Colección de relatos clásicos y relatos enviados por usuarios para su publicación
A continuación, os presentamos un nuevo relato clásico, hasta la fecha inédito en español (que sepamos, y que incluiremos en nuestra próxima edición en papel «Maestros del Pulp 2»), obra del autor estadounidense Earl Peirce, Jr. (1917-1983), cuya biografía es, por decirlo de alguna manera, un tanto misteriosa. No resulta fácil encontrar muchos datos en internet acerca de su vida y obra, entre la que destacan un buen puñado de relatos, la mayoría publicados en la revista Weird Tales. El que sigue «Doom of the House of Duryea» (Weird Tales, Oct. 1936), junto con «The Homicidal Diary» (Weird Tales, Oct 1937), son dos de los más conocidos. Del autor se sabe que nació en San Francisco (California, USA. Info: Isfdb.org), y que fue amigo de Robert Bloch y Lovecraft, con quien mantuvo correspondencia. Por esto último, en ciertos ámbitos, el relato que ofrecemos y que Irene García Cabello ha traducido para nosotros, se inscribe (o podría inscribirse) en el universo literario conocido como «Mitos de Cthulhu». Ahora, disfrutad en exclusiva de esta maravillosa e inquietante historia (nunca antes traducida, a no ser que estemos equivocados), sobre una terrible maldición; una maldición que pesa sobre la familia Duryea, por siempre.
En nuestro afán por difundir la Literatura Pulp, y hacerlo en lengua española, con el objeto de llegar a todos los rincones del planeta, os presentamos una nueva traducción de clásicos inéditos en nuestro idioma, y que nos la envía Carlos Sánchez Pérez (filólogo clásico y doctorando). Esta obra en cuestión, «A Little Journey» (Una pequeña travesía), está firmada por todo un maestro de maestros, como es Ray Bradbury, y fue publicada por primera vez en la Revista Galaxy, en el número de agosto de 1951. Tras una búsqueda exhaustiva no hemos encontrado ninguna traducción previa, por lo tanto, estaríamos ante una primicia. Esta obra formará parte de nuestra publicación en papel «Maestros del Pulp 2», junto con otras traducciones que os iremos presentando, y que están al llegar. En cuanto al relato, pues lo que sigue es una deliciosa aventura, a cargo de una pobre señora con tanta decisión, como años a sus espaldas, y que no piensa detenerse ante nada para lograr su objetivo. ¡Disfruten con su lectura!
F.R.A.T. está en medio de la sala de la doctora Niklos. La doctora Niklos le observa detrás de sus gafas, con la carpeta y el bolígrafo preparados para cualquier cosa que considerase oportuno apuntar sobre F.R.A.T. Cuando esto suceda, la doctora Niklos simplemente apoyará la carpeta en su antebrazo y garabateará unos trazos de tinta. La sala es blanca, muy blanca. Todas las salas que recuerda F.R.A.T. desde que fue programado son inmaculadamente blancas. Tiene una mesa (blanca), una silla junto a la mesa, un ordenador…
Después de que lo sepultó, dijo a sus hijos: «Cuando yo muera, me sepultaréis en la sepultura donde está enterrado el hombre de Dios, poniendo mis huesos junto a los suyos para que mis huesos se mantengan intactos junto a los suyos; porque se ha de cumplir la palabra que de parte Yahvé gritó él contra el altar de Bétel y contra todos los altares de la ciudad de Samaria». (Reyes 13:31-32)
Los porteadores se detuvieron en el claro e intercambiaron unas palabras sin perder de vista a los extranjeros que les habían contratado para aquel misterioso viaje. A pesar del rodeo a través de las riberas boscosas y pestilentes del río, los nativos sospechaban que aquellos forasteros pretendían internarse en las selvas negras que se apreciaban al otro lado de las cataratas. Aquello no les gustaba para nada y comenzaban a discutir en susurros entrecortados que nunca pondrían pie en aquellas tierras malditas.
En aquellos tiempos de guerra era yo muy joven, lejos de poseer los matojos de cabellos grisáceos que recubren mi coronilla y el rostro de piel de estropajo surcado de arrugas. Al contrario que los demás miembros del pelotón, yo era el único que había sido alistado en el ejército forzosamente y todos lo sabían, motivo por el que era objeto de constantes burlas a diario. No me entendáis mal, no es que yo no fuese un patriota, pero a mi edad lo único que me importaba era cuidar de la granja junto a mis padres y hermanos lejos del mundo de violencia que se extendía más allá de nuestro cercado. Pero las malas cosechas y el nacimiento de un nuevo hermano pequeño habían hecho que la economía familiar se volviera insostenible, siendo el reclutamiento la única opción. Y si a dicha desgraciada circunstancia se le añadía además que yo era un patán sin estudios, flacucho y torpe, de mirada huidiza y con la cara llena de granos, era de suponer que mis funciones se limitaban a limpiar zapatos, hacer de mula de carga y servir de mascota para el resto de mis compañeros.