Colección de relatos clásicos y relatos enviados por usuarios para su publicación
El anciano, con la mirada fija hacia el infinito, dejaba pasar el tiempo desde el lecho de la habitación. Su cerebro arrasado por la enfermedad apenas podía procesar una mínima parte de lo que diariamente percibían sus embotados sentidos. Mucho tiempo atrás había perdido la capacidad de discernir entre el sueño y la vigilia, convertida su existencia en una brumosa sucesión de acontecimientos repetitivos y anodinos de los que no lograba establecer una pauta fija y que invariablemente olvidaba casi tan pronto como tenían lugar. Solo quedaban las sensaciones aisladas, monopolizando todo su ser de una en una o varias a la vez: hambre, dolor, humedad, picor… La mayor parte del tiempo era de este modo, pero la vacuidad se veía interrumpida en ocasiones por momentos de claridad en los que visionaba imágenes de personas y lugares que, por algún motivo, se le escapaban como estrellas fugaces pero conseguían intrigarle durante unos efímeros momentos en los que su intuición les atribuía algún significado oculto. Su mente era un tortuoso pasillo flanqueado de puertas atrancadas de las que solamente una permanecía entornada y podía vislumbrar un hilo de luz, interrumpido a intervalos irregulares por sombras transeúntes sin significado. A veces, esa puerta se abría y podía contemplar a los artífices de las sombras con mayor claridad por un periodo limitado de tiempo. Pasado, presente y futuro carecían de sentido para él, pues su memoria era un cubo agujereado del que hacía siglos había escapado todo resto de recuerdos.
Con motivo del relato que sigue, quisiera aprovechar la ocasión para presentaros a un nuevo escritor pulp entre nosotros: Julio Martín Freixa.
Aunque habían pasado dos años de aquella silenciosa despedida, Boris necesitaba cuanto antes cerrar el círculo. Esperaba encontrar donde la vio por última vez, a la mujer que le quitaba el sueño cada noche. Miró su reloj que marcaba las nueve de la mañana en punto y se apresuró a bajar del auto. Lanzó un gordo fajo de billetes al taxista, quien lo agarró ágilmente, apagando de inmediato el motor, insinuando que lo esperaría el tiempo que fuera necesario. Estaba agradecido de volver a pisar las calles que lo habían vuelto confiado y seguro de sí mismo, pero quería que la incesable pesadilla acabara pronto. Había tratado de solucionar su insomnio con el mejor siquiatra de la ciudad, revelando que estaba obsesionado con una desconocida, pero nunca confesó el porqué de su manía.
Soñé que estaba en mi casa, pero solo era mi casa por dentro, por fuera era un enorme caserón victoriano con buhardilla, una gran puerta enrejada en la entrada y grandes y pesados faroles colgando de adornos de metal. En el hueco de la escalera vi una pequeña puerta que no había visto nunca. El tirador estaba oxidado y me costó mucho abrirla; cuando lo conseguí, me encontré en una pequeña sala llena de telarañas y con un angosto pasillo al fondo. Lo seguí y me llevó a una minúscula habitación amueblada como una sala de estar muy anticuada. Cuando me acerqué a la mesa camilla que había en el centro de la salita, me sobrecogí al ver de perfil que, en uno de los sillones, había un cadáver.
–Éste siempre será un país de mierda —dijo Carla.
Oyó una explosión que provenía de la calle, y se quitó el casco-visor con que monitoreaba la ciudad. Un espeso olor a neumático quemado entró en la habitación. Booper trabajaba como vigilante de punto para la empresa de seguridad Biocam, observando el comportamiento de los habitantes a través de cientos de cámaras conectadas a su visor. Se transportó sobre su silla electrónica hasta la ventana, observó cómo decenas de manifestantes marchaban fuera del departamento social de ciborgs. Uno de ellos trataba de escalar el muro de la dependencia, pero fue derribado por una granada magnética, lanzada por uno de los policías que custodiaba la zona. Los brazos del manifestante hicieron corto circuito, desprendiéndose de sus hombros y golpeándose contra el piso. Una mujer con piernas biónicas se acercó a socorrerlo, mientras trataba de esquivar el tóxico humo negro que se apoderó del lugar.
La película de Prometheus fue una de las más esperadas por los aficionados al género en toda la historia del cine. El hecho de retomar una saga tan exitosa como Alien, pionera en el género space survival horror, y además hacerlo con el objeto de ahondar en el origen y la propia naturaleza de los xenomorfos, no hizo otra cosa que ponernos a todos los dientes largos. Sin embargo, para bien o para mal, Prometheus fue más allá de lo previsto, y se adentró en el origen de la vida, del ser humano. Puede que esto fuese demasiado ambicioso, y la película no solo no colmase las expectativas de los fans, sino que dejase más preguntas que respuestas. Todas estas preguntas han dado lugar a interpretaciones de lo más atrevidas: Prometheus 2012, la verdadera explicación, y han hecho correr rios de tinta, mejor dicho, de bits, a lo largo y ancho de internet. Puede que la resolución de Lindelof no fuese la más acertada, y quizás sí lo fuese el guión original: Prometheus: El guión original de Jon Spaihts, pero el lio ya estaba montado. Ahora, con la secuela en el horizonte, y nuevo guionista para el proyecto, la espera para obtener las respuestas que todos andamos buscando puede ser eterna. Y, para hacerla más llevadera, Javier Ferre nos ofrece su visión de los hechos. Un relato que, a partir del universo Prometheus, nos ofrece su visión acerca del origen de la vida. Es un relato largo que adjuntamos en formato PDF para su lectura. A continuación, el prólogo, con unas interesantes reflexiones para meternos en materia.