Interesante y extraña película de los años 70 que bien podría haber salido de algún relato sucio y retorcido, con el mundo del hampa de por medio. Porque sí, Carne Viva es una película de gánsteres, pero de típica no tiene nada. Los protagonistas son de primera línea, con un duelo pletórico entre Lee Marvin y Gene Hackman, pero todo lo que envuelve esta historia es sucio, denigrante, y nada tiene que ver con el lujo glamuroso de otras películas sobre mafiosos; ni tampoco veremos persecuciones de coches, ni trapicheos de drogas, ni fastuosos apellidos italianos silbando por las calles, ni enormes rusos cuadros de hormonas; nada de todo eso.
Tiempo atrás hablábamos de los «Héroes de Acción de los Ochenta»: Historias de videoclub (I). Pelis de acción, años 80; casi todos unos dinosaurios a día de hoy; sin embargo, los de la siguiente década todavía es posible verlos en plena acción, o mejor dicho, arrastrándose por la pequeña pantalla en producciones de bajo presupuesto, otrora ilustres repartidores de estopa, a diestro y siniestro. Steven Seagal, Weslye Snipes, o Van Damme son algunos de sus nombres, en la actualidad único reclamo para unas cintas que solo suscitan el interés de unos pocos nostálgicos (a excepción de títulos tan anhelados como Mercenarios 2, rebelión en el Imserso; la cual no pienso perderme por nada en el mundo), y es por ello que cuando me dispuse a ver Juego de Asesinos lo hice más que nada por curiosidad, sin otra intención que la de perder un rato de mi vida tumbado en un sofá y ejercitando la sana actividad del encefalograma plano, y… ¡oh, sorpresa! Tras la frase lapidaria de Nietzsche que abre la película, y tras unos primeros planos de telefilm anodino, poco a poco ese Juego de Asesinos se va transformando en una buena película de acción; bastante buena diría yo: «La mejor arma contra un enemigo es otro enemigo.Friedrich Nietzsche (1844 – 1900)».
A pocas horas de una noche mágica, seguidamente os recomendamos una película para que podáis disfrutar de la festividad que nos ocupa, el Samhain (Samaín, tal y como lo conocemos en Galicia); o Noche de Halloween, para quien así lo prefiera.
Si lo recordáis, nuestra última recomendación fue Truco o Trato (2008), una película de historias cortas directamente relacionadas con la temática de Halloween, y aunque se barruntaba la posibilidad de la segunda parte para la noche de hoy, me temo que no será posible. Sin embargo, tenemos un reciente estreno en DVD de lo más apetitoso: Black Death, y no es una película de terror en sentido estricto, pero el relato que nos cuenta está íntimamente ligado con los ritos paganos y la resurrección de los muertos, y además… ¡está muy bien hecha!
Christopher Smith es un director británico con pocas películas a sus espaldas, sin embargo, las dos únicas que hasta la fecha había visto de él, Severance y Creep, me han dejado un muy buen sabor de boca. Así, con tales precedentes, y teniendo en cuenta las enormes posibilidades narrativas de una época tan oscura, tétrica y espeluznante como fue la “Ira de Dios”, en forma de peste negra o peste bubónica, allá por el medievo, las expectativas eran enormes. Black Death, además, cuenta con un actor para el papel protagonista que me gusta bastante, Sean Bean –lo tengo pendiente de contratación para mi película Zombis vs Vampiros, donde debería encarnar el papel del capitán Sullivan, pero en fin, esa es otra historia–.
Anoche, anticipándome a Halloween, vi Black Death, y aunque quizás era mucho lo que esperaba de ella, lo cierto es que aun sin colmar todas mis expectativas, creo que puedo sentirme satisfecho; e incluso reconociendo que el guión no aporta nada nuevo, siendo en todo momento bastante predecible. En algunos foros he leído que se parecía demasiado a The Wicker Man (véase versión original y secuela), y ciertamente los parecidos son mayúsculos. Pero todo ello da igual, porque la película resulta muy entretenida.
Bien, el tema está candente, y cada vez falta menos para ver en la gran pantalla a todos estos machotes de pintas estrafalarias -antaño esencia de ilusiones en los comics pulp-, y confieso que estoy bastante ansioso por comprobar el resultado.
Hoy es un día triste; ha muerto Steve Jobs, y a una edad demasiado temprana. Como dijo Galileo Galilei, el mundo se mueve; sí, se mueve, pero es la gente como Steve Jobs la que le da sentido y significado a ese movimiento. Todos le recordaremos no solo por lo que hizo, sino también por todo lo que podría hacer. Sin embargo, como decimos, el mundo seguirá girando, seguirá moviéndose, y otros tomarán su relevo. Sin gente así no existiría internet, no existiría esta web, y todavía estaríamos dando gruñidos en la caverna de Platón. Pero aquí estamos, y la providencia ha querido que la entrada que tenía prevista para hoy, una humilde crítica sobre una película de superhéroes, que nada tiene que ver con los de verdad, quede así recogida en tan singular fecha. En fin, seguimos… ¡hablemos de la Linterna Verde!
