«Hogar de uno de los faros más remotos del Reino Unido, las Islas Flannan han advertido del peligro a los barcos que navegaban por el Atlántico durante más de 100 años. Sin embargo, durante una semana en diciembre de 1900, ninguna señal llegó de las Islas. Cuando se envió un barco para investigar, la tripulación descubrió que el faro había sido abandonado y los tres fareros habían desaparecido. Allí encontraron que la comida estaba preparada pero no se había tocado, además de una silla volcada. Asimismo, el reloj se había parado. Nunca se encontró a los tres fareros y hasta el día de hoy las solitarias islas están envueltas en una leyenda. La historia ha inspirado ópera y poesía y se dice que tres grandes pájaros negros patrullan la isla». (Canal Historia)
La mayoría de los relatos de misterio y horror que conocemos suelen estar basados en hechos más o menos reales. Es por ello que, buscando sucesos de este tipo que nos puedan servir como base, o cuando menos para estimular un poquito nuestra imaginación, me he encontrado con este misterio que desconocía, y creo que se le puede sacar bastante partido. Hablamos de “El misterio de las islas Flannan”, y al igual que hemos hecho en una entrada anterior, acerca de la extraña muerte del multimillonario Alfred Lowenstein, ahora, además de contaros un poco por encima de qué se trata, haremos nuestras propias elucubraciones. Todo ello por cortesía de “Canal Historia”.
«El 4 de julio de 1928, un avión privado despegó de la pista de Croydon, el mayor aeropuerto comercial de Inglaterra, con destino a Bruselas. A bordo se encontraba el financiero belga Alfred Lowenstein, uno de los hombres más ricos del mundo. Cuando el avión aterrizó, el genio financiero ya no se hallaba a bordo. En algún lugar sobre el canal de la Mancha, a una altitud de más de 1.200 metros, Alfred Lowenstein había desaparecido sin dejar rastro. ¿Había sufrido un desafortunado accidente y se había caído del avión? ¿Fue asesinado? Su desaparición, teniendo en cuenta que tenía numerosos enemigos y una gran fortuna, resultó profundamente sospechosa. Hoy en día sigue siendo un misterio» (Canal Historia)
Cuando el término “pulp” aparece en medio de alguna conversación, la mayoría de las personas rápidamente lo asocia con la película de Tarantino, “Pulp Fiction”, y la verdad, no van desencaminadas. Ahora bien, identificar toda la Pulp Fiction Americana de los años 20, 30, y 40 con esta película, es un absoluto despropósito. Desde un punto de vista etimológico, “pulp” hace referencia a un tipo de pulpa de madera con la que se fabricaba un papel amarillento, astroso y de muy mala calidad. Ese papel barato era el que se utilizaba a principios del siglo XX para las publicaciones de la época, las llamadas revistas pulp «magazines pulps». En palabras de Fernando Savater “el contenido de los pulps sería una literatura de tipo extrovertido, es decir, aquella que se centra en la acción misma y hace poco hincapié en los resortes que la mueven o los supone elementales: da prioridad al «qué» y aún más al «cómo» sobre el «por qué»; gusta de colores vivos, especias fuertes, ritmo ágil, y prefiere la exhibición muscular al análisis emotivo”.
Uno de los iconos más representativos del movimiento pulp —propio de los años 20, 30 y 40—, al margen de los distintos estilos como son la Weird Menace, el Haird Boiled, la Ciencia Ficción, el Western, o La Espada y Brujería, entre otros; son sin duda los superhéroes. Muchos de ellos perduran en la actualidad —con más o menos fortuna—, como es el caso de The Shadow; Flash Gordon; Captain Future; Doc Savage; Buck Rogers, etc.—, pero otros muchos han sido completamente olvidados para siempre —hasta que alguien le de por rescatarlos y hacerles una puesta a punto, claro está—. En este artículo hablaremos de G-8 y sus Battle Aces, del escritor Robert J. Hogan.
Por norma, los relatos de horror suelen basarse, o bien en una serie de tópicos ya bien conocidos, o bien directamente en aquellos miedos propios del escritor. Es como si a través de un buen puñado de los renglones malditos, el autor tratase de exorcizar sus demonios, pero en realidad lo que hace es poner de manifiesto aquellos temores que permanecen ocultos en algun lugar de la psique humana, aunque no seamos..., o no queramos ser conscientes de ello. Una de estas fobias, bastante recurrente, y que nos ha regalado un sin fin de relatos pulp, es sin duda alguna la Tafiofobia, o miedo a ser enterrado vivo. Por extensión, también se utiliza el vocablo para definir todo miedo irracional que experimentan algunas personas en torno a los cementerios.
Hace unos días tuve una amena discusión con una amiga acerca de las diferencias entre precio y valor. ¿Qué es más importante, el precio o el valor de las cosas? Como suele ser costumbre, al final enrocamos nuestras posiciones y los ejemplos que utilizamos para defenderlas terminaron siendo absolutamente disparatados. Sin embargo, al hilo de una entrada anterior, vuelvo a sacar el tema a la palestra. En primer lugar hay que decir que los conceptos no estaban del todo claros al plantear dicha discusión. Una cosa es el coste de un producto (lo que cuesta producirlo); otra cosa es su valor (una percepción subjetiva de quien lo compra, aunque en algunos casos también es aplicable, no a quien lo vende, pero si a quien lo produce); y por último, el precio como una cifra que determina la relación entre coste y valor ¿de acuerdo? Pues bien…, respecto a los ebooks ¿Cuánto valen? ¿Cúanto cuestan? El precio debería marcar la respuesta.
Esta entrada no es más que una simple reflexión acerca de todas esas dudas que nos suelen invadir una vez que hemos escrito la palabra “Fin” en la primera de nuestras obras. Tan solo eso, una sucesión de tópicos que en algún momento, a todos nosotros, se nos habrá pasado por la cabeza. Las líneas que siguen las he escrito a partir de mi propia experiencia, y es posible que algunas reflexiones sean erróneas o incompletas. Todo es discutible; y está es solo mi opinión. Bien, hemos escrito un relato, una novela, un poema, o cualquier otra cosa ¿Qué hacemos ahora? Ya de por sí la tarea de escribir algo, de crear una historia no es precisamente sencilla, pero lo que viene después puede ser incluso mucho más complicado y desesperante. El escritor novel es por méritos propios un verdadero desconocido, o lo que es lo mismo… “un don nadie”.