente contaminados, su dieta no era muy sana que digamos. A pesar de todo, algún que otro pescador, acudía con su silla plegable para pasar unas cuantas horas intentando pescar alguno.

Los rumores que circulaban por las calles, decían que las personas más necesitadas y con escaso o nulo poder adquisitivo, acudían a esos pescadores individuales para hacerse con los sospechosos peces. El barrio que formaba parte del puerto, tenía aspecto de favela brasileña, muchas de las casas carecían de suministro fluido de agua y electricidad, debido a los constantes cortes por la falta de mantenimiento, y porque simplemente, no había dinero para pagar algo tan básico como a lo que estamos acostumbrados la mayoría de nosotros. La brutal crisis económica se cebaba con los más desprotegidos, llegando a extremos cada día más impactantes y tristes. Se había dado unos meses atrás, un caso de muerte por la ingesta de uno de esos peces en mal estado. Las autoridades, después del lamentable suceso, colocaron carteles a lo largo de todo el puerto prohibiendo la pesca y consumo. Esto se respetó unas pocas semanas, pero es que cuando el hambre acuciaba y no había otra fuente de alimento, era inevitable volver al mercadeo de carne tan infecta. La gente tenía miedo de envenenarse, pero era eso o robar directamente. Casi era mejor acabar muerto por un pez en mal estado, que dar con los huesos en la comisaría más cercana. La policía de esta ciudad, se distinguía por su alto grado de acabar con los problemas a golpe de porra, “golpea primero, pregunta después”, era su lema. Alguno que había entrado en comisaría por un simple hurto de básica necesidad, salió en silla de ruedas, incapacitado de por vida, postrado hasta el final de sus días. Eso a las autoridades, les daba absolutamente igual, “mano dura en tiempos duros”, era una frase que se oía mucho también, en la boca de los políticos falsos e incapaces de hacer algo para remediar la situación que se les echaba encima, y que con el paso del tiempo, la situación de este problemático barrio, amenazaba con extenderse al resto de la ciudad.

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