Tanto superhéroe, uno tras otro, como si fuese la cola de un baile de disfraces, puede llegar a ser harto cansino. Con esta premisa, cuando le di al play…, lo hice consciente de que me quedaría dormido a los cinco minutos, sobre todo después de la insulsa Thor, que me dejó bastante decepcionado, y más aún con el cansancio que arrastro en estos últimos días; lo cierto es que apenas tengo tiempo ni para dedicárselo a la web —lo siento, y pido disculpas—, pero…, ¡no, no me quedé dormido! Es más, con ese arranque espectacular, con el piloto protagonista en plan Top Gun, tratando de batir a dos cazas ultimísimo modelo, tanto que ni siquiera necesitan de piloto… ¡pues ya me ha ganado!
La historia empieza muy bien; con todos sus tópicos, pero bien. Tiene algo que engancha, y según avanza la trama el interés no es que crezca, pero al menos se mantiene, lo cual no es poco. Y se mantiene lo suficiente como para obviar el patético momento de todo superhéroe, es decir, cuando se calza sus mallas a todo color y aun por encima con un ridículo antifaz que no sé para qué sirve, porque es imposible ocultar tu identidad con semejante tontería. Ya lo he dicho otras veces; es muy difícil que un personaje de cómic funcione en formato película de carne y hueso. Aunque siempre hay excepciones. La pregunta es… ¿La Linterna verde es una de ellas?
Una de las cosas que más me gustan de las pelis ochenteras es la capacidad que había en aquella época para sacar ideas hasta debajo de las piedras. Sin embargo, en lo que a héroes de acción se refiere prevalecía claramente la figura masculina sobre la femenina, y éstas no llegaron a protagonizar más que alguna que otra rareza; véase Historias de videoclub (I) Pelis de acción años 80. Puestos a recordar algún que otro título acerca de mujeres cañeras, otra de un estilo similar al que hoy comentamos podría ser Tank Girl (1995), aunque posterior a la década en cuestión. Pero si nos centramos en el tema de mujeres robóticas, obviando a Blade Runner, me vienen a la cabeza títulos tan dispares como La mujer biónica (1975), Terminator woman (1991), o la Amiga Mortal (1986) en versión terror. Seguro que vosotros recordaréis alguna otra más, pero lo cierto es durante la década de los ochenta no se prodigaron mucho las películas con mujeres repartiendo mamporros, eso era cosa más de hombres, sino que se lo pregunten a Chuck Norris.
Lo que sorprende de Cherry 2000 es sin duda alguna su planteamiento inicial, dejando a las mujeres a la altura del betún. Si nuestra querida ministra de igualdad viese esta película..., seguro que le saldría algún que otro sarpullido. Aquí el relato nos presenta una sociedad futurista donde las mujeres de carne y hueso son despreciables, y la mejor compañía femenina para un hombre hecho y derecho, es un robot; eso sí, en apariencia indistinguible, y con todos los atributos, físicos y mentales, de lo que se supone una mujer perfecta.
Lo rocambolesco de la trama —aunque quizás algún día esto pueda ser tan cierto como la vida misma—, es que el protagonista, enamorado hasta las trancas de su robot, llega un momento que de tanto trajín amoroso termina por descoyuntarlo, vamos ¡que se lo carga! El robot se le estropea, y como buen enamorado que es, hará lo imposible para conseguir el repuesto necesario, solo que, al ser un modelo antiguo, tendrá que ir a buscarlo donde cristo perdió las zapatillas, y llegar hasta allí no solo no será fácil, sino que tendrá que enfrentarse a todo tipo de peligros. Paradojas de la vida, resulta que el guía que contrata es una mujer de armas tomar —una Melanie Griffith muy atractiva y totalmente irreconocible—, de la que, obviamente, al final terminará enamorándose, y enviando a hacer puñetas al robot, o lo que es lo mismo, diciéndole que vaya a buscar una Pepsi. La moraleja resulta inequívoca.
Bajo mi punto de vista, como experto y profesional crítico de cine que soy, podría clasificar las películas según tres criterios irrefutables; uno, aquellas con las que me quedo dormido; dos, las intrascendentes —películas que caen en el olvido mucho antes de que terminen, aunque te la hayas tragado entera—; y tres, aquellas otras que, una vez concluyen, siguen dándote vueltas en la cabeza, e incluso te obligan a buscar opiniones en foros, en páginas webs, y donde haga falta con tal de saber más, o de compartir tu punto de vista. Dentro de este último grupo podría incluir el título que hoy saco a la palestra: Frozen (2010) —A.K.A. Bajo Cero—, una típica producción americana que aun sin ofrecer nada nuevo, y aun siendo una producción de las baratas, consigue mantenerte en vilo hasta el final.